El lujoso hotel fue declarado Patrimonio Histórico en 2003; por sus habitaciones pasaron el príncipe Carlos, Sean Connery y Claudia Schiffer, entre otros huéspedes
Avenida Alvear. Buenos Aires. Recuerdos de lujo y esplendor. La vía que brilló en el último siglo de la mano de familias patricias como los Duhau, los Fernández Anchorena, los Alzaga, los Pereda, los Atucha, los Ortiz Basualdo… Las huellas de esa riqueza son imborrables y están a la vista, como en este palacio de once pisos que desde 1932 se convirtió en el hogar de reyes, príncipes y jefes de Estado.
Existen en el mundo muy pocos hoteles considerados parte de la historia. El Savoy, de Londres; el Ritz de París; el Palace de Madrid; el Plaza de Nueva York; el Adlon de Berlín; el Copacabana de Río de Janeiro; y… el Alvear Palace de Buenos Aires.
INSPIRADO EN LOS MEJORES
Fue en la década del 20 cuando el doctor Rafael De Miero trajo a Argentina diversos documentos que recogió en sus viajes a París, con el propósito de construir un hotel que estuviera a la par de los mejores del mundo. Para eso compró un terreno en la esquina de Alvear y Ayacucho, donde se instaló el primer consulado británico en 1824. Después de una exhausta búsqueda de un arquitecto que pudiera interpretar sus ideas, contrató a los arquitectos Brodsky y Pirovano, junto con los ingenieros Escudero y Ortúzar, para que adaptaran los diseños que trajo de Europa y lograran algo más que una creación de un lugar singular y conocido. De Miero quería conseguir un hotel que por su estilo, su riqueza y sus servicios fuera el punto de atracción de las grandes figuras del mundo que veían a Buenos Aires como la París de Sudamérica.
Las obras comenzaron en 1922 pero se interrumpieron en numerosas oportunidades, ya que el proyecto original fue modificado para darle mayor magnanimidad al edificio y aprovechar los últimos avances técnicos. La única consigna que De Miero les dio a sus dirigidos fue: "Quiero que este hotel sea la última palabra en elegancia". Y así fue. Tanto Brodsky como Pirovano trazaron unos planos con 191 espaciosas y atractivas habitaciones, todas con muebles, alfombras, cortinas y candelabros de diferentes estilos decorativos, que iban desde Luis XIV hasta el Primer Imperio. Los dos hombres, que tenían en común un espíritu perfeccionista, lograron una belleza que no pasa de moda. Y, más allá de lo estrictamente arquitectónico, no dejaron ningún detalle librado al azar: los cobertores de cama tenían que ser ligeros de peso y acolchados para poderlos lavar con facilidad, y todos los colchones tenían que llevar una cubierta de gamuza. En las habitaciones para las damas predominaban los rosas y los azules, mientras que las habitaciones denominadas "de solteros" estaban adornadas en tonos más oscuros.
AVENIDA ALVEAR ERA UNA FIESTA
La inauguración oficial fue el sábado 3 de septiembre de 1932 y la avenida Alvear se llenó de autos, entre los que se encontraba el del presidente de la Nación, Agustín P. Justo, y la primera dama, Ana Bernal; y el del Premio Nobel de la Paz 1936, Carlos Saavedra Lamas y su mujer, Rosa Sáenz Peña. En "Notas Sociales" del diario La Nación del día de la inauguración ya se anunciaba la gran repercusión que tendría el opening: "Hace prever el éxito de esta fiesta el pedido numeroso de cubiertos que ha recibido la comisión organizadora, formada por un grupo caracterizado de señoras de nuestra sociedad representativa", publicaron. Y al día siguiente, escribieron: "Se realizó anoche en el hotel Alvear Palace, que se abría al público de tan prestigiosa manera, la comida organizada a beneficio de diferentes instituciones de caridad y asistencia social. Adquirió la fiesta proporciones poco comunes, sin duda, tanto por el número como por la significación de los que tomaron parte en su desarrollo. En los diversos salones que constituyen los recintos de recepción del hotel se dispusieron las mesas adornadas con flores de estación. La fiesta atrajo a lo que tiene Buenos Aires de más expresivo en sus círculos de alta actividad social. Dos orquestas, situadas en el jardín de invierno, animaron el baile, que duró hasta las primeras horas de la madrugada". Según consta, la entrada costaba 25 pesos por persona y 10 para asistir solo al ágape.
A los pocos meses de la inauguración, miembros de la aristocracia visitaron el Alvear como aves migratorias, ya que Africa, la boite que estaba en el subsuelo, se convirtió en el lugar de moda y el restaurante, en el sitio para ver y ser visto.
En la década de 1940, el hotel se amplió sobre un terreno vecino, también en la avenida Alvear, cuando ocupó el lugar de otra mansión aristocrática, y su reputación sobrepasó las expectativas de De Miero. Ochenta años después de su fundación, el Alvear Palace sigue siendo el hotel de encuentro de las grandes figuras y estrellas. Sin embargo, también vivió años difíciles. En 1970 pasó a manos del barón Andreas von Wernitz Salm-Kyrburg y a mediados de 1980 el grupo Aragón Cabrera lo adquirió en un deplorable estado que lo llevó al borde del cierre. Pero la esquina de Alvear y Ayacucho tiene demasiados admiradores y devotos, mucha gente que, solamente por haber pasado una noche allí, lo adoptó como el palacio de sus sueños. Uno de ellos, David Sutton, un poderoso hombre de negocios, compró el Alvear en 1984 y lo salvó, para devolverle su antiguo esplendor. Los trabajos de renovación se hicieron con gran cuidado, para conservar el estilo y el servicio que lo habían consagrado.
LUJO Y CORDIALIDAD
Por esa razón, hasta los huéspedes más exigentes lo convirtieron en su casa cada vez que visitan Buenos Aires. Por ejemplo, el jefe de la Casa Imperial japonesa –la más estricta al momento de decidir dónde duerme el emperador en sus visitas protocolares– aceptó la invitación del gobierno argentino para que Akihito visitara Buenos Aires, en 1997. Desde Tokio, se gestionó todo para que la suite que iba a ocupar el monarca –que es biólogo y tiene mucho interés por la vida marina– fuera especialmente decorada con motivos de distintas clases de algas y se incluyeran peceras. Nada se considera un capricho en un hotel que solo busca la excelencia. Durante la visita del emir de Kuwait, el gerente del hotel movió cielo y tierra para encontrar leche de cabra, el único lácteo que consumía el emir. Ya que no pudo satisfacer la demanda del huésped, el Alvear, fiel a su reputación de cinco estrellas, mandó pedir por avión leche de cabra al país originario del monarca. El emir quedó extasiado.
El Alvear es una institución única, por lo que en 2003 fue declarado patrimonio nacional. Cada vez que un cliente habitué regresa al Alvear y la gente del hotel le da la bienvenida, el intercambio es humano. Luis Lisanti, uno de los empleados más antiguos –hoy director de Relaciones Institucionales– está convencido de que la confianza que hay entre los huéspedes y el personal es lo que le da al Alvear su "sello de distinción". Quizás esa especie de "sensación de familia" describa a la perfección el clima que se genera en el hotel. Sea lo que sea, ese vínculo tan poco común existe desde 1932.
La última vez que Sean Connery visitó el hotel se mostró encantado con las medialunas que le servían en el desayuno, por lo que durante seis años el hotel le enviaba dos veces al año varias docenas a su casa ubicada en Marbella a través de su abogado, otro huésped frecuente. Un capricho que solo el Alvear puede complacer.
Nada más preciso en su nombre que la palabra Palace, ya que sus paredes guardan –más que los recuerdos de una época– los mejores secretos de la realeza y el jet set. Pasar por sus imponentes puertas giratorias de madera y vidrio es el pasaporte a una dimensión única de refinamiento.
Texto y producción: Rodolfo Vera Calderón
Fotos: Tadeo Jones, Reuters, Getty Images y Archivo del hotel Alvear Palace
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