Un selecto y muy confiable grupo de personas trabaja al servicio de la estrella; mañas y rutinas de la dueña de las mesazas de eltrece
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Para ellos no es Mirtha Legrand, la llaman “la señora” o “Chiquita”, ese apodo que irradia respeto y afecto y que es con el que ella prefiere que la mencionen. Los colaboradores de la gran diva argentina, que conforman un círculo pequeño, íntimo y cerrado, no se engolosinan con la admiración fetichista de la figura pública. Ninguno la tutea y ella, marcando cierta distancia, tampoco lo hace con sus empleados.
La mayoría de sus integrantes hace varias décadas que trabaja junto a “la señora” demostrando vocación de servicio y, sobre todo, fidelidad a la matriarca. Para ellos, esta mujer de 96 años es el eje de buena parte de sus vidas.
Asesores, estilistas, diseñadores y el chofer exclusivo conforman un dream team “al servicio de…”, abierto las 24 horas, los 365 días del año. Elvira, la asistente personal, es la que lidera esa masonería infranqueable que le rinde pleitesía y le juró secreto eterno a su líder. Lo que pasa puertas adentro, queda puertas adentro. “Para nosotros no es la estrella de la televisión, si la viéramos de esa forma no podríamos hacer nuestro trabajo correctamente”, coinciden, con buena lógica, sus colaboradores más cercanos.
Por estas horas, el plantel completo se encuentra con los motores en marcha y con las turbinas en la máxima potencia con vistas al estreno de La noche de Mirtha, que se producirá este sábado a las 21.30 por la pantalla de eltrece. Si la cotidianidad no suele tener rutinas y está supeditada a la nutrida agenda social de la conductora, lo cierto es que antes de un debut todo se intensifica aún más. Hasta los humores no suelen ser los mejores, afectados por las ansiedades lógicas de la rentrée.
Desde el lunes pasado -¿antes también?- el piso de Palermo que habita Legrand es un constante ir y venir de gente, incluidos su hija Marcela Tinayre -con buen olfato para saber cuándo estar y cuándo pasar a cuarto intermedio-, su nieto Nacho Viale -productor del programa-, y el personal de primera línea del ciclo televisivo. Son famosos los té que sirve los días martes para su equipo de producción. En esas tardes bien regadas por profiteroles, se van barajando los nombres de posibles invitados para comer frente a las cámaras junto a la anfitriona. Deshojan la margarita, sabiendo que casi nadie rechazará el convite. Todos conocen mañas y secretos de la jefa. Saben cuándo pueden hacer un chiste y cuando deben callar si el horno no está para bollos.
Envidiable vitalidad
Mirtha Legrand es una persona que no desea depender de nadie en sus cuestiones más íntimas, sostienen quienes la rodean. Incluso, detesta ingerir medicamentos porque eso es, para ella, sinónimo de alguna dolencia física. “Cuando todos se cansaron, ´la señora´ está pensando en un nuevo plan”, reconocen a media voz algunos de sus asistentes. Genio y figura, pareciera ser que no hay tanta diferencia entre Rosa María Juana Martínez Suárez de Tinayre, su nombre de cédula, y la longeva diva pública de envidiable vitalidad.
“Me ha demostrado su amistad en momentos especiales. Soy una persona que jamás ha pedido algo, pero ella siempre ha dicho presente. No es necesario comentarle nada, sabe todo, incluso cuándo tiene que estar”, confiesa emocionado Héctor Vidal Rivas, el histórico asesor de vestuario de “La Chiqui”, quien conoció a la actriz trabajando como actor y bailarín en la película La patota, dirigida por Daniel Tinayre. “Es una mujer de buen humor y, si se equivoca, no duda en llamarte y pedirte perdón”, confiesa alguien de extrema confianza de la dueña de las mesazas.
Hace años, la fiel asistente Elvira cumplía su trabajo junto a Elba, la otra empleada con cama adentro de estricta confianza, que falleció hace algunos años. En no pocas oportunidades, Marcela Tinayre llegó a reconocer que Elba había sido como una segunda madre que la acompañaba cuando Legrand debía ausentarse de su hogar -entonces ubicado en la calle Ramón Castilla de Barrio Parque- para cumplir con interminables jornadas de rodaje cinematográfico.
Hasta los noventa, para llegar a Mirtha -tiempos sin telefonía celular ni WhatsApp- había que atravesar el muro que Elba y Elvira imponían cumpliendo a rajatabla los pedidos del matrimonio Legrand-Tinayre. Hoy es Elvira quien oficia de mano derecha todo servicio, quien responde el teléfono de línea -sí, Legrand aún conserva ese número- y la mujer que sabe todo y más de su empleadora. “Le mando un besito a Elvira”, suele decir al aire la diva sabiendo que aquella mujer estará allí, a pocos metros, detrás de cámara, franqueándola como lo hace siempre. “´La señora´ está descansando, pero le transmitiré su mensaje”, filtra Elvira con la elegancia aprendida de la diva. Ella vive en casa de Legrand y fue su gran sostén durante el confinamiento que impuso la última pandemia. “Nos mirábamos y ya no sabíamos sobre qué hablar”, confesó Mirtha con gracia frente a las cámaras de su programa recordando aquel tiempo, en donde pasó casi trescientos días sin salir a la calle.
Hoy, Elvira está acompañada por Mónica, la mujer de peinado tirante que también sirve la mesaza televisiva. Hace años, ese lugar era ocupado por Luisa, una empleada de sonrisa bonachona y sencillez que llegaba al canal en colectivo y era la vecina estrella del Conurbano sur.
Gladys Andrade, la maquilladora de la diva desde hace 28 años, también cumple el rol de dama de compañía y está muy presente en la vida cotidiana. Cuando Mirtha pasa los veranos en Mar del Plata, Gladys y Elvira comparten una suite pegada a la suya y son quienes la acompañan en las recorridas por teatros y restaurantes. Las largas charlas de madrugada, comentando espectáculos y chimentos de la farándula, son un clásico de cada mes de enero. Dicen que Mirtha es una mujer con muy buen humor y que le encantan esas tertulias domésticas.
Estilismo
Si la diva aparece en público radiante e impecable, no sólo se debe a su extrema coquetería y buen gusto, sino también a un plantel de personas que va detrás de todos sus requerimientos. “Tiene un sentido de la estética muy grande, por eso debo respetar y cuidar su estilo”, reconoce Vidal Rivas, quien asegura que “con sólo mirarnos, ya sé si le gusta o no un diseño”.
Más allá de su nutrido vestidor, Mirtha estrena modelos cada semana. Cuando son tiempos de aire televisivo, se suman los trajes que luce en pantalla. Cada conjunto es diseñado al detalle y siempre es probado y juzgado con ojo conocedor por la clienta a la que todos quieren llegar. En general, las pruebas de vestuario se realizan luego del atardecer cuando Mirtha está más relajada. Hasta hace unos años, la diva se dirigía a los atelieres de los modistos, hoy son ellos quienes llegan hasta su casa de Avenida Del Libertador.
“Si no está a contrarreloj o muy presionada por el trabajo, le gusta charlar, contar anécdotas y le fascina que le pregunten por los personajes que interpretó en cine. Tiene una memoria increíble y es muy sociable”, afirma Mario Vidal, junto a Edgardo Cotón, responsable de IARA, la casa de alta costura que suele vestir a Legrand. “En treinta años de trabajo, nuestra relación se tornó en una amistad”, agrega el modisto.
Como este año IARA la visitó para la entrega del premio Martín Fierro, la diva decidió que en su primer programa fuera Claudio Cosano quien tuviese la responsabilidad de su outfit y que IARA hiciera lo propio para la segunda emisión. “Entre los diseñadores no hay competencia porque los que la vestimos somos muy pocos”, se ufana Cosano, quien asegura que “todos se sorprenderán con el color del modelo que lucirá, algo muy inusual en ella”. Habrá que esperar a la noche del sábado para descubrir el vestido haute couture con el que Mirtha se enfrentará al público. En este juego de vanidades y apariencias, mostrar la ropa es tan importante como interpelar al político de turno.
A diferencia de la armonía que propone Cosano, Cotón reconoce que “hay competencia entre los diseñadores porque Mirtha Legrand es un gran personaje que apoya a la moda argentina”. Sin medias tintas, el hombre de IARA se enorgullece al afirmar a LA NACION: “Sus vestidos más emblemáticos han sido nuestros”.
A la hora de las pruebas, Cosano corre con una ventaja: “Tengo un maniquí con las medidas del cuerpo de Mirtha, así que, cuando llego a la casa para una prueba, el vestido está casi terminado, incluido el ruedo”.
Segura de su estampa y del tipo de prendas que la benefician, “si ve algo que no va con ella, lo dice”, sostiene Vidal Rivas, quien coordina todas las pruebas con los diseñadores. La asistente Elvira también dice presente en cada una de esas ocasiones. “Es tan profesional que, cuando hacemos una prueba de vestuario, también se pone los zapatos, joyas o bijouterie correspondientes”, dice Cosano. Los modistos coinciden en que Mirtha pide brillos, colores claros o pasteles y que evita la gama de los marrones. Si se trata de tonos oscuros, el negro es el único valor cromático admitido.
Las anécdotas no faltan. Sobre todo, tratándose de ropa, una debilidad de la diva y que hace al fuerte de su personalidad. “Para una entrega del Martín Fierro le llevé un vestido azul Francia, pero ese día ella no estaba predispuesta para ese color. Así que hubo una escena de llanto mientras nos aclaraba que el vestido le encantaba a pesar de tono”, recuerda Mario Vidal, riéndose ante aquel momento desopilante, pero que lo hizo transpirar. “Sin embargo, a medida que se iba mirando en el espejo, bajaba los decibeles de su angustia y de su bronca. A los cinco minutos, el vestido pasó a ser el más lindo del mundo”.
En la época en la que el programa salía de lunes a viernes, IARA, al igual que lo que sucede en la actualidad, era una de las casas convocadas para vestirla. “Un viernes le llevamos los cinco vestidos de la semana siguiente. Aprobó cuatro y el quinto, que era de color violeta, no le gustó”, rememora Mario Vidal, quien buscó tranquilizar a la conductora que ya comenzaba a inquietarse. “Le dijimos que no se hiciera problema y que para el viernes siguiente tendría el mismo modelo en verde agua, como nos había pedido. Se lo hicimos y se lo mandamos. Ese viernes, me puse a mirar el programa para testear cómo lucía el vestido en cámara y grande fue mi sorpresa cuando la veo salir al aire con el de color violeta que tanto la había disgustado la semana anterior. Chiquita es impredecible”.
Cosano viajó a varias provincias cuando Mirtha presidía desfiles de moda. “Para volar se ponía guantes y sombreros, y llevaba cuatro cambios de ropa para menos de dos días de estadía. No es una postura, es su forma de ser, es coqueta por naturaleza. Si voy a probarle a las nueve de la noche, la encuentro peinada y arreglada divina. Y, cuando no se maquilla, utiliza lentes”.
Tanto Cosano como los líderes de IARA debieron vestirla cuando transitó las muertes de su marido Daniel y de su hijo Danielito. “La vestí de estricto luto para las dos ocasiones. Fueron lutos muy rigurosos durante varios meses porque ella es una mujer muy conservadora”, recuerda Mario Vidal.
Leo Cosenza es el integrante más nuevo del staff. El peluquero se sumó el año pasado, para reemplazar a Lía, una histórica peinadora de Legrand, que ocupó su puesto durante tres décadas y a la que conoció cuando integraba el staff de Roberto Giordano. “El primer día que fui a peinar a la señora, y a pesar que ya tenía mi nombre, estaba muy nervioso. Era peinarla a ella, un personaje muy importante, era estar en otra situación, pero me encontré con una persona muy respetuosa, que, desde el minuto uno, me dejó hacer mi trabajo. Aquella vez me mostró varias fotos para que yo pudiera mantener su estilo, pero me pidió que trabajara con libertad. ´Leo, haga de cuenta que está peinando a cualquier señora de Barrio Norte´, me dijo y yo le respondí ´lo voy a intentar´”. El primer trabajo del profesional en la cabeza de Legrand fue cuando la diva rodó la promoción de la serie La casa del dragón.
Cosenza recuerda aquella vez que no quedó conforme con su trabajo y que, a la semana siguiente, Legrand se lo hizo saber, “Mirtha tenía razón”. El peinador sabe que tiene que cumplir con un patrón, “tengo que hacer el peinado ´legranezco´, pero reversionado a la actualidad y a mi estilo, siempre buscando su comodidad”.
Los pasos a seguir son más o menos similares. Mirtha espera al peluquero en su casa, con la cabeza lavada y seca, y él va humedeciendo la parte del cabello en la que va a trabajar. “Al canal llega con el pelo marcado y algo maquillada. En el camarín le terminamos el peinado y Gladys Andrade finaliza el maquillaje”. Antes de cada reunión social a la que la diva concurre, Cosenza se dirige al departamento de la estrella para cumplir con su trabajo. “Es tan inteligente que sabe dónde tocarse el pelo para no despeinarse”.
El peluquero reconoce que hay semanas donde la estrella sale cuatro noches. “Le digo que sale más que yo y se ríe”.
Mesa chica
Muchos de los colaboradores de Mirtha encuentran en ella a una mujer confidente. “Luego de tantos años de trabajo, la relación se transformó en una amistad”, afirma Vidal Rivas, un hombre inseparable al que la diva sorprendió hace poco con una fiesta de cumpleaños.
Junto con Elvira y Gladys Andrade, Marcelo, el chofer de la diva, es otro de los puntales de esa organización perfecta. Hubo épocas donde el conductor llevaba a pasear a la estrella por los barrios de la ciudad, algo que a Mirtha siempre le gustó. Esas travesías podían arrancar en Belgrano y terminar en Barracas.
Hoy, Marcelo es un hombre de su estricta confianza y de muy bajo perfil. Curiosamente, se llama igual que el chofer de Susana Giménez y sabe que lo suyo es escuchar y cerrar la boca, ya que compartir tantos viajes con “la señora” lo ubica en un lugar privilegiado, de suma intimidad. Mirtha tiene su agenda muy bien organizada. A pesar de que es muy nutrida, no suele improvisar o cambiar los planes a último momento, una ventaja para él. La diva no suele pisar la vereda de su edificio, prefiere subir a su vehículo en la cochera ubicada en el subsuelo. Allí, donde hace años resbaló, debido al piso mojado, y debió ser operada por una fractura de tibia y peroné. A los quince días volvió al aire, en ese eterno retorno que atraviesa su existencia.
“A ella le gusta el profesional serio y responsable y no distraído en la admiración o el cholulismo”, dice un colaborador. Una mujer de confianza reconoce que “ve todo, no se le pasa nada por alto, y si alguien le cuenta algo, tiempo después ella le preguntará por ese tema”.
Así es Mirtha Legrand, la mujer que encontró en sus colaboradores más cercanos a una segunda familia. Imprescindibles como el oxígeno. Devotos de la líder a la que le rinden silencio, discreción y respeto. Son los que están día y noche. Siempre. Para ellos “la señora” o “Chiquita” es la matriarca de esa organización que está a su servicio y que sostiene al personaje público, a la leyenda, y también a esa mujer de 96 años que siempre va por más.
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