Detrás de la pantalla de su computadora asoma un ukelele, el sol se filtra por una ventana y va invadiendo la escena en la que Leonardo Sbaraglia comparte una tarde en pantallas con LA NACION. El tiempo se detiene, hay menos ruido proveniente de la calle: sensación de domingo. El encuentro virtual ya se volvió moneda corriente y entonces la entrevista (sí, esta vez la vista está en juego) se da inicio, y como el tiempo es puro y todo nuestro, la charla se extiende y Sbaraglia, que invadió el streaming con sus películas, habla de todo: de la actuación, de la paternidad, de España, de la música, del cine, de Almodóvar.
Hace unas pocas horas, cuenta, bajó a la vereda a sacarse las fotos que acompañan estas palabras, a dos metros de distancia y con barbijo, en una ciudad que se volvió otra, igual que su casa, que su año, que la relación con su hija de 14 años.
-¿Cómo estás viviendo este aislamiento?
-La verdad es que es extraño. Es un tiempo signado por la rareza, pero también es muy original. En estos días me acordé de la serie El túnel del tiempo, aquella en la que los personajes hacían una máquina para viajar en el tiempo, pero empezaba a fallar y nunca podían volver a su realidad, a ver a su familia, a su gente, a sus amores, y cuando finalmente lo logran ya nada es lo que era. Esa es un poco la sensación. No porque no me encuentre con nadie, al contrario, la gente está muy conectada afectivamente, estamos muy cerca en algún sentido. Pero el nivel de extrañeza que uno vive es como si estuviésemos tocando todo el tiempo una frecuencia parecida a lo que era la realidad pero no es. Como si el dial estuviese un poco corrido. Al margen de todo eso extraño y hasta angustiante, otras cosas han cambiado. Por ejemplo, mi casa. Yo estaba en déficit con ella, nunca le daba pelota; soy muy casero, pero era un terreno todavía poco trabajado. Vivo en un departamento mediano, una de las habitaciones estaba abarrotada de cajas de archivos, de ropa suelta, cosas que había traído de mi casa cuando me separé, bolsas con lo que había en mi mesita de luz de hace años. Ese fue el primer terreno que ataqué cuando empezó la cuarentena y fue como desmalezar, como meterse en una selva de recuerdos, una selva emocional. Seguí por un cuarto pequeño que está en el lavadero. Y de repente, aparecieron dos cuartos nuevos en mi casa.
-¿Te sorprendió el aislamiento?
-No tanto porque estoy en constante relación con España. De hecho, me tendría que haber ido el 11 de marzo al Festival de Málaga a presentar la película Ofrenda a la tormenta, que se estrena este 24 de julio por Netflix, es el cierre de la Trilogía del Baztán. Íbamos a ir con mi hija, porque como había estado filmado todo el verano quería estar un tiempo con ella. Una semana antes de viajar empezamos a ver lo que estaba pasando allá y ella dijo que no quería ir. A los dos días decidí no ir yo y a los tres días se suspendió el festival. La primera certeza que tuve cuando empezó a pasar todo esto es que quería estar cerca de mi hija. Vivimos a seis cuadras, hacemos caminando el trayecto. No sabíamos lo que se venía y yo no era optimista. De hecho, ya me hice la idea de que es para largo y estoy tratando de ubicarme en eso.
-¿Qué proyectos tuviste que suspender?
-El territorio del poder, el espectáculo de música y textos que venimos haciendo hace años con Fernando Tarrés, tenía previsto una gira por el país. Además, en junio ya tendríamos que haber empezado la segunda temporada de la serie sobre Diego Maradona, Maradona, sueño bendito de Amazon. Todo quedó en pausa, hasta nuevo aviso. Después tengo un par de proyectos que han resurgido, uno de Brasil, otra de España. Pero todo está condicionado a cómo siga este demonio que está dando vueltas en el mundo.
-Durante el verano estuviste filmando la nueva película de Ariel Winograd, ¿estará lista para cuanto termine el aislamiento?
-Sí, filmamos hasta el 6 de marzo Hoy se arregla el mundo y está terminada. Toda montada. Va a ser un trabajo precioso. Hace un montón que quería trabajar con Wino, pero nunca habíamos coincidido. Leí el guión y me encantó. Fue una experiencia deliciosa trabajar con él.
-Se trata de la relación de un padre con su hijito, ¿no?
-La historia es de un padre "no padre" que cría a su hijo entre comillas... porque tampoco lo termina de criar, con Natalia Oreiro, que es la mamá. En determinado momento surge la duda sobre si es el padre verdaderamente y, casi como último favor, el chico de apenas 8 años le pide que antes de que se vaya de su vida lo ayude a encontrar a su verdadero padre. Entonces es el viaje de este "padre" con un niño buscando al supuesto padre verdadero. Y claro, va naciendo un vínculo. Esta cosa de poder y no decir a quién se está buscando, si estuvo con la madre, si hubo acercamiento o no, con un chico con el que no podés nombrar las cosas tan literalmente porque ni siquiera sabe cómo se concibe. Da para muchos equívocos y, a la vez, hay mucha ternura, es muy emotiva. Me dio la posibilidad de trabajar con Luis Luque, Martín Piroyansky, Charo López, Diego Peretti, Gerardo Romano.
-Estás en completa actividad, a pesar de la cuarentena. Fuiste parte de Amor de cuarentena, una experiencia totalmente auditiva y por Whatsapp; también coprotagonizaste un radioteatro con Lorena Vega en un podcast de la Revista Anfibia y estás muy activo en las redes y en los medios. ¿Por qué?
-Sí, no puedo más. Me gustaría llamarme a la retirada porque no soy un tipo muy activo en los medios. No estoy acostumbrado. Tengo Instagram que es una red con poca opinión. La mía es siempre artística, trata de ser poética, hago videos, fotos. Pero no me gusta ponerme a discutir como en Twitter, que me parece terrible. Me empezaron a llamar periodistas, me propusieron hacer "vivos", y me cuesta mucho decir que no. Uno me llamó y me dijo: "dale, en lugar de ponerte a ver Netflix hacé una entrevista". Se ve que me agarraron de punto y se ve que también lo he necesitado. Me abrí el canal de YouTube para leer un libro entero de César Aira. Me agarró una especie de desesperación: salgamos con los botes salvavidas a remarla. Algo tenemos que inventar. Y en realidad parece que tenemos tiempo, pero no es tan así: solamente con la casa, el supermercado, las comidas, barrer, limpiar, ordenar, lavar la ropa se me va el día. Además, corro dos o tres veces por semana por mi casa. Eso me hace bien. Ahora, con la gente de Anfibia y Lorena Vega, con quienes hice ese radioteatro sobre el cuento de Carver, tenemos otro proyecto. Me entusiasma porque admiro mucho a Lorena y me parece una hermosa oportunidad como lo que hice con Guillermo Cacace.
-A propósito de eso, ¿cómo fue el proceso de trabajar sólo con la voz?
-Lo hicimos con mucho amor y mucha dedicación. No está hecho de taquito. Nunca había trabajo con Cacace y fui el último en incorporarme al proyecto, ya habían grabado Dolores Fonzi, Cecilia Roth, Jorge Marrale y Camila Sosa Villada. Me daba miedo cómo comenzar un diálogo con un director con el que nunca trabajé y al que ni siquiera podía ver ni sentarme a su lado a leer el texto. Así que empecé a hacer pruebas a las dos de la mañana y se las iba mandando. Un poco para entender el tono que él quería. Hice una tirada grabada rápida de una semana y media y cuando terminé me di cuenta que quería empezar de nuevo. Y estoy seguro que las tomas finales son las que funcionaron.
-Se acaba de estrenar La red avispa en Netflix, el thriller del francés Olivier Assayas (Llámame por mi nombre) sobre un grupo de espías que sigue de cerca los movimientos anticastristas instalados en Miami. ¿Te costó mucho el acento cubano?
-Estaba un 22 de febrero en el cumpleaños de mi hija, era viernes y me llamaron para viajar el lunes a Cuba, para estar filmando el jueves 28. Tenía menos de una semana, cinco días para meterme en el personaje. Y aunque me prometieron que esa primera semana yo no iba a hablar, que solamente diría una frase, sí tenía que presentar el personaje, los gestos, la parada.
-¿Cómo te ayudó el director en esa construcción?
-Assayas es un amor de persona, muy cálido, pero sabía sus propias limitaciones en relación al idioma, en relación al acento cubano, a la cultura cubana. A mí me tocó trabajar con dos personas que me ayudaron y fueron mis coach: Arturo Soto, un actor muy conocido allá, y Patricio Wood, que es como si acá te ayudase Oscar Martínez, un lujo, diciéndome al oído cómo se decían los textos. Luego de esa semana en Cuba volví a Buenos Aires y estuve un mes acá preparando el personaje. La foniatra Mariana Guerrero me ayudó a colocar la voz y le pedí ayuda a Adrián Caetano, con quien trabajé varias veces. Me hizo de sparring y me aportó toda su maravillosa mirada.
-Seguramente no tengas prácticamente nada que ver con ese personaje así como tampoco con aquel de El otro hermano, un film durísimo de Caetano. ¿Tenés que entender a tus personajes siempre para representarlos?
-Qué loco porque esos dos personajes para mí tienen que ver. José Basulto, el de La red avispa, es mucho más noble que Duarte, de El otro hermano. Podés estar de acuerdo o no, por supuesto, pero Duarte no cree en nada, es una bestia, un personaje siniestro. A Basulto le podés ver un grado de humanidad, con sus valores. Pero están relacionados. Es como si algunas cosas de Duarte me las hubiese llevado para Basulto. Los dos eran aviadores, de alguna manera agarré del repertorio algunas cuestiones. Basulto es alguien real a quien pude imitar en algunos aspectos porque recibí data, ya que allá es un personaje muy conocido. Es como si uno les prestase el cuerpo a esos personajes. Está el cuerpo y la posibilidad de arriesgar. Cuando hice ese personaje con Caetano yo no entendía lo que hacía, confiaba en lo que él me iba diciendo. Me rompía el alma porque hice un trabajo de observación, por ejemplo, del humor de pueblo y observé a Luis Landriscina,al Bambino Veira, esas posturas de la canchereada. Y le pedí a Raúl Serrano, que es de Santiago del Estero y se pega un poco con el tono del Chaco, que me grabe todos los textos. Se va haciendo una especie de mermelada con todo eso y después hay que dejar casi libre a tu cuerpo y que termine de armarlo solo. Es un acto de riesgo, casi de inconsciencia. Pero los resonantes de la propia vida, del propio pensamiento, de la propia sensibilidad van por otro lado. Tenés que armarte de otra manera y separarte completamente. También me pasó con Guillermo Coppola, a quien interpreto en la serie de Maradona. Son personajes muy diferentes a mí. Aunque con él hay algo de esa amorosidad, esa seducción y dulzura que tiene, que puedo entender más.
-Empezaste tu carrera muy chico. Tu hija está próxima a tener tu edad de aquel momento de tanta fama, cuando hiciste la película La noche de los lápices y a la tira diaria Clave de sol.
-Cuando empecé tenía 15 años, uno más que mi hija ahora. Cumplí 16 en 1986, en medio del rodaje de La noche de los lápices. Ella es mucho más piola de lo que yo era en aquel momento, la tiene re clara. Las pibas en este momento vienen con todo. Tengo tanto para hablar y aprender de mi hija que es hermoso, me conmueve muchísimo que esté tan grande y tan bien de su cabeza. Ella vio poco y nada de lo que yo hago. No pudo ver Relatos salvajes ni Caballos salvajes.
-¿Pudo ver Dolor y gloria, de Pedro Almodóvar?
-No. El otro día vio sin querer el beso entre mi personaje y el de Antonio Banderas y me dio mucho pudor. Aunque su generación está mucho más avanzada. Es increíble el avance que han tenido en diversidad de género. Ella tiene "amigues" bisexuales, heterosexuales, gays, pansexuales.
-¿Cómo te llevaste con la fama? ¿Le aconsejarías que viva una adolescencia más tranquila?
-Yo creo que mi vida hasta hoy fue muy equilibrada en muchos aspectos. Y aquella época fue difícil pero no lo quiero poner como algo feo, para nada. Fue maravilloso también pero no tenía tantas herramientas. Era muy chico, muy tierno y lo seguí siendo... en muchas cosas lo sigo siendo. No me curtí. Estudiaba teatro, soñaba con ser un buen actor y, de repente, me tocó todo eso. Aprendí una bocha haciendo Clave de sol. El aprendizaje que te da estar todos los días frente a la cámara es impresionante. Primero fallando durante un año. Todo lo que hice en ese primer año lo tiraría a la basura.
-¿Te volviste a ver?
-¡¡¡Nooo!!! Me da mucha vergüenza, pero me acuerdo de lo que sufría porque no daba pie con bola. Estudiaba con Agustín Alezzo y era un buen alumno, apreciado aun siendo muy chico, me lo decía. Pero la tele era jugar en otro terreno, otra cosa. Es un oficio que sólo se aprende a los golpes, equivocándote. Al principio no me salía ni la voz. Recién cuando pasó un año y empecé a darme cuenta de algunos principios del trabajo, a los 17 o 18 años, pude empezar a disfrutarlo. Aun así me hubiese gustado trabajar menos y disfrutar más. Comenzaba a las 8 de la mañana hasta las 8 de la noche; y la mayoría del tiempo restante me quedaba ensayando las obras de teatro que hacíamos, porque también hacíamos funciones. Siempre fui muy responsable. Y me lo tomaba muy en serio. Fue la manera de aprender. Lo hacía como si fuese un Shakespeare. Quería hacer buenos trabajos. Y la verdad es que eran todos muy buenos actores. Después de eso seguí trabajando sin parar. Empecé a bajar un poco después de Caballos salvajes y ya prácticamente nunca más hice televisión a la vieja usanza.
-Tira diaria, por ejemplo...
-Nunca más. Hice una con Natalia Oreiro, en 1997, que se llamaba Casablanca. Nunca se emitió. Estaba mi mamá también [la actriz Roxana Randon], Norman Briski, Mariana Arias. Natalia dice que tiene todos los brutos. Hicimos más de 20 programas y había muy buenas escenas. Y estaba Rodolfo Ledoen la dirección, que siempre le daba un aire muy fresco, era un tipo muy lindo para trabajar. Había hecho Sin condena con él.
-¿Por qué pensás que el teatro independiente es tan frágil a pesar de ser un sello de nuestra identidad cultural?
-Desde que tengo recuerdo que es así, endeble. Paradójicamente las cosas que más nos estimulan a los actores y actrices que nos preciamos de tales son los materiales y las actuaciones que vemos en el teatro independiente. Ver a Diego Velázquez haciendo el unipersonal sobre Arlt, dirigido por Marilú Marini... o lo de Erica Rivas, también dirigido por Marilú. dirigido por Marini también... Es algo único porque en España si bien hay grupos independientes no se puede comparar. No sé cuál es la solución porque estamos pasando por un momento súper delicado, no sé cuál es la manera para que nuestros espacios estén a salvo. Uno siempre espera políticas desde el Estado que sostengan; y hay gobiernos que se ocupan más de eso que otros, pero uno siempre va a luchar y a tratar de defender que la cultura sea un patrimonio así como lo son la educación, la ciencia: indispensables para la identidad y la formación de un país.
-¿Cómo fue trabajar con Pedro Almodóvar?
-En este caso fue por empatía con el personaje y con esa ternura que evidentemente necesitaba Almodóvar y yo la tenía muy a mano en aquel momento. Acababa de renunciar a un trabajo. Me había quedado muy sensible por eso, era mi laburo, mi guita para ese año. Fue algo que casi hago con Telefé con Anahí Berneri, una directora muy admirada con la que ya había hecho la película Aire libre. A medida que los pocos guiones que llegaban iban avanzando en una dirección en la que yo sentía que no iba a estar cómodo, decidí quedarme afuera porque me parecía una responsabilidad muy grande. Me quedé angustiado y sin trabajo, muy vulnerable. A las tres semanas recibí un mensaje de España: "¿Te animás a hacer una prueba?". Pedro no terminaba de encontrar al actor, estaba buscando a alguien para un personaje muy cortito pero que implicaba un corazón muy grande en la historia. Apenas leí la escena pensé que eso lo podía hacer. El personaje era español originalmente, que había ido a vivir a Río de Janeiro. Con cambiar solo una ciudad ya estaba y no me tenía que esforzar por el tema del acento, que ya bastante exigente es trabajar con él como para además tener que hacer un acento como le paso a Gael o a Giménez-Cacho.
-¿Es muy exigente?
-Muy. Almodóvar filma cada dos o tres años con todos los recursos disponibles para poder hacer la mejor película. Tiene muchos recursos porque tiene sus películas vendidas desde el arranque a muchos lugares del mundo. Es un tipo muy preciso. Puede estar dos semanas trabajando con un actor para ver si lo quiere como protagonista antes de grabar. Fui a España dispuesto a que trabaje toda la semana conmigo sin certezas de quedar o no. Y a los 20 minutos me dijo: "ya lo tengo claro". De todos modos, yo lo veía a Antonio Banderas trabajando y, de pronto, para una escena se hacían 14 tomas. Y Antonio me decía: "me estaba pidiendo que haga tres cosas en cinco segundos, no sé cómo hacer". Yo tuve mucho tiempo para preparar pocas escenas, ese changüí lo tuve. Cuando llegué al set los únicos que me podían traicionar eran los nervios. Pero tenía plan A, B, C... mucho colchón trabajado y aun así, el plan A funcionó.
-¿Te queda otro director o directora en el mundo con quien también te pondrías nervioso?
-Lucrecia Martel. Ya sabe que me muero por trabajar con ella. Estoy seguro que nos llevaríamos increíble. Ella me parece cercana, somos del mismo país, con el mismo acento. No me parece tan descabellado soñar en trabajar con ella. También con Martin Scorsese, claro [risas]... me pondría muy nervioso.
-Cuando pase todo este momento, ¿el teatro independiente podría convocarte?
-Me dan muchas ganas. Estamos hablando con Cacace para hacer algo en algún momento; también con Lorena Vega. Hay una alternativa para hacer algo en el Teatro Nacional Cervantes en un par de años, me encantaría. Es difícil en la práctica porque la manera que encontré para hacer teatro fue a través de El territorio de poder, algo experimental; trabajo con músicos, todo el tiempo estoy buscando un lenguaje. Soy yo solo como actor y músicos, notas, ritmos, palabras, sentimientos. El teatro implica un compromiso que me es difícil de cumplir porque hago cine. Pero si se planteara que durante tres meses no me mueva, podría ser. Y es un desafío.
-¿Por qué volviste a Argentina después de afianzarte en España?
-Mi hija nació en 2006 en Madrid y tenía mucha necesidad de volver. Siempre soñaba con eso, era hermoso estar trabajando allá pero siempre quería volver por la cultura, la idiosincrasia argentina. Extrañaba el contacto con mi familia, en la crianza fundamentalmente. Yo nunca me imaginé criar a mi hija en España, tampoco me imaginaba haciéndome viejo allá. Revaloricé mucho mi ciudad afuera: tiene un nivel cultural increíble, te da muchas posibilidades de acceder a la cultura aun sin tener tanto dinero. Siempre fue un lugar en donde las maneras de luchar fueron culturales. Volvimos en 2008 con la idea de pertenecer a un proyecto de país. Era un tiempo posible para volver, un momento del país luminoso. Este es un país durísimo, inestable, injusto, débil en muchos aspectos, completamente caótico, pero aun con todo eso son tantas las cosas buenas que tenemos que no las cambio por nada. Pero te lo dice un tipo que tiene el privilegio de irse a trabajar afuera.
-Sos papá de una joven de 14 años. ¿Estás atento a este momento tan especial de la mujer?
-Aun así me siento de una generación bisagra. Me sigo sintiendo un poco imberbe, hay un nuevo lenguaje. Una persona muy importante para mí que ya no está decía que cuando tenía 30 años, de pronto, aparecieron los Beatles y se sintió viejo por primera vez. Ellos tenían 20 años. Me siento en muchos aspectos así. Mi hija tiene 14 años y tiene una modernidad, un lenguaje, que es como si yo tuviera que aprender un montón de cosas nuevas. Pero me siento bastante maleable. El lenguaje inclusivo a veces lo digo en chiste y mi hija se me queda mirando. Hay que estar muy atento para ver cuáles son los resortes que uno puede seguir cambiando. Este tiempo ayuda a humanizar las propias debilidades. Es un camino de entrada para la deconstrucción y para la naturalización de muchas cosas. Hay que estar muy atentos porque, al mismo tiempo, mi hija es adolescente y hay que acompañarla en muchos aspectos. Hay que acompañarse, informarse, leer. Tengo un par de libros que empecé a leer y me gustaron mucho.
En este mundo que se volvió extraño, Sbaraglia se levanta y busca el libro en su casa, algo imposible en otro contexto. Desde el "fuera de campo" grita que no lo encuentra porque estuvo ordenando. Pero insiste, hasta que finalmente se oye un "acá está"; y vuelve con dos libros en mano, los muestra a la pantalla que ahora acerca. Teoría King Kong, de Virginie Despentes; y Cómo educar en el feminismo, de Chimamanda Ngozi Adichie. Tal vez haya tiempo para la transformación.
13 razones para estar con Leo
La red avispa (2019). Dirigido por Olivier Assayas. Con Edgar Ramírez, Penélope Cruz, Gael García Bernal y Wagner Moura. Disponible en Netflix.
Ofrenda a la tormenta (2020). Un protagónico exquisito en el cierre de la Trilogía del Baztán. Disponible en Netflix, desde el 24 de julio.
El legado en los huesos (2020). Segunda parte de la Trilogía del Baztán. Disponible en Netflix.
Amor en cuarentena(2020).Experiencia auditiva por WhatsApp. Disponible por Alternativateatral.com
Dolor y gloria (2019). Dirigido por Pedro Almodovar, con Antonio Banderas y Penélope Cruz. Disponible por Cablevisión Flow.
Nieve negra (2017). Con Ricardo Darín. Disponible por Netflix
El otro hermano (2017). Dirigido por Israel Adrián Caetano, con Daniel Hendler. Disponible en Netflix.
Al final del túnel (2016). Excelente thriller de Rodrigo Grande, con Pablo Echarri. Disponible en Netflix.
Sangre en la boca (2016). Encarnando a un boxeador en el film de Hernán Belón. Disponible en Netflix.
Relatos salvajes (2014). En la primera parte del film ganador del Oscar, dirigido por Damián Szifrón. Disponible enAmazon Primer Video.
Cenizas del paraíso (1997). Dirigido por Marcelo Piñeyro, con Héctor Alterio. Disponible en Cablevisión Flow.
Tango feroz (1993). Dirigido por Marcelo Piñeyro, con Fernán Mirás y Cecilia Dopazo. Disponible en Netflix.
La noche de los lápices (1983). Su primer protagónico, dirigido por Héctor Olivera. Con Alejo García Pintos y Adriana Salonia. Disponible en Amazon Primer Video
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