A un año de la muerte de "la dama del cemento", Amalita Amoedo mostró su trabajo en la Galería Paradiso
Comenzó a pintar cuando tenía 20 años. Desde muy chica, cada vez que visitaba los mejores museos de las capitales europeas de la mano de su abuela, Amalia Lacroze de Fortabat, supo que sería artista. Hoy, a los 36, Amalita Amoedo inauguró su muestra número 15 en la Galería Paradiso de José Ignacio, uno de sus lugares en el mundo. Cada año se instala junto con sus dos hijas, Isabella (9) y Angelina (6), en "Vista al Oeste", la propiedad que heredó de la "dama del cemento" y que le trae muchos recuerdos. Pero este verano fue distinto para "Ama" -como la llaman sus íntimos-, ya que pudo ver concretado el sueño de exhibir su obra en el país vecino y rendirle homenaje a uno de los recuerdos más lindos de su infancia: los carruseles.
Con una instalación de cinco caballitos de carrusel titulada "Mi arte es esperarte", Amalita quiso brindarle su tributo a la esperanza. "Decidí bautizar así mi muestra porque uno siempre está esperando algo: una noticia, un llamado, un beso, un abrazo… Porque saber esperar y disfrutar esa espera es un arte", confesó la hija de Inés de Lafuente, quien, según la lista Forbes, es la mujer más rica de Argentina. En exclusiva para ¡Hola! Argentina , habló sobre su vínculo con el arte y el amor de sus hijas por la pintura.
–¿Cuándo nació tu pasión por la pintura?
–Desde chica siempre estuve rodeada de arte, ya que mi abuela Amalita fue una gran coleccionista. Me llevaba, junto con mis hermanos, a ver muestras alrededor del mundo y muchas veces la acompañé a ateliers de artistas que la invitaban a conocer su obra. Cuando terminé el colegio, comencé a sentir cierta fascinación por el arte y me di cuenta de que me sentía muy cómoda rodeada de artistas. En cuanto tomé mi primer pincel, supe que sería una parte fundamental en mi vida.
–¿Cómo definirías tu arte?
–Me gusta trabajar con el inconsciente y dejar que la energía fluya. Por mi vida de empresaria y madre de familia [en 2004 lanzó Beleidades, su marca de lencería, y en 2011, junto con Julián Bedel, creó Fueguia, un laboratorio de perfumes], todo el tiempo estoy corriendo. Y el arte es mi escape, mi cable a tierra… Porque es ahí donde puedo explorar mi lado más fantasioso y mi creatividad. Sigo muy de cerca la carrera de mis artistas favoritos, como Marcelo Pombo, Marcia Schvartz, Jeff Koons, Tracey Emin… Nada me hace más feliz que ser parte de ese mundo.
–¿Por qué hiciste foco en los caballitos de carrusel?
–Porque uno de los recuerdos más lindos que tengo de mi infancia era subirme a esos caballitos. De chica, cuando viajaba con mis padres, no importaba en qué parte del mundo estuviéramos, siempre buscaban un carrusel para que me entretuviera. No había cosa que me gustara más, por lo que pasaban horas esperándome y yo daba vueltas viéndolos sentados, felices de verme tan contenta. Y esa imagen me quedó muy grabada. Era un momento mágico, ya que crecí en un mundo repleto de adultos.
–¿Elegiste José Ignacio para mostrar tu obra por algún motivo especial?
–Desde hace varios años quería exponer en Uruguay, un país que adoro y que visito todos los veranos. Tengo los mejores recuerdos de este lugar y quería rendirle un homenaje. Es un gran orgullo para mí poder mostrar mi arte aquí.
–¿Cuánto influyó tu abuela en esta faceta de tu vida?
–Es la persona que más me enseñó de arte. Visitar con ella los museos era fascinante, porque te explicaba todo con mucho detalle y te hacía interesarte por la vida de los artistas. Su influencia en mi obra es evidente. Ahora que ya no está más, extraño mucho nuestras charlas sobre pintores y vanguardias. No pude haber tenido una maestra mejor.
–¿Pintas con tus hijas?
–¡Por supuesto! A ellas les encanta y siempre que podemos pintamos juntas. De hecho, toman clases con Manuel Larralde y me gusta que podamos compartir la misma pasión. Cada vez que puedo las llevo a ver exposiciones porque quiero que tengan la sensibilidad de apreciar el arte, que parece que ya la tienen: Angelina, mi hija menor, está desesperada por que los caballitos regresen a casa.
Texto: Rodolfo Vera Calderón
Fotos: Sebastián Umpiérrez
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