La actriz, quien debutó en cine a los 14 años en la película del realizador, tuvo una vida muy difícil, se casó en cinco oportunidades y batalló contra una enfermedad de salud mental que le fue diagnosticada en su adolescencia
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Cuando Stanley Kubrick se propuso, en 1960, llevar a la pantalla grande Lolita, la extraordinaria novela de Vladimir Nabokov, estaba claro que el escritor iba a tomar las riendas de la adaptación, lo que derivó en que durante todo el proceso de traspolación ambas fuerzas creativas chocaran pero también se retroalimentaran. En gran medida, el respeto mutuo hizo que tanto el realizador como el autor hermanaran sus visiones en pos de no desarmar lo que era un proyecto, allá a comienzos de los años 60, indudablemente controversial.
Los intercambios epistolares entre Kubrick y Nabokov realmente no tienen desperdicio, en ellos se percibe la admiración del cineasta (quien quedó subyugado por la prosa del ruso, y por las referencias cinematográficas que hay en una novela en la que Humbert Humbert se lamenta de no poder inmortalizar a Lolita “en celuloide”) y la confianza que depositó el autor en él.
En una de las cartas que data del 11 de agosto de 1960, Nabokov le escribió a Kubrick una misiva extremadamente formal, en la que le envía parte del guion y le asegura estar abierto a los cambios que él considerara necesarios, modificaciones que el director efectivamente hizo. “Las decisiones que Stanley tomó fueron apropiadas y encantadoras”, declaró Nabokov cuando vio el film, que presentaba diferencias sustanciales respecto a su obra, siendo la más clara el protagonismo que Kubrick le dio a Clare Quilty.
Meses antes de ese estreno publicitado en un afiche con uno de los mejores lemas jamás concebidos (“¿Cómo es que pudieron hacer una película de Lolita?”), ambos se encontraban reunidos en una oficina con más de 800 fotos de adolescentes sobre una mesa. Todas ellas se habían postulado para el personaje de Lolita. Kubrick se las mostró a Nabokov y fue el escritor quien tuvo la decisión final cuando vio la imagen de una joven de 14 años llamada Sue Lyon. “Es ella, no hay dudas”, le dijo el escritor a Stanley, quien coincidió con su decisión, y quien recordaba a la actriz por una participación que había hecho en 1959 en Letter to Loretta, el show de Loretta Young.
En el rodaje, el equipo se mostraba sorprendido ante la frescura con la que Lyon, oriunda de Iowa, interpretaba a Dolores Haze. “Pensaba cada escena desde el sentimiento que le generaba, así que en un momento empezamos a improvisar en los ensayos y cuando se olvidaba alguna línea del guion y teníamos que repasarla, comenzábamos a entender mejor la secuencia que estábamos filmando. Sue hizo considerables contribuciones al film porque también hablaba el mismo lenguaje que el personaje que estaba interpretando”, escribió James Mason en su autobiografía, Before I Forget.
De hecho, el propio Kubrick, un verdadero perfeccionista, les pidió a sus actores (entre quienes también se encontraban dos grandes: Shelley Winters y Peter Sellers) que trabajen desde la espontaneidad. Algo inaudito para el cineasta en quien se convertiría años después, si bien ya mostraba un interés por los personajes que operaban como espejos de otros (Humbert Humbert y Clare Quilty, en este caso).
El sueño de Hollywood y el quiebre de la utopía
Suellyn Lyon nació el 10 de julio de 1946 en Davenport, Iowa, y era la menor de cinco hijos que fueron criados por su madre, también llamada Sue, cuando el padre de la joven falleció tempranamente. Esa muerte fue un cimbronazo para la familia pero también significó una oportunidad para Suellyn, quien cuando su madre decide mudar a la familia a Los Ángeles, viaja entusiasmada por el abanico de oportunidades que podía aprehender.
A los 13 años, Lyon empieza a incursionar como modelo, hasta que Nabokov la elige para el papel de Lolita, interpretación que le valió un Globo de Oro a la actriz más prometedora. El premio le fue otorgado por un film que no pudo ver hasta no cumplir los 16 años. De hecho, cuando Lolita se proyectó el 13 de junio de 1962, Lyon fue fotografiada fuera de la sala tomando una gaseosa. El impacto que tuvo el largometraje fue tal, que a la actriz le costó despegarse del mismo. En realidad, nunca pudo lograrlo. Sin embargo, antes del declive, logró trabajar con directores brillantes como John Houston en La noche de la iguana y John Ford en 7 mujeres, nada menos que la última película del realizador.
En simultáneo, incursionó en televisión con la comedia Love, American Style, pero a fines de los 60 los papeles sustanciales dejaron de llegarle, tanto así que en los 70 trabajó en un puñado de películas que se emitieron directamente en la pantalla chica, y así fue cómo el sueño de conquistar Hollywood empezaba a quebrarse. Puertas adentro, la actriz atravesaba numerosos duelos que nunca quiso hacer públicos, desmarcándose así de la idea de celebridad que se le quería imponer y que ella rechazaba. Para Lyon, la actuación debía ser lo único relevante para la audiencia.
Los cinco divorcios de Sue Lyon y su boda con un asesino
Aunque ella no lo quisiera, la fama que había alcanzado con Lolita hizo que el primero de sus cinco divorcios cobrara una importancia desmesurada bajo su óptica. Lyon se casó en 1963 con Hampton Fancher, coguionista de Blade Runner. El matrimonio duró apenas dos años, y fue sucedido por una relación con el cantante escocés Donovan Phillips Leitch, con quien no formalizó. En 1971, Sue pasaría nuevamente por el altar con Roland Harrison, un fotógrafo de quien estaba profundamente enamorada.
El escrutinio de un sector de la prensa racista que se escandalizaba ante ese vínculo (Harrison era afroamericano y entonces se repudió la relación entre ambos) hizo que el matrimonio debiera irse de los Estados Unidos para vivir en España. De esa relación nació la única hija de la actriz, Nona Merrill Harrison. De todos modos, el romance no sobrevivió a las presiones y las críticas y la pareja se divorció en 1972. Devastada y sin demasiadas oportunidades laborales, Lyon tomaría una decisión de la que luego, según sus propias palabras, se arrepentiría para siempre.
En 1973 fue a visitar a un amigo a la cárcel y allí fue donde se enamoró de Gary “Cotton” Adamson, quien se encontraba cumpliendo una condena por robo y asesinato. De acuerdo a su testimonio, se casó con él ese mismo año en la prisión de Colorado, porque creía que el hombre había cambiado y estaba ciega ante una realidad insoslayable. Efectivamente, cuando Adamson salió de la cárcel y cometió otro robo, Lyon le pidió inmediatamente el divorcio. Todo sucedió en el margen de un año y pasó una década hasta que la actriz volvió a apostar por el matrimonio.
En 1983, formalizó con Edward Weathers, otra relación que duró apenas 12 meses. Su último casamiento fue con el ingeniero Richard Rudman, el vínculo sentimental más largo que vivió Sue. Ambos contrajeron matrimonio en 1984 y se divorciaron en 2002, cuando Lyon ya estaba retirada definitivamente de la industria o más bien a la inversa: la industria la había expulsado cuando ella se negaba a ser encasillada en el papel de esa nínfula cuya imagen se terminó perpetuando en otras expresiones artísticas, en otros rostros (como el de Dominique Swain en la remake de Adrian Lyne), para luego instalarse definitivamente en la cultura popular mientras Lyon miraba todo desde la periferia.
La enfermedad que escondió y su triste partida
Ella nunca lo contó. ¿Cómo iba a hacerlo en el Hollywood de los 60? Lyon fue diagnosticada con un trastorno bipolar en su adolescencia y debió someterse a tratamientos con litio que no fueron de ayuda. La falta de información de esa época sobre las enfermedades de salud mental y la reticencia de la actriz a hablar al respecto hizo que su situación se escondiera bajo la alfombra, en detrimento de su mejoría.
Esto la condujo a tomar medicación en altas dosis no recomendadas por su médico o bien a no tomarla directamente, lo cual complicó aún más su cotidianidad y, vista en retrospectiva, tampoco la ayudó en esa carrera que tanto anhelaba construir, aunque ella brindaba otra causa. “Mi matrimonio con Cotton arruinó definitivamente mi posibilidad de crecer como actriz, le hizo un daño irreparable a mi carrera”. En 1980 dejaba el cine con el film de terror de Lewis Teague, Alligator.
El 26 de diciembre de 2019, a los 73 años, Lyon murió en Los Ángeles. La triste noticia fue confirmada por uno de sus amigos más cercanos, Phil Syracopoulos, quien no comunicó la causa del fallecimiento. Su hija, la escritora Nona Harrison, posteó en Instagram una imagen con su madre cuando ella era tan solo una bebé y contó que Lyon murió “rodeada de las personas que la amaban” en un asilo.
Asimismo, en un blog que luego eliminó, Nona reveló que en los últimos años de vida de su mamá hablaba muy poco con ella y que Sue misma le había expresado que sentía que nunca había estado preparada para la maternidad. Una confesión que le añade una capa de tristeza a la muerte de la actriz que Kubrick, a diferencia de Humbert Humbert, sí pudo inmortalizar en celuloide.
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