Excelsa en su arte. Una señora en la vida, de una ética superlativa. Íntegra, así en la vida como en la escena. Hoy se cumplen 18 años de su prematura muerte. A los 72, Lolita Torres aún tenía mucho para ofrecer.
Fue la más española de las cantantes argentinas, amaba la copla y la interpretaba como nadie. Si hasta el mismísimo Miguel de Molina reconoció que "impuso un estilo". Sin embargo, el caudal de su voz de afinación impecable e interpretación con hondura la llevó a transitar el tango, el folklore, alguna partitura de esencia religiosa como el "Ave María" y aquellos himnos del teatro musical del mundo como "Memory", de la obra Cats. La eligieron Ariel Ramírez y Charly García. Y Lolita los eligió a ellos. No tenía límites, ni prejuicios, a la hora de hacer volar su maestría como artista. Aquel "mira que te llevo dentro de mi corazón, por la salucita de la mare mía, te lo juro yo...", en ella sonaba inmaculado.
La mujer que quería volar
"Tenía intensidad, producto de una vida con emociones diversas. Eso la había convertido en una persona sabia, muy observadora. De pocas palabras, pero precisas", reflexiona Diego Torres, el hijo menor que siguió los pasos estelares de su madre y replicó el reconocimiento internacional de ella.
Esa niña que cantaba subida al banquito de su casa a los cinco años y que fue erigida gloria del cine cándido de los ´50, se convirtió estrella en Rusia, donde la adoración tenía ribetes de fenómeno social. Sin embargo, su más profunda realización no tenía que ver con su trabajo, sino con su vida personal: dos grandes amores y sus cinco hijos fueron la concreción de su mayor sueño. Para ella, la formación de una familia fue una prioridad. Y lo logró.
"Lolita no usó nunca un personaje para parecer más persona. Por sobre su éxito, su popularidad y todos los factores beneficiosos que la circundaron, siguió siendo siempre ella misma, sencilla, sincera, natural, dispuesta a tender su mano generosa a quien la necesitara. Su corrección profesional llegó a asombrar. Y su corrección personal, a conmover. De una sola pieza y del mejor metal", reconoce el prestigioso investigador Mario Gallina, autor de la monumental biografía Querida Lolita y quien conoce de la estrella tanto, o más, que su propia familia.
"Era de buscar un lugar seguro donde refugiarse y, a veces, eso la aislaba mucho del resto del mundo, lo cual hacía muy difícil llegar a ella y saber realmente cómo estaba en lo más profundo", confiesa Marcelo Torres, otro de los hijos que heredó la vocación por la actuación y es padre de Ángela, la nieta talentosa de tanto parecido con Lolita. "A mi abuela la recuerdo como un angelito. Recuerdo su esencia, la energía que generaba con solo estar en un lugar. Era pura luz y le gustaba contagiar cosas hermosas", rememora esa nieta que cuando le tocó recrear a su abuela en el programa Tu cara me suena, generó un momento de gran emoción. Si hasta parecía que Lolita estaba sobrevolando el set.
"Siempre decía: 'Cómo me gustaría volar, seguramente suceda, pero no estaré para vivirlo'", rememora su hija Angélica, conmovida. "Al poco tiempo de fallecer se me apareció en un sueño volando y diciendo: 'Ahora puedo volar'. Sentí que ya se había liberado de todos los dolores que le causó su enfermedad". En su público también generaba efectos hipnóticos. Cuando cantaba en las emisoras de radio, se cortaba el tránsito debido a la cantidad de gente que se acercaba para presenciar esas galas que se transmitían en vivo y contaban con presentadores de frac.
"Una vez tenía que actuar en el Coliseo Podestá de La Plata y se quedó afónica. Las localidades estaban agotadas, pero como quería mucho a su público, se vistió, peinó y maquilló, y solicitó que la llevaran al teatro. Se subió al escenario y pidió disculpas, quería explicarle ella misma a la gente por qué se postergaba la fecha. Nadie lo podía creer", rememora Mariana Torres, la hija de Lolita quien, al igual que sus hermanos, heredó la pasión por el arte a través de la actuación y el canto.
La mejor del colegio
Pedro Torres y Angélica Cotón eran muy jovencitos cuando se conocieron. Acorde a aquellos tiempos conservadores, debieron esperar hasta los 24 de él para que se pudiese formalizar la relación como un primer eslabón hacia el futuro matrimonio que tuvo una única descendiente: Beatriz Mariana Torres. La hermosa beba nació el 26 de marzo de 1930 en Avellaneda, pleno corazón fabril del primer cordón del conurbano bonaerense. Pesó cinco kilos y sería la niña mimada de ese padre que la sobreprotegió ante la ausencia de una madre que falleció cuando a Betty le faltaba un mes para celebrar sus quince años.
Imperio Argentina y Carlos Gardel fueron influencia para esa chica que disfrutaba cantando desde tango hasta repertorio español. En una oportunidad, un vendedor ambulante de artículos de mercería se sentó a escucharla cantar en la vereda, afición que solía ejercer recurrentemente la pequeña Betty. Tal fue la admiración del hombre que, al terminar el informal concierto, le obsequió algunos artículos de su stock. Aquel sería el primer cachet de la artista en ciernes.
Gallina, en la presentación de la biografía de su autoría, reconoció que "a través del cine, y más allá de sus relevantes méritos artísticos, lo que determinó que su figura haya alcanzado un nivel casi legendario, fue su simultánea identificación con el personaje de la hija de inmigrantes españoles, a la vez que el de la típica muchacha argentina de los años cincuenta. Y hay aquí una curiosa y singular dualidad: Lolita era algo así como una especie de coproducción argentina-española".
Curioso derrotero el de esta jovencita que se enamoró de la copla y se la apropió para definir sus primeros años como artista. Su arte era puro, brotaba de ella naturalmente. "A los ocho años, les dijo a mis abuelos: 'Ya sé a qué vine al mundo, a cantar'", dice Marcelo Torres. Un concurso de Radio Splendid terminó por definir su futuro: sedujo al jurado con las canciones de Imperio Argentina. Aquello fue el germen de todo lo que estaría por venir. El Tronío, aquel legendario colmao flamenco de una Buenos Aires en crecimiento, fue uno de los primeros escenarios trascendentes que pisó, cuando ya había superado con estelaridad los actos escolares, los estudios en las Academias de Danza Gaeta y su incipiente formación como cantante que sorprendía en las audiciones de radio.
"Cuando las canciones pasaban por su voz se convertían en algo mágico. Así fue como cantó diversos géneros y se vinculó con diversos músicos", explica Diego Torres. El viernes 8 de mayo de 1942 debutó en un escenario teatral. Para estar a tono con la ocasión, convocó a toda su familia para que le sugiriesen un nombre artístico que acompañaría al apellido de su padre. Buscaba bautizarse con un mote que luciese glamoroso y convocante a la hora de nutrir marquesinas. Así nació el Lolita que la consagraría. Aquel debut aconteció en Maravillas de España, un show de variedades en el coqueto Teatro Avenida de la españolísima Avenida De Mayo porteña.
Su primer disco, de 78 rpm, contenía clásicos como "Te lo juro yo" y "El gitano Jesús". Un poco después, en 1944, debutó en cine, el medio en el que se glorificaría como la gran estrella del entretenimiento familiar. La película La danza de la fortuna fue la primera de una larga serie que incluyó títulos exitosos como El mucamo de la niña, La edad del amor, Más pobre que una laucha, La mejor del colegio, La edad del amor y Joven, viuda y estanciera. La fórmula de cada guion respetaba, a rajatabla, el eje apto para todo público de los argumentos.
Aquel cine cándido le calzaba justo a una Lolita Torres que debió engañar a su padre para poder dar su primer beso de ficción. Corría 1950 cuando se filmó Ritmo, sal y pimienta, y el galán de Lolita era el consagrado actor Ricardo Passano. El libro marcaba que, en una escena, los personajes debían besarse en la boca. Como don Pedro Torres no aceptaba semejante cosa, Enrique Carreras lo distrajo invitándolo a tomar un vermouth. En ese momento, despejada la galería de filmación de los ojos del papá de la estrella, se pudo rodar la escena.
Lolita no solo era una gran cantante, sino que sabía componer a esas criaturas que el cine le pedía. Décadas después, era convocada para presentarse en una televisión que contemplaba la realización de galas musicales. Aunque en menor medida, también fue requerida como actriz en ciclos como aquella recordada comedia Dale Loly; su hija Mariana reconoce que allí "demostró que era una actriz que podía hacerlo muy bien".
La edad del amor
Se dijo que tuvo un affaire con el animador Juan Carlos Mareco, pero lo cierto es que Lolita Torres se enamoró de dos hombres y con ambos tuvo hijos. El primer amor se llamó Santiago Rodolfo Burastero. Se casaron en una parroquia del barrio de Belgrano el 19 de septiembre de 1957, dos meses después de haber contraído enlace en el Registro Civil. En el lapso entre ambas ceremonias, la cantante tuvo que cumplir con una gira ya prevista en Montevideo. El matrimonio tuvo a Santiago, quien hoy es médico y amante del tango.
Aquella pareja, a todas luces feliz, tuvo un final trágico en un viaje a Mar del Plata, cumpliendo con una invitación para que Lolita pudiese participar como una de las estrellas del Festival Internacional de Cine. Corría el sábado 21 de marzo de 1959 cuando, en una ruta 2 mal señalizada, el auto que trasportaba a Lolita y a su marido atravesó un desnivel muy pronunciado, producto de las obras de pavimentación que se estaban realizando. El impacto llevó al vehículo a morder la banquina y dar una gran cantidad de tumbos. A la semana, Burastero falleció y Lolita se sumió en uno de los dolores más fuertes de su vida, luego de la muerte de su madre.
Una de las personas que acudió al sanatorio marplatense donde estuvo internada la pareja fue Julio César Lole Caccia, amigo de Burastero y quien luego sería el segundo esposo de la actriz y el padre de sus otros cuatro hijos.
El 27 de diciembre de 1960 Lolita y Lole se casaron por civil y por Iglesia. Hasta ese entonces negaban el romance a la prensa. Algunos objetaron este vínculo por tratarse de un amigo de Burastero y por el poco tiempo que había transcurrido desde su muerte. Sin embargo, Lole, joyero de profesión, enamoró a Lolita y cuidó como un padre de Santiago. Con los años fueron llegando Angélica, Mariana, Marcelo y Diego. Con la conformación de la familia numerosa, Lolita reparaba aquella soledad de haber sido hija única y el haber perdido a su madre de tan joven.
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Su hijo Diego sostiene que "era como una gallina que le gustaba tener a sus pollitos alrededor". "Recuerdo, en mi infancia, estar todos juntos en la cama viendo películas y su felicidad era total. Mamá era una gran artista, pero no ha dejado nunca de ser una gran madre muy presente en la vida de todos sus hijos. Estaba siempre ahí, con el abrazo, la palabra, ese consejo que se necesitaba", apunta.
La carrera de Lolita Torres no se permitió pausas, sin embargo, supo dosificar los tiempos para no perderse la crianza de sus hijos. Aquel piso de la avenida Santa Fe fue el refugio del clan. "Aparte de mamá, era amiga incondicional, piola, sabia, y con mucho sentido del humor. Siento que desde algún lado está, hablo permanentemente con ella y, cuando necesito de su reflexión o consejo, de alguna manera me responde", reconoce Angélica.
Ángela, recuerda que a su abuela "le encantaba que toda la familia estuviese reunida y hacía todo para que ello sucediera". Mariana se ríe al recordar los papelones que le hacían pasar a su madre cuando recibía a un periodista en su casa: "Nunca decía malas palabras, aunque, cuando éramos chicos, mi casa era un quilombo. Solía hacer las notas en el escritorio, así que, antes de recibir al periodista, nos pedía que nos portáramos bien, que estuviésemos en silencio. Era imposible. En medio de las entrevistas se comenzaba a escuchar cómo nos peleábamos. Así que mamá se disculpaba como una reina, cerraba la puerta, y nos encaraba con cara de maléfica y amenazándonos con castigarnos cuando se fuese el periodista. Después de eso, volvía al escritorio y decía: 'Ay, estos chicos', con tono de lady".
"Nuestro hogar podía parecer matriarcal, pero mi padre era un hombre de carácter fuerte, así que, en casa, se bailaba también al ritmo de su mandato. Ambos fueron personas muy intensas que vivieron sus vidas apasionadamente. Si tengo que mencionar algo de mamá, diría que su imaginación, su vuelo al soñar despierta, eso es algo que dejó huella en mí", confiesa Marcelo.
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Mariana recuerda que "era una mamá muy presente, le gustaba mucho estar en casa siempre con los labios pintados, pero sencilla, luciendo sus túnicas mexicanas". "Se encerraba en su escritorio o en su cuarto para analizar qué canciones iba a hacer y estudiar las letras. También se instalaba en el living, donde estaba el piano de semi cola, para ensayar", cuenta.
Por ese espacio de amplio balcón transitaron no sólo los músicos que acompañaban a la cantante, sino figuras como Ariel Ramírez, con quien la unió una gran amistad y el trabajo compartido. Es una delicia escuchar "Zamba de usted" o "Conquistemos el sol" a partir de esa simbiosis estética que construían la cantante y el pianista notable. Con Charly García recreó una bellísima versión de "Filosofía barata y zapatos de goma"; cuando Lolita decía aquello de "el cine de mi barrio ya me mostró la escena, no vi tu alma y quería tus venas" y en el piano estaba Charly, la cosa era sublime. A medida que iba madurando, buscaba acercarse a géneros no transitados y descollaba con una voz madura y el peso específico de un repertorio atravesado por ideas profundas.
El boom en la Unión Soviética
"Hacia 1954, con motivo del Festival Cinematográfico Internacional de Mar del Plata, llegó a nuestro país una comisión rusa con intenciones de ver películas argentinas y seleccionar algunas para exhibir en los países de la entonces U.R.S.S. (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas). Las elegidas resultaron Las aguas bajan turbias, dirigida por Hugo del Carril, que les interesó por su hondo contenido social, y La edad del amor, que reunía tres de las características buscadas por los visitantes: nada de violencia, nada de sexo y mucha música", explica Gallina acerca del puntapié inicial del romance que entabló el pueblo ruso con Lolita.
Aquello se transformó en un fenómeno social. Torres visitaba frecuentemente el país donde era agasajada con todos lo honores. "Raúl Alfonsín, Carlos Menem y Néstor Kirchner la quisieron conocer cuando volvieron de sus viajes por Rusia, no podían entender ese amor que le tenían allá. Tenía clubes de fans y hasta decretaron duelo cuando murió", recuerda Mariana Torres. Yuri Gagarin, el primer astronauta ruso, fue admirador de Lolita al punto tal de llevar su música al espacio: "Le escribió a Lolita pidiéndole una foto autografiada y expresándole que su voz era la primera música que llegó al espacio, pues él la había llevado en su oído y en su corazón´", describe Gallina sobre aquel vínculo entre el cielo y la tierra que solo Lolita y un astronauta podrían lograr.
"La acompañé en 1978, en uno de sus tantos viajes. No olvidaré nunca el amor que le profesaba ese pueblo. Le armaban caminos con pétalos de rosas para ingresar a los restaurantes, se le aparecían mujeres y hombres mostrándoles las hijas que se llamaban Lolita por ella. Cuando cantaba, el teatro parecía un templo el silencio y respeto para escucharla y cuando mamá les pedía que cantaran con ella, lo hacían a la perfección", explica Angélica, la mayor de las hijas.
Luego del éxito de La edad del amor, el pueblo ruso contagió su fanatismo a Polonia, Hungría, Rumania, Bulgaria y Albania. Pero Lolita, que agradeció todo ese amor, jamás se vanaglorió con soberbia de ese fenómeno nunca antes despertado por nadie en mercados tan lejanos. Algo de eso hoy vive Natalia Oreiro, acaso, en cierta forma, una heredera de esa empatía de los rusos por el arte y el carisma rioplatense.
"La Unión Soviética era un pueblo muy sufrido, que venía de tiempos muy difíciles. Ella les brindó una esperanza, quizás la primera puerta de esperanza en esas familias. Recuerdo, cuando fui de gira con mamá, ver la cara de la gente con mucho sufrimiento, eran los rostros de la guerra. Verlos emocionados disfrutando del canto de mi madre, no lo olvidaré jamás. Ese es el legado que dejó", reflexiona Diego, quien no se privó de cantar con su madre su hit "Estamos juntos".
Honorable
Lolita Torres podía interpretar con estilo propio "Milonga sentimental", poner su voz al servicio de la prosa de Atahualpa Yupanqui o vivir una tertulia con Juan Carlos Saravia y Los Chalchaleros. Esa evolución de su arte no se contradecía con aquellos primeros años de ingenuidad. Siempre reverenció la copla y jamás renegó de las amorosas historias familiares que protagonizó en cine. Por el contrario, todos fueron eslabones que la llevaron a consagrarse como una de las artistas más notables de nuestro país y en una de las figuras más queridas por los argentinos. Jamás involucrada en un escándalo y amada por sus colegas.
El 19 de mayo de 1992, celebró su medio siglo como artista ofreciendo un megaconcierto en el estadio Luna Park, donde compartió el escenario con figuras de la talla Charly García, León Gieco, Jaime Torres, Mercedes Sosa, Antonio Tarragó Ros, Víctor Heredia, Ariel Ramírez, Patricia Sosa, Luis Landriscina, Oscar Cardozo Ocampo, Andrés Percivale y Antonio Agri.
Ya estaba muy enferma cuando fue declarada Ciudadana Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires. En agosto de 2002 no pudo participar del acto, aunque disfrutó del reconocimiento que tanto merecía y que llegó un poco tarde. En su lugar asistió parte de su familia y aquellos colegas que tanto la adoraban como Jorge Luz, Mercedes Carreras, Eduardo Bergara Leumann, Osvaldo Miranda y Jorge Barreiro, entre otros.
"La recuerdo viendo películas juntas o ayudándola a comer. Tenía unos cubiertos especiales debido a la enfermedad en sus huesos. Me cuesta adjudicarme algo de ella porque le tengo mucha admiración y respeto, pero reconozco que fue una gran guía e inspiración en mi vida. Me dejó el legado del canto y eso me da mucha emoción", concluye Ángela.
Para Mariana, Lolita como madre "era muy tranquila, tal como se la veía en las notas". "Era humilde, no tenía soberbia. Le encantaba su ropa de escenario, pero no había una doble personalidad. Era la misma en la vida privada que ante su público", asegura. Esa sencillez, que no se debe confundir con la simpleza, es la que definió el vínculo con todos sus hijos: "Fuimos muy compinches, nos quedábamos por las noches mirando películas de romanos o espartanos, y hablando de historia y de los lugares que nos interesaría conocer relacionados a esas historias que nos gustaban. Compartimos nuestros gustos por la ciencia ficción y, en muchas oportunidades, en la chacra que teníamos en Pilar nos quedábamos mirando el cielo esperando ver alguna nave espacial", se emociona Marcelo.
Pasaron 18 años de aquella mañana del 14 de septiembre de 2002 en la que, a las 9.20, expiró por última vez en la habitación del Hospital Español donde llevaba tres semanas de internación. Tenía 72 años. Aquel paro cardiorrespiratorio puso fin a un cuerpo flagelado de manera prematura que venía batallando con una artritis reumatoidea, declarada a sus 63 años, que le impedía llevar una vida normal y que la había apartado de los escenarios dejando a su público con ganas de más.
Para Diego, "su legado, en todo el mundo, está dado por esa gran voz, pero también por haber sido una gran persona, muy profunda, sincera, con buenos sentimientos". Aquel 14 de septiembre se enmudeció la copla y ese "ojos verdes, verdes como l'arbahaca, verdes como el trigo verde,y el verde, verde limón" sonó fatalmente dramático. Se había ido Lolita.
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