La conductora debutará este lunes al frente del formato internacional que se verá por la pantalla de Telefe, a las 21.45; infancia con carencias, el apoyo incondicional de su madre y el deseo de adopción junto a su marido
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“Son días muy intensos, de mucho trabajo grabando Got Talent Argentina y haciendo funciones de Los Bonobos. Además estoy estudiando en la universidad y me estoy preparando para representar a la institución en el modelo de la ONU en la UBA”. Lizy Tagliani no para. La entrevista con LA NACION se realiza al atardecer, momento en el que la actriz y conductora se instala en un departamento capitalino, que utiliza como escala intermedia entre los estudios de Telefe, ubicados en Martínez, y su casa en la localidad de El Pato, pegada a la Ruta 2, a varios kilómetros del Obelisco. Hasta ese búnker la transporta un chofer, pero desde allí hasta su domicilio desanda el camino manejando su vehículo. Amaneció a las seis de la mañana cuando aún era noche cerrada y cerrando la jornada aún sigue en actividad.
Si bien no son pocas las actividades que ocuparon su día, la llegada del estreno de Got Talent Argentina, que se producirá el lunes próximo, a las 21.45, por la pantalla de Telefe, la moviliza especialmente: “Tengo ansiedad y emoción, el debut es ya, pero cada minuto se me hace eterno, siento que el tiempo no pasa”. Esta temporada se verá de lunes a jueves y los domingos, a las 22.15.
-¿Sos la nueva Susana Giménez de Telefe?
-No, por favor, amo a Susana. No soy su imitadora, pero me cargan porque, a veces, hablo como ella.
Destino
Como en toda buena historia, el destino hizo lo suyo en la de Lizy Tagliani. Cuando Darío Turovelsky, Guillermo Pendino y Federico Levrino, autoridades de Telefe, la convocaron a una reunión para ofrecerle la conducción de Got Talent Argentina, desconocían el valor simbólico que este formato significaba para ella: “Desde hace años, cuando me acuesto, me pongo a mirar en YouTube los capítulos de Got Talent. Veo las versiones de todos los países, algunas me las conozco de memoria porque las vi muchísimas veces; por eso, cuando me lo ofrecieron, fue como que los llamé con la energía, pero sin que ellos supieran de mi fanatismo por este programa”.
-Cuando veías las grabaciones del formato, además de disfrutarlas como espectadora, ¿soñabas con conducirlo?
-No, jamás se me hubiese ocurrido, nunca lo imaginé.
-Dicen que hay que creer en la llamada “ley de la atracción”.
-Soy una convencida que eso existe.
Got Talent es un formato nacido en 2007 en el Reino Unido y, dado su formidable éxito, rápidamente se expandió a todo el mundo contando con medio centenar de franquicias. Se trata de una competencia de talentos, donde los participantes muestran sus habilidades ante un jurado de notables. En nuestro país, ese tribunal estará conformado por el cantante Abel Pintos, la actriz y conductora Florencia Peña, y los músicos urbanos La Joaqui y Emir Abdul. Los concursantes que logren acceder a la instancia de semifinales deberán medir su continuidad en la competencia a través de la decisión del voto del público.
Ayer a hoy
En la charla, rápidamente afloran los recuerdos. Lizy se relaja y deja por un momento la ansiedad que la atraviesa para hacer un trabajo retrospectivo. Aparece su madre, una figura fundamental en su vida y su abuela, una matriarca sabia de educación empírica: “Mi abuela me decía que me iba a dar un ´soplamocos´ cuando yo decía algo que, para ella, era indebido. Mi abuela era analfabeta, como mi mamá, no estaba preparada, aunque sí emocionalmente”.
-¿Qué podía ser “indebido” para ella?
-No me dejaba que comenzara una frase con un “no” o un “me muero” porque decía que era una forma de llamar a la muerte. Mi abuela era lo más parecido a la Pachamama. Era muy reservada, pero, cuando abría la boca, era tan hermosa que sólo decía frases y consejos acertados. Por supuesto, lo hacía a su manera, a veces de una forma muy cruda. Mi mamá era igual. Fueron dos mujeres que me marcaron, me gusta hacerles honor desde mi nombre y apellido.
-Got Talent Argentina tiene que ver con las oportunidades. En tu caso, ¿quiénes te ayudaron?
-Creo que las oportunidades las tuve desde muy pequeña. A los cinco años, cuando vivíamos en una piecita muy pequeñita, me quedaba sola porque mi mamá se iba a trabajar y una vecina, a la que le decía Tía Bernarda, me ayudaba a hacer los deberes. A los seis años, ella o Doña Herminda, otra vecina, me acompañaban hasta el Camino de Cintura para tomar el colectivo para ir a la escuela. Son oportunidades que me dieron otras personas para crecer, no sé si hubiese podido solita.
-¿Y en el medio?
-Cuando todavía era peluquera, iba a peinar a Viviana Canosa a la radio porque ella arrancaba muy temprano y durante el día no tenía tiempo para ir hasta la peluquería. Una mañana me hizo contar una anécdota al aire y justo la escuchó Daniel Hadad, que era el dueño de la emisora. Le preguntó a Canosa quien era y le dijo que repitiera mis salidas. Luego de eso, Guillermo Bidondo, que es el operador de Santiago del Moro, le contó que había una travesti que hablaba en el programa de Canosa y era muy divertida, así que le sugirió que me buscara. Así fue como comencé a trabajar con Del Moro, fue mi primer trabajo en blanco en un medio de comunicación. Durante los primeros programas, reemplazaba a Analía Franchín en los días feriados y, cuando el ciclo cambia de nombre, ya me quedo más estable.
-¿Hubo también un momento bisagra en la televisión?
-Sí, fue cuando acompañé a una amiga que bailaba en el programa de Marcelo Tinelli.
-¿Qué sucedió?
-Me puse atrás de la barra y él vino a saludarme al aire. Cuando me acercó el micrófono, empiezo a hablar grave y digo: “Este micrófono no anda, me hace voz de hombre”. Entre la radio y esa situación con Tinelli me empecé a hacer conocida, cada vez más. El cariño de la gente siempre fue impresionante, a veces me pregunto si soy merecedora de tanto afecto y tanto amor.
Tagliani desacralizó tabúes, al punto tal que se permite hablar de la “voz de hombre” con total naturalidad y humor. Jamás buscó anular su pasado y esa es una cualidad que la convierte en una figura muy empática y querida por el público: “Soy muy respetuosa, siempre fui así, pero no dejo que nadie se atreva a meterse en cómo contar mi vida. Mi vida es mía y tengo la libertad para contarla como yo quiera. Soy feliz habiendo sido Luis, si no hubiese sido ese Luisito, no hubiera tenido a la mamá que tuve ni vivido la vida que viví, ni hubiera llegado a ser la Lizy que soy ahora”.
La conductora insiste en que no acepta que se hable sobre ella, muchas veces con poco fundamento. Su lógica es singularmente clara: “Si me van a matar, que me maten por mi lengua y no por lo que dicen de mí. Además soy muy feliz siendo quien soy”.
Lizy se siente mujer desde los 13 años. A esa edad, donde la adolescencia comienza a estallar, sinceró sus sentimientos muy acompañada por su mamá: “En mi casa tuve la mayor aceptación, así que imagínate lo que me importa lo que digan los de afuera. Mi abuela y mi mamá eran así, vivíamos haciendo bromas sobre nuestras realidades, a veces de manera muy cruda”.
-Desacralizás la realidad, casi un sello de tu modo de ser.
-Tengo un humor muy ácido, seguramente por todo lo que he vivido, me he reído mucho de todo lo que me pasaba. A veces, también me reía de los otros, pero fui entendiendo que no a todos les puede divertir contar su propia historia. En realidad, contar y reírme era una forma de contarle a la gente lo que me sucedía. Entonces, hacía humor porque era travesti, bigotuda y pobre. Era como un espejo para mostrarle al otro mi realidad y decirle “no la cuentes porque ya la sé”.
-Más allá de la cuestión de género, tu mensaje de superación es muy importante para quien lo escucha, te ubica en un lugar referencial.
-No hago nada para ser referente de nadie, no me gusta ponerme en ese lugar, prefiero ser una persona que vive con convicción lo que siente y que va por eso. Si a alguien le sirve, de ejemplo o de no ejemplo, bienvenido sea. No me gusta la frase “mi libertad termina donde comienza la del otro”, porque creo que la libertad es infinita, sólo tiene que saber convivir con otras libertades y con las realidades de otros, eso nos hace hermanos.
En escena
Además de su tarea televisiva, Tagliani protagoniza la comedia Los Bonobos en el teatro El Nacional, junto a Peto Menahen, Oski Guzmán y Campi. La pieza se estrenó antes de la pandemia y, luego del freno que impuso la cuarentena, continúa en cartel con buena respuesta de público. Si bien no niega la trascendencia de trabajar frente a las cámaras, con la masividad que eso conlleva, reconoce que “antes de llegar a la televisión, en el under hacía shows para mucha gente, me seguían muchísimo. También me di cuenta que, cuando no estoy en el aire, en las redes no me bajan los seguidores. Creo que cada espacio funciona de manera diferente y que la gente te acompaña, si le gusta lo que hacés, al lugar adonde vayas y, si no es de su agrado lo que proponés, te da la espalda”.
Su presente como actriz de Los Bonobos completa su otra faceta artística: “La gente se lleva a su casa a cada uno de los personajes, es una propuesta coral donde cada una de las partes no puede estar sin la otra, algo que también reconoce el público”.
Boda
El 23 de marzo pasado, Lizy Tagliani se casó con Sebastián Nebot. Luego de contraer enlace legal en el Registro Civil, la fiesta fue tan divertida como estelar, al punto tal que hasta Mirtha Legrand acompañó al flamante matrimonio en aquella celebración organizada en un salón de Berazategui. “La vida de casada es una vida de aprendizaje”.
-¿Por qué?
-Te enseña a convivir, a respetarse. Soy hija única, criada por mi mamá en la pobreza, pero me ha consentido mucho, con lo cual tengo muchos vicios.
-A saber.
-Puedo sacar un pote de helado y servirme para mí, si veo que alguien me mira caigo en la cuenta que tengo que convidarle. Sebastián, en cambio, es todo lo contrario porque viene de una familia muy numerosa, en donde lo primero es ver las necesidades del otro y luego lo individual.
-Más allá de eso, ¿disfrutás de la vida matrimonial?
-Estoy súper enamorada y feliz. Hay un momento donde uno necesita un gran compañero de vida y lo encontré en Sebastián.
Lizy Tagliani habla y se ríe. Es una mujer que desparrama felicidad. Conversar con ella se convierte en una pócima de optimismo. “Cuento todo sobre mi vida, no me molesta, por eso cuando publican información equivocada pienso que se perdieron llamarme para que les pudiera contar la verdad”. Su honestidad es brutal, por eso no duda en confesar que la única vez que su marido piso el set de Got Talent Argentina fue para alcanzarle los “Dracu Dracu”.
-¿Qué son los “Dracu Dracu”?
-Los dos dientes postizos en la parte de atrás de la boca, me tengo que hacer algo fijo, pero no me gusta sufrir, ya sufrí mucho de chica, no quiero sufrir más.
Cada tanto aparece en su relato aquellos vestigios de una infancia y una juventud en la que hubo mucha lucha por la subsistencia y la realización personal: “De grande me di cuenta de eso, porque, cuando era chica, para mí era normal la vida que llevaba. De pequeña no entendía mucho sobre la pobreza o el no tener para comer”. Aquellos años junto a su madre transcurrieron en el barrio San Miguel en Burzaco y luego se mudaron a Adrogué.
Menciona La felicidad terrible, el libro que editó Hernán Casciari, donde expone ese derrotero que no fue traumático, a pesar de las insatisfacciones: “En mi infancia, no sufría la realidad, era eso, no había otra cosa. Hoy, los dolores me cuestan, por eso no hago muchas cosas que me pueden generar dolor. Hace poco me iba a aplicar bótox, pero cuando me iba a poner la anestesia salí corriendo. Si algún día, Dios no lo permita, tengo que entrar a un quirófano, aprovecho y me cambio las lolas y me pongo bótox”.
-Una especie de dos por uno.
-Si me tienen que dormir para algo importante, que me hagan todo.
Infancia definida en la pobreza, pero sin padecimientos, fruto del trabajo de su madre, que dibujaba la realidad a su modo: “Mi mamá se ha ido a dormir sin comer, pero yo no. Algo hermoso de ella era no quejarse, jamás me dijo que “no teníamos para comer”. La organización de las cenas define a esa mujer que trabajaba de sol a sol: “Ahora se llama brusqueta, pero nosotras no le poníamos ese nombre. A la noche, mi mamá gritaba “a comer, a comer” y en la mesa estaban esos panes con un poco de salsa o aceite arriba, un mate cocido y a la cama, pero jamás ella me hizo sentir que no teníamos nada, que la pasábamos mal. Si la cena eran esos panes, había que agradecer. Se servía la mesa y se comía lo que había”.
También aquella sabia madre le inculcó el respeto al otro y los valores solidarios: “En mi casa hubo inclusión siempre. Me acuerdo que teníamos un vecino, que era muy afeminado, al que llamábamos El Petiso, y al que, una vez, lo mandé a que me comprara un alfajor. Cuando mi mamá me escuchó me dijo: “Acá nadie es empleado de nadie, si querés un alfajor vas vos a coprarlo” y me pegó un cachetazo. Y si El Petiso venía y decía que se llamaba Andrea, no había que reírse ni burlarlo, se le decía Andrea, como él quería”. También recuerda aquella vez en la que, viendo el programa del animador Quique Dapiaggi, le causó risa la forma en la que se cantaban las coplas jujeñas y su madre le dijo que nadie tenía derecho a reírse del otro. “No podría reproducir sus palabras porque era bastante mal hablada. Me sacó la comida y me mandó al patio. Así como era recta y exigía respeto para los demás, también me enseñó a que yo me hiciera respetar”.
-Cuando Lizy va emergiendo en vos, tu madre ¿puso algún obstáculo?
-Jamás tuve la necesidad de explicarle nada. Ella no daba explicaciones sobre su vida y no me pedía que yo se las diera, más allá de estar atenta a las cuestiones del colegio o a que yo estuviera sana y bien, pero, para todo lo demás, me dejaba hacer con total libertad. Si yo hablaba, hablaba, y si no lo hacía, estaba todo más que bien. Cuando me hice los pechos, ni siquiera le avisé para no preocuparla con la internación.
En esos tiempos, Lizy era una peluquera reconocida que comenzaba a ser frecuentada por figuras del espectáculo. A aquella transformación de su cuerpo -el reflejo de su sentimiento de identidad- fue acompañada por una amiga. La operación no fue del todo buena y algún sangrado de más la preocupó. “A pesar de todo, me volví a mi casa en un remise. Cuando le pedí a mi mamá que me ayudara a bajar, salió a la calle preocupada, pensando que había tenido un accidente. Enseguida le dije que me había hecho los pechos y todo siguió como si nada”.
Hace unas semanas, en una entrevista que le realizó Georgina Barbarossa en el ciclo La peña de morfi, Lizy contó que en su infancia había sido abusada reiteradamente por un familiar. Aquella charla se convirtió en desgarradora.
-¿Te arrepentís de haberlo contado? ¿O considerás que podés ayudar a otras familias que pasen por lo mismo?
-No me arrepiento, lo tengo asumido y superado, aunque es algo que me duele y me hubiese encantado que no me sucediese, pero es parte de mi vida. Evidentemente, había en mí un deseo de decirlo. No me arrepiento de lo que hago o digo, si ocurre es por algo y si me equivoco también está bien. No estoy de acuerdo con la gente que se guarda cosas porque no queda bien decirlas. Hay que decir lo que se siente y pagar el precio por contar algo, pero es la única forma que se va a exorcizar de uno. Lo que se guarda, en algún lado está latente.
-¿Pensás en la maternidad?
-Sí, claro, es algo que tengo en cuenta, aunque nunca me imaginé madre. Tengo 52 años y eso quizás sea un prejuicio social de mi generación, siempre me imaginé tía de los hijos de mis amigas. Cuando era más chica, ni siquiera me permitía pensar en la pareja, me imaginaba sola sin ningún tipo de relación. Con el tiempo descubrí que sí podía enamorarme, tener una pareja y comprendí que podía ser mamá.
-La maternidad, ¿es una necesidad?
-No sabría bien cómo explicarlo, si bien con Sebastián hicimos los trámites de adopción, no tengo la necesidad de escuchar que alguien me diga “mami”. No hay en mí una necesidad de una mamá típica para la foto, el colegio o la tapa de revista.
-¿Cómo sería ese vínculo?
-Quiero darle a alguien que lo necesite un bienestar y los valores que a mí me inculcaron, sin la convención de la maternidad. Si me va a decir mamá, me voy a emocionar mucho, pero si tiene ganas de llamarme Lizy, también estará bien. Si esa criatura me elije como su madre, seré muy feliz, pero lo que busco es acompañar a alguien a que tenga todo lo que necesita, desde alimentación y educación hasta amor. Sería lo más hermoso de mi vida que esa personita llegue a mi vida, pero no lo obligaría a que me diga mamá.
-¿Cómo te llevás con Costa y con Florencia de la V?
-Costa es mi amiga del alma, un ser humano precioso, alguien muy importante en mi vida, es como un ángel de la guarda, cada vez que me duele algo, por alguna razón llama para preguntarme cómo estoy, es como si presintiera. Con Flor de la V nos cruzamos miles de veces, pero no tenemos mucha relación, nos veíamos más cuando yo era peluquera de Jorge Ibáñez, pero luego de que él falleció no tuve más vínculo. Seguramente ella estará en desacuerdo con un montón de cosas que yo hago, como yo puedo estar en desacuerdo con algo que ella hace, como sucede con cualquier ser humano.
Además de su tarea artística, Tagliani estudia abogacía en la Universidad de Lomas de Zamora: “No sé si tengo vocación de abogada, quería estudiar algo en esa institución porque, de chiquita, pasaba en colectivo por allí y veía cómo los alumnos subían con carpetas enormes. Me acuerdo que le preguntaba a mi mamá si alguna vez yo iría a la facultad y ella me respondía que sí, que todos los jóvenes iban a la facultad. La vida me llevó a terminar el secundario con esfuerzo y siempre me quedó esa asignatura pendiente”.
“Una vez le conté la anécdota al doctor Fernando Burlando y a su mujer Barby Franco y me impulsaron a inscribirme. Me podía haber anotado en otra carrera, pero, ahora que comencé a cursar, me comenzó a apasionar la abogacía, como instrumento para entender y ver qué se puede cambiar”.
-En las últimas PASO, el candidato más votado fue Javier Milei, de perfil conservador. En caso de ser elegido presidente, y dado su mensaje, ¿considerás que algunas libertades, inclusiones y derechos adquiridos pueden correr peligro?
-Prefiero no opinar sobre ese tema.
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