La nueva vida familiar de Sergio Verón: “Los primeros meses fueron duros”
El profesor de educación física cuenta cómo fue la vinculación con las dos niñas que adoptó junto a su pareja
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Cuando se vieron por primera vez, en plena cuarentena estricta, no se conocieron las caras porque los cuatro usaban barbijos, pero pudieron reconocerse en los ojos y saber que iban a ser una familia. A poco más de un año de ese encuentro, Sergio Verón y su marido Franco Verdoia conviven felices con sus hijas adoptivas, Ariadna, de 12 años, y Cristal, de 10.
“El 3 de junio celebramos un año desde que nos conocimos y en casa hubo una fiesta para los cuatro, con una torta, globos, dibujitos, juegos. Es una fecha que ellas tienen muy grabada porque fue el primer día que nos vimos, en el máximo rigor de pandemia, y el Consejo de los Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes del Gobierno de la Ciudad estaba prácticamente vacío, parecía un lugar fantasma”, le relata Verón a LA NACION. El kinesiólogo y profesor de educación física de Mañanas públicas, en la TV Pública, da detalles de cómo fue la vinculación con sus hijas y la adaptación a vivir como la familia que hoy son junto a Verdoia, director de cine, teatro y publicidad.
-Siempre se dice que adoptar niños es un largo camino, pero este no parece haber sido el caso, ¿Cómo lo lograron?
-También nos llamó la atención. Hay que hacer trámites que la gente llama burocráticos, y que es el papeleo, la certificación del lugar donde vivís, la de ingresos y una serie de documentos que se necesitan para saber quién sos, a qué te dedicas, quiénes son tus padres, porque así analizan la situación familiar de los adoptantes. Llamé a mi contador, le pedí que me ayudara con algunos documentos, después fuimos a la policía para buscar otras certificaciones e hicimos todo muy rápido. Hasta nos casamos, porque ni estábamos casados. Sacamos turno en un registro civil y conseguimos cuatro testigos.
-No fue nada romántico entonces, sino un trámite más para poder adoptar.
-Sí, porque uno de los requisitos es que si estás en pareja necesitas una unión civil, pero no es una condición sino que tiene que ver con los derechos para esos niños si sucede un accidente o te morís. El 3 de junio del 2020 fue el primer encuentro, con media cara tapada con el barbijo, gorrito de lana, nos veíamos ojos nada más. Era la primera prueba de vinculación que se hacía en contexto de pandemia y entonces había mucha observación, de hecho estábamos en una cámara gesell. Después ellas tuvieron covid, estuvieron aisladas dos semanas en el Hospital Álvarez, volvieron al Hogar y debieron hacer aislamiento. De ese primer encuentro pasó tiempo hasta que volvimos a vernos. Pedimos apurar todo porque el hogar entraba todo el tiempo en cuarentena, en este contexto, y se iba a hacer muy largo.
-A menos de dos meses de conocerse se instalaron en casa, ¿cómo fueron esos primeros meses?
-Llegaron a casa el 31 de julio y una de las cosas que nos habíamos propuesto con Franco es que los cuatro pudiéramos elegir juntos lo que a ellas les gustaba: las sábanas, los acolchados, los adornos, las lámparas. Entonces en la habitación estaba el espacio acondicionado, pero los detalles no.
-¿Reconocerse como una familia fue complicado?
-Los primeros meses no fueron fáciles porque todas las noches alguna de las dos se aparecía en nuestro cuarto diciendo que tenían pesadillas, pero no porque tuvieran miedo o no quisieran estar en casa, sino que afloraron muchas cosas. Entonces las acompañábamos hasta que se quedaban dormidas, con la luz encendida y rodeadas de peluches para darles seguridad. Eso fue disminuyendo hasta que no ocurrió más. En plena madrugada preguntaban dónde estaba su mamá y era algo que ni nosotros sabíamos porque no teníamos acceso al expediente ni nos daban información. Ellas sabían que su mamá estaba muerta, pero nunca vieron ni siquiera su tumba. Tampoco vivieron un velatorio porque la encontraron muerta en la cama, judicializaron el caso y no la vieron nunca más. Les prometimos que íbamos a trabajar en encontrar a su mamá, y finalmente lo hicimos, en el cementerio de la Chacarita. El 2 de mayo fue su cumpleaños y fuimos a llevarle flores, pusimos una placa y de alguna manera, fue un cierre para ellas.
-Imagino que debe haber sido un momento muy fuerte para ellas...
-Sí, claro. Llevamos un álbum de fotos que ellas se habían sacado en este tiempo y esa instancia fue terrible, porque la más grande le mostraba las fotos a la tumba y le contaba su historia, de sus papás, su perra, su gato. Fue desgarrador y muy sanador. Les hicimos entender que su mamá también es parte de esta familia porque el único recuerdo amoroso que ellas tienen es el de su madre y no de su padre. Entonces tratamos de rescatar eso y rearmar quiénes son y de dónde vienen. En una primera etapa nos hicieron preguntas que ni nosotros sabíamos responder. Fuimos cerrando un montón de interrogantes que merecían una respuesta clara y concreta.
-¿Ser papá es todo lo que esperabas?
-Los primeros meses fueron fuertes. Al principio ellas decían que era como estar en una pijamada, algo que nunca habían tenido en su vida pero que sus compañeras le contaban. Veíamos películas comiendo pochoclos, había guerra de almohadas, saltábamos a la cama cual trampolín, armábamos carpas dentro de casa. Franco colapsaba porque es menos lúdico, pero así fueron los primeros días. Después armamos una rutina y empezaron algunos roces, el ‘no me quiero bañar’, ‘no me quiero lavar los dientes’, ‘no quiero estudiar’. Sin dudas ellas nos ponían a prueba todo el tiempo porque esos berrinches y esas formas de actuar, en otro momento de su vida, significaba que las molían a palos y acá eso nunca se dio. Estoy seguro de que trataban de ver hasta dónde presionar porque era el mundo que conocían, a través de la violencia física y verbal, y el abuso. Y negociábamos. Así se fue dando con todo, desde el baño hasta la tarea. Y nos fuimos complementando con Franco, porque en la rigidez de él estaba la flexibilidad mía. Los primeros meses fueron duros. Ellas tenían miedo de que las devolviéramos al hogar porque vivieron muchas veces casos de niños dados en adopción que eran devueltos al poco tiempo, al mismo hogar en el que los habían despedido con una fiesta. Entonces ellas vivían con ese temor o el de que pudiéramos gritar o a pegar o encerrarlas, como algún tipo de castigo.
-Se estaban midiendo los cuatro.
-Sí, la más grande era terrible y en casa volaba ropa, zapatillas, los útiles de la escuela. Empezaron las clases virtuales en agosto y se sentaban frente a la compu y no querían prender las cámaras y lloraban. Después me fui enterando que a las hijas de mis amigas también les pasaba lo mismo. Además nos encontramos con muchos problemas de aprendizaje, no sabían leer de corrido ni podían interpretar textos. Ahora están con maestra de apoyo, de inglés, de teatro, de arte y de todo lo que necesiten y quieran. Y mejoraron un montón. Todavía van saliendo cosas y seguramente seguirán saliendo. Fue difícil, sentíamos que hacíamos las cosas mal, pero el equipo de psicólogos y psicopedagogos nos decía que estábamos haciendo bien y que esas cosas suceden. Ellas fueron ganando confianza y entendieron que, pase lo que pase, no vamos a maltratarlas. También teníamos que poner límites, entendieron que en casa se habla, no vuelan ni se rompen cosas. Les hicimos entender que no íbamos a pegarles, que podíamos hablar y entendernos.
-¿Ahora todo fluye?
- Sí, y ya han venido compañeritos a tomar la leche y a estudiar y les muestran la casa, las mascotas y se apropiaron de todo, que era lo que buscábamos. Los primeros días iban al baño de la mano. Hoy somos una familia. También dimos con una hermana más grande, una chica que estudia, trabaja y es muy sensata. Y rearmamos ese vínculo y cada tanto se van a dormir a la casa de ella, y ella viene a comer a casa. Y tienen otro hermano al que volvieron a ver. Ellas estaban presas de un sistema de judicialización en el que había restricciones para todo, y por suerte eso se recompuso y armamos la poca familia biológica que tienen y está autorizadas por el juzgado porque no son nocivos para ellas.
-¿En qué les cambio la vida a ustedes desde que son padres?
-En todo. Antes viajábamos cuando se nos daba la gana, teníamos vida social y todo eso se cortó. Tuvimos que organizarnos porque ellas tienen muchas actividades, y a veces hago de remisero todo el día. Ahora soy parte del mundo de chats de madres de colegio.
-¿Tienen hoy la familia que soñaron?
-Sí. Y ya pasamos la parte más difícil del principio, cuando nos replanteábamos todo el tiempo qué hacíamos mal, qué no atendíamos, en qué podíamos perjudicarlas en su futuro. Y nos dimos cuenta de que uno hace lo que puede. Y claro que tuvimos que reestructurar nuestra vida laboral y nuestra vida social se terminó: si nos vemos es porque venís a casa y ya no agarro el auto de las diez de la noche para ir a tomar algo con una amiga. Pero estoy feliz con esto, no es un conflicto o un problema. Cuando sos padre te corrés de tu ego y las prioridades son otras. Cuando vinieron a casa no sabían hacerse un té porque en el hogar había cocina y gente que trabajaba ahí, y ahora cocinamos y ordenamos juntos, y colaboran en todo. Me gusta esto, es un día a día.
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