Lara Zimmerman: "Con el tiempo, la fama se vuelve algo incómodo"
"Bueno, yo bailé tango con Menem", cuenta Lara Zimmerman medio al pasar. No lo dice con vergüenza pero mucho menos para chapear: lo que intenta transmitir es que en los 90 cualquier situación inverosímil era más o menos posible, especialmente si uno era famoso. Actuás en un drama sobre abusos en un psiquiátrico, funde a negro, pam: aparecés bailando con la Mona Jiménez en el Luna Park, o con Riky Maravilla en el techo de un hotel de Mar del Plata. La década infame era una constante bifurcación de caminos para las caras conocidas, y más para Lara que la vivió con veintipocos.
"Mi época más popular fue la de La banda del Golden Rocket", dice. En la juvenilia que estrenó Canal 13 en 1991, Lara era Laura, un personaje que -aun no siendo del grupo central- le hizo conocer la fama como nunca antes y nunca después. "Nos sacaban con guardaespaldas, nos metían en unas traffic, la gente nos esperaba en la puerta del teatro…", recuerda desde su casa en Barcelona, ciudad a la que emigró en 2002 y en la que construyó su nueva vida como instructora de yoga y cultora naturista.
La incomodidad de la fama
Desde los 15, Lara estudió teatro con Norman Briski, Agustín Alezzo y Lito Cruz. Un día se enteró de un casting para teatro y terminó actuando en algunas obras, pero también trabajando para una agencia de publicidad que le conseguía avisos de yogur, de Atari, de jabón. "Modelo-modelo nunca fui porque no soy muy alta, pasarela nunca hice. Pero hice fotos para diferentes marcas, varias gráficas de ropa interior, y comerciales en la tele. Ahí, apuntada en esa agencia, me llamaron para Rock & Pop TV. Ese fue mi primer trabajo en tele. Me eligió Daniel Grinbank", dice. Tenía 19 años y cayó a compartir pantalla con Lalo Mir, Mario Pergolini, Douglas Vinci, Bobby Flores y Raquel Mancini.
En Rock & Pop TV firmó sus primeros autógrafos y se sacó sus primeras fotos. Subió un puntito en lo que a reconocimiento respecta con A la playa con Gasalla y 360: todo para ver, dos programas veraniegos. Pero todo estalló con La banda del Golden Rocket, la ficción semanal que la terminó de convertir -con todo lo que ese mote abarca- en estrella. "Al principio es divertido", recuerda. "Te reafirma que el trabajo que hiciste se hizo conocido y a la gente le gusta y te lo reconoce. Pero con el tiempo se vuelve algo incómodo, porque la gente es muy invasiva y al reconocerte cree que formás parte de su círculo íntimo y te empiezan a hacer preguntas muy íntimas, y quieren crear una confianza que no existe. Toda esa parte de la fama es bastante incómoda porque lo sentís muy falso, no es real".
Junto con las cenas interrumpidas a la fuerza y las preguntas desubicadas llegan los amigos por conveniencia, figuritas repetidas en el álbum de la fama. "Es bastante delicado el hilo de si esta persona está con vos por interés o de corazón porque se considera tu amigo. Es un 'run run' permanente del famoso, que no sabés de dónde viene tanta simpatía y tanta amabilidad, si es personal o por el rol que cumplís", dice. Las invitaciones, las tentaciones y las facilidades se multiplican, pero por todo se exige una contraprestación: "Te invitan a las fiestas, el taxista que no te cobra, el restaurant que no te cobra la comida. Con 20 años, imaginate, era 'guau, qué bueno está esto'. Pero a la larga empieza a pesar lo que la gente te exige. Es ‘te invito a esta fiesta pero pretendo algo de vos’, y al final terminás pagando un precio por pertenecer a un determinado círculo. Y ahí te empezás a desdibujar: quién sos vos, qué querés y qué te exige el medio".
El redescubrimiento
La banda terminó y Lara siguió actuando. Fue parte del elenco de varios capítulos de Sin Condena, el inefable unitario sobre casos policiales de Rodolfo Ledo -"Íbamos a las villas, todo in situ, a vivir el caso que Rodolfo investigaba. Desde ahí me comprometí y lo hice, pero la verdad es que el trabajo con él fue súper intenso"-, pasó por telenovelas como Alas: poder y pasión y Gino, y a medida que se fue acercando a los 30 empezó a cambiar su percepción del mundillo que la rodeaba. "Cuando pasó el tiempo me di cuenta de que el medio me pedía que siguiera siendo la chica sexy que había sido a los veinte, que siguiera teniendo esa imagen que tenían de mí, y yo ya me acercaba a la maternidad, me acercaba a otros momentos de mi vida, y me hacía un poco de interferencia interna. Decía ‘¿hasta qué punto estoy dispuesta a seguir pagando este precio que me piden por pertenecer y qué quiero yo en realidad de mi vida?’.
A principios de los 2000, mientras el país se derrumbaba, Lara se casaba con Marcelo y tenía a Ramiro. Aún con trabajo y cierta facilidad para moverse en el medio, su carrera ya no la llenaba. "Sentí que había llegado a un techo, que necesitaba nuevos desafíos, porque lo que me daba mi mundo laboral no me traía la satisfacción que yo buscaba. Como Marcelo ya había vivido en España me preguntó: ‘¿Nos vamos, que se vive más tranquilo?’, y lo seguí", dice. Al principio recorrió productoras intentando seguir conectada a la conducción y la actuación, pero después se interesó en el yoga y ya nada fue igual: "Me fui absolutamente para el mundo espiritual, y en vez de estar buscando tanto la satisfacción afuera, hice un descubrimiento hacia adentro. Hace más de diez años empecé con esto y ahora me dedico a impartir clases y a compartir todo lo que fue mi proceso de descubrir quién era desde una verdad más interna".
Así, pasó de tener que responderle preguntas a desconocidos por la calle a ser una anónima más en una ciudad lejana, con el consiguiente choque para el ego. "Se genera un silencio interesante que te lleva a la introspección y a pensar cuánto peso le das a ese reconocimiento de la gente, cómo te valorás porque la gente te reconoce y qué pasa cuando la gente no te reconoce. El ego es grande en el actor, pero a la vez lo tomaba como una oportunidad, más allá de que hubo momentos en los que no la pasé tan bien: no todo el proceso es bonito", dice.
Hoy no hay vereda que valga por el bendito virus, pero en situaciones normales la ex chica de La banda del Golden Rocket es la argentina que -con el cantito de casi dos décadas en España- enseña yoga en Barcelona. Eso, hasta que algún argentino de alrededor de cuarenta años la cruza y, temeroso de meter la pata, la devuelve por unos segundos a su otra vida con un "disculpame, ¿vos sos Lara Zimmerman?".
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