Libertad Leblanc, la femme fatale que se prometió no volver a depender de un hombre
La actriz estuvo casada con el productor Leonardo Barujel y mantuvo un affaire con el cantante Plácido Domingo, pero nunca quiso dar nombres de los romances que pasaron por su vida
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Acaso el asesinato de su padre, cuando ella tenía tan solo un año, le forjó a Libertad Leblanc un temple libertario. Fue fiel a ese nombre de bautizo. No se ató a mandatos. Así fue como decidió transitar su camino por el mundo de la actuación de tintes eróticos o cada vez que decidió con quién quería compartir su vida, aunque, y a pesar de su rol de femme fatale, tuvo menos amoríos de los que se podría suponer, prejuicio mediante y emparentado el rol artístico con la vida terrenal de Libertad María de los Ángeles Vichich, tal su real identidad. Con todo, se ufanaba de su aptitud para el sexo. Sin embargo, el desparpajo para hablar de sus habilidades amatorias se contraponía con una discreción absoluta a la hora de dar nombres.
Su muerte, acontecida anoche a sus 83 años, quizás algunos más, cierra una etapa del poco transitado cine nacional erótico. Su partida, que se suma a la de Isabel Sarli, fallecida el 25 de junio de 2019, da por concluida toda una época de la cultura popular que hoy se observa naif, pero que, en su tiempo, fue catalogada de escandalosa. La “diosa blanca”, como la definieron a Leblanc, no tenía grandes dotes para la actuación. Acaso su mayor potencial estaba dado por ese personaje que ella creó de sí misma, por los misterios en torno a sus amores, por esos pocos hombres que la acompañaron formalmente y aquellos otros de los que nadie supo nada. Mujer de escasos amores y de infinidad de sábanas compartidas con señores fugaces que ella eligió.
Leblanc se exhibió, mostró su cuerpo desnudo, generó fantasías en el público, pero jamás se dejó cosificar. Así en la vida como en el cine. Siempre llevó la voz cantante de sus relaciones y, también, en su carrera. Jamás tuvo manager, acaso por la aversión que le generaba el rubro, luego de separarse de su primer marido o porque gozaba del dinero y no quería que nadie se adueñara de lo suyo. Tenía propiedades costosas aquí y allá. Y ese allá era Europa.
El primer beso
En su juventud, su madre quiso que se vinculara con un militar de la Marina, pero la cosa no prosperó. Libertad, que había estado pupila en un colegio religioso de la ciudad de Trelew, empezaba a demostrar su temple. Aquellos años de la adolescencia en los fríos claustros de la Patagonia fueron sembrando en ella el espíritu de independencia. Tal su rebeldía que fue echada en cuatro oportunidades del María Auxiliadora, la casa de estudios en la que vivía de lunes a lunes. De todos modos, ya con su madre y su padrastro trasladados a Buenos Aires, se recibió de maestra e intentó con la psicología. Lo suyo no era eso.
Con el deseo de triunfar en Buenos Aires, de convertirse en diva del cine nacional, Leblanc golpeó puertas una y otra vez. Su llegada a la gran ciudad era, además, la posibilidad de emprender una vida con valores propios y sin ser juzgada con la mirada de los demás, como le había sucedido tantas veces en su terruño rionegrino.
Su melena platinada y su piel extremadamente blanca rápidamente sedujeron a los productores porteños. Su apellido artístico la definía, cabalmente, en francés. El inicio en la fotonovela, género arraigado en su época, la llevó a conocer al empresario y representante de celebridades Leonardo Barujel, quien, no solo le dio un gran impulso a su carrera, sino que también fue su marido y el padre de Leonor, su única hija, radicada en Suiza junto a su pareja e hijos.
Barujel descollaba como productor teatral, y descubridor y representante de estrellas. Uno de sus fuertes era la organización de shows de figuras internacionales como Charles Aznavour, Josephine Baker o Maurice Chevalier. Libertad Leblanc tenía solo 17 años cuando se casó con él, poco tiempo después de conocerlo. La familia de ella jamás aceptó esta relación.
El matrimonio tan solo duró tres años y el final aconteció cuando habían pasado ocho meses del nacimiento de Leonor. La separación fue escandalosa. La decisión habría sido tomada por Leblanc, cosa que su marido jamás le perdonó. Se dijo que él hacía lo imposible para que Libertad no tuviese trabajo. Despechado, apelaba a sus contactos para que su exmujer no fuese contratada. Fueron tiempos duros para Libertad. Una prueba de la vida como lo fue aquella supervivencia infantil en el colegio.
La flor del Irupé
Luego de aquel matrimonio, la actriz decidió no depender nunca más de un hombre. Se manejó con libertad en su vida y en su carrera. Hubo por allí, se dijo, un amorío con un director técnico, pero aquello no logró apartarla de su camino de discreción. Tampoco hizo alardes, hasta que lo insinuó en el programa Confrontados, de un vínculo con el cantante Plácido Domingo.
Cuando pisó fuerte en Brasil, Joao Goulart, quien fuera presidente de ese país, había intentado seducirla por todos los medios posibles. Ante la negativa de Leblanc, que jamás se enredó entre sábanas con alguien que no le atrajera, debieron custodiarla hasta su salida del país. Eran tiempos donde sus películas, en algunos mercados europeos y asiáticos, competía de igual a igual con las de Sophía Loren.
A pesar de ser cauta y de no revelar el nombre de sus amantes, siempre dejó en claro que no podía vivir si tener un caballero en su cama. Escandalizó hablando de sexo sin tapujos, con naturalidad. Fue una mujer empoderada, cuando aún el término no estaba difundido. Siempre se dio corte de una vida de lujos, como poseía propiedades en Europa, pasaba gran parte del año en España o Suiza. Aquella vez que se tiró a una piscina desde un trampolín con un traje a lunares en pleno Festival de Cannes, fue la llamada de atención para productores que vieron en ella a la bomba sexy que necesitaba el cine nacional. Filmó más de 40 películas que se exportaron a mercados insólitos. Ella elegía el elenco, sobre todo a su coprotagonista, y negociaba sus contratos con férrea decisión. Fuego en la sangre y La venus maldita fueron algunos de sus títulos más recordados. A diferencia de Isabel Sarli, Leblanc se atrevió con el policial.
En cierta oportunidad, participando del Festival de Cine de Colombia, recibió joyas y una invitación a desayunar. Leblanc, desinhibida, aceptó la invitación y se presentó puntual. El joven que quería agasajarla no era otro que Pablo Escobar Gaviria. Libertad siempre negó un encuentro más íntimo con el oscuro personaje. Al menos, eso dijo públicamente.
En la vida privada, no se dejaba amedrentar por nadie. Decía que lo suyo era seducir, que mostrarse desnuda era un incentivo para la gente y que jamás se sintió una mujer cosificada. En las entrevistas, cuando le elogiaban el cutis terso, no dudaba en responder que era consecuencia del buen sexo. Cuando el VIH irrumpió en el mundo, ella misma reconoció que frenó sus impulsos intempestivos y la vida algo promiscua.
Ayer murió la bomba sexy que, paradójicamente, se reservó la identidad de sus decenas de amantes. Habló de sexo siempre, pero sin nombres propios. Una dama.
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