La conductora habló con LA NACION acerca del desafío de hacer Trato hecho, por qué decidió estudiar abogacía, y recordó su infancia, su madre y sus sueños
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Lejos en el tiempo quedó la chica trans que se ganaba la vida como peluquera y despuntaba el vicio haciendo stands up en el under porteño. El azar llevó a Lizy Tagliani a la pista del “Bailando por un sueño”, en el 2014, y allí tuvo la oportunidad de mostrar frente a cámaras su histrionismo, humor, empatía, gracia y talento. El público la amó y ella supo aprovechar cada oportunidad.
Trabajó con Marcelo Tinelli, con Susana Giménez, viajó por el mundo con Marley, hizo ficción, entretenimiento, teatro, radio. Todo en menos de siete años. Hoy conduce Perros de la calle junto a Andy Kusnetzoff en la nueva Radio Urbana, y este domingo, a las 21, debuta con Trato hecho, en Telefe. En diálogo con LA NACION, Lizy repasa su vida, su infancia, su destino y sus sueños.
-Empezaste tu carrera hace pocos años y llegaste a lugares que muchos desean. Una fórmula debés tener…
-Llegué a la televisión en agosto del 2014 y pienso que no pasó nada de tiempo, y las oportunidades no han parado nunca y siempre voy creciendo, avanzando. Trabajé con los número uno e hice todo lo que muchas personas están años para logar. No sé lo que es bueno o malo, pero son caminos distintos y eso a veces me asombra y me pregunto cuándo se va a terminar, cuándo me voy a despertar y decir, ‘bueno, ya se dieron cuenta’ [risas]. Y siempre aparece algo mejor y es sorprendente. Además el cariño de la gente acompaña en la misma proporción: no sé si conseguí el trabajo gracias a la popularidad o el trabajo me dio popularidad, pero el amor de la gente es increíble.
-¿Cómo te llegó la propuesta para conducir Trato hecho?
-Apenas empezó la pandemia, en marzo del 2020, terminamos con El precio justo. La escenografía está intacta, y cuando podamos vamos a volver aunque sea para despedirnos porque el final fue muy abrupto. A los meses me llamaron los productores Federico Levrino y Guillermo Pendino para hacerme esta propuesta. Y cuando me dijeron que era Trato hecho automáticamente se me vino a la cabeza Julián Weich, porque me encantaba [Weich condujo el ciclo durante tres temporadas, entre el 2003 y el 2006]; él manejaba tan hermosamente el programa y fue un éxito. Me puso muy feliz por el programa que es y por el nivel de conductor que tuvo. Lo mismo me pasó con El precio justo, que condujo Fernando Bravo. Hice cosas que hicieron los número uno de nuestro país y me pone muy feliz.
-¿Sentís un poco de miedo? Porque la vara es alta...
-No soy para nada miedosa. Siempre pienso que tengo tiempo de volver a peinar, sin ningún problema [risas]. De hambre no me voy a morir. No me estresa que las cosas no salgan como espero, a pesar de que trabajo mucho porque me gusta prepararme, el cariño de la gente y que me vaya bien. De verdad, no me estresa, al contrario, me gusta mucho que lo hayan hecho los número uno con tanto éxito y ahora tener yo la responsabilidad de llevarlos adelante.
-¿Es igual al Trato hecho de Julián Weich?
-Por la situación de pandemia hay cambios, pero me gusta ese desafío. Va a estar [Roberto] Moldavsky, que es un ser extraordinario, me divierte mucho, y es el encargado de negociar con la banca. Nos estamos conociendo y con el paso del tiempo van a surgir cosas mejores aún porque vamos a tener más confianza. También hay maletineros y todos tienen algún talento: uno canta, otro baila, otro es tik toker. Todos tienen algo para mostrar y eso me gusta mucho, porque yo tuve esa posibilidad y si puedo dar alguna oportunidad, genial. Hay muchos premios y el mayor es de dos millones de pesos; el participante tiene que elegir uno de los 26 maletines, que contiene un premio, y si así lo desean pueden conservarlo hasta el final del juego. A lo largo del programa, el intermediario va a ofrecerle al concursante una suma de dinero a cambio del maletín elegido, y cada uno deberá decidir si hay trato o no. Tenemos varios programas grabados y vamos a elegir cuál va a ser el primero, el que me muestre más aceitada, porque es un gran desafío y los primeros cuestan. Igual, cuando peor me sale, al canal más le gusta [risas].
-¿Y cómo te sentís acompañando a Andy en un programa que ya es un clásico de la radio?
-Empecé con Santiago del Moro y lo acompañé mucho tiempo, así que es como parte de mi familia, tan buen consejero, tan buen amigo... Hace un año que le dije que estaba cansada, me tomaba un descanso porque hacía teatro, televisión y el programa de la radio era muy temprano. Un día me llamó Andy, y lo primero que hice fue contarle a Santiago, que me dijo que siempre son lindos los proyectos nuevos, que vaya para adelante. Ameritaba que se lo cuente, que se enterara de mi boca porque es una forma de agradecer a una persona que me dio una mano muy grande. Desde febrero estoy en Perros de la calle todas las mañanas de 9 a 13, y me divierto tanto porque lo tengo a maltraer. Me siento la hermanita menor del programa, que después de veinte años de matrimonio llega y descalabra a la familia. Me pone contenta porque veo que Andy lo disfruta.
-Hacés radio, televisión y estudiás abogacía. ¿Por qué decidiste hacer una carrera que implica mucha dedicación y estudio?
-Quería hacer una carrera universitaria. Todas las cosas que hago soy muy lúdicas y prácticas, y necesitaba hacer algo teórico: podría haber sido Ciencias Políticas, Historia del Arte. Lo que me movilizó a estudiar es que quería ser la primera de mi familia que tuviera un título universitario. Por suerte una prima mía es instrumentadora y ya hay alguien que terminó un terciario. Era un gran deseo porque al venir de una clase muy baja, me parecía importante y sobre todo hacer la carrera en la Universidad de Lomas.
-¿Por qué?
-Es una especie de homenaje a mi mamá, porque cuando era chiquita yo la acompañaba al trabajo y subíamos al colectivo 306 y atrás había muchos chicos amontonados y mi mamá me decía que iban a la facultad. Entonces le respondía que algún día yo también iba a ir. Y nunca fui hasta ahora. Un día le conté esta anécdota a Fernando Burlando, a Barby Franco, a Jessica Cirio y a su esposo, Martin Insaurralde, y me alentaron a estudiar. Yo decía que estoy grande pero me dijeron que no me achicara, me ayudaron a anotarme y acá estoy.
-Tu mamá siempre está muy presente, ¿qué diría si viera a la Lizy que sos hoy?
-Creo que estaría muy contenta, aunque no le gustaría que estuviera haciendo tantas cosas y estar tanto tiempo fuera de casa. Eso no le gustaba: era muy casera. Entonces, creo que estaría orgullosa pero diría ¡todo el día en la calle no, hay que disfrutar de la casa’.
-¿Y qué pensaría el Luisito que fuiste?
-Supongo que Luisito le diría a Mirta, Bernarda, doña María, Pirula, a todos mis vecinos que se queden tranquilos porque algún día les voy a agradecer todo lo que hicieron por mí, porque me han ayudado tanto. Pero no solamente económicamente: mi mamá no sabía leer ni escribir y mis vecinos me ayudaban a hacer las tareas, me preparaban la merienda, me acompañaban al colegio. Hoy tengo un auto viejito que es un Peugeot 404 que me compré en homenaje a un vecino que falleció hace muchos años, don Enrique. Cada vez que yo tenía un trabajo práctico en el secundario, él me llevaba en auto. Me daba vergüenza que mi mamá no tuviera auto porque a todos mis compañeros los llevaba el padre, y entonces don Enrique me decía, ‘no te preocupes que te llevo’, y yo hacía como que era mi papá.
-¿Hoy manejás un 404?
-Sí, aunque no lo uso siempre porque recorro distancias muy largas, pero lo compré pensando en don Enrique.
-Sos una persona muy solidaria y hace poco contaron que donaste dinero para un refugio de perros y la mujer se lo gastó en ropa. ¿Aprendiste a compartir en tu infancia?
-Aprendí la solidaridad de mi mamá. Este señor, don Enrique y su familia, eran muy espléndidos económicamente hablando, y mi mamá le cuidaba a los nenes, los llevaba y los traía, les compraba alguna cosita, los malcriaba. Y había una vecina con la que nos decíamos de todo en esa época, porque los tiempos han cambiando, y a la vez éramos muy solidarios. Recuerdo que esa mujer estaba embarazada y mi mamá le daba la plata del boleto del colectivo para que comprara leche para los hijos y ella caminaba cinco kilómetros hasta el trabajo. Me acostumbré a que nos ayudemos. Es común, ni cuestiono: si lo tengo, te lo doy y después vos sabrás. No me hago responsable de lo que haga la otra parte, nunca.
-Naciste en el Chaco pero apenas viviste allí unas pocas semanas. Hace poco volviste para conocer a una hermana, ¿tienen relación?
-Sí, ni bien me enteré que tenía una hermana por parte de mi papá biológico, a quien no conocí, me emocioné. Fue muy movilizante. Pensé que nos íbamos a juntar y a no separar nunca más, tipo hermanas mellizas, y a la semana de conocerla me di cuenta de que los vínculos se construyen así que estamos en contacto, nos llevamos bien aunque no tanto como me imaginaba. Estamos tratando de generar un vínculo porque, en realidad, es una desconocida para mí. Las dos creímos que íbamos a ser inseparables y apenas nos enteramos ella se tomó el primer avión, nos abrazamos y fue muy lindo, pero con el correr del tiempo nos dimos cuenta de que necesitamos conocernos más. Y en eso estamos, mandándonos mensajes y charlando, pero de forma espaciada.
-¿Seguís en pareja con Leo Alturria?
- Si. Con Leo me llevo bien sobre todo porque no convivimos. También a él le gusta tener sus tiempos, su casa, sus cosas y no es invasivo para nada. Soy muy solitaria. El otro día, charlando con Leo, me marcó un defecto que comparto y es que soy una persona por WhastApp y otra en vivo y en directo.
-¿Por qué?
-Por WhastApp es todo ‘te amo’, ‘te extraño’, ‘te bajaría las estrellas’, ‘elegite la que quieras y le pongo tu nombre’, le mando poemas, fotos, corazones. Todo es una novela. Y cuando viene capaz estoy toda la noche sin hablar (ríe). Por suerte me entiende y tiene otras cosas que yo también le respeto. Creo que es porque de muy chiquita siempre estuve catorce horas diarias sola, porque mi mamá trabajaba mucho y generaba expectativas para ese encuentro. Y cuando venía, estábamos un ratito, comíamos, jugábamos. Mi mamá era lo más importante de mi vida. Me acostumbré a estar con alguien poco tiempo, y disfrutar y tener esos estados de soledad. Necesito estar sola para valorar la compañía. Es raro, pero le encontramos esa explicación. No me molesta si Leo está todo el día y todos los días, pero no soy tan charlatana.
- Siempre te vemos de buen humor y muy arriba, ¿también sos así en la intimidad?
-Me surge naturalmente, no lo planeo. Mi mamá era así, mi abuela también. El otro día hablaba con una amiga y le contaba que no me hago mucho problema, a los dos segundos sigo haciendo otra cosa y voy para otro lado. No soy de enojarme ni de engancharme. Por ejemplo, una vez me pasó algo muy emocionante porque soñé con la Flopy (su amiga que falleció en julio pasado por una leucemia) y con mi mamá y me desperté y lloré pero de emoción y no de angustia. Y a las dos cuadras había un camionero que estaba buenísimo y me olvidé de todo lo que había llorado.
-Parecés una persona de carácter fácil...
-Puede ser pero a veces eso es complicado. Por ejemplo, si me hago las uñas, cuando la chica me pregunta de qué color me quiero esmaltar, yo digo ‘el que quieras’, y ella insiste en que elija yo y así pueden pasar así veinte minutos, ella tratando de convencerme de que yo elija y yo diciendo ‘el que quieras’. Lo mismo me pasa con el pelo.
-¿No te lo arreglás vos?
-No me sé arreglar sola. Me miro al espejo y pongo todo al revés.
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