La última entrevista de María Duval: “Siempre fui muy severa conmigo misma”
Pocas semanas antes de su muerte, a los 95 años, la actriz dialogó con LA NACION y recordó sus inicios en el cine, su trabajo con algunas de las estrellas y directores más renombrados de la era de oro de la industria nacional y las razones de su retiro, a los 22 años
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“¡Hola! Ah, sí, claro, estaba esperando que me llamara”. Con una simpatía y una energía desbordante María Duval, una de las últimas grandes estrellas de la “época de oro” del cine argentino atendía hacia el final del verano a LA NACION. La actriz, que cumpliría 96 años el martes próximo, sostuvo un extenso diálogo telefónico con LA NACION. Tras su muerte, la última entrevista que adquiere el peso específico de una despedida que es noticia más allá de los recuerdos. Porque María Duval era uno, y muy poderoso, para esa legión de fieles admiradores que la siguieron a lo largo de décadas. Filmó 21 películas entre 1941 y 1948 y se alejó de la actuación con tan solo 22 años: “Fue por amor. Una decisión muy meditada, muy pensada, pero muy feliz por la maravillosa familia que me brindó”, declaraba Duval sobre su breve pero intenso paso por el mundo del espectáculo, que le dejó la marca de una fulgurante estrella sin tiempo, la misma que le permitió retornar al escenario de su Bahía Blanca natal 65 años más tarde como si nada hubiese sucedido: “En 2007 fui nombrada ciudadana ilustre de mi ciudad; un honor, un orgullo porque era un aniversario mi ciudad y fue una presentación en el escenario del Teatro Municipal de Bahía Blanca. Lo que me emocionó porque cuando yo tenía menos de catorce años se hizo un concurso de lectura a primera vista que era para chicos jóvenes. Yo asistí a las sesiones y salí ganadora del concurso que fue hecho en ese mismo escenario donde mi ciudad me hizo el agasajo”, reía Duval sobre ese retorno con gloria y con parientes y amigos además de la pléyade de admiradores que la seguían cuando abandonó la ciudad para convertirse en una figura única del cine nacional. “Al día siguiente se hizo el acto en la Plaza Rivadavia y estuve en el escenario con las autoridades, nunca me olvidé de esos días”.
–En ese escenario comenzó su trayectoria, suponemos su emoción.
–A eso me refiero, por eso lo recuerdo con tanta nitidez. Además habíamos salido en el diario La Nueva Provincia los chicos que habíamos ganado ese concurso. Había guardado esos recortes periodísticos y mi hermana mayor era la que me empezó a armar un álbum chiquito con esas noticias. Toda esa carrera terminó cuando me casé. Antes de que usted me llamara, hace cosa de dos semanas, se me ocurrió arreglar algunas cositas acá en mi habitación y saqué el último de los álbumes. Y si yo digo que me apabullaba con el respeto con el me trataban, los comentarios de cada uno de los trabajos, fue un renacer. Y a los pocos días recibo este llamado con esta satisfacción.
–Imagino que ese festival fue muy importante pero después llega la oportunidad de las “luces de la gran ciudad”.
–Nunca había visto un estudio de filmación. Estudié declamación en Bahía Blanca porque recitaba en el colegio y en el secundario pero era aficionada y no con la pretensión de una actuación importante. Fuimos a las oficinas de dos radios y papá decía: “Esperá nena, ya va a llegar el momento”. En Radio Argentina, que pertenecía a Radio Belgrano, como la primera figura se casaba faltaba una persona. Cuenta Jorge Luz –después fuimos grandes amigos con él y con su hermana Aída– que estábamos en ese espacio: “¡Pero la nena va a empezar a trabajar en el cine!”. Y empecé con Canción de cuna gracias a un concurso y no paré. Nos reencontramos después de muchos años en el Festival de Mar del Plata.
–Y así trabajó con grandes figuras como Narciso Ibáñez Menta. ¿Tenía miedo o lo tomaba naturalmente siendo tan pequeña?
–Muy naturalmente, porque recién los estaba conociendo, ya que, en Bahía Blanca no se hacía tanta publicidad de todos los actores, además yo vivía otro mundo, el de los preadolescentes. Desconocía por completo quien actuaba, el nombre de los actores y cuando me presentaron a Narciso Ibañez Menta para actuar lo tomé con gran naturalidad, no me preocupé si le gustaba o no. Y dentro de los recuerdos, no se por qué, encontré los recibos de los dos primeros meses de Radio Argentina donde cobré 19 pesos. Lo tengo guardado. Le anoté al lado: “Mi primer sueldo” (ríe).
–¿Cómo se da ese paso para llegar a la pantalla grande desde el mundo del radioteatro?
–Catalina Barcena estaba involucrada en Canción de cuna, de Gregorio Martínez Sierra. Y Chas de Cruz, que fue un gran periodista y amigo de la familia (y de quien me enteré de su desgraciada muerte cuando estaba de luna de miel), hacía un concurso para gente joven y me recomendó para un estudio de filmación. Fui con mi papá y yo usaba zoquetes y zapatitos de taco bajo. Cuando llegamos para la prueba y estábamos con don Gregorio Martínez Sierra dijo: “Creo que esta niña puede dar para el papel, vamos a probarla con Catalina”. Nos invitaron al día siguiente al departamento de ellos en Callao y Quintana. Me llevó Catalina para hacerme leer las partes de la protagonista y yo pensaba que me iban a dar un papelito. Le dice a todos: “Esta niña va a andar, vamos a hacer una prueba en el estudio”. Al otro día fuimos al estudio a la calle Campichuelo y me hicieron la prueba con maquillaje y todo. Ya habían contratado para ese papel a Nury Montsé que en ese momento era la novia de Ángel Magaña. Hablaron con ella, yo desconocía todo, y aceptó otro papel y luego me dijo que estaba más a gusto. Empezamos a trabajar en abril de 1940. Estuvimos trabajando y en uno de esos ensayos le dije: “Estoy contenta, hoy es mi cumpleaños, cumplo quince años”. Hasta los obreros me aplaudieron. Como mucho había visto en mi vida una cámara fotográfica.
-¿Y cómo prosiguió la carrera después de esa primera experiencia?
–Por suerte mi padre me acompañaba, pero no era pesado porque yo no era muy conversadora y me daba la libertad de hablar lo que quisera. Era muy introvertida: no hablaba con casi nadie. Hice dos películas más y hago una con Ernesto Arancibia. Llego al estudio y veo una silla de director que en la tela del respaldo de esa silla estaba mi nombre: “María Duval”. “Muchas gracias señor, me gusta mucho”, dije ignorando la jerarquía que daba eso. Nada más, porque todo era natural para mí porque no tenía idea de lo importante que todo eso era.
-¿Y las primeras impresiones del mundo del cine incluyendo esos estrenos fastuosos de antaño?
–Después de Canción de Cuna tuve un papel importante haciendo de hija en El hermano José con Pepe Arias. Y yo no sabía lo importante en el mundo artístico que era Pepe Arias: para mí sólo era un señor mayor. Aunque no fuera tan grande yo era muy chica y uno razona según la edad. De hecho era muy joven para hacer de mujer de Ernesto Raquén y sacaron un primer plano y el realizador dijo: “Esta chica no se depila las piernas, vayan al camarín y que se depile las piernas”. Fuimos y me depilaron desde la rodilla hasta los tobillos. Había terminado Canción de cuna pero se estaba terminando técnicamente y se estrenó antes El hermano José, que era una película menor. El estreno de Canción de cuna fue todo un acontecimiento social y de público, que incluyó incluso la presencia del embajador de España. Éramos una familia sencilla: yo miraba asombrada todo. Fíjese que cuando aún no se había terminado la película, el embajador invitó a un almuerzo en la embajada a Catalina Bárcena, a Nury Montsé y a mí. Le dije a ella que no podía ir porque no tenía ropa para un almuerzo tan importante. Catalina fue muy generosa y me dijo: “No te olvides, pequeña, que puedes contar con el vestuario de la película, así que tú eliges el que te gusta, lo llevas para tu casa y te arreglas para el almuerzo”. Me asesoró muy bien.
-¿Ingresó al mundo del espectáculo siendo María Duval o usó en algun momento su apellido real?
–Nunca usé mi apellido real. Mi hermana mayor dijo que me pusiera María Mora y Enrique Faustín definió con mi hermana eso de María Duval. Yo hice recitados en Bahía Blanca y le dieron a mi hermana un libro: “Para que lea cuando sea un poco mayor”. Era la vida de Isadora Duncan, la bailarina. Yo en una semana lo leí y ese fue mi primer contacto con el mundo de gente que trabajaba en el mundo del espectáculo.
-¿Y ser ídolo juvenil? ¿Conoce a Lali Espósito y a Tini Stoessel?
–Claro que las conozco. En algunos casos empezaron muy chiquitas, como Andrea del Boca. Yo, en cambio, empecé casi adolescente. Además hay que ubicarse dentro de esa época, todo era “Sí señor, sí señora”. Se respetaba para ser respetado. Realmente era muy severa conmigo misma cuando me veía en los estrenos y me iba corrigiendo. Lo que me ayudó muchísimo fue haber podido hacer teatro. ¿Me voy muy lejos con lo del teatro? ¿Usted sigue grabando?
–Sí señora, desde luego seguimos grabando.
–Ah, bueno. Perfecto. Lamentablemente cuando fue la Segunda Guerra Mundial se le había negado, por una situación política, a entregar película virgen a la Argentina. Entonces quedaban muchos contratos firmados. Al representante le llegó la idea de que yo encabezara una compañía teatral. Miguel Mileo me dirigió y yo sólo dije que sí. Tenía diecisiete años, y ya había hecho 16 años en el cine. Tuve unos comentarios honrosos sobre la actuación y me auguraban un futuro brillante como primera actriz teatral. Lo leí y me dije: “Menos mal que no hablan mal”. Esa representación duró cuatro meses acá en Buenos Aires, en el Teatro San Martín de la calle Esmeralda, casi Diagonal Norte. Estaba con Roberto Airaldi, Héctor Coire e hicimos una gran gira. Fuimos a Montevideo y desconocía que el periodismo del Uruguay era tan severo y fui muy tranquila pero fueron todo alabanzas y me auguraban un gran futuro. No sabía aún que nunca más iba a hacer teatro.
–¿Por qué sucedió eso?
–Porque al volver se recuperó la cinematografía acá y volví directo al cine. Y para mi suerte, al poco tiempo hice Las tres ratas con Mecha Ortiz y Amelia Bence, una película con un éxito enorme. En un momento de la filmación estaban ellas conversando con el director y cuando me acerco me dicen: “No, nena, retirate, esto es para mayores”. Ya tenía dieciocho años pero me seguían considerando una chiquilina.
-Volviendo a ese rol de ser una de las primeras ídolas juveniles...
–No, no, perdón. Primero fueron las chicas Legrand: yo soy un poco mayor que ellas. Yo soy unos meses mayor pero inclusive en la prensa decían que teníamos roces y ¡en absoluto! Nunca tuvimos ninguna animosidad entre nosotras. Éramos tres adolescentes. Siempre fue muy lindo.
–Pero Ud. quedó asociada a la marca de “la jovencita del cine argentino”...
–Cuando llegamos al sueño de la casa propia en José Hernández y Amenábar, que compramos en familia fruto de mi trabajo, llegó Adela Montes, que por entonces tenía 16 o 17 años, con unas diez compañeras con que habían formado el Club de Amigas de María Duval. Porque estaban las amigas de Mirtha Legrand y las de María Duval. Con los años nos tratamos habitualmente con Adela Montes, que luego fue periodista.
–Entre Las tres ratas y La serpiente de cascabel se da una transformación de su trabajo en cine.
–Sí y eso se lo debo al teatro. Además, al volver a filmar me había dirigido Mario Sóffici en Besos perdidos, con Miguel Faust Rocha, que era además toda gente de teatro tan importante. Soffici me dijo: “Mire m’hijita cuando usted tenga una escena que no sepa qué hacer con las manos ponga un papelito entre sus dedos y lo mueve y va a ver que nunca va a hacer un movimiento con sus manos”, y eso me sirvió de mucho.
–Contando los grandes directores con los cuales trabajó ¿con quien se sintió más cómoda?
–Dependía de mi edad pero, por ejemplo, Moglia Barth sentía que pertenecía a una época superior, o ya superada, para mí porque lo veía tan mayor que no consideraba que podía estar dirigiendo. Saslavsky era maravilloso. También tuve compañeros excelentes de trabajo como Alberto Closas, ¿le cuento una anécdota?
–¡Por favor señora no hay nada mejor que sus recuerdos!
–Estábamos haciendo una escena de Historia de una mala mujer con Saslavsky y fìjese que yo no me inhibí trabajando con Dolores del Río, toda una súperestrella. Estábamos ensayando una escena con Alberto Closas y entonces se acerca un asistente de Luis Saslavsky y dice: “Señorita Duval, tiene una persona que pregunta por usted y le pide que baje”. Me sorprendió porque estaba mi padre en el set. Bajé del decorado y me encuentro que estaba mi novio. Yo ya estaba comprometida, tenía 21 años. Él y el hermano vinieron a verme por primera vez, porque en esa época estar tratando con una artista era algo pecaminoso. ¡Cómo una artista en la familia! Bueno, el caso es que cuando lo vi fue una emoción enorme. Estaban todos a la expectativa, hasta el iluminador miraba, y todos aplaudieron cuando nos saludamos. Fue muy inocente, nos dimos un beso en la mejilla. Conversamos, les presenté al señor Saslavsky, al señor Closas. Después se fueron y al momento de retomar le dije: “Perdóneme señor Saslavsky, pero estoy tan emocionada que no me sale la voz”. Alberto Closas pidió un momento y dijo: “Caramba, nunca he visto una mujer más enamorada”.
–Y ese novio fue el que se convirtió en su esposo...
–Claro, porque me prohibió terminantemente volver a trabajar. Pero yo ya había dado mi palabra. No fue algo fácil. Me tomó dos años tomar la decisión para ver si hacía bien en dejar mi carrera, que me había costado tanto. Pero pensé que en mi futuro y que iba a terminar haciendo características de mujeres grandes, quizás con buenos papeles, pero nada iba a ser como ya había sido. Fue mi único novio, al que conocí cuando tenía 20 años. Siempre me sentí con él tan protegida y tan bien que me dije: “Me voy a arriesgar”.
La boda de María Duval con José Grosman fue un acontecimiento social: el casamiento fue en el templo de la calle Paso. Se casaron un 14 de octubre de 1948 y la multitud de fans hizo que el novio se retrasara una hora y media en llegar a destino. La policía tuvo que cortar la calle. Era también una despedida para la actriz. “Para mí, el público representa el cincuenta por ciento de una carrera: la mitad de la mía ha sido agradecerle”, dice Duval con sincera emoción.
–¿Extrañó mucho el mundo del cine?
–No, porque cuando tomo una decisión ya es definitiva. Tenía 22 años y me dije: ¿Qué más puedo pretender? Más honores no puedo recibir y decaer no me gustaba, no veía eso en mi futuro. Y haciéndome rogar mucho dije: “Bueno, vamos a probar”, y resultó bien y formamos una hermosa familia.
–¿Sigue viendo cine?
–Me encanta ver cine argentino. Me encanta Ricardo Darín, y hay más nombres que están surgiendo que empezaron como galanes y hoy demuestran una madurez actoral junto con la madurez fìsica. Ricardo es un ejemplo de eso, es genial.
-Imaginemos, termina la entrevista, suena el teléfono es Juan José Campanella y le dice: “Tengo un papel y actúa Ricardo Darín”, ¿volvería?
(Se ríe) –No, no hay una vanidad o necesidad. Que un diario lo nombre puede marear a cualquiera.
–¿Y no le gustaría verse un momentito una vez más en la pantalla grande?
–No, porque acostumbré mal, a que sea todo y no un momentito (vuelve a reír).
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