Les Luthiers: la última vez que aplaudimos a Marcos Mundstock sobre un escenario
Mayo de 2019. El Teatro Gran Rex lleno, como siempre, para disfrutar una noche más con el arte inigualable de Les Luthiers, con el espectáculo Gran Reserva. Después de mucho tiempo en el banco de suplentes, el talentoso Roberto Antier sale por fin a la cancha en Buenos Aires con el complicadísimo desafío de ocupar el lugar de Marcos Mundstock, que ya empezaba a atravesar sus problemas de salud.
Nadie imaginaba lo que ocurriría después de la habitual breve pausa de todos los espectáculos de Les Luthiers en la mitad de la velada. Se abre el telón y los seis integrantes del grupo no aparecen solos. Allí también está Mundstock –quien murió hoy, a los 77 años – sentado en una silla de ruedas que lleva el propio Antier. Las 3000 personas sentadas en el colmado Gran Rex se levantan al mismo tiempo y estallan en una ovación que este cronista, presente en la sala, recuerda solo haber escuchado en las canchas de fútbol ante la presencia de algún ídolo indiscutido.
Mundstock era uno de ellos. Para la hinchada de Les Luthiers, nutrida, fiel y amante del juego exquisito, Marcos es un crack. Los seguidores leales, entusiastas y constantes del grupo, los que nunca faltamos a cada una de sus convocatorias, conocíamos esos problemas de salud y descontábamos la ausencia de uno de nuestros grandes héroes.
Antes de ese momento de verdadera epifanía (no recuerdo una ovación igual en mis muchísimos años de asistencia a los shows de Les Luthiers) habíamos celebrado la vigencia del grupo y la capacidad de sobrevivir a las ausencias, momentáneas o definitivas, con sangre nueva de la misma estirpe. Antier había brillado en el escenario en uno de los grandes papeles de Marcos, el de José Duval, el desmemoriado cantante de La hora de la nostalgia.
La felicidad estaba allí, seguía siendo completa. Hasta que esa aparición que nadie esperaba fue todavía más lejos. Pensé que ese momento podía encuadrarse en una de las clásicas ocurrencias de Marcos. Una presencia "fuera de programa" como solía decir antes del cierre de cada show.
Desde el corazón de la platea lo veíamos feliz. Estaba exactamente donde quería estar. Con su carpeta roja en la mano, dispuesto a narrarnos la presentación de un nuevo cuadro. Logró contener la emoción cumpliendo con el ritual. La dicción perfecta, los silencios transformados en disparadores del humor, los juegos de palabra, el ingenio infinito para encontrar el chiste de alto vuelo, las miradas y risas cómplices con el público. Fueron apenas tres apariciones. Y el saludo final, de nuevo con Antier, su reemplazante, llevando la silla de ruedas.
Nadie vivió ese instante como el de un homenaje. Sí como un gigantesco agradecimiento.
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