La exactriz y modelo se reinventó cuando cruzó el océano y también a raíz de su maternidad; en diálogo con LA NACIÓN, habla sobre su transformación, su trabajo como profesora de yoga y por qué está muy feliz con su presente
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Fue chica del momento en los 90, cuando la tele se llenó de modelos que hacían de todo. Lara Zimmerman, en cambio, era distinta. Quizás por eso la convocó Daniel Grinbank para el mítico Rock & Pop TV, junto a Mario Pergolini. Como era lanzada y espontánea, enseguida se hizo un lugar en la tele y durante 13 años trabajó en programas de todo tipo. El gran éxito fue La banda del Golden Rocket, pero también condujo 360, todo para ver, A la playa con Gasalla, Doce más uno con Juan Alberto Badía y actuó en novelas como Gino y Alas.
La vida le cambió cuando se enamoró, se casó y tuvo a su primer hijo. La bomba sexy quedó atrás y ella decidió que ya no quería más cumplir con esa imagen. Esa etapa coincidió con la crisis de 2001, el corralito, el caos social y el nerviosismo de un futuro incierto en la Argentina. Entonces Marcelo, su marido, le propuso ir a probar suerte a España. Él ya tenía trabajo allá; ella, no, pero igual se animó a la aventura. Le dijo “chau” a todo lo que había construido en su país y empezó de cero en Europa.
Desde Barcelona, Zimmerman conversó con LA NACIÓN para contar cómo fue ese proceso y de qué trata su nueva vida, lejísimos de la farándula porteña.
-¿Cómo fue que decidiste dejar todo?
-Vine a Barcelona cuando mi hijo tenía un añito, en la época de De la Rúa, donde el país estaba bastante bravo, la verdad. Nos vinimos para acá y en ese venir comenzó este cambio de vida. Cuando estás en el medio artístico, parece que eso es el mundo, pero cruzar hacia acá, me dio un cambio de perspectiva muy grande. Y ahí empezó esta nueva etapa.
-¿Enseguida quisiste cambiar de rubro?
-No, al principio hice algunos castings y traté de relacionarme acá como actriz. Después se fue diluyendo, perdí interés, no sentía que estaba para eso en ese momento. La maternidad me había atrapado mucho porque nos vinimos para acá sin tanto apoyo, sin tanta ayuda de las familias y bueno, empecé a ver otros rumbos. Cuando te vas de tu país y tenés que iniciar una nueva vida, comienzan las preguntas existenciales. Quién sos más allá del personaje, más allá de ser de argentina...
-¿Llegaste allá y dijiste “no vuelvo más” o pensabas que en algún momento ibas a regresar?
-Nunca lo sabés y es buena esa cosa de decir: “si me siento muy mal, vuelvo”. A mí me encantan los cambios, pero los cambios no siempre son eternos y cuando tomás una decisión no es radical: se puede modificar.
-Pero se quedaron...
-Sí, nos quedamos, más allá de que hubo momentos, en donde las cosas no fueron tan fáciles. Aquí nadie te está esperando. Entonces, se ofrece un camino de autoconocimiento muy grande a razón de eso.
-Medio empujada por todo lo que te estaba pasando.
-Claro, esto de “quién soy” porque tengo que potencializar mis virtudes y ver un poco mis inseguridades porque tengo una familia, tengo que salir adelante y mejor, que me fortalezca con esta experiencia.
-¿No te seguían llamando de la Argentina para hacer cosas?
-Nada concreto.
-O sea, cuando te fuiste, ¿no estabas trabajando?
-Estaba haciendo en un canal de cable un programa de zapatos, El botinero. Mal que mal, siempre tenía mis contactos, mi representante, iban saliendo cosas, pero fui mamá y cambió mucho mi imagen. Ya no era esa chica irreverente de 20 años, como que tenía que empezar a encajar en otros personajes.
-Reinventarte un poco.
-Sí, sí. Yo había estudiado teatro con Norman Briski, con Lito Cruz... En mi época hice un par de publicidades que pegaron, me llamó luego Daniel Grinbank para Rock & Pop TV y a partir de ahí, fue una seguidilla de 13 años, de ir de un programa al otro. Fue como bastante fácil. Después, vas cumpliendo años y todo va tomando otro color, y si tenés mucha suerte te empieza a ir muy bien. Tampoco era que me iba del todo mal porque me había hecho un nombre, pero la propuesta de Barcelona me interesó.
-¿Por qué?
-Por esto de tener una nueva vida, nació mi hijo, quería nuevos horizontes y esa pregunta de quién soy también empezó a latir.
-Tu marido viajó con trabajo...
-Si, él viajó con trabajo.
-¿Cómo lo conociste?
-Era el hijo de unos amigos de mis padres. Estuvimos juntos 26 años y nos separamos hace 3 años y medio.
-¿No te invitaban a salir los hombres del medio?
-Bueno, sí. En ese momento, el personaje que yo era, tenía mucho que ver con la programación de esa época: la mina que está buena y el tipo que se lanza. Esa cosa masculina de sentirse muy atraído por lo físico.
-Al principio quizás está bueno, pero después pierde el sentido.
-Sí, pierde un valor terrible que un tipo que te diga: “me quiero casar con vos, qué buena que estás”. No tiene nada de interesante. Ahora creo que las cosas cambiaron con todo lo del feminismo en la Argentina, están respetando más los derechos femeninos.
-Se empezó a tomar consciencia de la cosificación.
-Claro, no nos dábamos cuenta. Estaba muy sexualizada la mujer. Y mirá las vueltas de la vida, ahora yo acompaño a las mujeres a deshacerse un poco de todo eso y a empoderarse desde la energía femenina, que no tiene nada que ver con lo que nos contaron de lo que era una mujer exitosa. Éramos minas súper exigentes, críticas, con mucha energía masculina, llevando como con un cierto liderazgo, pero desde el esfuerzo, desde la acción y nos cargamos completamente nuestra sensibilidad, nuestros dolores menstruales, nuestra vulnerabilidad, no permitiéndonos todo eso porque la familia, el trabajo, la gente... Y ahora, a los 55 años, he pasado por muchas etapas de mi vida y llegando a la menopausia, al climaterio, puedo acompañar. Me especializo en yoga para mujeres, para embarazadas, para mamás cuando ya están en postparto. Las mujeres están muy cansadas, reprimen su energía femenina por sostener puestos de trabajo, por tener un buen porvenir económico y ahí voy yo, intentando decir “no reprimamos nuestros aspectos femeninos porque sino vamos mal como mujeres”. Creo que este cambio de paradigma y cambio de programación con todo lo del feminismo tiene que ver con que salgamos a liderar desde lo femenino, o sea desde lo sensible, desde lo creativo, desde el poder cuidar. Que estas cualidades empiecen a verse más en lugares importantes.
-¿Pensás que esto que fuiste aprendiendo y desarrollando, no lo hubieses logrado si te quedabas en la Argentina?
-Irte te da muchas perspectiva y la perspectiva te da mucha visión. Tomar distancia te hace ver cosas que cuando las tenés cerca no las ves. No sé si hubiese tenido un cambio tan radical como tuve si me hubiese quedado un poco enganchada en la actriz, en “Lara Zimmerman”, en lo que me ofrecía el medio en ese momento.
-En lo que se esperaba de vos.
-Eso sentí. Mi mejor momento fue a los veinte años, cuando estaba ahí siendo una chica sexy, en la batalla. Y después, o me empezaba a siliconar y a ponerme bótox o me quedaba afuera.
-Y a las chicas que eran compañeras tuyas, ¿cómo las viste evolucionar?
-A algunas bien, con mucha dignidad. A otras muy mal.
-¿Creés que esas son víctimas de la exigencia del medio?
-Totalmente. Y como mujer empatizo y entiendo que es el trabajo que tenés, que te vas adaptando y tenés que estar muy bien plantada para poner límites, para decir esto no lo hago. Hay muy pocas que pueden poner sus exigencias. Después, los productores - al menos en mi época- eran hombres y ponían ellos todo, y vos te adaptabas a esa propuesta.
-¿Viviste alguna situación incómoda alguna vez?
-La verdad que no porque, por suerte, nunca tuve la necesidad de que si no trabajaba, no comía. Entonces yo hacía lo que me divertía, me ponía en los lugares que me quería poner. A veces hacía notas y después las veía y decía; “uy, me trataron como a un objeto. Pero en el momento no me daba cuenta. De hecho mi primera publicidad, después la vi y con el tiempo me di cuenta de que el chico está enfrente mío y dice “que te-te-tentación”, y era por las tetas, me estaba viendo las tetas. En ese momento, yo tenía 17 años. Y no lo vi. Ahora puedo elegir qué quiero ser. Tuve la suerte de que fui muy perseverante porque acá no es fácil ser profe de yoga y que te vaya bien, y tener clases y tener alumnas, es algo que vas construyendo gracias a mucho esfuerzo. Y puedo despabilar a otras mujeres y me conmuevo porque yo me sentí superwoman en algún momento y me maltraté sin saberlo, por ocupar un estereotipo, por encajar en un rol determinado, pasando por encima de mi verdadera esencia, de lo que era ser mujer.
-Claro, si no sacabas vos tu parte espiritual, no la iba a sacar nadie.
-Exacto. Lo que queremos ver reflejado afuera, primero lo tenemos que sembrar nosotros. Es como “a ver, soy sensible, mi sensibilidad vale. Le voy a dar espacio”.
-A la distancia, ¿cómo ves esa parte de tu vida?
-La entiendo. El otro día grababa unos reels en mi Instagram contando qué cosas me cambió el yoga y una de las cosas era eso: yo caminaba muy echada para adelante, un poco atolondrada, acelerada… Con su encanto, pero muy avasalladora, con poca panza, con poco sentir y obviamente como en acción-reacción, acción-reacción, acción-reacción. Muy mental, poco sensible. Y creo que eso fue por una sobreadaptación a un momento de mi vida, un personaje que me permitió sobrevivir. Hoy lo abrazo con mucho cariño porque fueron los recursos que tuve en ese momento para hacerme un nombre, para tener trabajo, para sentir realmente que era mi vocación.
-¿Pensás que no era esa tu vocación?
-Y no, al final no. El cambio fue con la maternidad. La verdad es que si ahora me llaman para una obra de teatro, ni ahí estoy para quedarme hasta las tres de la mañana. Empezaron a venir un montón de “uf”. Ahora no me da nada de gracia hacer ciertas cosas, ciertos esfuerzos que en el mundo del espectáculo en ese momento eran como el ABC. Había que pasar por donde había que pasar, no importaban las horas de espera en un rodaje, no importaban las horas de ensayo, el famoso “el show debe seguir”.
-¿Tenés relación con algunos de tus compañeros de esa época, con gente de la Argentina?
-Directo no, a veces por el Instagram, nos podemos saludar con Diego Torres... Pero no, con gente del espectáculo no mucho. Quizás con algunos productores, con alguna gente que estaba por ahí, pero con actores y actrices, no.
-¿Y en ese momento sí eras amiga, tenías un grupo?
-En la época de La banda del Golden Rocket con Diego Torres, Gloria Carrá y Marisa Mondino éramos bastante amigos. Hace un año y medio vino Lalo Mir y nos vimos, fue hermoso, la verdad, un reencuentro en las playas de Barcelona. Muy bonito.
-¿Tu hijo está ahí, con vos?
-Ramiro tiene 23 años, estudió para ser entrenador personal deportivo y ahora está trabajando en hoteles.
-¿Viven juntos?
-No. Yo vivo sola, con mi perro y tengo novio. Lo ideal. Es una etapa de la vida donde conecto con la capacidad de reinventarme. El potencial es ilimitado y si te empezás a machacar con que “ya estoy vieja”, esos diálogos mentales pueden ser sumamente castradores y nos pueden llevar a quedarnos en esas frases que vinieron de mamá, que vinieron de la abuela, que vinieron de la tatarabuela. Hay muchas cargas limitantes con respecto al paso del tiempo en las mujeres y te fulminan. Realmente no solo tenemos la energía creativa en el mundo para tener bebés, sino que tenemos una energía creativa en el útero para reinventarnos una y otra vez. Yo tengo el cuerpo que tenía a los veinte años, uso la misma talla, uso los mismos jeans... Bueno, hice actividad física sin parar toda mi vida, por supuesto que eso ayudó, pero no sé por qué siempre le dije a mi hijo: “Yo no voy a envejecer, yo siempre voy a ser joven”.
-Pero vos hiciste algo muy disruptivo: dejarte las canas.
-Claro. Y la gente me dice que parece que es de peluquería. Sí, esto lo hice en un momento de búsqueda de “quién soy”, mi verdadera identidad. Hay muchas mujeres y muchos hombres que llegan a los 70 años con el cuerpo que tenían a los 30. Admiro a esa gente y siento que quiero ir por ahí. Cuando me viene el pensamiento limitante, le digo adiós, no lo comparto, gracias abuelita porque a tus óvulos que estoy acá, pero yo no comparto, corto ese pacto con esto de la edad, de la vejez, de la limitación, de no animarnos a pasar de etapas constantemente.
-¿Le contás tu historia a tus alumnas?
-Sí, la saben.
-¿La contás como algo lindo?
-Sí, no me arrepiento de nada. De hecho me siento muy privilegiada por haber podido vivir lo que viví en la Argentina, todas experiencias tan intensas, tan brutales, lo agradezco un montón. Mi ego se quedó sumamente satisfecho con esa experiencia. Lo que pasa es que para mi alma no alcanzó y necesité transitar otros caminos. Yo a veces pienso que con el paso del tiempo y la madurez cambié intensidad por profundidad.
-Qué bueno que lo pudiste hacer.
-Sí. Así como tuve suerte y me hice un lugarcito en el medio cuando empecé, me siento muy privilegiada ahora por haber hecho todo este otro recorrido que hice desde que estoy en Barcelona.
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