Leonardo Simons: a 24 años de la trágica muerte del conductor que se construyó a sí mismo
Explicarle a alguien que no lo conoció quién fue Leonardo Simons como figura televisiva no es fácil. Tal vez el mejor camino sea trazando paralelismos con algunos de sus colegas de la actualidad: decir que tenía la impronta popular de Marcelo Tinelli, la capacidad de llevar a buen puerto un programa de entretenimientos a como dé lugar como Guido Kaczka, un talento para el furcio y para reírse de sí mismo como Marley. Sí, puede ser que así se entienda.
Y probablemente haya más comparaciones posibles, porque en apenas 28 años Simons marcó un camino en la historia de la tele que fue seguido por muchos conductores, tanto cuando estaba vivo como luego de su trágica muerte, en 1996.
Un camino de éxitos que comenzó por casualidad; o mejor dicho, por necesidad. Por la necesidad económica de ayudar en un entorno familiar al que no le faltaba nada pero tampoco le sobraba. Un recorrido que llevó al pequeño Leonardo Simón Wowe de 11 años [había nacido el 1 de septiembre de 1947], a hacer changas como vendedor ambulante o dependiente en la fiambrería de su padre, entre otros trabajos. Todo sumaba a la hora de pensar en ayudar a los que más quería, que su familia estuviera protegida. Una máxima que lo acompañaría hasta el último día de su vida.
El colegio Otto Krause marcó su adolescencia, y su riguroso programa la necesidad de dedicarse al estudio a tiempo completo. Quedaban los fines de semana para ganar algo de dinero... ¿Qué tal probar como presentador de bailes en clubes barriales? La respuesta afirmativa signó el resto de su vida.
Nada se consigue sin esfuerzo
Con el título secundario bajo el brazo, se abrieron dos caminos en la vida de Leonardo: una carrera tradicional por un lado, y la posibilidad de dedicarle algo más de tiempo a su pasión por el micrófono en el otro. Ambas tenían un factor común, si quería triunfar tenía que estudiar. De muy chico había aprendido que nada se conseguía sin esfuerzo, y por eso se anotó en la Facultad de Ingeniería y al mismo tiempo en el Instituto Superior de Enseñanza Radiofónica (ISER). No había llegado ni a la mitad de la carrera universitaria, y ya podía decirle orgulloso a sus amigos que era locutor.
Corría 1969 cuando una oportunidad única lo llevó a soltarle la mano al ingeniero: en Canal 13, el mítico programa La campana de cristal, -ciclo de entretenimientos con fines benéficos que llevaba en el aire desde el 61-, renovaba staff. Llegó, gustó y quedó. Durante todo ese año, Simons fue parte de un grupo de nóveles profesionales, entre los que también se encontraba Fernando Bravo, con quien el tiempo lo cruzaría en varias ocasiones.
Un año después llegó el cambio de década, y con él un cambio de pantalla. En 1970, al futuro conductor se le abrieron de par en par las puertas de Canal 9, y allí fue con idéntica dosis de alegría e incertidumbre. Soñaba en quedarse lo que fuera necesario, pero jamás que su relación con la emisora continuaría durante dos décadas.
Su primer trabajo allí fue colocarse al frente de Música en libertad, una idea y marca del por entonces dueño del 9, Alejandro Romay. Con la intención de captar al público joven, el programa consistía en un grupo de chicos que interactuaba al ritmo de los hits del momento, y gigantografías de los cantantes originales. La fórmula tuvo tanto éxito que Romay la utilizaría en repetidas ocasiones hasta la segunda mitad de los ‘80.
Gracias a la inusitada repercusión, las acciones del conductor comenzaron a subir. Su presencia, su voz potente y su innata simpatía gustaban, y mucho. Fue así que comenzó a ser considerado para otros proyectos, y en 1971 saltó a conducir junto a Silvio Soldán, Sábados continuados, ciclo que desde hacía ocho años pulseaban en el favor del público con los "circulares" de Pipo Mancera. Y muchas veces le ganó.
Sin grandes cambios, más allá de nombres e invitados, los fines de semana del animador continuaron más o menos iguales hasta 1978, cuando cambió de día para sumar otro hito a su promisoria carrera: Domingos para la juventud.
Cada domingo renace la esperanza
"No tengo claro por qué se dio esa continuidad, se fue dando. El éxito de los programas ayudó mucho, y también la buena relación que tenía con los directivos. No creo ser un conductor especial, simplemente hago mi trabajo de la mejor manera que me es posible", analizaría Simons años después con genuina modestia. No hay dudas de que creía en sus palabras, pero también es cierto que al repasarse su trayectoria, todos sus programas fueron clásicos de su tiempo, y de los más vistos del 9.
Domingos para la juventud fue parte de esa historia. Grupos de chicos y chicas de secundaria, con ansias de concretar su viaje de egresados, competían durante toda una jornada en diferentes pruebas hasta llegar a la gran final, donde solo un colegio obtenía el deseado premio. La empatía de Simons con los adolescentes era evidente, y atravesaba la pantalla. De a poco iba forjando un estilo, que le redundaría grandes dividendos.
Llegó la década del 80, y con ella un impasse en la relación del conductor con el 9. Sucedió que en ATC, canal vecino de grilla y de barrio, había quedado vacante la conducción del maratónico Sábado de todos con la partida de Juan Carlos Mareco. Era para Simons la oportunidad de no tener que compartir micrófono con nadie más, de convertirse en mascarón de proa de un proyecto que, para mas datos, salía desde los estudios más modernos de Latinoamérica.
Pero las cosas no siempre suceden como uno se imagina. No había terminado el año cuando el artista entendió que había cometido un gran error. Mientras tanto, el 9 era devuelto a su amigo y consejero Alejandro Romay después de la intervención militar durante la última dictadura. Los planetas nuevamente se alineaban, y para Leonardo marcaban un solo destino: volver a las fuentes.
Un llamado a la solidaridad
La experiencia acumulada durante 15 años había pulido su estilo hasta hacerlo único, por eso fue esta etapa de Canal 9 la que lo consagró definitivamente entre los conductores más recordados y queridos de la televisión argentina.
Leonardo Simons pisaba fuerte en el canal de la calle Gelly, y su primer desafío fue ponerse al frente de Sábados de la bondad, otra idea reciclada por Alejandro Romay que, curiosamente, tenía un lejano punto de contacto con La campana de cristal. Se trataba de un programa de largo aliento (conocidos como "ómnibus"), que comenzaba al mediodía del sábado y se extendía hasta bien entrada la noche.
Durante la jornada se alternaban televidentes concursando en juegos de kermesse, figuras del mundo del espectáculo que hacían lo suyo, y una arenga solidaria para recaudar la mayor cantidad de dinero, que se destinaría a dos hospitales previamente designados.
Entre corazones rojos por doquier, sonaba la cortina del programa cantada por un grupo de chicos conocidos como "El club del 9" (la versión Romay de "El club del clan"), que apelaba al respaldo de la teleplatea: "Solidaridad: Sábados de la bondad. Es el Club del 9 que pide una mano, un amigo más". Y por si quedaba alguna duda, al inicio de cada entrega, un cartel gigante que ocupaba toda la pantalla aclaraba: "Una creación de Alejandro Romay para la movilización de la sociedad Argentina en ayuda de sus hospitales".
Sábados de la bondad representaba un gran compromiso para el canal, y Leonardo desde la primera emisión sintió que mucho de ello tenía que ver con él. Los que trabajaron allí coinciden en afirmar que se ponía el programa al hombro, hasta el punto de de visitar varias veces el canal durante la semana para saber qué se estaba armando, y en qué podía dar una mano. Una muestra de generosidad no habitual en ese entonces, ni ahora.
El animador estaba en su mejor momento, se le notaba. Era junto a Silvio Soldán la figura más importante del 9, y por eso se lo tuvo en cuenta para conducir a partir de 1985 el que sería el mayor éxito de su carrera, y a la vez en el que menos se confiaba: Finalísima.
Un programa del montón
Cuenta la leyenda que Finalísima nació como un espacio para quedar bien con artistas, discográficas, y no mucho más que eso. Que en su planteo primero, la idea era homenajear a alguna figura que se acercaba al estudio, como años después hiciera brillantemente Gerardo Rozín en Gracias por venir, gracias por estar.
Finalísima estaba muy lejos en las prioridades de canal 9 ya desde su título, lo suficientemente ambiguo para responder a cualquier necesidad. Por eso necesitaba un conductor todo terreno que fuera capaz de resolver con la misma eficacia una entrevista, la presentación de un cantante o un momento de distensión. Y Simons era la mejor opción.
Pero sucedió lo inesperado: la audiencia de Finalísima comenzó a subir y a subir. El conductor era un imán para el público, que comentaba desde su sonrisa y sus ya conocidos furcios ("Una vez en radio tenía que decir ‘Señor conductor, después de las 22 no toque su bocina’, y yo dije ‘Después de las 22, no toque a su vecina’"), hasta sus hombreras diseñadas por Elsa Serrano. Aunque él seguía sin creérsela: "Si fuera el mejor conductor del país, tendría un estante lleno de premios Martín Fierro, y no tengo ninguno".
El buen número de rating llevó a agregarle al programa aditamentos de cualquier tipo o factor, que lo volvieron tan bizarro como querible. En sucesivas temporadas aparecieron las estrellas nacionales e internacionales (desde Sandro a Luis Miguel), destrezas de todo tipo hechas por expertos como Tu Sam o René Lavand; o juegos tan bizarros como "La lluvia de australes", donde una chica vestida como Marilyn Monroe en la película La comezón del séptimo año se metía en una cabina para recoger en un minuto la mayor cantidad de billetes; mientras desde el piso, un potente ventilador hacía volar el dinero y su pollera.
Entre los muchos momentos inolvidables que dejó el ciclo se destacaron dos que todavía hoy comenta gente que en ese entonces ni siquiera había nacido. El primero tuvo que ver con el episodio en que casi muere ahogado el hijo de Tu Sam, Leonardo (en ese momento "Tu Sam Junior"), cuando falló una de sus presentaciones. La otra tiene que ver con "El show del chiste", segmento en el que personas del público competían por brindar la mejor pieza de humor frente a un jurado de expertos (recurso que tres décadas después sigue vigente en la TV). La idea funcionó tan bien que con los años el programa cambió su nombre a Finalísima del humor, y se sumó la participación de chicos, que aportaban inocencia y frescura a las mismas bromas de siempre.
Finalísima llegó a tocar los 45 puntos de rating, un récord para un programa de esas características y fue el mayor suceso en la historia de su conductor. Gracias a ese suceso, Simons comenzó a despertar el interés de la competencia, con tanta fuerza que se convenció de que el camino era sucumbir a la tentación del recién creado Telefe, canal en el que a partir de 1993 capitaneó un ciclo de entretenimientos llamado Ta Te Show.
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Comenzaba la década del 90, y en la conducción televisiva asomaban Nicolás Repetto, Marcelo Tinelli y Mario Pergolini. Soplaban tiempos de cambio, de un estilo menos formal, una imagen en la que él había sido precursor. Por eso, Leonardo se convenció de que una pantalla de estética más moderna era paso obligado para mantenerse por muchos años más en la cima. Pero lamentablemente, murió antes de poder demostrarlo.
El día más triste
El 15 de octubre de 1996, Leonardo Simons se arrojó al vacío desde el piso 13 del edificio ubicado en la avenida Córdoba 1367. Allí funcionaba su productora publicitaria, y era el lugar donde se lo encontraba seguro cuando no estaba en un estudio de televisión. Los detalles fueron macabros y no es necesario repetirlos, simplemente decir que sus colaboradoras intentaron rescatarlo hasta el último segundo pero no pudieron. Él no quiso que lo salvaran.
La tragedia fue un golpe tremendo para el público, de esos que se quisieran olvidar pero vuelven recurrentemente. A la decisión, a priori incomprensible, le siguieron una sucesión de explicaciones que se fueron alimentando con los años, sin llegar jamás a una resolución concreta o inapelable.
Se habló de depresión, de la nostalgia por la lejanía de su hija Vanesa -que en ese momento se encontraba estudiando en Miami-, también de una enfermedad en la vista y el terror a quedarse ciego. Conclusiones tan falaces, como apresuradas en innecesarias.
De todas las versiones, en la que coincidían la mayoría de sus allegados era en el dolor que le había producido de ver cómo su hermano, el juez Carlos Wowe, era arrestado y procesado por el delito de cohecho al periodista Bernardo Neustadt. De acuerdo a la información de la época, se acusaba al magistrado de haber intentado conseguir del periodista la suma de 200 mil dólares, para favorecerlo en un expediente en su contra.
En 2017 su hija menor, la periodista Barbie Simons, recordó en PH: Podemos hablar los últimos días del conductor: "Es un tema todavía no resuelto, de muchas dudas, muchas preguntas, un 'por qué' constante. Era una persona que lo tenía todo, tenía a sus hijas, tenía salud, tenía dinero, tenía trabajo, reconocimiento, popularidad. Lo que uno creería que es todo. Pero hubo un hecho determinante que a mí papá lo deprimió mucho, que fue cuando a su hermano lo metieron preso por un hecho de corrupción. Preferiría no recordarlo, no tengo relación con él desde que murió mi papá. No es lo mismo que se te muera un padre de una enfermedad o de una causa natural, el tema del suicidio es muy fuerte para un hijo. Los últimos quince días no era mi papá de siempre, el carismático y divertido que le gustaba ir a trabajar: estaba medicado. Fue un cambio brutal para mí. Él falleció un martes, y me acuerdo que el día anterior me abrazó muy fuerte, como nunca me había abrazado en su vida".
El camino de Leonardo Simons en la televisión estuvo signado, tanto por el esfuerzo y el profesionalismo, como por la ética y la convicción de tomar siempre la mejor decisión. Y de igual manera eligió transitar su vida, haciéndose cargo de cruces que no le correspondieron, y convencido de estar tomando el camino más ético y digno que fuera posible. Incluso hasta en la última y más terrible de sus decisiones.
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