Los famosos que cambiaron su nombre para entrar a Hollywood y los que se negaron
Durante más de 30 años, la actriz Thandiwe Newton ha sido llamada Thandie, pero se cansó y decidió reivindicar su nombre original, de origen africano; no es la única
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Recuperar la ‘w’ que se cayó. La actriz Thandie Newton ha dicho que a partir de ahora responderá por Thandiwe, su nombre real, que tiene origen en Zimbawe, de donde provienen sus padres. La británica, que en su pasaporte se llama Melanie Thandiwe explicó en una reciente entrevista en la revista Vogue que en los créditos de su primera película, Un romance en blanco y negro, en 1991 “accidentalmente se cayó” la w y ahora quiere reclamar la grafía original como una manera de subrayar sus orígenes. “La cosa de la que estoy más agradecida en este negocio ahora mismo es estar en la compañía de otros que me ven como lo que soy, y no ser cómplice en la cosificación de la gente negra como ‘el otro’, que es lo que pasa cuando eres solo una”.
Nigerianos y orgullosos. Chiwetel Ejiofor (Maléfica, Doce años de esclavitud) Nonso Anozie (Juego de tronos), Gbenga Akinnagbe (The Wire, The Deuce) y Adelawe Akinnuoye-Agbaje (Suicide Squad) y David Oyelowo (Selma) son algunos de los actores nigeriano-americanos y nigeriano-británicos que en los últimos años rechazaron cambiar sus nombres para amoldarse a Hollywood. “Mi madre me suplicaba que me lo cambiase, pensaba que jamás tendría trabajo porque lo encontrarían difícil de pronunciar”, explicó Akinnagbe en Deadline. “La gente me pregunta: ¿te vas a cambiar el nombre? Y yo les digo: No, conseguiré que se lo aprendan”, añadió. A Anozie le recomendaron que se pusiese “Zack Power” cuando estudiaba arte dramático y a Akinnuoye-Agbaje, que empezó como modelo, le insistían para que se occidentalizase el nombre. “Luché por mi nombre porque es quien soy. De niño, en la escuela en Inglaterra, los profesores querían llamarme Robert y yo me negaba. Mi nombre describe mi misión en la vida”, explicó en el misma entrevista. A Lupita N’yongo, nacida en México de padres keniatas, nadie le sugirió jamás llamarse de otra forma, ya que su nombre tiene una sonoridad perfecta y ni el mejor experto en naming ni una docena de focus groups hubieran logrado inventarlo si no estuviera desde su partida de nacimiento.
Mi nombre no es un chiste. En 2017, Mahershala Ali, cuyo nombre real es Mahershalalhashbaz Gilmore, hizo historia al convertirse en el primer actor musulmán en ganar un Oscar. Como haría cualquiera, se lo dedicó a su mujer, Amatus Sami-Karim. El presentador de la gala, Jimmy Kimmel aprovechó para reciclar el mismo chiste que ya le había hecho cuando el actor fue a su programa. “¿No podés llamarla Amy?”, le dijo, subrayando la supuesta dificultad de un nombre tan extranjero (en realidad, el actor es nacido en Oakland, California). No fue el único chiste a costa de los nombres raros en la gala de ese año. Aprovechando un gag sobre un supuesto grupo de turistas visitando el set, Kimmel les preguntó sus nombres. Una mujer dijo que ella se llamaba Yulree y su marido, Patrick. “¿Ves? Eso es un nombre” dijo el presentador, dirigiéndose precisamente a Ali. Luego de lo cual fue criticado por la prensa y en las redes sociales. ¿Por qué Patrick es un nombre válido y Mahershala no?
Cambiar para adaptarse. Hasta hace poco tiempo, lo normal en Hollywood era tener un nombre anglosajón que pareciese sencillo y sonoro (sencillo para otros anglosajones, se entiende) y que borrase el origen del actor o de la actriz. Jennifer Aniston heredó ese apellido recortado de su padre, Yanis Annastasakis, también actor, a quien le dijeron en los 70 que jamás iría a ningún lado con ese nombre tan griego.
Que no se note. Natalie Portman y Winona Ryder son dos ejemplos contemporáneos de un fenómeno que parecía desterrado, el de los artistas con apellidos de origen claramente judío que los modifican para que suenen más anglosajones. Los padres israelíes de Portman decidieron que su hija Neta-Lee Hershlag aparecería como “Natalie Portman” en los créditos cuando empezó a actuar siendo una niña para preservar su intimidad, dijeron. También el padre de Winona Laura Horowitz decidió que “Ryder” era mejor para una carrera en el mundo espectáculo. No fue el caso de Allan Stewart Konigsberg (Woody Allen), el diseñador Ralph Lifshitz (Ralph Lauren), Bernard Schwartz (Tony Curtis), Betty Perske (Lauren Bacall), Theodosia Goodman (Theda Bara), Albert Einstein (Albert Brooks), que optaron ellos mismos por buscar versiones de sus nombres menos marcadas en tiempos en los que el antisemitismo podía tener consecuencias severas. Cuando llegó el momento de Seth Rogen, Beanie Fieldstein y Jesse Eisenberg, la costumbre ya estaba totalmente obsoleta.
Mejor que no suene ruso. Hubo un tiempo en que, por razones obvias, todo lo ruso no tenía buen recibimiento en los Estados Unidos. Se entiende así que Natalia Nikolaevna Zakharenko apareciese en los créditos como Natalie Wood cuando debutó como actriz infantil. Sus padres huyeron de Vladivostok en 1918. Lo mismo hizo Issur Danielovitch (Kirk Douglas), cuyos padres, Herschel y Bryna, de origen ruso y judío, se hicieron llamar Harry y Bertha cuando llegaron a los Estados Unidos. El actor de Espartaco dijo ya de mayor que se arrepentía de no haber conservado su apellido.
Cuando ser latino no era un plus. Ahora nadie le hubiera pedido a Margarita Cansino que se hiciese llamar Rita Hayworth ni a Ramón Antonio Gerardo Estévez que probase pasar por galés con un “Martin Sheen”. Al parecer, después se arrepintió y cuando su propio hijo Emilio empezó a actuar, le recomendó que no cometiese el mismo error. El otro hijo, Charlie, no debía estar ese día en casa. Raquel Tejada, de padre boliviano, peleó con sus agentes para cambiarse el apellido por “Welch” [como su primer marido], pero conservando su nombre de pila. Y el mexicano Antonio Rodolfo Quinn lo hizo al revés. Nadie hubiera esperado algo similar de Jennifer Lopez, Eva Mendes o Jessica Alba, que llegaron a las pantallas con el boom latino de los noventa.
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