De Trato hecho a Los bonobos, pasando por Perros de la calle, todo lo que hace es un éxito; su pasado tiene más ingredientes de drama que de comedia, pero en su futuro están tanto un boda “soñada” como la posibilidad de ser la primera en su familia en tener un título universitario
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En sólo siete años Lizy Tagliani se convirtió en la mujer éxito. Todo lo que hace, todo lo que toca se transforma en suceso. Gracias a su gracia natural y a su “repentismo” empezó trabajando en sótanos y se hizo un nombre entre la comunidad LGTBI. “Era una suerte de Susana Giménez travesti del under”, recuerda la comediante entre risas. Luego Santiago del Moro la descubrió y la llevó a La FM100, donde siguió descollando en El Club del Moro. Finalmente los productores Pablo “Chato” Prada y Federico Hoppe la invitaron a ShowMatch y ahí Marcelo Tinelli le dio el espaldarazo definitivo. “Me presentó como la peluquera de Nicole Neumann y en cuanto agarré el micrófono y dije con voz grave ‘este aparato no anda bien, me hace voz de hombre’, mi vida cambió para siempre. Esa noche me fui a dormir anónima y a la mañana siguiente me desperté una estrella de Hollywood”. Desde entonces la actriz, humorista y animadora ha construido una carrera meteórica en el mundo del espectáculo que no parece tener límite. Y se ha ganado el amor tanto del público adulto como del infantil.
Después de haber realizado diversos unipersonales, protagonizado las comedias Casa fantasma y Mi vecina favorita y animado el ciclo El precio justo, hoy Lizy Tagliani lidera el prime time de Telefe conduciendo los domingos, de 21 a 22.30, el envío de entretenimientos Trato hecho; participa de lunes a viernes, de 9 a 13, en el programa de radio Perros de la calle, por Urbana Play FM; y desde el próximo jueves volverá a subirse al escenario del teatro Lola Membrives como figura central de la comedia Los Bonobos. Pero tal vez su mayor talento no resida en ninguna de las actividades que desarrolla sino en su personalidad. Es auténtica, genuina y no niega sus orígenes. En una íntima y extensísima charla con LA NACION se refiere a su particular historia de vida, que tiene más ingredientes de drama que de comedia.
–Naciste en el Chaco pero creciste en Adrogué. ¿Acostumbrás volver al barrio?
–Claro que sí. Y también mantengo mi casa de mi infancia, no pienso desprenderme de ella por nada del mundo. Es la historia de mi vida y de mi mamá. De hecho también regreso a mi primer barrio, que fue el San Miguel, en Burzaco, un barrio muy humilde donde todavía viven mis tías. Me encanta ir, cada vez que voy recuerdo cada esquina, cada juego, cada persona de mi infancia. Obviamente me hubiese gustado que el barrio progresara más y fuese Barrio Parque. Pero lamentablemente sigue en las condiciones precarias de cuando yo era muy chiquita. Igualmente me gusta ir y disfruto del reencuentro con los vecinos, los que yo tenía a los 5 años. Nadie se me acerca por interés y todos nos alegramos por los avances, aunque sean mínimos, de cada uno.
–¿El trato con vos siempre fue así, tan positivo, o de niña o de adolescente sufriste algún tipo de discriminación?
–Mi mamá vivió momentos muy duros dentro del barrio. Yo no, siempre lo pasé muy bien, mis vecinos siempre me quisieron, fui una mariquita muy querible. Era el “putito” del barrio, pero me amaban y me cuidaban. El tema es que de día todo era hermoso, podía jugar en la calle con mis amigos sin problemas. Pero a la noche el barrio se ponía heavy, por eso mi mamá me encerraba en un ropero.
–¿Por qué te encerraba en un ropero?
–Porque había un hombre que se emborrachaba y nos golpeaba la puerta, y si mi mamá no le abría la tiraba abajo. Yo sospecho que mi mamá me encerraba en el ropero para que no viera lo que después pasaba… yo era muy chiquita, y no entendía de ciertas cosas de la vida, pero supongo que la forzaba a tener relaciones. De esa manera mi mamá pagaba por mi seguridad, sabía que después, a las seis de la mañana, podía irse a trabajar tranquila y dejarme sola todo el día en el barrio. Nadie me tocaría.
–¿Por cuánto tiempo continuó así tu vida y la de tu madre?
–Todo cambió un día cuando, con mucho sacrificio, mi mamá logró que le otorgaran un crédito para comprar un televisor y algunas cosas más para la casa. Aquella noche, mientras ella cocinaba, entró a los golpes esa misma persona y nos robó todo. Aún la recuerdo a mi mamá llorando con el calentador en la mano, lo único que pudo retener. De todos modos, terminó de preparar la cena, me dio de comer y luego me dijo, señalando la puerta de calle: “viste esa puerta, ahora la vamos a cruzar y no vamos a volver acá nunca más”. Y así fue. Nos fuimos a la casa donde ella trabajaba como mucama, la de José Rojas, el señor que luego me reconoció y me dio su apellido. Él era un señor muy grande, solo, y entre los dos convinieron hacer como una sociedad, del tipo “vos me cuidás y yo, cuando me muera, te dejo la casa para que luego vivas con tu hijo”. Entonces yo tenía ocho o nueve años.
Los padres
–¿Nunca conociste a tu padre biológico?
–No, recién supe quién era de grande, pero no alcancé a conocerlo. Murió el mismo mes que mi mamá, en diciembre de 2011. Él tenía dos matrimonios, de hecho tengo una medio hermana, Matilde, que nació una semana después que yo. Él decidió quedarse con la otra mujer, pero le propuso a mi mamá que yo fuese criada por mi abuela paterna como si ella fuera en realidad mi madre.
–¡De telenovela!
–Tal cual. Parece que mi abuela decía: “todos los hijos de mis hijos siempre van a ser reconocidos”. Pero, claro, yo iba a ser hija de mi abuela y hermana de mi papá. Y a mi mamá… seguramente no la iba a ver más. Mi mamá dijo: “ni loca”. Se las tomó del Chaco, se vino para Buenos Aires a la deriva, a comenzar de nuevo y conmigo en brazos. Y a partir de ahí construimos una vida de mucho sacrificio, pero también hermosa, de total amor mutuo.
–En algún momento, a lo largo de los años, ¿sentiste la necesidad de un padre?
–Jamás. Y mi mamá nunca me dijo: “yo soy tu mamá y tu papá”. Para nada, mi mamá era mi mamá y punto. No quería ocupar el lugar de nadie. Y tampoco quería que sus parejas oficiaran de padre mío. Ella primero estuvo en pareja con Rubén Agüero, después con quien me reconoció, José Rojas; y por último con Jorge Tagliani, al cual le uso el apellido. Pero a ninguno les dije “papá”, mi mamá no me dejaba que los llamara así. Ella tampoco quería que se metieran con mi educación o mi forma de ser. Pero José Rojas la ayudó mucho con toda mi transición, porque desde los siete años que yo quería ser una chica. Él no tenía mucha educación, pero era un señor muy abierto, por eso le insistía a mí mamá para que me acompañara en todo lo que yo quisiera hacer. Fue así que desde los 13 años nunca más usé ropa de hombre, salvo en el colegio. Concretamente desde el 30 de octubre de 1983, el día de las elecciones presidenciales y del retorno de la democracia. Cuando mi mamá y Rojas se fueron a votar me puse una remera que me había regalado una patrona de mi mamá, con el nombre de un boliche de Pinamar, y me calcé un “yorcito” y un cinto ancho en el medio de la cintura. En fin, me monté toda, me pinté como una puerta y así salí a la calle. Me agarró la policía y me llevó presa. Mi mamá me tuvo que ir a buscar y, cuando regresamos a casa, estaba muy enojada, me decía si no me daba vergüenza lo que había hecho. Y ahí don José Rojas se puso de mi lado: “pero si ella siente que es una chica hay que dejarla ser lo que quiere ser, fue la Policía quien actuó mal”. A partir de ahí nunca más me compraron ropa de hombre. Y pasé de ser Edgardo Luis Rojas a Luisina. Sin dudas, José Rojas era un adelantado, nunca le dije “papá”, pero sí “abuelo”. En aquel entonces ya vivíamos en Adrogué y yo me sentía rica.
La transformación
–¿En algún momento odiaste haber nacido hombre?
–No, yo nunca supe que nací hombre. Yo siempre fui mujer hasta que un día me di cuenta que había nacido hombre. Pero nunca quise ser mujer, es decir: nunca fui un hombre que quería ser mujer, siempre fui una mujer que un día descubrió que era un hombre. Es complejo pero juro que es así.
–Lo que siempre primó en vos fue tu autopercepción, no tu género de nacimiento.
–A pesar de mi discurso desfachatado y de mi forma de hablar, de no querer maquillarme y comentar siempre lo de los bigotes y las patas 43, no tengo ningún comportamiento masculino. En ningún momento del día, ni estando vestida ni desnuda. En nada de lo que se pueda imaginar la gente, mucho menos en el plano sexual. Por ejemplo, siempre hago pis sentada, toda mi forma de vivir es la de una mujer.
–Si siempre te autopercibiste como mujer, ¿por qué en 2012, cuando fue promulgada la Ley de Identidad de género, te negaste a cambiar tu DNI?
–Porque es todo un lío, después de que te dan el nuevo documento debés hacer miles de trámites: tenés que ir personalmente a la AFIP, al Registro de la Propiedad, al banco, al supermercado, a todos los lugares que se te ocurran para rectificar tus datos. Y a mí me da pereza hacer todo eso. El día en que pueda cambiar de documento y automáticamente se modifiquen los datos en todas las áreas ahí lo sacaré. De todos modos, yo soy Lizy, no necesito un pedazo de papel para confirmarlo. Ojo, si la ley no existiera, yo tendría la obligación, por ser famosa, de luchar por ella. Pero como la ley ya está, no modifica en nada que me cambie el documento.
–Hoy la sociedad argentina cuenta con matrimonio igualitario, ley de identidad de género, cupo laboral trans y, desde hace pocos días, también con documentos no binarios. ¿Qué otros derechos del colectivo LGBTI, a tu criterio, aún faltan alcanzar?
–El de la atención sanitaria acorde a nuestras necesidades. Es muy humillante para alguien que no quiere ser como vino a este mundo tener que hacerse los estudios que corresponden a los 50 años. Hablo por ejemplo de un hombre trans que debe ir al ginecólogo junto a otras mujeres, o de una chica trans que debe hacerse un chequeo de próstata en compañía de pacientes hombres. Yo no tengo problemas al respecto, pero sé que muchas chicas como yo no se atreven y por eso dejan de hacerse los estudios correspondientes. Para muchas es muy doloroso pasar por esa situación. Por eso debería haber consultorios específicos para la población trans. Y en un orden más general hay que seguir trabajando sobre el tema de la discriminación. Basta de etiquetas, detesto cuando los medios titulan “Mujer trans candidata a diputada”. ¿Qué es eso? No, se trata simplemente de una persona que es candidata a una banca en el Congreso. O cuando dicen de mí: “La travesti que conduce el prime time de Telefe”. No, yo soy Lizy Tagliani conductora, después soy travesti. No hay por qué subrayar la condición de género o sexual de una persona. Las personas trans deberíamos ser llamadas exclusivamente por nuestro nombre, no por la condición de género.
–¿La discriminación existe sólo en el afuera o también dentro del colectivo LGBTI?
–A nosotras mismas también nos cuesta aceptar al diferente. Yo estoy en varios chats del colectivo y cuando fue lo de los documentos no binarios me asombraban las discusiones que se armaban al respecto. Yo pensaba: si nosotros, que pertenecemos al mismo colectivo, no nos podemos poner de acuerdo, ¿cómo podremos convencer al que lo mira desde afuera? Aprender y educar lleva tiempo. Siempre hubo discriminación entre nosotros. Cuando yo era más joven había boliches para gays a los que no podían entrar ni lesbianas ni travestis. Y en otros las chicas trans teníamos que pagar el doble de la entrada. Mi mamá, que era analfabeta, aceptaba a todos como eran. Y si yo me llegaba a burlar de alguien me pegaba un sopapo. Eso es lo que aprendí y eso es lo que quiero mantener a mi alrededor. Eso de estar pendiente de la genitalidad o de lo que haga el otro es terrible. A mí no me cargan mucho y todos me tratan en femenino. Nadie me ataca porque nací hombre, y si lo hicieran no me afectaría ninguna fibra íntima. Pero cuando alguien, excepcionalmente, me llama “tres piernas”, yo le contesto: “mirá qué mal que te educaron, porque no existen tres piernas, o tenés dos piernas y una vagina o dos piernas y un pene”. No hay mucho más ahí abajo, no sé qué quiere ver la gente, no va a aparecer una colección de cacerolas (risas).
–En tu proceso de transformación, ¿darías un paso más y te convertirías en transexual?
–Sí. Yo ya me operé las lolas. Y mi genitalidad masculina no me afecta en la vida cotidiana, pero sí en mi relación de pareja. Es algo que siempre me molestó. Pero con mi transición genital me pasa lo mismo que con el cambio de DNI: soy tan vaga que tampoco quiero pasar por todo lo que sé que debería atravesar. Mi genitalidad me incomoda, ¿pero estoy dispuesta a soportar seis meses de post operatorio? No, me muero. Ahora, si un día me prometen que me internan un ratito, me cortan lo que hay para cortar y al otro día ya estoy usando lo que me inventaron, ahí lo hago sin dudar. ¡Te lo juro! (risas).
El amor
–¿Cómo fue tu vida amorosa?
–Siempre fui muy enamoradiza, siempre fui muy amada y amé mucho. Tuve una relación de ocho años, luego otra de uno y ahora estoy con Leo Alturria desde hace dos. Siempre fui noviera, de parejas estables. Obviamente que también tuve mi época de reviente, de mucho boliche y sexo, pero cuando era muy joven, como cualquier persona. Mi relación actual es diferente a las anteriores. Leo vino a mi vida para cambiarme e iluminarme. Yo lo amo más allá de las formas, ya no importa si somos novios, primos, hermanos o qué. Hoy sé que lo voy a amar siempre, más allá de cómo sigamos en el camino de nuestra relación. Es un ser espectacular. Él está para mí y yo estoy para él. Y siento que mi mamá está feliz de que yo esté con Leo, me la imagino bailando en el cielo cada vez que nos encontramos. Sobre todo porque es mi primer amor completamente diferente.
–¿En qué sentido?
–Yo iba a una fiesta, conocía a alguien y tenía sexo; después, a los 15 días, tal vez me volvía a encontrar con esa persona y tenía nuevamente relaciones. Quizás más adelante salíamos un día a comer un helado y al año nos poníamos de novios. Pero todo surgía a partir de haber tenido sexo, a la inversa de las relaciones tradicionales. Esa es la única manera que yo conocía de conectarme con los hombres: primero a través del sexo y después veíamos. Pero con Diego fue al revés. Yo lo conocí en la televisión, cuando vino a participar en mi programa El precio justo. Y luego, cuando salimos, lo primero que hice… no sé cómo contarlo… fue acercarme a su micrófono; como a mí me gusta el karaoke, en cuanto veo un micrófono me acerco para cantar… Y fue entonces que Leo me detuvo y me dijo: “Lizy, ¿te puedo robar un beso?”. Eso me enamoró, era la primera vez que me sucedía algo así. A partir de él tengo otra vida.
–A principios de año se comprometieron en Ushuaia. ¿Se casarán?
–Fue algo íntimo, pero luego, como siempre hago, lo llevé a la televisión. ¡No puedo vivir si no cuento lo que me pasa en las redes sociales y en la televisión! Nos íbamos a casar ahora, pero por esto de la pandemia tuvimos que retrasarlo. Porque yo me quiero casar cuando lo pueda compartir con la gente. Yo me imagino casándome en un campo de mil hectáreas, al que pueda acceder todo aquel que quiera venir, pero, eso sí, que se traiga un tupperware con comida porque no voy a tener para darles de comer a todos (risas). Quisiera que vengan todos a bailar y divertirse. En esto que hoy estoy viviendo mucha gente tuvo que ver. Por eso no me gusta cuando escucho que alguien dice: “vos que siempre lograste todo sola”. No existe nadie en el mundo que pueda hacer algo solo. Eso lo aprendí de chiquita: recuerdo que mi mamá no sabía leer y entonces una vecina me ayudaba a hacer las tareas, si no, no podría haber terminado el colegio.
Lizy universitaria
–A propósito de los estudios, hoy estás cursando la carrera de abogacía en forma virtual. ¿Era una cuenta pendiente en tu vida obtener un título universitario?
–Sí. Quiero ser la primera de mi familia en tener un título universitario. Me encanta Abogacía, pero en principio no quería estudiar esa carrera, ni Psicología ni Medicina ni Ingeniería. Yo lo único que quería hacer era ir a la Facultad Nacional de Lomas de Zamora. ¿Y por qué? Porque cuando era chiquita y mi mamá trabajaba de mucama nos tomábamos el colectivo 306 y veía que en fondo iban sentados jóvenes que hablaban mucho y llevaban unas carpetas enormes. Yo le preguntaba a mi mamá: “¿a dónde van todos esos chicos?”. “A la facultad”, me respondía. “¿Y yo algún día voy a ir a la facultad?”, insistía. “Sí, claro, siempre vas a hacer lo que quieras´. Bueno, obviamente después nunca pude ir a la facultad: tuve que salir a trabajar y hacer todo lo que la gente sabe. Pero un día, ya famosa, le cuento en una comida esta historia a Fernando Burlando y él me dice: `¿y por qué no empezás a estudiar ahora?”. “Ay, ¡pero tengo cincuenta años!”, le respondí. “¿Y qué tiene que ver la edad?”, insistió él, e inmediatamente me ayudó a completar el formulario de inscripción. Empecé Abogacía porque estaba Burlando al lado (risas), pero podría haber sido cualquier otra carrera. Por el momento estoy cursando en forma virtual por el tema de la pandemia, pero seguramente pronto podré cumplir con mi fantasía de subirme a un 306 (que ahora es 406) y llegar a la facultad con una de esas carpetas enormes en la mano, que tanto recuerdo desde mi infancia.
–Luego de cumplir con esa fantasía, ¿continuarás con los estudios de Derecho o te darás por realizada?
–No, no creo que abandone. Me apasiona todo lo que estoy aprendiendo, en el Derecho encontré un montón de vocabulario nuevo. Me gustan mucho los derechos humanos, justamente en este cuatrimestre me anoté en esa materia. También me encanta el Derecho constitucional y más aún el Derecho romano. O sea que todo lo que he visto hasta ahora me gustó. No hubo nada que me hiciera pensar: “uy, qué embole esto”. Hasta Economía, que fue la que más me costó, me encantó.
–Y en cuanto a la profesión, ¿qué actividad te gusta más y en qué rol te sentís más cómoda? ¿Preferís la actuación o la conducción? ¿Te inclinás más por la televisión, la radio o el teatro?
–Me siento cómoda haciendo todo, si no, no lo haría. Mi mamá sacrificó toda su vida por mí, no le importaba si tenía sed, hambre, frío o sueño; se lo pasó haciendo cosas para mí y nada para ella. Y siempre me decía: “vas a poder hacer siempre lo que quieras, y lo que no te guste, no lo hagas”. Y agregaba justamente ella, pobre, que no pudo hacer nada de nada: “sólo se hacen las cosas que uno quiere y se las hace con amor”. Luego, cuando íbamos al cementerio a visitar las tumbas de mi abuela Gregoria y de mi padrastro José Rojas, me decía: “mirá, fijate bien en esas placas, lee bien esas leyendas. Cuando sea tu turno la tuya deberá decir: aquí descansa Lizy Tagliani, capaz no cumplió con todo pero cumplió con ella misma”. Yo trato de honrar siempre el pedido de mi mamá.
El futuro
–Hoy conducís un programa de entretenimientos. ¿Qué pasaría si te ofrecieran animar un ciclo de interés general, con invitados, como los de Mirtha y Susana?
–Me gustaría muchísimo, porque yo me críe viendo sus programas. A veces me cargan y me dicen que la imito a Susana. Y un poco de Susana tengo. No sé si la imito, yo no practico ser como ella, siento que Susana era mi amiga desde antes de que yo fuese famosa, porque me acompañaba diariamente desde la tele. Y cuando una está con alguien que ama todo el día termina siendo como esa persona. Entonces tengo mi lado “susanesco” no porque la quiera imitar, sino porque se me pegó, es como cuando vas tres meses a Cordóba y volvés hablando en cordobés. En fin, yo crecí con ella, es parte de mi vida, y Susana lo sabe.
–Y como actriz, ¿te ves haciendo algo dramático?
–¡Me encantaría! Me gustaría hacer algo completamente diferente a mí. Ahora estoy haciendo Los Bonobos, que ya es todo un desafío porque se trata de una comedia física. Y lo que más me atrae es que esta vez realmente compongo un personaje. Siempre me convocaban para hacer de Lizy, pero acá interpreto a Jessica García, una policía que se las trae. Me encanta que me dirijan y ser otra persona. De todos modos la producción me da un permitido y en el medio de la obra sale Lizy, temen que si no en algún momento explote o directamente me muera de un paro cardíaco en el escenario (risas). Ya habrá tiempo para encarar un drama. Creo que toda esta vida vivida está ahí hirviéndose, y el día que agarre un personaje dramático va a salir toda la angustia y el dolor que tengo anestesiadas en algún lado de mi cuerpo, pero que están; por algo sufro mucho del estómago. Me gustaría componer a alguien con una carga dramática muy grande, pero sé que este no es el momento: por la pandemia, la falta de trabajo y la grieta. Siento que ponerme ahora a cumplir mi sueño es ir en contra de lo que necesita la gente, que es reírse. Hoy es tiempo de hacer de bufón. La gente quiere ver a Lizy payasa, y está bien, yo se la doy. Pero sé que un día voy a exorcizarlo todo a través de un personaje al que le suceda algo más que matarse de risa.
Para agendar
Los bonobos
Dirigida por Alberto Negrín y Gabriel Chamé Buendía.
Con: Peto Menahem, Osqui Guzmán, Campi, Lizy Tagliani, Anita Gutiérrez, Manuela Pal.
De jueves a domingos, en el teatro Lola Membrives. Entradas por Plateanet o en la boletería.
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