Cecilia Narova se destacó como bailarina, integró la compañía de Tango Argentino en el mundo y formó parte de Viva la revista en el Maipo, el espectáculo donde debutó la recordada artista trans hoy recreada en ficción por Mina Serrano
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-¿Qué fue de la vida de Cecilia Narova?
-Cambié de universo, me fui al mundo del ama de casa.
-¿Te retiraste? ¿El medio artístico mutó?
-Un poco de todo eso. Hay mucho que no me gustaría hacer; creo que revistas, como las que hice con Antonio Gasalla, ya no se podrían volver a generar, es lamentable, pero una producción tan cara no es posible. Hoy no estaría permitido, pero en aquellos espectáculos hasta utilizábamos pieles de zorros naturales, pulserones de strass y plumas; los ballets estaban integrados por cuarenta bailarines.
Cecilia Narova cita a LA NACIÓN en un centro comercial de Pilar, la localidad donde habita junto al productor y stage manager Daniel Mautone, su marido desde hace décadas. Allí, alejada de la industria del entretenimiento, la pareja convive con 28 perros rescatados. “La casa es de los animales”, dice con resignación y orgullo por la tarea solidaria.
La carrera de Narova es bien atípica. Se destacó como bailarina -de excelente técnica- y tuvo un paso estelar como vedette refinada junto a capocómicos como Antonio Gasalla y Tato Bores. Cuando se incorporó a la compañía Tango Argentino, creada por Héctor Orezzoli y Claudio Segovia, recorrió buena parte del mundo imponiendo nuestra música más representativa en un show de lujo y nivel internacional donde compartía el escenario con verdaderos íconos sobresalientes del género. Y fue parte de Viva la revista en el Maipo, el espectáculo con el que Lino Patalano inauguró oficialmente su gestión al frente de la emblemática sala de la calle Esmeralda y donde debutó -en el circuito comercial- la vedette Cris Miró, sobre quien Narova mantenía algunas diferencias. ¿Acaso el personaje que en la serie Cris Miró (Ella) interpreta Adabel Guerrero sea una recreación encubierta de Narova y su vínculo con la que era una nueva estrella en ascenso? Sin callarse nada y con ningún miedo al debate, Narova se explayó ante LA NACIÓN, luego de mucho tiempo de no conceder una entrevista ni aparecer en la arena pública.
Polémica
En la primera mitad de los noventa, cuando Narova regresó de estelarizar Tango Argentino, espectáculo que también se vio en la calle Corrientes, se contactó con Lino Patalano para llevarle una propuesta de espectáculo. Finalmente, el empresario, que estaba diseñando una revista, la contrató para ese proyecto.
“No me dijo que iba a estar Cris Miró. Ya firmado el contrato, me entero que sería una atracción, pero después empiezo a ver que tenía mejores cuadros que el mío. Recuerdo que me habían puesto una escalerita de cinco escalones con una capita de encaje rojo y cuatro patovicas desnudos que la gente miraba más que a mí y Cris (Miró) aparecía volando. No la pasé muy bien”.
-¿Le hiciste algún tipo de reclamo a Lino Patalano?
-No, se generó una cosa de distancia, no hablé más con él.
-¿Terminaste distanciada de Patalano?
-Sí.
Así como se muestra orgullosa de la mayoría de sus trabajos, Narova recuerda que aquel espectáculo no cumplía con sus expectativas: “No era buena la revista, nada de otro mundo, entonces no venía mucha gente, por eso, en un momento, quiso que nos peleáramos con Cris (Miró) para tener prensa, para que la gente viniera. Yo creo que Cris Miró jamás habría querido eso y yo tampoco, no me interesaba, nunca me moví dentro de ese sistema de peleas, de dichos”.
Claramente, su recuerdo del histórico productor Lino Patalano no es el mejor, aunque la mayoría de los artistas que trabajaron con él guardan un gran recuerdo y, en septiembre de 2022, han llorado su partida. La experiencia de Narova parece haber sido otra: “Una vez, en el programa de Jorge Rial dijo ´el Maipo es un quilombo, se pelean todas´. Así que, inmediatamente, llamé a un abogado y le expliqué: ´Yo no soy ninguna prostituta, no estoy en ningún quilombo, que se rescinda el contrato´ y me lo tuvieron que rescindir, ahí me fui”.
-¿Cómo te llevabas con Cris Miró?
-Bien, porque era un tipo bien, buenazo, pobre. Lo usaban.
-Te referís a Cris Miró en masculino.
-Es que era un hombre, no tenía ovarios, es la verdad.
-...
-Lo mismo con Flor de la V, hemos hecho una telenovela juntas. Le dije, “Flor, para mí sos un tipo, no te puedo tratar como a una mujer, sos un hombre, necesito, para ubicarnos, que sepas que yo sé que sos un hombre” y me respondió “sí, tenés razón”. Me acuerdo que Raúl Portal había dicho “señores dejen de tratar a Cris Miró como a una mujer, si no tiene ovarios”. Ahora se aceptaron las cosas de otra manera, yo también lo veo de otra manera. Te sentís mujer, querés ser mujer, no tuviste la suerte que tu cuerpo te acompañe... En ese momento, lo trataba como a un compañero.
-¿Le hablabas en masculino?
-Claro y a él no le molestaba, si era la verdad.
-¿Era amable el trato?
-Sí, era amoroso, cero conflictos con nadie; venía, se encerraba en su camarín, se maquillaba, hacía su número. Generalmente nos encontrábamos en el pasillo, no había una amistad de camarín.
-¿Viste la serie sobre la vida de Cris Miró?
-No, no tengo televisor, hace años que decidí no ver nada.
-¿Conocés a la actriz y vedette Adabel Guerrero?
-No.
-Ella interpreta a una artista que monta en cólera cuando se le dice que compartirá escenario con “una travesti”, como se catalogaba en la década del noventa a las chicas trans. Sobrevuela en el imaginario que ese rol está inspirado en vos, aunque solo es una suposición. ¿Te enfureciste cuando te informaron que habría una mujer trans en la compañía?
-No, no es mi estilo, era una atracción, como también estaba el mago Emanuel. No era una revista típica, lo veía como un music hall, tampoco había un capocómico.
-Entonces, ¿no estallaste?
-Para nada.
-Pero sí tuviste diferencias en torno a la conformación de los cuadros.
-Eso sí. Había varios coreógrafos y ninguno había hecho revista, salvo Jean François (Casanovas) que había estado en París. Para armar el final, en la bajada de la escalera, fue el vestuarista, que trabajó toda la vida en el Maipo, el que les explicó que la última en salir es la vedette. Nadie tenía idea de nada.
-¿Quién bajaba última en el saludo final, Cris Miró o vos?
-Yo.
Narova tiene ganas de hablar. De hacer catarsis en torno a aquella experiencia que, para ella, fue traumática. “En lugar de bailar, me pusieron a caminar, mi bronca pasaba por ahí. Además, con un vestuario espantoso. Las coreografías no tenían nada que ver con los trajes. Los bailarines hacían cosas por el suelo y se les salían las lentejuelas, se les rompía la ropa. A mí me habían puesto un conchero y un corpiño con piedras de plástico, se lo dije a Renata (Schussheim)”.
La bailarina se refiere a quien era la experimentada responsable del vestuario de Viva la revista en el Maipo: “Le dije ´Renata, no puedo salir con piedras de plástico, poneme strass´. Enseguida me lo cambiaron. Los diseños de ella eran buenísimos, pero mal realizados. Decían que era la revista del millón de dólares, pero no era ni de los cien mil”.
-¿Cómo viviste la muerte de Cris Miró?
-Creo que no estaba en el país. Me dolió, lo han usado muchísimo. No tenía una amistad con él como para saber qué era lo que quería, anhelaba y soñaba; supongo que ser lo que fue, un artista, estar en un espectáculo, debe haber sido eso, pero no sé cuánto le costó llegar ahí, eso sí que no lo sé, porque apareció de la nada. No sé qué puertas le abrieron, ni a dónde entró ni con quién. Eso me da mucha pena. Lo del VIH me da mucha pena, no se cuidó.
-¿Llevaba una vida promiscua?
-No de parte de él, pero en el ambiente donde lo han metido... eso es lo que me dio pena. Podría estar vivo y haciendo cosas, estoy segura que lo usaron.
Vedette estilizada
“En la primera revista que hice con Antonio (Gasalla) éramos todas ´figuritas´”, recuerda la artista. Ante la ausencia del género y las experiencias de menor envergadura que se vieron en los últimos años, el escalafón en el mundo de las plumas se fue extinguiendo. Corría 1979 y deslumbró en El Maipo es el Maipo y Gasalla es Gasalla, junto a un elenco que, además del humorista, también conformaba la enorme Claudia Lapacó. Luego llegaría La mariposa en el Maipo, encabezada por Tato Bores, donde le tocó reemplazar nada menos que a la primera vedette Nélida Lobato.
-Gasalla se encuentra internado en un cuadro irreversible, ¿cómo vivís esa situación?
-Me da mucha pena, no lo puedo creer que un hombre que usó tanto a su cerebro ahora se encuentre de esa manera. En los últimos meses en los que aún estaba bien, lo llamé por teléfono y le dije: “Te llamo para agradecerte haber trabajado y aprendido con vos”. No entendió bien porque es medio loco, como todo artista, pero me preguntó qué estaba haciendo. Estoy tranquila por haberlo conocido.
-¿Cómo fue reemplazar a Nélida Lobato?
-Eran los tiempos de la Guerra de Malvinas, ella se enfermó y la revista duró hasta que ella murió y el espectáculo fue levantado definitivamente.
Formación precoz
Su formación como bailarina y su prestancia elegante la apartaron de las vedettes más famosas. Acaso esa cuota de refinamiento le “impidió” convertirse en una figura popular. “A los 13 años me recibí de profesora de danza en la Escuela Municipal de Morón, una locura. Me moría por bailar, pero mis padres me sugirieron que dictara clases en la casa donde vivíamos”.
-¿Lo hiciste?
-Sí, me pusieron una barra y comencé, pero los chicos se iban llorando y los padres venían a quejarse.
-¿Llorando por la exigencia física de tus clases?
-Sí, les dolía todo, yo era muy chica y no tenía conciencia.
Finalmente, los padres de Narova entendieron que la vocación de su hija era bailar y no la docencia. Un maestro conocido generó el vínculo para que pudiera audicionar con Norma Viola, la histórica compañera de danza de El Chúcaro. “´Vos no vas a bailar nunca´, me dijo con muy mal tono. Mi papá, que estaba en la platea, quería subir al escenario a increparla”.
-¿Por qué tuvo esa sensación?
-Porque ellos hacían folclore y yo venía con la postura de la danza clásica. Me fui llorando de esa audición. Sin embargo, al otro día me llamaron para avisarme que estaba tomada. Luego, tanto el “maestro” (El Chúcaro) como Norma (Viola) me quisieron mucho, me llamaban “la nena”.
-¿Qué espectáculo hiciste con ellos?
-Te vas a caer de la silla, estaban Tita Merello, Tito Lusiardo, la orquesta de Mariano Mores -con Nito y Claudia Mores-, Héctor Gagliardi y el ballet del “maestro”.
Aquella temporada en el teatro Cómico -hoy Lola Membrives- marcó su debut artístico con tan solo 13 años. “Como era buena, me llamaron para hacer un bolo bailando en una obra en el San Martín que protagonizaba Elizabeth Killian, así que mi mamá, entre función y función, me llevaba corriendo por la avenida Corrientes desde el Cómico para que pudiera hacer esa pequeña escena en el San Martín”.
A pesar de haber ingresado por la puerta grande, su deseo era bailar en el Teatro Colón. No pudo ser hasta varias décadas después. En 2016 bailó allí, junto a Maximiliano Guerra, en el espectáculo La noche de los 200 años, en celebración por el aniversario de la independencia nacional. “Cuando audicioné en el Colón me dijeron que no tenía buen salto y eso es lo que mejor hago, así que, por bronca, me fui al teatro de revista”.
-¿Te gustaba ser vedette?
-Es que yo no lo veía de esa forma, a mí me gustaba bailar. Me acuerdo que, en la entrada del escenario del Maipo había un espejo y Antonio (Gasalla) me decía: “mirate, mirá que tetas y culo tenés, mostralos, vendelos”. Y yo le respondía que estaba ahí para bailar, no entendía muy bien el código de la vedette.
-¿Nunca fuiste consciente de tu sensualidad?
-Sí, pero para jugar en el escenario.
-¿No te veías como una bomba sexy?
-Para nada, soy todo lo contrario, no tengo nada que ver con eso.
-¿Era muy competitivo el mundo de las vedettes?
-Nunca me sucedió nada raro, pero me han contado que se cortaban los corpiños para que la compañera no pudiera salir a saludar en el final, no se mostraban la ropa que iban a usar hasta el día del debut.
A pesar de haberla reemplazado durante su dolencia terminal, no conoció personalmente a Nélida Lobato. “Tuve trato con Ethel y Gogó Rojo y con Zulma Faiad. Susana (Giménez) me ha invitado a su programa, lo mismo que Moria (Casán), aunque una vez ella dijo que yo tenía las piernas de (Diego) Maradona, pero siempre nos llevamos bien”.
-También filmaste Tango, bajo la dirección de Carlos Saura.
-Saura no tenía la más mínima idea de lo que era el tango.
Plataforma internacional
Corría 1983 y el realizador Claudio Segovia había dirigido una de las revistas de Gasalla, razón por la cual conocía la destreza artística de Narova, a quien convocó para formar parte de Tango Argentino. “Necesitaba una chica que hiciera el personaje de Milonguita”.
La bailarina compartió aquel elenco con figuras de la talla de Elba Verón, Jovita Díaz, María Graña, Alba Solís, Raúl Lavié, Osvaldo Berlingeri, el Sexteto Mayor, y Horacio Salgán y Ubaldo de Lío. Los bailarines eran Juan Carlos Copes y María Nieves, Nélida y Nelson, Mayoral y Elsa María. “Éramos más de treinta artistas en escena”.
La idiosincrasia for export de la propuesta no atentaba contra la difusión de una identidad nacional. El show, lujoso y con un elenco de figuras irreprochables, le abrió las puertas del mundo al tango visitando lugares no frecuentados por el espectáculo argentino: “Lo primero que hicimos fue el carnaval de Venecia. Claudio Segovia había conseguido un avión que nos llevara gratis, pero, con el tiempo, nos contó que no tenía pasajes de vuelta”.
La llegada de la compañía a Europa fue muy atípica: “Volamos en un avión de tropa que llevaba un misil que debían dejar en una isla de España. Para ir al baño, pasábamos por al lado del misil”.
-¿La aeronave era de bandera argentina?
-Sí, un Hércules, donde no sobraba ningún asiento. En Venecia hicimos un éxito muy grande, por eso nos contrataron del Châtelet de París. (Claudio) Segovia nos dijo que, si todo salía bien, tendríamos una cena en la embajada argentina, así que nos pidió llevar nuestras mejores ropas. La función fue un delirio, quedó gente afuera que golpeaba las puertas para entrar; así que nos invitaron para ir a la embajada.
-¿Cómo fue esa cena?
-Parece que no confiaban en que haríamos un éxito porque no estaba prevista la comida; así que llegaban los mozos con bandejas de plata y canapés de salame y potes con caldos de la sopa del día. En un momento, el embajador le pregunta a (Horacio) Salgán: “maestro, ¿cómo viajaron?” y él, que era un señor y muy bien hablado, le respondió “como el orto”. Así empezamos en Tango Argentino.
Durante una década, Narova formó parte de ese espectáculo histórico que también visitó lugares como Japón, los Estados Unidos -Broadway incluido-, Suiza, Holanda, Austria, Gran Bretaña, Bélgica, Alemania, México y Venezuela. “Fue mucho tiempo afuera, por eso mi carrera acá se interrumpió un poco”.
-Te cambió la vida.
-Antes de Tango Argentino solo conocía España; la primera vez que vi nevar fue cuando llegamos a Venecia, todos salimos como locos a ver la nieve.
-Ha sido un espectáculo bisagra para nuestra cultura y su vínculo con el mundo.
-Afuera pensaban que el tango se bailaba como lo hacía Valentino, con el clavel en la boca. Cuando vieron nuestro espectáculo no lo podían creer, en Japón enloquecieron.
En el estreno en el país oriental, dada la idiosincrasia patriarcal de esa sociedad -al menos entonces- hizo que los ramos de flores de obsequio que se repartieron en el saludo final de la función fueran ofrendados a los varones de la compañía. “Las chicas nos quedamos con las manos vacías, quizás por eso les gustaba tanto el tango, porque hay algo del dominio del hombre ahí”.
-¿Pudiste invertir lo ganado?
-Vendí la casa de Morón en la que había vivido con mis padres y puse una diferencia para comprarme un PH en Las Cañitas.
Tango Argentino, ya de regreso en Buenos Aires, realizó funciones en el Gran Rex y en el Lola Membrives. “Luego me quedé sin nada porque acá terminás una temporada y te quedás ´en banda´, así que, como no conseguía trabajo, comencé a diseñar mi propio espectáculo de revista”.
-Venías de trabajar con Gasalla y Bores y de ser figura de Tango Argentino y no tenías trabajo. El medio, a veces, es ingrato.
-Siempre fue ingrato, al menos conmigo.
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