Cinco meses atrás, la vida de Laurencio Adot (51) cambió para siempre. Un accidente cerebrovascular isquémico dañó parte del hemisferio izquierdo de su cerebro. A causa de ese coágulo de sangre que obstruyó una arteria, el diseñador de moda perdió el habla y la movilidad de su pierna y de su brazo derecho. Durante tres meses, Laurencio, quien desde hace treinta años viste a las mujeres más elegantes de Argentina con sus diseños de alta costura (y hace otros tantos que está al mando, también, de Dot by Laurencio Adot, una segunda línea de ready-to-wear), estuvo internado en una clínica de rehabilitación en Pilar, donde asegura que volvió a nacer.
Más flaco –bajó diez kilos desde aquel fatídico 6 de agosto– y con su habitual buen humor, el hijo mayor de Oscar Gabriel Adot y Elsa Aztiria de San Martín recibió a ¡Hola! en su atelier de la calle Parera. "Hace mucho tiempo que superé la confección de vestidos. A mí me pagan por mí. Las chicas de 14 y las novias vienen con sus mamás y quieren a Laurencio, la persona, para que las acompañe en su gran día. Con Thiago [Pinheiro, su socio desde hace quince años] las tratamos como princesas", cuenta, mientras se acomoda en un lit de repos de estilo francés, rodeado por los trajes de noche de su última colección haute-couture, titulada Royal Ascot.
–El 6 de enero se cumplen cinco meses del episodio que reseteó tu vida.
–La vida me dio una segunda oportunidad: soy un elegido y agradezco no haber quedado en estado vegetativo. El ACV es poderoso, feroz, de un momento a otro te inhabilita a moverte, a hablar. En la clínica Remeo volví a caminar y a expresarme. Dependía por completo de mi hermano [Mariano, 49 años, maestro de primaria] y de las enfermeras, que me daban de comer y me bañaban. Fue una gran lección de humildad y de agradecimiento.
Durante los tres días que estuve dormido llegué a hablar con mamá [Elsa Aztiria de San Martín]. Creo que me fue a buscar para decirme que no era mi momento
"EL ACV ME HIZO MÁS HUMANO"
Sonríe, está tranquilo. "Encontré una nueva misión –cuenta– y siento que puedo ser un gran embajador de esta condición y ayudar a mucha gente. Quiero comprometerme porque uno de cada tres argentinos sufre de un ACV. Yo estaba en el camino de un lifestyle saludable, entrenaba con Enzo, mi personal trainer, tres veces por semana y remaba los sábados. El error que cometí fue no cuidarme de la hipertensión. Yo lo sabía, pero en un momento dejé de tomar la pastilla que me habían recetado. Me puse en todopoderoso y, después de los 50, hay que estar más pendiente de lo que uno hace.
–¿Cómo era tu vida antes de empezar a entrenar?
–La de un diseñador que vivía a mil y sufría por pavadas. Estaba rodeado de gente que me decía que era divino, rubio y alto cuando en realidad era morocho, bajo y pelado. Hacía desfiles en cinco provincias en cuatro días, volaba de una ciudad a la otra y no dormía. A las 12 del mediodía aterrizaba en Buenos Aires, me iba directo a trabajar, y al día siguiente me tomaba otro avión con destino a Río de Janeiro y San Pablo, para comprar telas con Thiago. Bruxaba todas las noches, estaba pasado de nervios. Tenía que bajar las revoluciones y Dios se encargó de bajarme de un hondazo.
–¿Es cierto que habías tenido un gran disgusto días antes del ACV?
–Tuve que echar a tres empleados que estuvieron conmigo durante veinte años. Javier Saiach es muy amigo mío y me veía acelerado, Damián [Romero, 35 años, actor, su pareja desde hace quince años] me decía: "Bajá un cambio que vas a tener un ACV".
El ACV fue una gran lección de humildad y agradecimiento. La vida me dio una segunda oportunidad: me siento un elegido
–¿Tenés recuerdos de aquel día?
–El lado izquierdo de mi cuerpo se plegó al derecho y me caí al suelo en el baño de casa. Mi cabeza quedó pegada al celular. Fui quedándome sin energía, de cien de pilas llegué a cero y dije: "¿Será la muerte?". Los dedos no se movían y no podía hablar: sólo hacía ruidos y seguía despierto.
–¿Qué pensabas?
–[Sonríe]. Lo primero que pensé fue: "¿Estoy vestido?". Me preocupaba que alguien viniera y me encontrara desnudo. Pensé mucho en mamá, en mi novio, en mi hermano. Creí que mi momento había llegado y esperaba la película de mi vida, filmada por la Metro Goldwyn Mayer, ¡pero no llegaba! Seguía despierto y a los veinte minutos llegó Damián. Me vistió, me sentó al borde de la cama y enseguida captó los síntomas. Llamó a Emergencias, el médico le hizo unas preguntas y le confirmó que era un ACV y gracias a eso empecé enseguida el tratamiento contra la hemorragia, que si no la frenás puede dañarte todo el cerebro y dejarte secuelas.
–¿Qué hubiera pasado si tu novio no te encontraba?
–Lo peor. Tuve muchísima suerte porque Damián nunca venía a casa a esa hora y ese día sintió que tenía que verme y almorzar juntos. Llegó y fue directo al baño.
–Tu primer destino fue el sanatorio Los Arcos, donde dormiste tres días seguidos.
–Sí, flotaba en un lugar naranja y llegué a hablar con mamá [Laurencio cuenta que Elsa murió hace siete años]. Sentía su presencia. Creo que me fue a buscar para decirme que no era mi momento. Durante esos días también entendí a Gustavo Cerati. Tuve la imagen de su madre acariciándole el brazo y supe que durante el tiempo que estuvo en coma él sentía a Lilian. Mamá siempre me decía que me portara bien, que fuera sano, que no cayera en la vida rápida y fácil.
–¿A qué te referís con vida fácil?
–Me refiero a las drogas, a los excesos, a tener esos amigos que sólo te dicen lo que querés oír.
–¿Vos caíste en eso?
–No, en mi caso fue el estrés, no cuidarme de la hipertensión y creer que podía con todo.
–¿Cómo fue darte cuenta de que habías zafado de la muerte?
–No reconocí que había tenido un ACV hasta un mes después, cuando vi a mis compañeros en la clínica y tomé conciencia de que lo mío había sido leve. Me la pasé llorando, sentía una suerte de "tristeza alegre". Hubo un día que me dije: "Tenés razón, mamá, no me tengo que ir" y siento que le gané a la muerte.
Vivía a mil y sufría por pavadas. Mi gran error fue sentirme todopoderoso y no tomar la pastilla contra la hipertensión
AMOR, EL MEJOR ANTÍDOTO
El humor fue una de las claves en la rehabilitación de Laurencio, quien al mes y medio de estar internado recuperó el ciento por ciento de la movilidad de su pierna derecha, el setenta por ciento del habla y hoy está enfocado en la rehabilitación del brazo derecho. Va tres veces por semana, cuatro horas por día, a la clínica Basilea, un centro de rehabilitación en el barrio de Monserrat.
Él asegura que es la misma buena onda que, cuando era chico, evitó que sufriera bullying por parte de sus compañeros del Newman, el colegio católico, conservador y de hombres en el que se recibió de bachiller a mediados de los 80. "Estaba claro que era diferente y, contrario a lo que podría imaginarse, mis amigos me querían por eso. Siempre fui divertido, tenía casa en Punta del Este, era ‘capanga’, popular. El humor siempre fue mi arma secreta: mis compañeros me querían y me respetaban. Yo no jugaba al rugby y me invitaban al tercer tiempo igual", rememora Laurencio. "Yo salí del clóset con naturalidad: fui uno de los primeros en ir al teatro Colón con un amigo. Entonces era algo de lo que no se hablaba, pero mis padres lo tomaron con mucha calma y mi abuela paterna me dijo antes de morir: "Sé feliz con quien quieras serlo".
–¿Por qué creés que tu recuperación fue rápida?
–Por mi forma de ser y por haber estado rodeado de tanto cariño y amor. Mariano, mi hermano, pidió permiso y dejó de trabajar los tres meses que estuve internado. Dormía conmigo los cinco días de la semana y Damián, mi novio, lo relevaba los fines de semana. Thiago se puso al hombro el local de la calle Alvear [donde vende su segunda línea prêt-à-porter] y el atelier de Parera. Llevó a buen puerto los vestidos de 15 y de novia que teníamos encaminados.
El amor de ellos tres –su "círculo vip", como lo define él– lo sacó adelante, junto con el cariño de las amigas que lo visitaron. Iliana Calabró lo vio despertarse en Los Arcos; Julieta Prandi cocinó una tarta de ricota –la preferida de Laurencio– y, con su marido, pasó un día entero con el diseñador; Karina Mazzocco le llevó cremas para las manos y una vela para rezar y Teté Coustarot lo animó a hacerle promesas a San Nicolás y a San Expedito.
"Como hasta la Coca-Cola tiene sal, todas me trajeron kilos y kilos de chocolate. Tengo conejos, zapatos y hasta alfileteros de chocolate", cuenta Laurencio, a quien lo sigue emocionando el apoyo de su hermano. "Su amor profundo me despertó", cuenta con lágrimas en sus ojos.
–¿Cómo funcionó el equipo integrado por tu hermano, tu socio y tu novio?
–Muy bien, aunque todavía nos falta un poco para llegar al equilibrio total. Por suerte, cada uno tiene su lugar: para las cosas diarias que todavía no puedo hacer porque tengo el brazo derecho al 40 por ciento está Damián, para el negocio está Thiago y mi socio del alma es Mariano. Ya no registro lo negativo: cuando siento que una persona está con la energía rara, me distancio. Y elijo andar más liviano por la vida.
–¿Cómo celebraste Año Nuevo?
–Con una familia que conocí hace poco, en su casa en Nordelta. Me gustaba la idea de recibir 2019 cerca del agua. Tuve mucho por agradecer: tengo un hermano que es muy generoso, una pareja que es un gran compañero y un socio que es un diez felicitado. Festejé por estar vivo y por tener personas que me quieren.
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