La tristeza de Adriana Salgueiro por las pocas oportunidades laborales en televisión: “Mi apariencia física me complica”
La actriz hace teatro, radio y participa del panel de El club de las divorciadas, pero siente que no la toman en cuenta para las ficciones porque no hay personajes para mujeres de su edad en pantalla
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Volvió el teatro con la comedia La chica del sombrero rosa, hace radio -conduce Espléndidos e infidentes, de lunes a viernes a las 22.30, por la 990-, y hace algunas semanas se sumó al panel de famosos de El club de las divorciadas, por eltrece. La agenda de Adriana Salgueiro está completa, pero ella siente que hay una cuenta pendiente.
“Llego del canal, descanso un rato, y jueves y viernes voy al teatro y después a la radio. Tengo un día bastante completo, pero no me quejo”, le confiesa a LA NACION. Sin embargo, la falta de oportunidades para hacer ficción en los últimos años, luego de una larga trayectoria como actriz, le genera una cierta tristeza que no consigue desandar.
“Lo último que hice fue Valentino, el argentino (2008), una coproducción con Colombia en eltrece, con un personaje con continuidad. Después hice participaciones. Más allá de la pandemia y de las pocas ficciones, siento que los autores no escriben para la familia: no hay padres, madres, tíos, abuelos, como antes. Y a lo mejor no parezco la edad que tengo, cosa que por un lado es maravilloso y por otro perjudicial. Entonces, mi apariencia física me complica porque doy joven para ser la madre de la protagonista, aunque por edad podría”, admite la actriz, de 64 años.
-Pero sos actriz y podés componer un personaje…
-Ningún problema, pero los productores no lo piensan siquiera. Jamás en la vida puse un pero. Estoy dispuesta a engordar, sacarme el maquillaje, que me tiña de otra manera, pero nunca me lo pidieron. No digo que vayan a lo cómodo pero sí a lo etiquetado, y te llaman para un personaje porque te ven ahí. De hecho me ha pasado que he propuesto un cambio físico y me dijeron: “Disculpame, pero yo contraté a Adriana Salgueiro y es esto”. A veces siento que debería andar con la cara lavada, desprolija y con zapatillas para que consideren que puedo componer un personaje.
-Es difícil correrse del encasillamiento…
-Totalmente. Cuando salí del estereotipo de siempre e hice Éramos tan amigas, con Claribel Medina, interpreté a una mujer separada, con los pelos atados así nomas y vestida de cualquier manera, y demostré que podía hacerlo perfectamente, para sorpresa de mucha gente. Pero si no te dan la oportunidad no podés demostrarlo.
-¿Una actriz de tu trayectoria tiene que seguir demostrando que puede?
-Hay actores y actrices que saben venderse muy bien y tienen la suerte de no necesitar demostrar nada porque sacaron el pasaporte de buen actor o actriz. La mayoría tiene talento, pero en líneas generales, los laburantes del medio tenemos que demostrar todo el tiempo que podemos hacer otras cosas. Es como un examen permanente; salvo para algunos personajes, que parece tengo una garantía, para otros hay que demostrarlo y me molesta bastante; pero el medio es así y me lo banco.
-¿En algún momento te sentiste excluida?
-Sí, en algún momento me sentí excluida, por supuesto. Pero son las reglas del juego. De todas maneras no tengo problema en levantar un teléfono, llamar a un productor y ofrecer mis servicios: “Che, no te olvides de mí, mira que tengo ganas de trabajar”.
-¿Y te resulta?
-Me escuchan, me tratan con mucho respeto y es algo que me jacto de decirlo porque lo conseguí a través de los años y me tienen mucho cariño. Pero no hay personajes para mí, no doy el physique du role. Por suerte nunca dejé de hacer teatro y radio y quizá pueda hacer ficción cuando esté un poco más vieja. En una de esas, pinta [risas].
-El teatro, entonces, es tu refugio. ¿Pero cómo te sentís sobre el escenario cuando mirás a la platea y ves personas con barbijo y distanciamiento social?
-Es maravilloso escuchar las risas, aunque sea ahogadas por el barbjijo. Y es raro también salir al escenario y ver la distribución de la gente, parece un tablero de ajedrez. Pero de a poco nos habituamos. Es fantástico saber que se divierten, y que todos disfrutamos muchísimo cada función. Estamos súper felices de haber podido volver a trabajar con una comedia para toda la familia, de un autor argentino y con la tranquilidad de que el protocolo se cumple a rajatabla: te toman la temperatura, te sanitizan, nunca te sacas el barbijo durante la función y tenés distancia entre las ubicaciones. Además, cumplimos el protocolo interno de hisopados, y estamos vacunados. Hacemos las cosas bien y merecemos volver a trabajar. Estamos en La Casona, de jueves a domingos, a las 20.
-Estás también en El club de las divorciadas, en eltrece. ¿Qué pensás de las críticas al programa por sus cambios y la continua búsqueda de rumbo?
-Me siento súper cómoda pero es verdad que están buscando el programa todavía. Laura [Fernández] está fabulosa, y no es fácil conducir un ciclo de esas características. Es una gran producción, muy cuidada y lógicamente está buscando su rumbo definitivo para ese horario. Yo estoy muy contenta, porque amo la televisión. Por otra parte, a la gente le encanta opinar, pero no tienen críticas constructivas. Y criticar por criticar no sirve para nada, porque además todo lo nuevo es modificable, y hay producciones millonarias en las que también se equivocan hasta que encuentran lo que la gente quiere ver. Es injusto pegarle de entrada sin darle oportunidad. Sin embargo hay que convivir con eso, tratar de que te duela lo menos posible y que no afecte tu trabajo.
-Yendo a un plano más personal, hace poco contaste que tuviste un romance con Randolph McClain, el doble de Arnold Schwarzenegger y que no se portó muy bien. ¿Qué recuerdos tenés de esa relación?
-Nos conocimos cuando vino a filmar Extermineitors 2: la venganza del dragón y nos pusimos de novios. Después, durante seis meses mantuvimos noviazgo a la distancia y hasta fui a conocer a su familia, que vivía en Idaho.
-Iba en serio…
-Parecía que sí, pero en el viaje no me hablaba, porque se ofendió. Su educación es diferente a la nuestra, supuso que invadí su privacidad porque abrí una carta de una admiradora, cosa que no es cierta. Problema de él, no mío; la hermana misma me lo contó, y por eso me volví.
-¿Por qué creyó que invadiste su privacidad?
-Él me había dejado unas cartas para unas admiradoras y había una que estaba abierta y no era para una admiradora. Soy muy respetuosa y jamás en la vida revisé una agenda, un bolsillo ni un teléfono. Pero esa carta estaba abierta y se lo dije, además, porque pedía algo que necesitaba y me ofrecí a ayudarlo con eso. Sintió que invadí su privacidad, se ofendió y me hizo viajar al cuete. Si me lo hubiera dicho por teléfono, me evitaba un viaje tan largo, de tres aviones.
-¿Hablaban en inglés?
-Hablábamos en inglés y él estaba aprendiendo un poquito de castellano. Habremos estado ocho meses juntos, dos que estuvo acá, seis meses a la distancia, y en el viaje se pudrió todo. Es una anécdota graciosa, no es que me rompió el corazón. Cuando llegué allá me di cuenta que era un disparate. Es un pincelazo de color en la historia de mi vida, nada más que eso.
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