La viuda del creador de “Adiós Nonino” y presidenta de la fundación que lleva el nombre del músico mantuvo una extensa charla con LA NACION; un repasó de la vida compartida con Astor y de las añoranzas y anécdotas de un genio reconocido tardíamente
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“A cada rato estoy haciendo espectáculos. En general, me los banco yo misma, aunque, últimamente, me ayudan mucho las universidades y diversos sponsors privados”. Laura Escalada es mucho más que la viuda de Astor Pantaleón Piazzolla. Como presidenta de la fundación que lleva el nombre del artista -creada por ella misma en 1995- es la encargada de preservar y mantener viva la obra del excelso músico, quien con su arte definió como pocos la identidad nacional, aunque fue víctima de una injusta indiferencia, al menos hasta su madurez. Un profeta en tierras lejanas, como tantos. La argentinidad al palo que suele cometer esas ignominias.
-¿En el exterior siguen pidiendo las obras de Piazzolla más que en nuestro país?
-Sí, acá estamos en un momento muy difícil. Sufro mucho por Argentina, porque la amo. En cambio, cuando voy afuera me siento orgullosa de mi origen y, sobre todo, porque adoran y respetan a Astor.
Tiene buena relación con el músico Daniel Piazzolla, hijo de Astor, y también con Pipi Piazzolla, descendiente de Daniel, un notable compositor e intérprete, fundador de agrupaciones como Escalandrum. “No tengo problemas con nadie, sólo con una persona que llevé a trabajar a la fundación, pero no respondió como esperábamos”. Prefiere no dar nombres de manera pública ni explayarse en cuestiones legales ya que se trata de un familiar directo del creador de Libertango.
Laura Escalada recibe a LA NACION en ese departamento frente al Hipódromo de Palermo que habitara con su esposo y en el que ella continúa viviendo, rodeada de los instrumentos, partituras y objetos que recuerdan al músico en cada metro cuadrado. En el inmenso living pareciera que el tiempo se ha detenido aquel 4 de julio de 1992, cuando el autor de “Adiós Nonino” murió.
Sobre uno de los ventanales que balconea hacia Avenida del Libertador descansa el piano donde Piazzolla componía. Sobre la biblioteca -pletórica de libros de arte y volúmenes que refieren a la vida y obra de Astor- un rifle y una dentadura de tiburón: “Cazar en el mar era su pasión”. Sobre una arcada, una parra esculpida especialmente por el orfebre Juan Carlos Pallarols.
Ante el pedido, Escalada le solicita a Graciela, su empleada de toda la vida- quien fue como una hija para Astor y lo es para ella- que vaya en busca de ese estuche que conserva el tesoro incunable. Como una epifanía, la enorme caja se abre y hace emerger el bandoneón de Piazzolla. Un tenue movimiento alcanza para disparar un acorde. Y no se puede más que imaginar que, en cualquier momento, “Verano porteño” podría comenzar a envolverlo todo. Por ese living desfilaron desde Jairo a Lalo Schifrin y de Chick Corea a Gary Burton. Estremece pensar en esas sessions.
-¿Cómo es vivir en esta casa? ¿Se siente abrumada por los recuerdos?
-Cometí un error muy grande.
-¿A qué se refiere?
-Cuando falleció Astor me tenía que haber mudado. Es un departamento muy grande para mí. Además, está envejeciendo, hay que hacer arreglos permanentemente.
Cuando murió Piazzolla, Laura Escalada apeló a una curiosa sensibilidad para decidir si continuaba viviendo allí: “Me senté en el piso y le pregunté a la casa: ‘¿querés que me vaya?´. Me dio la sensación que me dijo que me quedara, pero me equivoqué”.
-Estando en el departamento, ¿aparecen las imágenes de Astor habitándolo?
-Sí, pero no lo provoco. Me sucede cuando estoy en la cocina, ya que le gustaba mucho cocinar, pero era de terror, porque ensuciaba todo de una manera espantosa, aunque hacía unas berenjenas en escabeche maravillosas.
Île Saint-Louis, un rincón para Piazzolla
-¿Cómo se manejaba Astor con el dinero?
-Mal, horrible, no sabía manejarlo. Nunca tuvo mucho dinero. Si él no tocaba, no había plata. Cuando le pagaban después de un concierto, solía tirar el dinero en cualquier lado. Una vez encontré el cachet de una actuación en la funda del traje que se ponía para subir al escenario.
-Está claro que el dinero no era su prioridad.
-Para nada, por eso lo estafaron tantas veces.
-¿Por qué se radicaron en París?
-Porque en Argentina no lo llamaba nadie para tocar.
Además de esas razones -un padecimiento que acompañó al compositor de “Biyuya” durante toda su vida- hubo causas políticas que lo expulsaron del país. En 1976, Laura Escalada era una reconocida locutora y actriz. Trabajando en Canal 7, un marino -que oficiaba de interventor de esa señal- la citó en su oficina para contarle que su marido figuraba en una “lista negra” junto a otros artistas que también estaban prohibidos.
-¿Cómo fue esa charla?
-Me dijo “tengo una lista donde está su marido” y yo le consulté las razones, ya que él no se metía en cuestiones que no fueran musicales. “A mí me dieron esa lista”, me respondió. Ese hombre no tenía idea de nada. Me acuerdo que le respondí: “Empiece a borrar el nombre de mi marido, porque jamás hizo política y no tiene noción que figura en esa lista”. La verdad es que se avergonzó mucho con todo lo que le fui diciendo. Antes de retirarme le aclaré: “No voy a trabajar más en este canal, lo lamento por la gente que confió en mí, que no es usted, sino mis productores, pero no puedo estar en un lugar donde hay una lista en la que figura mi marido”. Me di media vuelta y me fui.
Desde 1976, Laura Escalada y Astor Piazzolla se radicaron en París durante una década. “Vivíamos en una habitación alquilada. Una cortina separaba la cama de la kitchenette, era todo lo que teníamos”. A pesar de todo, recuerda con mucho amor aquellos años en Île Saint-Louis de París: “Siempre vivimos en esa zona”.
-En ese tiempo, usted era muy reconocida como animadora.
-Por eso, mi amiga Rosemarie trató de conservarme el puesto de trabajo, ya que era la primera vez que nos habían contratado en un canal de forma fija y no por bolo. Ella pensó: “Quizás se llevan mal o no consiguen trabajo y se vuelven”. Pero la verdad es que pronto se dio cuenta que no íbamos a volver más.
En el relato van apareciendo las anécdotas de esa vida austera, pero que le permitió a Piazzolla su despegue internacional. “Una mañana vinieron dos tipos muy fornidos para arreglar algo que se había roto. Los hago pasar y lo ven a Astor sentado en la cama con las piernas cruzadas tipo posición zen. Terminado el arreglo y antes de irse me dicen: ´pobre señora, nos imaginamos lo que debe ser cargar con un marido sin piernas´. Astor no paraba de reírse”.
Como Piazzolla comenzaba a tener repercusión, algunos hábitos había que modificar: “Ya no podía seguir atendiendo a la prensa en la cama, entonces, le pedí a Georges Moustaki, que vivía enfrente, un sofá cama que se cerraba durante el día”.
-Ustedes, ¿cómo se habían conocido?
-En esa época yo era una especie de ´estrellita´, estaba con muchas ocupaciones, así que no estaba con la cabeza puesta en un noviazgo.
-Finalmente sucedió.
-Él fue muy insistente.
Se vieron por primera vez en Canal 7, cuando Astor visitó un programa y se la cruzó en un pasillo. “Intercambiamos nuestros teléfonos, que tenían números muy parecidos”. Buscando el acercamiento, una madrugada en la que el músico llegó de Europa, la llamó para pedirle que lo fuera a buscar al aeropuerto de Ezeiza. “Nos quedamos charlando hasta el amanecer y podríamos haber seguido, pero, como yo madrugaba, le pedí cortar la conversación”. Luego siguieron varios intentos del caballero por repetir una salida, pero las vidas con horarios tan diferentes se convertían en un escollo.
Laura no era de salir sola, así que, para la primera cena, el músico compartió la velada con los compañeros de trabajo de esa mujer que lo desvelaba: “Rosemarie me decía que me daba bolilla a mí sola; Astor me untaba los panes, un gesto que no tenía con los demás”. Ya con el noviazgo incipiente en marcha, la pareja comenzó a descubrir los gustos domésticos que tenían en común: “Una noche me preguntó si me gustaba el ajo”.
-No fue una consulta muy romántica.
-Pero se puso muy feliz cuando le dije que sí, así que me llevó a El Tropezón a comer ajo con pollo, porque el plato tenía más ajo que ave.
El “asesino” del tango
-¿Cuándo se produjo la explosión de la música de Astor Piazzolla?
-Muy poco antes de morir y, una vez que falleció, ya no lo pudieron negar, ni siquiera acá.
-Ni siquiera acá.
-En Argentina tenés que morirte para que te reconozcan, pero también en el mundo su nombre se hizo famoso después de muerto. Por eso, como te dije anteriormente, si no tocaba no teníamos un peso.
-¿Qué sucede hoy?
-Sería considerada una actitud muy ignorante no reconocer que fue un hombre que rompió todos los esquemas, que hizo algo nuevo y que construyó un tango universal. Si escuchás sus obras, jamás vas a dejar de percibir el tango.
-Alguna vez alguien dijo que era el “asesino del tango”.
-En Argentina se dijo eso, siempre acá pasaron esas cosas. Es que en nuestro país no salían del 4x4 y él rompió con todo. Algunas obras de Astor hasta tienen un poco de malambo, con mucha argentinidad, sin embargo, llegaron a insultarlo.
-¿Le dolía el desprecio? ¿Hablaba sobre eso?
-Era indiferente, él estaba en otro planeta, más allá de todo, no podía ponerse a esa altura. ¿Con quién iba a discutir? ¿Con (Héctor) Varela?
-¿Quiénes lo insultaban y tenían saña con él?
-Astor había padecido la poliomielitis, entonces tenía una pierna más flaca y corta que la otra, pero caminaba de una forma especial que hacía que nadie se diera cuenta de eso. Sin embargo, (Héctor) Varela lo llamó “incapacitado”.
-También se dijo que la música de Piazzolla no era para bailar, pero él fue el arreglador de Aníbal Troilo.
-Esa es una de las razones por las que todo el mundo bailó con los arreglos de Astor, hasta que Troilo le dijo: “Más no te puedo seguir”.
-En cierta forma, lo despidió.
-Más allá de todo, Troilo lo quería mucho, pero le hizo un gran favor porque, al apartarlo, le permitió a Astor formar su propia orquesta.
Alberto Ginastera debutó como docente teniendo como alumno a Astor Piazzolla, quien, a su vez, lo había elegido como su primer maestro. Y fue la francesa Nadia Boulanger quien con sus clases en París condujo a Piazzolla a tomar su propia determinación y dejar de fluctuar entre la música clásica y el tango, para enfocarse en la música porteña a la que le aplicó un modo diferente, disruptivo y eminente.
Método
Piazzolla trabajaba desde las ocho de la mañana hasta las cinco de la tarde. Sólo se tomaba un respiro para almorzar. Una rutina prusiana. “Que la inspiración te encuentre trabajando”, alguien le adjudicó a Pablo Picasso. “Inusualmente, una noche se acercó al piano y comenzó a tocar algo especial que me hizo llorar”. Ante la consulta de su mujer, el músico le contó que se trataba de una partitura pensando en los niños de Biafra, muertos de hambre.
-¿Cuál es esa partitura?
-Jamás la escribió, fue una improvisación de ese momento.
-¿Componía sólo en el piano?
-Sí, jamás lo hacía con el bandoneón.
Vení, volá
-Astor y usted, ¿se han planteado la posibilidad de tener hijos?
-No, él ya había tenido su familia.
La primera esposa de Astor Piazzolla fue la artista plástica Dedé Wolff, con quien tuvo a sus hijos Diana y Daniel. El matrimonio se separó en 1966, cuando Astor, en tiempos del Nuevo Octeto, ya había compuesto “Introducción a héroes y tumbas” con texto de Ernesto Sábato, y había grabado El tango, disco que incluía temas con letras de Jorge Luis Borges.
Una vez roto su matrimonio con Dedé, viviría durante cinco años una profunda relación con la cantante Amelita Baltar, con quien estrenó himnos como “Balada para un loco”, que el músico compuso junto a Horacio Ferrer, su gran socio artístico.
-Laura, ¿cómo ha sido su vínculo con Amelita Baltar?
-Astor nunca más la vio y yo no tengo nada que ver con ella. Siento que Amelita siempre tuvo una gran animosidad contra mí, pero nunca supe por qué. Nunca envidié a nadie y siempre tuve una vida tranquila.
-Entonces, ¿nunca conversó con Amelita Baltar?
-Jamás, incluso creo que ella sigue muy resentida, pero nunca le he hecho nada. Me mira con odio. No sé por qué, si jamás hablé con ella. Incluso la fui a aplaudir al Luna Park cuando se estrenó “Balada para un loco”.
-Cuando usted conoció a Astor, ¿él ya estaba separado de Amelita Baltar?
-Recontra separados. Por otra parte, nunca se habían casado.
-Usted sí se casó con él.
-Nos casamos tres veces. Primero fue en Paraguay, porque él quería a toda costa que yo fuera su esposa; luego nos casamos en París y, cuando se aprobó el divorcio en Argentina, me pidió casarnos aquí.
-Y usted aceptó rápidamente.
-No, le dije que primero debía pedirle la mano a mi mamá, incluso a mí.
-¿Por qué tanto protocolo?
-Yo no me quería casar, porque había leído en los diarios que todos los que se habían casado gracias a aquella ley, luego se divorciaban. Me daba miedo, hasta que, finalmente, me convenció. “Es la primera vez que veo que un hombre arrastra a una mujer para casarse”, nos dijo la jueza de paz.
Como una hija
Las anécdotas se suceden unas tras otras. Laura Escalada traza el perfil desconocido de ese hombre que podía pasarse el día haciendo bromas, tan diferente al músico circunspecto que habitaba los escenarios con profunda concentración. “Era chistoso y la volvía loca a Gracielita, la chica que trabaja en casa desde hace décadas”.
Graciela Zalazar llegó al piso de Avenida del Libertador cuando sólo tenía 15 años. “Fue una odisea para que me contraten, porque la señora decía que era muy chica para asumir responsabilidades, así que me tuvieron a prueba durante tres meses”, explica la mujer que vive con Laura Escalada de lunes a viernes y que los fines de semana regresa a su casa de Florencio Varela para estar con su marido y sus hijos, aunque también ocupa su tiempo libre realizando trabajos de enfermería. “El señor me hacía de todo”, recuerda con un dejo de nostalgia, mientras que Laura Escalada le pide que desenfunde el bandoneón. “Cuando llegué empecé a averiguar quién era Astor”, confiesa con noble sinceridad.
“La señora me educó, me mandó al colegio. Cuando terminé el secundario me preguntó qué me gustaba y me envió a estudiar. También conoció a mi novio y dio el visto bueno para que me casara”. Escalada es la madrina de sus hijos, quienes le dicen “tía”.
“Cuando limpiaba y le cambiaba de lugar las partituras, él se enojaba mucho y yo me ponía a llorar”. Sin embargo, aquello no pasaba de un instante de zozobra, ya que Astor se había encariñado con la entonces jovencita que vivía en su casa. “Como le gustaban los chascos, me asustaba con arañas. Una vez, me dijo que me había traído un regalo sorpresa. Así que me pidió que no mirara y me hizo poner la mano en un recipiente. Lo primero que toco es algo flácido que vibraba. Al sacarlo, veo que es una mano ensangrentada. Me quería morir. Por supuesto, era una mano de mentira”. Laura Escalada celebra la anécdota contada una y mil veces. Acaso la forma de mantener presente a su marido en ese piso donde se respira historia.
Piazzolla era un hombre concentrado en el trabajo e impredecible en la vida. “Estando en París, una tarde me dijo: ‘Andá a Punta del Este y comprá una casa’. No teníamos un peso, tuve que hacer malabares para que nos financiaran en cuotas y que fuera una propiedad alejada del centro, ubicada arriba de una lomada que impidiera la mirada de curiosos y estuviera cerca del mar para que pudiera ir a cazar tiburones”. La mujer cumplió con el cometido y aquella residencia fue la que habitaron en el regreso de la década de estadía a orillas del Sena. Pareciera ser que las callecitas de Buenos Aires con su no se qué aún no se rendían a sus pies.
María, la del mundo
Laura Escalada, antes de desempeñarse como actriz y locutora -integrante de una de las primeras camadas del ISER- fue soprano educada en la escuela del Teatro Colón. “Me crié en el Colón. Hice toda la escuela allí, en una época donde se estudiaba en el escenario”.
“Interpreté a la Musetta de La Bohéme”, recuerda con orgullo y agrega: “Soy soubrette”, refiriéndose a esa figura de la ópera que requiere de destreza en el canto y la actuación.
Sus conocimientos sobre lo escénico le dieron la propia autorización para reversionar la operita María de Buenos Aires, que Piazzolla compuso con Ferrer, y ofrecerla en Italia. “Me divertí como loca, porque amo a María… y, como soy actriz, sé mover y vestir a la gente. Además, hice un texto del argumento más corpóreo”. Incluso aclara que modificó el tono del final del primer acto: “Pido que María haga un portamento y termine arriba”.
-Reversionar un clásico no es tarea sencilla.
-Astor no escribía para ópera, escribió María de Buenos Aires con todo el corazón y alma, no hay obra más bella, pero él de voces no entendía. De hecho, cuando iba a escribir la ópera Gardel, que no llegó a hacerla, me llamó con mucha humildad, algo que me tocó el corazón, para consultarme sobre las voces y el pasaje de la voz de cada cantante según su registro. Me sentí responsable ante su humildad. Un grande me consultaba a mí, no lo podía creer”.
-¿Le causan agrado las versiones que se hacen de la operita con figuras como Guillermo Fernández?
-Mientras se hagan bien, no tengo nada en contra.
-No la noto muy convencida.
-Lo que sucede es que soy muy puntillosa, exigente, porque, de lo contrario, no vale la pena hacerla.
Mucho de lo que organiza lo plasma a través de la agrupación bautizada como Quinteto Revolucionario, en referencia al disco con el que obtuvo un Premio Grammy. Hoy, la presencia en el país de la música del ilustre -nacido en Mar del Plata en 1921- ocupa un lugar destacado, aunque siempre hay mucho más por hacer. Un reciente homenaje en el CCK recordó aquel hito histórico que significó el concierto que el músico brindó en el Teatro Colón a pedido del entonces presidente Raúl Alfonsín y como celebración por la vuelta de la democracia.
En enero, Escalada regresará a Italia, donde un quinteto local ofrecerá la música de Astor Piazzolla. No guarda recelo de volver a subirse a un avión, luego de la caída que sufrió hace un año en Roma y que la mantuvo internada en esa ciudad durante varias semanas. “Estuve en el hospital en el que lo atienden al Papa”.
Adiós Nonino
-¿Cómo fueron los últimos días de Astor?
-Estábamos en París, él atravesaba un momento de mucha felicidad. Cambiándose, porque nos íbamos a visitar la imagen de la Medalla Milagrosa, tuvo el ACV.
-¿Llegó a decir algo?
-Sí, fueron sus dos últimas palabras.
-¿Cuáles?
-Nunca las dije. No las diré.
-¿Quién lo socorrió?
-Rápidamente lo llevaron a un hospital lejano, en un bosque. El director del lugar me gritó desde lejos: “ça n’en vaut pas la peine, il va mourir” y yo le respondí: “él no se muere nada, lo saco de acá”. Pero era todo un engorro moverlo de París, ya que Argentina no contaba con un avión sanitario. Así que tomé coraje y lo llamé al presidente Carlos Menem, quien, además, era fanático de Astor. “Señor presidente, tengo que llevarlo a Buenos Aires, se lo prometí”.
-¿Se lo prometió?
-Sí, habíamos hablado mucho sobre nuestras muertes y él me hizo prometerle que su muerte sería en Buenos Aires.
-¿Cuál fue la respuesta de Menem?
-Desalojó la clase Primera de un vuelo de Aerolíneas Argentinas para adaptarla para el traslado.
-¿Cómo fue el vuelo?
-Yo había convenido con el piloto que, si moría en el viaje, no lo íbamos a declarar hasta no estar en tierra argentina.
En ese entonces, Piazzolla contaba con 69 años y su vida, en una suerte de estado vegetativo, se prolongaría dos años más.
-¿Mantenía algún tipo de contacto con él?
-A la única persona que reconocía era a mí. Lo único que movía un poco era su mano izquierda. Me aferré a eso.
-¿Por qué dice que la reconocía?
-Porque, cuando entraba al cuarto, abría los ojos.
-En la actualidad, ¿Astor Piazzolla es muy imitado?
-No hay nada mejor para un creador que ser imitado.
-¿Por qué?
-Quiere decir que, en el fondo, hay una gran admiración y cariño. Se imita a quien se ama e hizo escuela, pero les va a costar mucho, porque Astor es un genio.
-Habla en presente.
-No va a morir nunca. Es como cuando se habla de Stravinski o Mahler, los genios están siempre presentes.
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