La otra vida de Julieta Bal: aprendió a no juzgar a su papá y se corrió de las luces de la fama porque “no fluía”
La actriz hoy es consteladora familiar; en diálogo con LA NACIÓN, cuenta cómo repercutió en su día a día, en la dura relación con Santiago, su padre, y en los conflictos con sus hermanos; la importancia de su madre, Silvia Pérez, y el rol preponderante de Carmen Barbieri
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“En la última charla que tuve con mi papá (Santiago Bal) antes de partir, me dijo: ‘Vos te vas a dedicar a lo nuestro’. Pensé que hablaba de lo artístico, pero como él no era obvio, después entendí que se refería a nuestro complicado vínculo, a nuestra vida de conflictos”, explica Julieta Bal a LA NACIÓN, en una charla a corazón abierto donde contará por qué su vida mejoró desde que es “facilitadora en constelaciones familiares”, lo que podría definirse como una nueva carrera humanista que no solo permite mejorar y sanar vínculos familiares sino también varios aspectos de la vida.
La actriz explica que le abrió paso a una nueva pasión que pone en práctica, según sus propias palabras, “las veinticuatro horas del día”, y brinda detalles de su intimidad familiar que la llevaron a tomar tal decisión: “Las constelaciones me hicieron tener otro tipo de vínculo con mi papá. Yo no tuve casi relación con él. No pudimos. Al final hubo un acercamiento, ocurrió todo. Hay una frase hermosa de Bert Hellinger (N de la R: teólogo y espiritualista alemán, creador de la terapia de las constelaciones familiares) que dice: “Nadie puede soltar lo que primero no tomó”. Yo no había tomado el amor de mi padre, entonces en el último instante tuve esa bendición, fue hermoso, pude recibir su amor y también dejarlo ir. Un momento bisagra en mi vida porque tuve que tomarlo y soltarlo, todo a la vez”.
-¿Ansiabas tomarlo?
-Claro. Pero no sabía cómo era. Las constelaciones me habían hecho ver hacía mucho tiempo atrás, antes que me dedicara a todo esto, a mostrar una información que había en el alma de mi padre y en la mía, porque trabajan en el plano del alma. Tomé lo que pude y a último momento supe que mi papá no fue un padre disponible. No tuvo la disponibilidad de ser padre y eso no tiene nada que ver con el amor.
-¿Por qué decías que no tuvo la disponibilidad? ¿Porque no quiso o no pudo?
-Por sus propias implicancias, su propio sistema. Vuelvo a la frase: “Nadie puede dar lo que no tomó”. Cuando uno tiene historias con su propios padres o abuelos, a veces nos toca conocer algo de eso, de sus orígenes. Todo vive en nuestra alma. Siempre digo que él debe andar por acá (señala su departamento, donde transcurre la entrevista). Tomamos todo de nuestros padres y, sobre todo, lo que nos pasa. Los amamos tanto como a nuestros ancestros, que por ellos somos capaces de todo. No desde la conciencia, desde un lugar mucho más profundo. Por amor a ellos, desordenado, nos vamos enredando en el destino de alguno. Y empezamos a tomar sus penas, miedos, dolores, frustraciones, lo que no pudieron ser. Eso repercute, no somos nosotros mismos, nos vamos alejando de quienes somos, de quienes vinimos a ser, de cuál es nuestra misión en la vida. Empezamos a cargar con cuestiones que no son nuestras, no nos corresponden, pero las vivimos como tal.
Julieta aclara que transcurrido su primer año de formación en constelaciones familiares se dio cuenta de que se iba a dedicar de lleno a eso: “Mi papá había partido, mi hermano tenía cáncer. Yo me quería separar de mi pareja desde hacía cinco años, que era el amor de mi vida. Era mucho. Estaba más en contacto con mi alma que nunca. Fueron los mejores años de mi vida y los más dolorosos. Nunca aprendí tanto”.
-¿De Roberto (Peña) te querías separar?
-Sí, estuvimos seis años juntos.
-¿Se puede saber por qué?
-Nooo, no voy a hablar de eso. Él fue el amor de mi vida. Hasta hoy es así.
-Pese a eso te querías separar...
-Por supuesto. Es como dice Bert Hellinger: “El amor no basta”. Agradezco a cada compañero de vida. Nos enseñan a liberarlo, a despedirlo con amor. Nunca es de un día para el otro. Las constelaciones me cambiaron la vida, algo sucedió en mi vida, si no, no me dedicaría a esto.
-¿Qué sucedió en tu vida?
-Las constelaciones me hicieron ver que amo a mi padre profundamente. Que lo siento cerca todos los días de mi vida. Que entendí todo lo que pasó. Él partió cuando yo tenía 42 años; hoy tengo 45. Viví casi todo ese tiempo enojada con él. Esperando cosas que no tenía para darme. Incompleta, porque cuando uno no toma a uno de sus dos padres anda incompleto por la vida. A mí me faltaba siempre algo. No era que él no existía, yo no lo tomaba porque no era como quería o pretendía. Porque no me gustaba de la manera en que él amaba. Una se arma una historia de cómo nos gustaría que fueran nuestros padres. Yo debía tomarlo como era y eso lo logré constelando. Hoy no lo juzgo, antes sí. Estuve muy enojada, muy dolida. No hay culpas, sí responsabilidades. Esta herramienta te devuelve la responsabilidad. Hay gente que todavía culpa a los padres.
-Quizás la muerte de tu padre te llevo a capacitarte en este tema.
-No sé qué decirte, quizás sí. Es una sumatoria de eslabones. Desde los veinte años que vengo buscando algo y no sabía qué. Generalmente buscamos afuera y está adentro nuestro. Mi papá me lo decía siempre. Era un hombre muy sabio, eso lo fui entendiendo ahora. Cuando me iba a la India me decía: “¿Por qué te vas tan lejos para encontrarte? Si vas a tu interior lo vas a lograr. Yo voy al banco de una plaza, me siento cinco minutos, hago un inside y ya estoy”. Eso me lo repetía toda la vida. Mi papá cuando nos despedíamos me decía siempre: “Sé feliz, hija”. Parece renormal, pero no sé si es tan normal que un papá le diga a una hija cada vez que le habla que sea feliz. Con mi hermano lo hablamos porque a él le mencionaba lo mismo.
-Con tus hermanos Federico y Mariano tampoco estabas del todo bien.
-Fueron momentos. Mi vida con mi padre no fue fácil, por supuesto con mis hermanos tampoco. Pero el amor sí. Tengo tatuados a mis hermanos, los amo, haya o no relación. Fui a la cancha a ver a River y a mí no me interesa el fútbol. Fede me invitó y creía que le iba a decir que no. Fue un momento único porque mi hermano me trae mucho a mi papá. Tiene esa parte de cuidado, protector, muy caballero, respetuoso. Siempre le da a la mujer un lugar muy importante en la vida. Me trata con un amor, un respeto, un cuidado, que a veces parece un hermano mayor. Tiene esa cosa de papá y el carácter bravo como él. En gestos también. Por eso me encanta verlo.
-A tu mamá (Silvia Pérez) también le dolía esta ausencia para con vos, siempre lo manifestaba.
-Sí, mi madre siempre fue muy cuidadosa. Seguramente le dolía. Me llevó un trabajo enorme sanar, y me sigue llevando. No sanás en una sesión, a veces hay que tomarlo como una filosofía de vida. Otras personas lo toman como una herramienta para cuando creen que lo necesitan. Mi hermano siempre me insiste: “Vos ya no sabés separar la vida de las constelaciones”. Le contesto: “No, Fede, ¿cómo haría?”. Vivo constelando todo el tiempo. Cada acto de mi vida está basado en mi formación. Trabajo en Instagram todo el tiempo brindando contenidos (@constelacionesjb).
-Tu mamá, ¿qué significa en tu vida?
-Es una gran mamá, tuve que trabajar con ella también porque la madre es el vínculo más importante y más difícil que tenemos en esta vida.
-¿Y Carmen Barbieri qué rol cumple?
-Muy importante, un rol preponderante. Desde las constelaciones no solo es la mamá de mi hermano sino que fue un gran amor de mi padre. Los grandes amores de nuestros padres pasan a formar parte de nuestro sistema familiar. Aunque no sean de sangre es como si lo fueran. Lo mismo sucede hasta con nuestros abuelos, incluyendo amores que no pudieron ser. Carmen fue muy importante por todo lo que hizo. Por mí, por la familia. Vino a darnos una familia, nos vino a contar que la familia podía existir, podía ser. No tenía ninguna obligación de incluirnos a mi hermano Mariano y a mí. Sin embargo lo hizo, hizo lo que las constelaciones dicen. Mariano y yo faltábamos y ella nos incluyó. Nos permitió vivir un padre que no habíamos podido tener más presente. Empezamos a compartir momentos con papá que ni Mariano ni yo habíamos podido.
-Fue integradora...
-Ufff, yo se lo digo cada vez que puedo. Además con mi madre se han querido mucho. Hay mucho agradecimiento.
-¿Tu carrera de actriz quedó a un costado?
-No, no la dejé de lado. Hoy gracias a Dios puedo elegir. Estudio todos los días. La carrera duró tres años. Igual, más allá de ser facilitadora voy como participante a constelar. Hay una serie turca, Mi otra yo, que trata sobre el tema de las constelaciones por si alguien la quiere ver. Está muy buena, hizo estragos en el tema de difusión... Pero no dejé la actuación, nunca me fue fácil esa carrera. Era muy costoso para mí lograr trabajo, no fluía. Empecé a decir: “Quizás no es por acá”. Lo de las constelaciones lo vengo realizando desde hace unos quince años. De tomar talleres para mí, pero nunca lo había visto como una posibilidad de brindárselo a la gente. Hace cinco años, me acuerdo porque fue un año antes de que partiera mi papá, que dije: “Voy a probar estudiar esto”. Cuando quise, algo me detuvo: las resistencias que nos ponemos a nosotros mismos. Fallece mi papá y ahí sí. Me capacité para ser facilitadora en constelaciones familiares. Lo que sucede es grandioso, porque pasa más allá de que el otro crea o no crea. Como con las leyes, están y existen, por más que te gusten o no. El efecto es al instante. Después lo que cada uno haga con eso que se le muestra y se le revela es su responsabilidad. Está en sus manos lo que haga. Sanar es una decisión.
-¿Todos tenemos que sanar y en ese caso de qué?
-Todos. Si no, no estaríamos acá, sino en otro contexto más elevado. Tenemos que sanar el amor desordenado. ¿Por qué se desordena el amor? Bert Hellinger decía: “Primero viene el orden, después el amor”. Estamos educados creyendo que el amor suple todo, que el amor lo soluciona todo y que con él alcanza. La realidad es que si está desordenado no fluye. Se desordena porque empezamos a enredarnos en el destino de estos ancestros, no de todos. Por amor a ellos, pero desordenado. Creemos que si tomamos el dolor de un ancestro vamos a alivianar su destino. Los amamos tanto que nos convencemos de eso. Es un sacrificio que no le sirve ni a uno ni a otro. Terminamos quitando toda la dignidad que tiene el otro. Y a la vez me quito la fuerza para mí. Me coloco en un rol que no me corresponde. Como hija me paro frente a mis padres como si yo fuera la grande.
-Hay muchos que aseguran que en un momento de la vida se sienten padres de sus padres.
-Dejame dudar que sea así. Llegamos a la vida en deuda, diciendo cómo voy a compensar esto tan grande que me regalaron que es la vida. La respuesta es que no hay manera. Más que siendo feliz no hay. Uno siente culpa. Entonces, ¿qué hacemos? Muchos hijos nos implicamos con nuestros padres y tratamos de llevar sus dolores. Hacer cualquier cosa para que a ellos no les duela, que me duela a mí. Ahí empieza el desorden. Todo esto se traslada luego a las relaciones que vamos creando y muchas veces no funcionan como pares. Hay parejas donde la mujer funciona como una madre o él hombre como un hijo o un padre. Roles intercambiados.
-¿Se te presentan a menudo estos casos?
-Hoy atendí una persona que me dijo: “¿Por qué hablamos de mis padres si no te dije que ese era mi problema?”. Sin poder mirar qué quedó herido o sin sanar, sin ver, sin reconocer, sin honrar, sin agradecer de tu infancia, muy posiblemente hoy algo no esté fluyendo en tu vida, llámese trabajo, dinero, relación de pareja, salud. Porque es la forma en que se manifiesta.
-Como consteladora, ¿tratás a la persona, a la familia completa...?
-Puede ser individual, grupal, no generalmente la familia entera. A mis talleres vienen madres e hijas, parejas, personas solas. En los talleres voy tomando información, se crea un campo de información mórfica (de orden), que vamos creando. Cuando alguien quiere constelar se sienta a mi lado, me cuenta el tema, elegimos representantes de todos los que están donde nadie se conoce. Miramos qué tiene el campo para revelar acerca del tema que la persona planteó, y a partir de ese momento lo que sucede es que empiezan a sentir movimientos, ganas de llorar, de reír, de abrazar, de sentarse, de acostarse. A Bert Hellinger cuando le preguntaban por qué sucedía todo esto, respondía: “No sé, pero por algo pasa”. Cuando nos vaciamos de toda creencia, expectativa, de lo que me dijeron que era y no fue, estamos más al servicio y para tomar la información que el campo nos revela. Ahí mi rol de traducir las imágenes de lo que se va viendo. No es más que eso, pero es todo eso a la vez. Muchas veces demasiado. Es disponernos a poder ver lo esencial, lo que hay que mirar ese día. Se constela desde cualquier lugar, observando, participando, representando. Se empieza a mover algo en tu alma. Depende de uno tomarlo no, como en la vida.
-¿Cuál es la función de un facilitador?
-Mi función es llevar adelante el taller. Ciencia y espiritualidad van a tener que unirse en algún momento. Las terapias tradicionales, muy buenas por cierto, trabajan en la psiquis, en el ego, en el yo, en la mente, el inconsciente, van por ese lado. Las constelaciones no, lo hacen en el plano del alma, de algo más sagrado, espiritual, sutil... Lo que sucede en la mente no sucede en el alma y viceversa.
-¿Las constelaciones van dirigidas al alma de la persona?
-Trabajan ahí. Lo que hacen es ir a ese lugar tan profundo y desconocido, olvidado. Por eso pasa que mucho de lo que se ve allí no se entiende, porque desde la mente no es posible. Pero no porque no seamos inteligentes, sino porque es otro el lenguaje, la mirada, el tiempo. Trabajan en dos planos diferentes. Cuando uno llega a una sesión o taller de constelaciones es porque está buscando algo más. Lo que ha encontrado hasta allí no le es suficiente, falta un algo.
-¿Dónde estudiaste, te capacitaste, y con quiénes?
-Estudié en el Centro Integral de Constelaciones ATHY de Sara Gloria Levita, mi maestra del alma a quien conocí hace 25 años en la India.
-¿Cuando fuiste con tu madre, Silvia Pérez?
-Sí, fui tres veces y la conocí ahí. A mí la India me dio un sacudón muy fuerte a mi ego. Tenía 20 años y no sabía ni quién era. Pero por las dudas me llevaba el mundo puesto. Fui dos veces más y el aprendizaje fue fortísimo. Con el tiempo empecé a participar de talleres de constelaciones familiares como participante. La primera vez mi psicóloga me dijo que dijo que estaba llegando el tema de las constelaciones a la Argentina. Fui a un taller grupal y no me lo olvido más. Después pasaron varios años y un amigo me invitó a ir a otro sin saber que yo ya había estado. Lo daba Sara, a quien había conocido quince años atrás... increíble. No la había vuelto a ver, fue una emoción infinita. “Uno atrae lo que trae”, asegura ella. Empecé a ir a sus talleres. No hice más terapia y me dediqué a esto. La ciencia sola y la espiritualidad sola no funcionan. Yo me casé con las constelaciones... No importa si conocimos a nuestros antepasados o no. El embrión desde el segundo uno de la gestación genera una memoria en el alma. Sucede lo mismo con esa madre que estuvo en la panza de la abuela del niño. Todo viene muy de atrás. Te tomo tal y como sos es lo mejor que le podés decir al otro.
-¿Cómo presentás tus talleres?
-Les pregunto cuál es el tema que los trae y muchas veces no saben. A menudo no son necesarias las palabras. Les cuento de qué se trata, qué son las constelaciones, prefiero que vivan su propia experiencia. Sucede. Un señor se me acercó y me dijo: “No sé que estamos haciendo acá, pero estoy tan conmovido, tan agradecido...”. Es un proceso, un viaje de la mente al alma. Nos ayuda a ser felices, agradecidos. Siempre esperamos de la vida y ella nos está esperando a nosotros, que vayamos a tomarla, a hacer servicio. Elegí cambiar y me hizo mucho bien. Atiendo personas de 30, 60, 70 años que todavía están en un lugar de niño, esperando que sus padres satisfagan sus necesidades. Y si sus padres ya no están, aguardan que lo hagan los demás. Las constelaciones permiten ver que no estás ocupando tu lugar si no el de otro. Y a la vez estás excluyendo a ese otro. Por eso la constelación es orden. “¿Cómo hago para sanar mi alma?”, suele preguntar la gente. Les digo que no hay manual de instrucciones. Es un proceso que requiere la humildad de reconocer nuestra pequeñez.
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