Al tiempo que ensaya la obra Perdida Mente, dirigida por José María Muscari, repasa su carrera y habla de “la nueva normalidad”, de política y de los amores de su vida y sus frustraciones
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Aunque de pequeña, en su Paraná natal, parecía una niña dócil que asumía más responsabilidades de las que le correspondían, en la adolescencia desarrolló un carácter rebelde y decidido que nada ni nadie podía doblegar. Ya en Buenos Aires, estudió Filosofía y Letras, militó en la Juventud Peronista y luego dio un volantazo para convertirse en actriz. En sus comienzos hubo de todo: desde un polémico personaje en Rolando Rivas, taxista hasta una película junto a Jorge Porcel. En 1980, gracias al protagónico en la telenovela de los mediodías de ATC, Rosa de lejos, conoció la popularidad absoluta y también los sinsabores de la fama. De ambos huyó junto a sus hijos rumbo a España. Antes, durante y después mantuvo romances variopintos que hoy le dejan un sabor a nada.
A esta altura Leonor Benedetto cuenta en su haber con una extensa trayectoria como actriz de teatro, cine y televisión y también acredita títulos como directora de cine, escritora y conductora de televisión. Muy lejos de pensar en el retiro, esta feminista de pura cepa -que rechaza los términos “abuela” y “jubilada” para referirse a una persona mayor, como ella- destina ahora todas sus energías a Perdida Mente, la obra de Mariela Asensio y José María Muscari (basada en textos de Facundo Manes), que con dirección de Muscari subirá a escena el 22 de septiembre en el Multiteatro, y que la tendrá como vértice principal de un elenco conformado por Ana María Picchio, Karina K, Julieta Ortega y Patricia Sosa. Al finalizar la primera semana de ensayos de la comedia, Leonor se toma una pausa para conversar con LA NACION y recorrer los distintos momentos de su vida y su carrera.
-Empecemos hablando de tu infancia en Paraná, Entre Ríos. ¿Cómo eras de chica? ¿Es verdad que te decían “Pelusa”?
-Sí, me decían Pelusa y La Gringa. La Gringa porque la familia de mi madre es toda gente morocha y yo era muy blanca, algo que evidentemente viene de la rama paterna (italianos del norte). Todavía hay gente que me llama Pelusa. Ayer, justamente, estuve pensando cómo era de verdad mi infancia, no lo que se contesta formalmente o para quedar bien. Mi recuerdo de la infancia es que yo tenía una responsabilidad extrema, demasiado para ser una niñita. Yo soy 10 años mayor que mi hermana menor y mi sensación es que me hice cargo a los 10 años de ella, pero quiero que quede bien en claro esto: no lo vivo ni lo viví en su momento como si fuera un peso o una carga, jamás.
-¿Y por qué te hiciste cargo de tu hermana siendo una niña?
-Porque mi madre era una loca linda, que salía con mi padre todas las noches y yo me quedaba al cuidado de una beba recién nacida. No hay tragedia ni relato lacrimógeno en mi infancia; ni siquiera cuando recuerdo a mi abuela, que probablemente sea el personaje más importante de mi vida, o mejor dicho, el más interesante, porque fue un modelo de ser humano extraordinario. Recién hace como 20 años tomé conciencia de lo pobre que era mi abuela; sin embargo, jamás la escuché quejarse ni hacérmelo sentir. Si hoy estuviera con una persona como ella a lo mejor la consideraría como alguien que necesita ayuda, que no está demasiado bien; no obstante, fue una gozada la infancia junto a ella, desde todos los puntos de vista. Empezando por lo que cocinaba, que era comida de pobre: para mí el hígado frito con cebollas era “la comida” y el café con leche con pan con manteca qué decir. Me acuerdo haber pensado: ¿cómo sabe ella que es esto lo que a mí más me gusta? No sabía nada, simplemente era lo único que tenía. Eso, probablemente sin conciencia, yo lo absorbí y me inoculé y por eso hoy me jacto de ser una persona que no se queja de nada, pase lo que pase.
-¿Ya tenías personalidad y carácter o eras una niña sumisa?
-No, no era una niña dócil, pero lo parecía porque no cuestionaba nada, de hecho nunca le cuestioné a mi madre lo de mi hermana. Cosas que ahora la psicología consideraría atroces, como que una niña de 10 años se quede a cuidar una beba recién nacida, siempre me parecieron natural y así las viví en su momento.
-¿Tu primer acto de rebeldía fue ante tu padre cuando abandonaste la Facultad de Filosofía y Letras para inscribirte en el Conservatorio de Arte Dramático?
-No, mi primer acto de rebeldía fue pasarme todo un año en la facultad de Filosofía y Letras vestida con una falda gris de internado y un suéter de mi padre. Era pleno existencialismo y querer ser linda era mirado con desprecio; si el modelo era Simone de Beauvoir, ¿cómo alguien podía pretender ser bonita? Se miraba mal, por ejemplo, a una chica que iba al baño y se pintaba la boca. No se podía ser bella e inteligente. Después empiezo a ir al Conservatorio de noche, en simultáneo con Filosofía, y a escondidas de mi padre. Mi madre sí lo sabía y me apoyaba, es que así yo creo que ella se realizaba. Pero después de un tiempo... hubo que decirle, pobre hombre, y ahí no la pasó bien, pero no le quedó más remedio que aceptarlo. Mi rebeldía fue y sigue siendo sin un grito, sin `acá se hace lo que digo yo´, sin pancartas. Soy una rebelde, sí, pero mansa en apariencia. Pero desde muy chica tuve claridad sobre el camino a recorrer.
-A simples rasgos, tu historia laboral se podría dividir entre trabajos “livianos” y otros más comprometidos. ¿Qué recuerdos tenés de tu película con Jorge Porcel, El gordo de América, y otras como Atrapadas y Las lobas?
-Lo de Porcel... fue por necesidad, necesidad de trabajar. Yo me casé y tuve mis hijos siendo muy joven; de hecho, a mi hija mayor la tuve cuando estudiaba en el Conservatorio Nacional de Arte Dramático. Entonces hice cosas que no me gustan nada, como esa película y algunas otras, que prefiero no recordar. No rechazo haber hecho Atrapadas, sobre todo por la honradez con la que se la publicitó. El aviso decía algo así como “sexo, violencia y corrupción”, no decía “después de ver esta película usted va a salir del cine siendo una mejor persona”. Y además fue hecha con cuidado, dentro del género, claro; podía no gustarte el género pero ese género estaba bien hecho. Ya en Las lobas todo se fue para la banquina. Era el mismo equipo, pero fue lo que se hace para aprovechar. `Ah, esto anduvo bien, entonces vamos a hacer lo que la gente quiere´, frase que me irrita. En Las lobas claramente no hubo una determinación artística sino el impulso de hacer dinero.
-En la telenovela Rolando Rivas, taxista interpretabas a la esposa de un montonero y en el film Un lugar en el mundo, a una monja tercermundista. En lo personal, ¿cómo fue tu derrotero ideológico-político? ¿Siempre defendiste los mismos ideales o fuiste cambiando a través del tiempo?
-Siento que siempre seguí los mismos ideales y sigo con ellos, pero no son ideales que entren en un partido político. Yo siento que hay pocas cosas más parecidas a ser esclavo que ser militante. Opinar, por lo menos públicamente, porque hay una orden, cuando yo ideológicamente no estoy de acuerdo, me parece de las peores cosas. La única vez que milité fue, siendo bastante joven, en la JP, la Juventud Peronista: íbamos con un grupo de actores a cantar a las villas; en fin, la nuestra era una militancia bastante chirle y cuando se planteó desde ese mismo grupo apoyar la violencia, bueno, yo me fui y no volví nunca más.
-Eso en tu juventud. ¿Y después?
-No cambió mucho. Yo no volví a militar ni volveré a ningún partido político, pero el humanismo y la libertad son mis nortes ideológicos, yo no me puedo ir de ahí, no hay nada superador hasta ahora.
-¿Qué opinás del rol que ha tomado la mujer en la arena política? ¿Están dejando bien parado al género?
-Las mujeres pueden ser modelos geniales, como de hecho algunas lo son o desastres. Igual que los hombres. Me niego a generalizar. Dos ejemplos bien diferentes, a lo largo de nuestra historia, fueron Evita e Isabelita.
-¿Te gustaron los gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner?
-El primero, bastante, pero no me manejo por gustos.
-¿Qué te pareció la explicación del Presidente responsabilizando a su mujer de lo ocurrido en la Quinta de Olivos?
-No puedo creer que un presidente diga que fue idea de su mujer. Entonces yo, como ciudadana, tengo derecho a preguntar: ¿y entonces quién manda? Que venga Fabiola y diga lo que hay que hacer. Más que enojarme todo esto me parece poco interesante y no es que esté suavizando el asunto. A mí lo mejor que me puede pasar como individuo pensante es algo que me interese, algo que me atraiga. Bueno, este gobierno me parece poco interesante.
-Más allá de lo partidario, vos siempre te definiste como una feminista. ¿Cuánto ha avanzado el feminismo en los últimos tiempos? ¿Realmente tanto como parece?
-El feminismo es mi tema, el gran tema de mi vida. Lo que pasa es que el feminismo en sí es como un pavo real que abre la cola, y de un lado hay prácticamente una radicalización contra los hombres y del otro, casi un desinterés total por el movimiento. En medio de todo esto están los insultos –tanto de hombres como de mujeres-, que llegan hasta la violencia, rechazando el feminismo. Es imposible hablar de feminismo en términos de generaciones o de franjas sociales, para mí el feminismo es como un electrocardiograma, con sus subas y bajas. En la Argentina hubo un gran movimiento, a principios del siglo XX, conformado por las mujeres cuyos nombres hoy son calles en Puerto Madero. Me parece que el feminismo es un movimiento como en oleadas, que se parece al dibujo del ADN, a una espiral. Hoy la tecnología ha permitido que se conozca mucho más sobre la historia del feminismo y sus conquistas a lo largo de la historia, que en los últimos tiempos, sí, han sido notorias. De todos modos, aún falta mucho por lograr. En cuanto a mí, si miro para atrás, tengo mucho para agradecer a alguien muy especial en mi vida, en mi carrera y en mi camino feminista: María Herminia Avellaneda. Fue una de las personas más cultas que conocí, a la que le debo la señalización de un camino ético-intelectual-feminista que le voy a agradecer toda la vida. Yo hice Rosa de lejos dirigida por ella. María Herminia Avellaneda fue quien decidió que el personaje fuese una heroína y no una víctima. Y así fue: Rosa de lejos fue la primera feminista de la televisión.
-La popularidad te llega en 1980 con Rosa de lejos, ¿qué fue lo mejor y lo peor de semejante suceso?
-Lo mejor fue el propósito que tuvo María Herminia Avellaneda de despertar a las mujeres, instarlas a que trabajen, a que tengan un proyecto de superación personal, a que no sean dependientes, a que ganen su propio dinero. Y lo peor fue de orden personal: fue haberme enfrentado a lo que los demás llaman éxito y que es algo realmente salvaje. Ahí me di cuenta que no quería eso para mí y me fui a España.
-Como todo lo que tocabas era oro, después de Rosa de lejos ATC hasta te produjo un disco solista. ¿Lo escuchás de vez en cuando? ¿Qué sentís?
-¡Vergüenza! (risas). Esa fue una de las cosas que yo en ese momento no tenía fuerzas suficientes para negarme a hacer. Si esto me hubiera pasado un poco más adelante, cuando tomé conciencia de mi posible libertad de elección, no me lo hubieran hecho grabar ni a palos. La grabación de ese disco fue parte del paquete que te endosan cuando tenés mucho éxito. Hay como una especie de enjambre alrededor de la persona que tiene éxito que se encarga de que hagas hasta lo que no querés, y así quedás presa de tu propio éxito.
-¿Luego te fuiste a España para escapar de ese estilo de vida o para dejar atrás el estereotipo erótico al que se te asociaba, tras protagonizar los films Atrapadas y Las lobas?
-Yo me fui porque ese tipo de vida que tuve por casi dos años posteriores a Rosa de lejos no lo podía sostener. Todos los días me decía: “Yo no pudo vivir más así”. Me molestaba la intromisión permanente en mi vida privada y vivir con guardaespaldas me parecía la ridiculez más grande del mundo. Lo que los demás llaman éxito, o por lo menos lo que fue en mi caso, lo sentí como una especie de trampa del destino. “Acá tenés esto, que todo el mundo desea: fama, dinero, belleza”. ¿Y qué tenía que hacer yo con eso? ¿Entregar mi vida a cambio? No, ni en la peor de mis pesadillas eso formó parte de mi plan vital de vida.
-Por ese entonces vos habías tenido varios desencuentros amorosos. ¿La relación con José Sacristán, en España, te reconcilió con el género masculino?
-No, ningún hombre me reconcilió con el género masculino. Tampoco estuve peleada con alguno como para decir que me reconcilié... Yo respeto muchísimo a los hombres, ser pareja es otra cosa. Es algo sustancialmente diferente. Conozco hombres inteligentísimos, cultos, buena gente, buenos padres, buenos amigos, pero en muy pocos de ellos está disuelto esa especie de gen de superioridad sobre las mujeres. Hay que ser un hombre muuuuuy inteligente para salir de ahí, de ese lugar que, además, los convierte en prisioneros.
-¿José Sacristán fue lo suficientemente inteligente o no?
-No, no lo fue. Por eso, en parte, se terminó la relación.
-¿Podemos decir que en España comenzó tu etapa más intelectual?
-Sí, claramente. Yo soy una persona de mucha suerte y con esto no me estoy apartando del tema, ¿eh?, porque cuando miro hacia atrás me doy cuenta que tuve guías que me fueron marcando el camino, como cuando vas por la ruta de noche y pensás que te perdiste hasta que de repente aparecen carteles con señalizaciones. Bueno, lo de España fue algo así. La suerte que tuve en ese caso es haber llegado a España después de la dictadura de Franco y en pleno gobierno de Felipe González. Eso fue vivir en cuerpo, carne y espíritu lo que es una democracia, una democracia ilustrada, además, en contacto con gente fantástica, cultísima y a la vez flojos, porque para ellos la cultura no era un cartel que los alejaba de los demás, todo lo contrario. Eso fue algo muy vital para mí. Estudié cine con Pilar Miró y en Madrid trabajé con las mujeres, con el feminismo, mucho más de lo que podía hacer acá. Bueno, en realidad acá yo no podía hacer nada. Y después, cuando volví, en 1995, me pasó lo mismo. Yo pensaba que las feministas argentinas me iban a recibir con los brazos abiertos y lo único que querían era matarme.
-¿Por qué? ¿No te tomaban en serio?
-Tal cual. Según ellas yo era una recién llegada al feminismo y, como si se tratara de una cuestión jerárquica, yo no merecía ser aceptada como una más. Al parecer yo tenía que ir haciendo el caminito, pasito a pasito, y rechazaban que el ambiente, precisamente por ser conocida, me ofreciera cosas que tal vez a ellas les costaban un montón de tiempo y esfuerzos conseguir. No lo soportaron, evidentemente hubo ahí un tema de celos y competencias.
-En teatro integraste varios elencos femeninos: en Vita y Virginia, Tres mujeres altas, Eva y Victoria y Brujas. ¿Cómo es trabajar en escena exclusivamente con mujeres y cómo fueron cada una de esas experiencias?
-A mí me encanta trabajar con mujeres y todas estas experiencias destruyen completamente ese folclore de que las mujeres nos agarramos de los pelos y que competimos. Mis experiencias con actrices jamás fueron así. Yo padecí a las mujeres en esto otro que te acabo de contar, dentro del feminismo, pero no en el trabajo. Además estos trabajos sembraron y abonaron amistades femeninas que fueron y son para siempre. Yo fui amiga del alma de Elena Tasisto hasta el día de su muerte, soy amiga de Carola Reyna, soy amiga de Julieta Cardinali, y cada vez que me encuentro con el elenco de Brujas no existe ningún problema.
-A propósito de Brujas, ¿por qué no te sumaste al elenco en esta nueva temporada? ¿No te convocaron o ya no te interesó la propuesta?
-Sí, me convocaron. El tema no tuvo que ver estrictamente con Brujas y mucho menos con las actrices, sino con que yo sentí -y con esto que es completamente personal no pretendo dar cátedra ni hacer proselitismo- que no podía seguir haciendo algo que ya había hecho, que el mundo está viviendo un proceso por esto de la pandemia, donde han muerto millones de personas, y estamos yendo hacia otro mundo y si de mí depende no quiero volver al mundo que era.
-¿No querés volver a la normalidad anterior?
-No, no, en lo más mínimo porque era una normalidad injusta, desigual, con desniveles salvajes entre las personas. Yo creo que podemos ir hacia una normalidad mejor, pero seguramente no todos. Creo que hay decisiones personales que deben ser tomadas, yo me inscribo en esas decisiones, yo quiero cambiar. Yo quiero salir mejorada de la pandemia, pero como tengo una responsabilidad porque soy una artista, yo escribo, yo actúo, he estado dando clases por Zoom a la escuela 31 de La Plata para chicos de secundario, y voy a seguir haciéndolo, creo que tengo que agotar las instancias para poner lo mío al servicio de un cambio de verdad.
"No quiero volver al mundo antes de la pandemia porque era una normalidad injusta, desigual, con desniveles salvajes entre las personas"
-¿Brujas formaba parte de “la vieja normalidad”?
-Sí, y yo quería otra cosa.
-Entonces aparece Perdida Mente, ¿no?, donde además volvés a compartir escenario solo con actrices.
-Acepté este trabajo porque es algo nuevo. Además me encanta el tema que desarrolla y cómo termina. Lo que más me atrajo fue el texto. No sé si será perfecta la obra, pero estoy encantada con ella. Está basada en varios libros de Facundo Manes sobre el funcionamiento del cerebro. Mi personaje es una jueza que empieza a perder la memoria, integra la Corte Suprema de Justicia y justo en ese momento tiene que tomar decisiones muy importantes para el país. Tiene una especie de ladera de toda la vida, una secretaria, que interpreta Ana María Picchio; también una hija, que es Julieta Ortega; una hermana, que afrontará Karina K y además está la administradora de sus bienes, rol que encarnará Patricia Sosa. Entre todas desarrollamos una ceremonia desopilante. Perdida Mente no tiene un género unidireccional, pasa de la comedia enloquecida a fragmentos de textos filosóficos sobre el funcionamiento del cerebro. Dará que hablar.
-Muchos actores ansían trabajar con José María Muscari, pero algunos no se animan. ¿Cómo está resultando el proceso de trabajo con él?
-Hace mucho tiempo que no me encontraba con un director con esas herramientas. Es absolutamente agotador ensayar con él y a la vez es como si te pusieras las botas de Las siete leguas porque avanzás a mayor velocidad y comprensión de lo imaginable. Nunca me pasó algo así. Sabe lo que quiere, es expeditivo y muy generoso. Me gusta, tiene un estilo nuevo, que es lo que yo estaba buscando. Su estilo no es fácil, pero me encanta.
-La obra habla, entre otras cosas, de la pérdida de la memoria. ¿Le temés al deterioro cognitivo en este momento de tu vida?
-No. Si yo me caracterizo por algo es que tengo muy pocos miedos. De hecho, durante la pandemia, me he cuidado y me sigo cuidando, pero tuve Covid y no temí por mi suerte. Lo transité mansamente. Mi estructura de personalidad es así, no soy de tener miedos. Vendrá lo que vendrá y le pondré el pecho.
-¿Y al paso del tiempo?
-No, y cada vez menos. Hoy no pierdo tiempo pensando en eso. Obviamente pienso en la muerte, pero la plenitud que yo tengo ahora no la he tenido nunca. El funcionamiento de mi cerebro y de mi inspiración, la calma de mi espíritu, no la tuve jamás.
-Este año cumplís un número importante de años, un número redondo. ¿Lo podemos anunciar o seguís sin confesar la edad?
-No, ya no. En este momento tengo 79 años y, sí, el próximo 30 de octubre cumpliré 80. Si siguiera con eso (de la negación) estaría muy atrasada. Ahora lo importante es saber qué hacer con estos 25 años de más que se han sumado (a las expectativas de vida), que no son 25 años yendo a la plaza a darle de comer a las palomas. Hoy la gente de mi edad es muy activa y ocupa roles que a la sociedad le hacen falta. Cada vez que escucho en la tele eso de “le robaron a una abuela” o “volcó un ómnibus con 28 jubilados” me indigno. ¿No podrían decir 28 personas? Eso habla de un fatal prejuicio, la palabra abuelo o jubilado parecería decir “ya está, ya fuiste”, es dicha como algo estigmatizante. ¿O cuando quieren hablar en contra del Gobierno y ponen la foto de dos manos avejentadas apoyadas en un bastón? ¿Por qué hacen eso? ¿No son conscientes de que están inoculando una idea falsa de la vejez ante la gente más joven?
-¿Se puede ser sexy a los 80? ¿En qué consiste la sensualidad a esta edad? ¿Cómo se manifiesta?
-La sensualidad a esta edad y a cualquier otra es lo mismo: es el goce y el disfrute de todo. Lo que pasa es que, erróneamente, desde los medios se la circunscribe al ejercicio genital, pero no es así. Ante un concierto, ante una pintura, ante una amistad también puede aparecer el erotismo. Hoy, por ejemplo, tengo todo mi eros puesto en los ensayos, que disfruto como loca. A mi edad el disfrute de la vida es terriblemente atractivo y sensual.
-¿Te sentís más sensual ahora que a los 20?
-No, más no, pero sé que soy una persona atractiva, literalmente una persona que atrae. Tampoco nunca me lo propuse. Nunca dije: ahora me voy a poner sexy, voy a lucir un escote así y voy a sacarme una foto parando la cola. Nunca lo hice. Por otra parte, yo creo que la sensualidad está en la mirada. Cuando te importa de verdad el otro y estás conectándote con un ser humano ahí se produce un hecho erótico, indiscutiblemente, y eso es atractivo.
-Recientemente dijiste sobre tus exparejas: “Miro para atrás, los pongo a todos en fila y pienso: ¡De la que me salvé!”. ¿No rescatás a ninguno?
-No. Los veo y digo: `Pero, claro, si querían eso que tienen ahora, no podían quedarse conmigo´. Así que no, no rescato a ninguno. Todos querían lo que más rechazo, eso de “la chica que camina un poquito atrás”.
-¿Cuál fue, de los conocidos, el que más se acercó a tu ideal de hombre o de pareja?
-Hubo uno, pero no es de los conocidos: es el padre de mis hijos.
-¿Y entonces por qué te separaste?
-Él tenía problemas... problemas con los que yo no podía vivir.
-¿Te referís a adicciones?
-Sí, pero era un hombre extraordinario, yo sé que si hoy estuviera vivo y conmigo sería el hombre más generoso del mundo y celebraría la mujer en que me he convertido. En cambio, miro a los demás y creo que ninguno de ellos celebraría la que soy hoy.
-¿Hoy estás en pareja?
-No.
-¿De todos modos le das una chance al amor?
-Yo no estoy cerrada a nada, pero tengo la nariz más larga que Pinocho y olfateo inmediatamente cuando alguien me puede dañar. Es demasiada valiosa mi vida en este momento como para modificarla por un hombre. Hoy escribo, estudio, hago cursos y trabajo como actriz, no sé si alguien se bancaría mi vida. Tiene que ser una persona muy satisfecha de sí misma, con éxito propio y alegría por ser como es. No quiero más un hombre que me exhiba como un trofeo o me esconda. Hoy eso me parecería muy aburrido.
Agradecimiento: Hotel Four Seasons
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