Nada más triste que una piscina vacía, como la célebre Stella donde una de las estrellas más imponentes del Hollywood dorado supo bañarse
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Las piletas vacías son piletas tristes. Su tristeza responde a la añoranza de algo que debería estar y no está: niños salpicando al saltar, aroma a bronceador, conversaciones banales en el borde. Agua...
¿Una pileta requiere agua para serlo? La definición afirma que sí. Igual que una casa no son cuatro paredes sino el aire que queda dentro, la piscina es el agua que está en su interior. Una pileta vacía se convierte de manera natural en una locación abandonada: envejece a toda velocidad, en semanas. Es como si se rindiera. Narciso Ibáñez Serrador se preguntaba de forma algo perversa en ¿Quién puede matar a un niño?: “Quién se atreve a acabar con algo intocable, lleno de vida”. Quién puede abandonar una piscina, algo inofensivo, algo tan alegre.
Hay maneras de olvidar una pileta y dejarla a su suerte. Puede desaparecer lo que le daba sentido. Un ejemplo son los moteles, un pilar estético y ético de la cultura norteamericana. Las piscinas de motel surgieron en los años cincuenta en Estados Unidos. Era la era de los viajes largos en auto, las noches improvisadas en la ruta y los chapuzones en lugares de los que no había dado tiempo a aprenderse el nombre. Cuando el avión sustituyó al auto perdieron vigencia. Quedan muchos y en muchos casos, rediseñados, pero un gran número de esos moteles cayó en desuso. Las piletas de motel son más un recuerdo que una realidad y ésta tiene un punto desolador. Echémosle la culpa al cine, que las llena de criminales a la fuga, de gente que guarda los ahorros de su vida bajo el colchón, ahorros que alguien les roba mientras toman el sol en la reposera.
Los hoteles cerrados también se desentienden de sus piletas. Hay ejemplos por todo el mundo y hashtags en Instagram cargados de fotos (#abandonedswimmingpool), porque hay algo magnético en las imágenes de lugares rendidos. Uno de ellos es el Grossinger’s Catskill Resort Hotel, el resort que inspiró Dirty Dancing. Elizabeth Taylor y Eddie Fisher se casaron allí. Este lugar y su piscina están hoy abandonados, a la espera de que una persona audaz los resucite. También aguarda una piscina madrileña, la Stella, de la que se ha escrito todo y fantaseado más. Construida en 1947 y cerrada en 2006 cuentan las crónicas que Ava Gardner se refrescaba ahí del calor mesetario.
Siempre es tentador mencionar El nadador al escribir de piscinas. Todas las que aparecen en el libro de John Cheever y en su adaptación al cine son tristísimas. Su tristeza está en la mirada del que las nada. Todo lo que ocurre alrededor de ellas es, en apariencia, alegre, pero está lleno de vacío. Ned Merril, su protagonista, se va impregnando durante su periplo acuático de esta sensación deprimente; nosotros también. En la película hay una escena en la que enseña a nadar a un niño en una piscina sin agua. Entran ganas de llorar.
Aunque hay ejemplos gloriosos como este, el cine ha pasado de largo por las piletas tristes, las prefiere alegres, con estrellas posando en sus trampolines, que eran los photocalls del Hollywood dorado o adolescentes en celo. De vez en cuando, sin embargo, las convierte en tumba y ahí su significado se subvierte de manera extrema. La piscina y sus remakes nos confirman que una pileta puede ser Eros y Tánatos y que las pasiones reprimidas son siempre tristes como piscinas secas.
Hay una generación de niños marcada por la pileta embarrada de Poltergeist, que llenaron de huesos humanos para que los actores sintieran miedo real. Costó volverse a meter en una en el verano del 83. La película la escribió Steven Spielberg. Maldito sea. Bendito sea.
Viajemos de Hollywood a Rusia, a un cementerio de piscinas. Durante los 70 y 80 se construyeron muchas allí, públicas. La mayoría formaba parte de complejos deportivos o educativos y fueron abandonadas tras la caída del régimen comunista. Hoy, Rusia y los países pertenecientes a la antigua URSS son objetivo de los cazadores de reliquias arquitectónicas. En Ucrania se encuentra la que quizás es la piscina abandonada más famosa del mundo. Se llama Azure, está en Pripyat, en la Zona de Exclusión de Chernóbil. En el último episodio de la serie de HBO del mismo nombre se ve una piscina presidida por un mural en la que nadan los vecinos del pueblo con despreocupación y disciplina soviética. La serie nos quiere contar que ese era un territorio de salud, normalidad y encuentro comunitario, todo lo que la fuga nuclear destruiría. Azure no se abandonó el día del desastre, sino en 1998, doce años después. Durante ese tiempo fue usada por los liquidadores, las personas encargadas de limpiar la zona de restos nucleares. Es, quizás, la pileta más triste del planeta. Slim Aarons jamás la habría fotografiado.
Las piscinas tristes son las vacías, las rendidas, las olvidadas, las que se miran con ojos tristes. También aquellas que nadie busca, que nadie mira, que nadie cata.
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