La película “del destape” que consagró como mujer fatal a Camila Perissé y fue motivo de escarnio para el resto del elenco
Con una campaña de doble sentido que no guardaba relación con una trama muy básica de sexo y venganza, el film de Aníbal Di Salvo también tenía a Leonor Benedetto como la hermana sexóloga del personaje de la fallecida actriz
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Con la vuelta de la democracia en 1983, y como sucede en cualquier sociedad que pasa de un período de prohibición a otro de libertad, la cultura se permitió explorar nuevos caminos, lenguajes e ideas hasta entonces encorsetadas con la convicción de lo permitido. Al frente del todavía llamado Instituto Nacional de Cinematografía, Manuel Antín avanzó rápidamente en la abolición de la censura. La decisión dividió las aguas: mientras algunos directores apostaban a un cine más arriesgado, otros descansaban en lo que entendían como “gusto popular”, potenciándolo. Las lobas (1986) fue un ejemplo de este segundo grupo y la presencia de la recientemente fallecida Camila Perissé fue el mascarón de proa de un estilo de hacer cine que tuvo su epítome en esta película, escrita y dirigida por Aníbal Di Salvo, para luego comenzar su derrotero descendente hasta su virtual desaparición.
A pesar de autopercibirse como una comedia, su título y afiche buscaban jugar con un doble sentido que no era tal como imán para acercar al público a las salas. Eran tiempos de Los gatos (1985), Atrapadas (1984), Las esclavas (1987), Correccional de mujeres (1986), Sucedió en el internado (1985) y otros tantos cuyos méritos cinematográficos se circunscribían a un título picante y a una foto acorde. En el caso de Las lobas, obra y gracia de Camila y de un desborde de sensualidad, que en esos años se había convertido en su marca registrada.
Y es que por entonces, la actriz de 31 años era considerada una de las mujeres más sexies de la Argentina gracias a una combinación de simpatía, personalidad, una pizca de inocencia y un cuerpo tallado. Perissé fue descubierta por el público en todo su esplendor junto a Tato Bores en 1980, y escaló en la pantalla grande paso a paso con Los superagentes no se rompen (1979), Departamento compartido (1980), Te rompo el rating (1981), y las ya mencionadas Atrapadas y Los gatos, entre otras.
En Las lobas, la actriz era el interés romántico de Ricardo Bauleo, en una historia que resultaba una rara mixtura entre figuras consagradas, estrellas en ascenso y una trama sostenida con dos hilitos. Juan Carlos Thorry (sí, Juan Carlos Thorry) interpretaba a un señor mayor gustoso de entreveros extramatrimoniales, alcohol y juego. En una de sus tantas noches de excesos, el hombre muere, dejando a la deriva a su esposa Ana María Campoy. Para acompañar a su madre, vuelven a la Argentina sus hijas, Leonor Benedetto y Camila Perissé, que habían decidido hacía tiempo tomar distancia de una familia que no las representaba. La primera es una sexóloga experta en relaciones íntimas; la segunda, una rubia de apariencia naif pero con una personalidad ardiente.
Mientras la viuda se consuela en brazos de un joven amante, las hermanas descubren que la desprolijidad de su padre se extendía a las cuentas bancarias y la escritura de la vivienda familiar. En pos de organizar su presente y su futuro, ambas mujeres deciden apelar a su poder de seducción para ejecutar una suerte de reparamiento con todos aquellos que conspiraron en contra del apellido. El despropósito alcanzaba para ver a una joven Perissé en todo su esplendor, sea seduciendo a su amante de turno o charlando de cualquier cosa con su madre en una bañadera de espuma que apenas llegaba a cubrir su exuberancia. Excusas mínimas para dar rienda suelta a un “erotismo light” y absurdo, muy extendido en un sector del cine popular argentino de entonces.
También formaban parte de la descabellada propuesta Nathan Pinzón como un mucamo de porte criminal; Georgina Barbarossa, apelando a sus dotes cómicos para salir indemne; y Alberto Argibay quien, al igual que los espectadores, parecía no entender qué hacía ahí.
La enumeración anterior en cuanto a la “venganza” de las protagonistas marca el principio y el final de la justificación de las tres damas para convertirse en “las lobas” del título. Denominación que llegaba recién en los minutos finales, cuando una muy joven Elvira Romei les espetaba el calificativo en un momento de frustración por sus conductas. Ya lo decía el póster promocional, a la manera de un aviso de la sección Clasificados: “Loba N°1: experta en terapias sexuales a domicilio. Loba N°2: profesora de danzas, enseña cuerpo a cuerpo. Loba madre: viuda de 55 años, tiene novio de 35″. La inspiración del afiche no terminaba ahí: además de ponerle como subtítulo “La revancha de las mujeres”, remataba con un “cárguese de risa”.
La película no solo no hizo cargar de risa a nadie, sino que marcó un punto de inflexión en la carrera de sus protagonistas. Por un lado, significó el último trabajo en cine de Juan Carlos Thorry y de Ana María Campoy, estrellas que habrían merecido una despedida menos ignominiosa. Por el otro, Leonor Benedetto (también considerada un símbolo sexual del período) dijo en numerosas ocasiones que ver la película en su estreno en salas le confirmó que su camino profesional necesitaba dar un vuelco rotundo. Fue así que dejó el cine (y el país, porque al poco tiempo se fue a España) para volver recién en 1991, componiendo a una inolvidable monja en Un lugar en el mundo de Adolfo Aristarain, un rol fuerte, determinante, y mucho más cercano a la mujer que era entonces.
Para Camila Perissé en cambio, su trabajo en Las lobas fue uno más en un camino de búsqueda interior coartado por las adicciones. Era habitual escucharla decir “No encuentro un papel que me interese”, pero en realidad se trataba de un pedido de ayuda. En aquellos años 80, las revistas hablaban de depresión, de una salud descuidada, y hasta de intentos de suicidio, pero Camila aseguraba que se trataba de una campaña en su contra. En tiempos de Las lobas, las internaciones y sus causas se habían llevado gran parte de lo ahorrado: “Cuando vinieron los momentos en lo que estaba bien y me caía, en lugar de castigarme, no perdía de vista que era apenas una caída, que iba a pasar. Y pasó justamente como lo había planeado: un día miré para atrás y me di cuenta de que todo había pasado”, le decía a LA NACION en 2013.
Perissé no encontraba salida a un camino cuyo destino parecía ser aceptar ofertas de miles de dólares por una noche con ella. Ya superado el mal trago, la actriz resumía esa etapa con una frase de su autoría: “Ese minón, cuyo culo fue deseado por más de un argentino, también necesita una caricia”.
Las lobas es un film que no dejó huella. Por el contrario, fue justamente olvidado debido a sus magros logros cinematográficos y a un elenco que estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado. Ni siquiera quedó como emblema de la época o fue rescatado por ese grotesco revisionismo actual que aplaude cualquier cosa con tal de que sea “vintage”.
Aunque para aquellos que formaron parte de él, sí marcó una bisagra en sus carreras. Una bisagra de lo que no querían seguir haciendo. En el caso de Camila Perissé, fue un ejemplo más de que el cine era un espacio de cosificación. Y aunque en ese momento no se daba cuenta, con los años entendió que se merecía otra vida, donde los primeros planos no fueran a sus curvas, sino a su esencia.
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