La serie de Milei: Santiago Oría explica cómo se financió, por qué dice que no es un “cineasta del poder” y la conexión con Star Wars
El primer episodio de seis que tendrá este relato sobre la llegada del presidente al poder se conocerá por redes el martes, pero antes, el director de Realizaciones Audiovisuales de Presidencia habló con LA NACIÓN del “choque cultural” en la FUC y de su admiración por Dziga Vértov y Erroll Morris
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Es probable, pero no seguro, que Javier Milei sea algo más -también, algo menos- que un político. En primer lugar es un personaje, como todo político: no sabemos de él más de lo que muestra el escrutinio público. Como creación de un imaginario (que lo es, como todo dirigente político), es lo opuesto de Alberto Fernández: mientras que el expresidente creó un personaje desde el ejercicio del poder tras décadas de ser un gestor de las ambiciones de otros, Mieli llega a primer mandatario por haberse convertido en un personaje, no antes. Y ese personaje mediático -porque sobre todo vivió en los medios- es en parte la creación conjunta de un equipo. No necesariamente una creación concertada de modo prolijo, con un guion de hierro que construye a la criatura, sino algo que fue adaptándose -hablamos de política, no de ficción- a las circunstancias. Y en ese equipo, encuentra un lugar destacado Santiago Oría, cineasta, publicitario, gestor a pulmón de la campaña que llevó a Javier Milei a la presidencia, egresado de la FUC, admirador de Erroll Morris y de Pino Solanas. Y, rara avis, un joven de 38 años que dice ser “Liberal-conservador y de derecha de toda la vida”, aunque hoy prefiera llamarse “liberal en la tradición occidental, liberal realista o liberal popular o derecha liberal, paleolibertario”.
Empecemos por el principio. Santiago proviene de una familia muy politizada: su abuelo, Jorge Salvador Oría, fue compañero de fórmula de Álvaro Alsogaray en 1983, pero había tenido cargos en el Ejecutivo durante las presidencias de Aramburu y Frondizi, además de ser autor de varios libros, entre ellos Ficción y realidad constitucional. Título interesante. “En casa se hablaba mucho de política”, dice Santiago, que por mandato familiar primero se recibió de abogado por la Universidad Austral y luego, a los 29 años y tras una larga búsqueda vocacional, entró en la FUC. “El ambiente sí era de izquierda y progresista, pero la Universidad del Cine, la facultad de cine privada, es la más tolerante de todas las escuelas de cine en la Argentina -explica Santiago-. Para no tener demasiados problemas, no militaba mis ideas abiertamente, pero tampoco mentía ser alguien que no era. A partir de determinado momento se corría el rumor de que era el de ‘derecha’ de la FUC. No me sentí discriminado ideológicamente por la facultad o mis compañeros, salvo quizá en el último año, cuando ya se sabía más sobre mi forma de pensar. En fin, me hice amigo y trabajé con personas que eran más tolerantes y menos enrolladas ideológicamente, que les importaba más trabajar bien y ganar plata.” Nobleza obliga: el ambiente de la FUC creada por el recientemente fallecido Manuel Antín siempre fomentó esa tolerancia, lo que vuelve menos contradictorio de lo que el lector puede imaginar la pertenencia de Oría a sus aulas.
En 2016, Oría descubre grupos de universitarios que, por ejemplo, admiran a Donald Trump. Un movimiento casi subterráneo de liberales que buscaba una manera o coraje para salir del clóset en el que el establishment bienpensante solía ponerlos. “El momento bisagra es la pandemia, la cuarentena. La brutalidad de las medidas ablatorias de la libertad, el daño que me provocó a nivel sobre todo afectivo, con muchos familiares y amigos dejando para siempre el país, me movilizó a empezar a involucrarme en la lucha por la libertad y empezar a relacionarme con referentes de esas ideas en la Argentina. Fue una decisión bisagra en mi vida, y me tomé mi tiempo para hacerla. Quemé naves, dejé mi productora de videoclips, cortometrajes y publicidad que fundé con unos socios. Muy influenciado por las ideas de Jordan Peterson [el gurú canadiense del liberalismo conservador], quería no reprimir más mi vocación de lucha por estas ideas contra la izquierda y empezar vivir una vida cargada de sentido. Me lancé a la abierta desobediencia civil contras las medidas de encierro y empecé a hacer videos contra la cuarentena. Hago un documental con Maslatón que circuló bastante en el ambiente de nicho de ese entonces. Ese documental lo ve una amiga del trabajo de Corporación América compañera de Milei. Ella me dice que me tengo que juntar con Milei porque somos dos personajes muy particulares y creativos, que lograríamos grandes cosas juntas. Me hace la presentación, y a partir de allí mi vida cambia para siempre. El primer proyecto fue hacer el documental Pandenomics, del mismo nombre que su libro, para promocionarlo. Quedan muy contentos con mi trabajo y además con mi persona Javier y Karina. Me convocan para su campaña a diputado de 2021. Y a partir de ahí, me dedico full time a ellos.”
Tras la asunción de Javier Milei, Oría fue designado “director de Realizaciones Audiovisuales de Presidencia”. Ostenta, además, un récord particular: es la segunda persona que más acompañó al presidente en sus viajes internacionales (sólo lo supera Karina Milei).
¿Es Santiago el cineasta del poder? Es raro: cómo él mismo dice, cuando comenzaron con esto no sólo Javier Milei era un outsider, todos lo eran. “Cuando arrancamos éramos unos marginales sin poder alguno. Unos locos sueltos emprendiendo una quijotada. Nada de esto arrancó como un proyecto del cine orgánico al poder, sino más bien de rebelión contra el poder. ¿Estamos ahora en el poder? Tenemos el Ejecutivo nacional, pero no tenemos el Congreso, no tenemos ningún ejecutivo provincial o municipal, ningún sindicato, ningún medio tradicional propio. El poder todavía esta en buena parte en manos del establishment de siempre. Somos el Ejecutivo nacional y la mayor fuerza en redes sociales, suerte de quinto poder. Pero no diría que soy un cineasta del poder, sino el cineasta de una causa y dentro de esa causa, de una persona que es Javier Milei.”
Ese Javier Milei de Santiago Oría, dicho sea de paso, puede tener otras raíces. Cuenta de su compulsión por alquilar videos, de chico. De conocer todos los grandes clásicos populares de los ochenta y los noventa. De fascinarse con documentalistas, primero por Michael Moore, luego por Pino Solanas, luego por Ken Burns y por su favorito, Erroll Morris (autor de American Dharma, la película sobre el polémico asesor de Donald Trump Stephen K. Bannon, un verdadero alt-right). De hecho, Javier Milei – la revolución liberal [la película de casi dos horas que Santiago realizó para la campaña del actual presidente] es muy Morris. “Solo que él odia la derecha y yo lo hago en favor de la derecha”, dice.
Hay algo más, de todos modos, en la relación entre Santiago, el cine y Milei. Aparecen sus preferencias en ficción: Sergio Leone, Clint Eastwood, Werner Herzog, Francis Ford Coppola, Stanley Kubrick, George Miller, John Ford, John Millius, David Cronenberg, Sylvester Stallone, William Friedkin. Todos tienen en común un punto importantísimo: la épica. “El cine de ficción que me gusta a mí, más tendiente a la fantasía, la ciencia ficción, a las películas de época, me parecía irrealizable presupuestariamente. Además, como tengo con pocas conexiones en la industria, me tira más el documental como vía económica para hacer un largometraje”, explica. Lo que le interesa es -y lo dice explícitamente- el camino del héroe, esa parte noble del cuento de hadas. “Milei es el camino de héroe dentro del formato documental, un match perfecto. Además, Milei proveyó lo que siempre me causó fascinación en la ficción: la escenas masivas de extras, el despliegue (…) Cuando Milei dice: ‘Que las fuerzas del cielo nos acompañen’ es lo más parecido en la vida real que vi a decir ‘May the Force Be with You’”, se ríe, citando al saludo jedi de Star Wars.
¿Le molesta a Oría la comparación con Leni Riefenstahl, la cineasta que documentó el ascenso de Hitler al poder (y que, técnicamente, “creó” al personaje Hitler como tipo cinematográfico sobre todo para el exterior de Alemania)? “Ya me lo dijeron y me lo siguen diciendo. Obviamente, es una comparación horrenda. Pero bueno, si la comparación vinera por la técnica cinematográfica, sería una suerte de elogio, porque la influencia estética de Riefenstahl se extendió a Hollywood y mucho cine que nada tiene que ver con el nazismo.”
El martes 10 comenzará a difundirse el primer episodio de Javier Milei: la serie, realizada íntegramente por Oría con el mismo equipo mínimo con el que realizó su largometraje de 2023. La gran pregunta que se hace cuando aparece una obra abiertamente de propaganda política como esta, es quién la paga. La respuesta de Oría es simple: “Es un proyecto personal, por fuera del gobierno. La financio yo mismo. Tengo ingresos importantes por fuera, además heredé joven y bastante bien. Es un documental 100% de archivo de lo ya filmado en campaña y archivo de televisión que consigo gratis. Hemos usado cámaras baratas, y hasta celulares, con mucho trabajo militante ad honórem. La magia está en el montaje. Es muy a lo Dziga Vértov, donde ahora sí, gracias al capitalismo y no al comunismo, todos tienen cámaras accesibles y el cineasta junta y ordena lo que filmó la ‘militancia liberal’.” La mención a Dziga Vértov, otra vez -el lector comprenderá que es leitmotiv a esta altura la figura del cineasta soviético, autor de las revolucionarias El hombre de la cámara y Cine ojo- pone en problemas el uso discrecional de izquierda y derecha para definir cosas.
La idea de la serie es consolidar la militancia, no hacer campaña. No documenta el paso por el ejecutivo de LLA, ni su día a día (después de todo, la política cotidiana carece de épica) sino la llegada al poder de un hombre providencial o ignoto, de cero a todo. Los episodios durarán alrededor de una hora y serán seis; no tienen fecha de salida establecida de antemano porque se estrenarán a medida que Oría vaya terminándolos, todo de modo artesanal. Y se verán en X y en YouTube, aunque será replicado por la militancia. Quien esto escribe no pudo acceder al episodio aunque Santiago asegura que continúa el estilo de la película aunque sin entrevistas: puro material de archivo a la manera de la extraordinaria La autobiografía de Nicolae Ceausescu, de Andrei Ujică, o incluso de la más que interesante primera versión de Néstor Kirchner, la película, de Israel Adrián Caetano. La película de Néstor Kirchner, o Néstor Kirchner, la película, recordemos, fue una segunda versión de una biografía fílmica. Fue realizada por Paula de Luque, siempre vinculada a proyectos fílmicos del kirchnerismo (y hoy directora del actual Festival Internacional de Cine de la Provincia de Buenos Aires, con cierta malicia rebautizado “Kicifest” por algunas personas del medio), con dinero provisto directamente por el Incaa con una disposición especial. De Luque sería el caso contrario de Santiago Oría.
Seamos cínicos: ¿qué se gana con esto? Para Santiago, lo importante es menos la serie que la batalla cultural, que el liberalismo, que consideraba perdido, pueda volverse visible. “Tiene mucho de romanticismo y de idealismo. De verdad. Me hace muy feliz eso. Desde el punto de vista más del provecho propio, me gusta ganar reconocimiento, tener un lugar importante dentro de este fenómeno cultural”. También piensa que hay algo así como -Wenders dixit- un estado de las cosas. “Productos como El encargado hacen lo suyo desde fuera la política estrictamente, ayudan a romper el molde hegemónico de la industria del cine o entretenimiento audiovisual en la Argentina”, afirma Oría. La batalla cultural es mucho más que partidaria.
Si se le pregunta a Santiago Oría, por ejemplo, por cuestiones que tienen nombre y apellido, como Ariel Lijo o Daniel Scioli, prefiere no contestar: “Este tipo de cuestiones no son mi tema. Creo que el liberalismo necesita un poco de pragmatismo y realpolitik y te la dejo ahí”. Queda para descubrir o pensar el ser humano con CUIT y CUIL llamado Javier Milei. Aquí sólo hablamos con uno de los creadores (por supuesto que el ciudadano Javier Milei es otro) del personaje que pasó de la pantalla chica al sillón de Rivadavia. “El cine nos permite intimar en matices bastante más sofisticados que el binario izquierda/derecha”, dice. Es un poco cierto. Pero la batalla, la misión cultural -como pasaba con su admirado Pino Solanas, en las antípodas ideológicas de este sucesor- parece más fuerte. “Creo que el cine va un paso más hacia adentro de la condición humana, que trasciende la política. Tengo ganas de escribir un libro que se llame Películas para amar la libertad o algo por el estilo”. Próximamente, quizás, también en su librería amiga.
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