Con una vitalidad y memoria envidiables, el destacado director de TV repasó con LA NACION su enorme trayectoria en la pantalla chica, que lo llevó a trabajar con las más renombradas figuras
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“Fuimos un grupo de gente que comenzamos en un medio que desconocíamos”. Edgardo Borda es uno de esos hacedores -palabra que no elige- de la televisión argentina. A esta altura un prócer -definición con la que no concuerda- que ingresó al mundo de las cámaras y de los monitores desde el vamos, aunque él aclara con precisión: “Entré a la televisión seis meses después que se inauguró”. Un pionero.
La televisión argentina nació el 17 de octubre de 1951, con lo cual este hombre, aún de porte con autoridad, lleva transitados en el medio más de setenta años. No hace falta hacer cuentas, él mismo se encarga de confirmar que lleva vividos lúcidos 94 años, tiene una memoria prodigiosa y está muy amigado con la tecnología -el día y hora del encuentro con LA NACION en su departamento a metros del Parque Las Heras, lo concretó a través de WhatsApp.
Muestra un carnet rubricado en febrero de 1952, el momento exacto en el que pisó, por primera vez, las instalaciones del antiguo Canal 7, en ese entonces, el único en el aire. Y, desde ya, es de esos protagonistas que vieron mutar los valores cromáticos en blanco y negro al color de paleta más extendida.
-¿Qué significa la televisión para usted?
-¿En mi vida?
-Sí.
-La televisión significa todo para mí.
-¿Es consciente de su prestigio en el medio?
-No, nunca me he fijado en esas cosas.
Azar y destino
Luego de cumplir con el Servicio Militar Obligatorio, Borda comenzó a desempeñarse en el servicio de radio de la asistencia pública, desde donde se les enviaban los destinos a las ambulancias de la ciudad. Luego de compartir un tiempo de trabajo juntos, su jefe en esa repartición renunció a su puesto para irse a trabajar a la televisión recién nacida, algo que a Borda le llamó la atención. “En esa época, pensaba que esas ´ventanitas´, porque no les decíamos pantalla, iban a cambiar el mundo, ya que la gente iba a comenzar a recibir información visual directa sobre lo que ocurría”. Con buen tino, también le compró a su madre un televisor, que le costó lo que había cobrado durante todo un año en la milicia.
“La primera vez que entré a un estudio fue en el que funcionaba en el teatrillo del Alvear Palace Hotel, en la esquina de Ayacucho y Posadas”. Llegó al lugar para visitar a su exjefe, pero una llama se encendió allí y, al poco tiempo, él también se incorporó a las filas de la emisora. “Hacíamos de todo, tuvimos que aprender de cero, porque no sabíamos nada. Ahí estuvo al pie del cañón don Jaime Yankelevich, quien fue el que compró los equipos en el exterior”.
-¿Quiénes era las celebridades de ese momento?
-No había estrellas. Al principio, se daban programas que llegaban de la radio, donde se destacaban locutores como Fito Salinas. También estaban Nelly Prince, Nelly Trenti y Guillermo Brizuela Méndez.
Borda recorrió todo el escalafón: “Primero fui control de video, luego switcher”. Luego llegó el trabajo en el primer camión de exteriores hasta arribar a lo que él denominó “coordinación”, pero que, rápidamente, mutó al justo y aspiracional “director”. “Lo primero que dirigí en estudio fue un programa para la mujer conducido por Ana María Campoy”, recuerda con notable precisión, este profesional que se desempeñó en todos los canales, con excepción del viejo Teleonce, actual Telefe.
Cuando un nuevo grupo empresarial se hizo cargo de eltrece, asesorado por Coco Fernández, se mudó a la señal de cable Magazine, donde trabajó en varios ciclos. Trabajó en ese canal hasta los 92 años, cuando se declaró la pandemia del Covid y tuvo que resguardarse: “Ahí me tocaron todos los programas de chimentos”, se ríe.
-¿Cuáles son los programas que usted dirigió y que recuerda especialmente?
-Nosotros comenzamos con los mejores directores artísticos que te puedas imaginar. Estaban Cunill Cabanellas, Pedro Escudero, Armando Discépolo, quienes eran directores de teatro que se pasaron a la televisión a través de agencias artísticas que tenían a su cargo algunos programas. “No había personal fijo, todo era por contratos, así que no sabías si a los tres meses ibas a seguir. Por suerte, mi mujer se encargó de la parte económica de la familia y nunca pasamos necesidades. Todo lo que tengo lo gané en la televisión, mi casa, mis autos, mis veraneos, la crianza de mis hijos, tuve suerte”.
Un grande entre grandes
Ceremonia secreta, la genial creación de Narciso Ibáñez Menta, fue una las primeras ficciones a su cargo: “Me daba miedo, yo nunca lo había hecho, y fue él quien me impulsó a avanzar en la dirección artística, fue la primera vez que le corregí el tono a un actor”.
Edgardo Borda trabajó también con Luis Sandrini, Tita Merello, Pepe Biondi y Niní Marshall, entre muchos otros próceres. “Tita me preguntaba cuántos programas tenía y me regalaba una naranja por cada grabación. También la llamaba a mi mujer y le decía ´mirá que hoy hizo dos programas, qué le vas a hacer de comer´”.
-¿Qué le respondía su esposa?
-Se volvía loca, no le gustaba.
-¿Cómo era Niní Marshall?
-Muy tímida y profesional. Llegaba al estudio con la letra sabida de punta a punta. Había que tratarla con cuidado porque era muy sensible y se ponía mal. “Niní, ¿puede cortar tal frase?” y ella aceptaba sin molestarse.
-Dirigió Almorzando con Mirtha Legrand en el antiguo Canal 13.
-Sí.
-¿Cómo fue esa experiencia?
-Maravillosa, con Mirtha teníamos un código de trampa que nadie sabía.
-¿Cómo es eso?
-Cuando en el programa pasaba algo que a ella no le gustaba, se tocaba un aro, entonces yo paraba la grabación y decía “hubo un problema técnico, vamos de nuevo”.
-¿Se acuerda algún motivo por el que Mirtha se tocó el aro?
-Una vez, vino un actor español y dijo la palabra “culito”, algo que a Mirtha no le gustó, así que se tocó el aro y frenamos la grabación.
Los recuerdos van emergiendo. Una vida completa dedicada a la televisión. Imposible trazar un mapeo de la infinidad de programas que Edgardo Borda dirigió. Cumbres borrascosas, con el protagónico de Rodolfo Bebán, es uno de los hitos que recuerda.
-¿Hubo alguna figura con la que decidió no trabajar?
-No, siempre busqué no pelearme con nadie, respetaba y buscaba que me respetaran.
Sin embargo, reconoce que Rodolfo Bebán “era el más bravo de todos, a pesar de que era íntimo amigo mío”.
-¿Por qué?
-Nos matábamos. Si la cosa se ponía brava, nos íbamos a hablar atrás del decorado, y todo el mundo sabía que estábamos limando asperezas. A él lo perdió su manera de ser, era muy jodido.
Entre tantos recuerdos, aflora aquel especial en el que dirigió a Susana Giménez y Juan Carlos Calabró: “Fue para presentar al Hotel Sheraton que acababa de inaugurarse”.
Aquel Canal 13 en el que trabajó, cimentando pilares, fue comandado durante mucho tiempo por el cubano Goar Mestre, quien convirtió a la señal en un medio prestigioso bautizado como la “escuela de la televisión”. “Pudo hacer todo lo que hizo, porque su mujer era argentina, entonces se le permitió fundar Río de la Plata Televisión, que hacía los contenidos de Canal 13″.
-¿También creó Proartel?
-Proartel era su creadora de programas, mientras que Río de la Plata era emisora.
Él mismo se asombra de su memoria: “No sé de dónde me brota”. Llegó al rango gerencial, pero, cuando no se sintió cómodo, buscó mutar su lugar dentro del propio Canal 13.
Entre los tiempos de plomo y Olmedo
A lo largo de los años, la televisión se vio afectada por los designios de las sucesivas dictaduras que azotaron al país. “Las tres armas se repartían los canales, entre los militares había una gran competencia”, recuerda Edgardo Borda.
-Años complejos para trabajar.
-Los militares hacían mucho hincapié en lo que se decía. Se había formado una “asesoría literaria”, que leía los libretos antes de grabar e indicaba qué se podía decir y qué había que tachar. Cuando los interventores tomaban cuerpo, directamente metían mano ellos.
El director recuerda que esos interventores, militares puestos a dedo para comandar los canales, “me terminaron echando”.
-¿Cuál fue el argumento para despedirlo?
-Me echaron cuando hicimos el programa donde insinuamos que Alberto Olmedo había muerto.
-Un momento histórico y recordado. ¿Se acuerda cómo se gestó aquello?
-A mí me habían dado a elegir dirigir a Jorge Porcel o a Alberto Olmedo, y yo elegí a Porcel. Le remarqué “no digas malas palabras, no les mires los pechos a las chicas”. Cuando el interventor vio la grabación, aprobó lo que se hizo sin problemas. Ahí es cuando me pidieron dirigir también a Olmedo, algo que nos parecía más fácil, porque ya habíamos pasado la prueba con Porcel. Cuando fuimos a grabar el programa con el “Negro”, el autor buscó hacer algo diferente, entonces, se demoró el inicio del programa y un locutor dijo al aire que “Alberto Olmedo ya no estaba”, y que se iba a emitir un programa del año anterior. Nuca se utilizó la frase “ha muerto”.
-¿Qué respuesta hubo?
-A los treinta segundos, con una cámara puesta en la calle, se lo veía al “Negro” ingresar corriendo. En el estudio lo esperaba Ernesto Bianco, que tenía puesto su sombrero. Cuando Olmedo entró, le sacó el bombín y dijo a cámara “¿se pensaron que no venía?, vamos a empezar”. Eso nos costó el puesto al “Negro”, al autor, al locutor y a mí.
“También he tenido pifies”, reconoce valientemente este hombre que no sólo se inició profesionalmente en una televisión en blanco y negro, sino que también marcó su estilo en un medio que sólo salía en vivo y que desconocía el concepto de edición y video tape.
-¿Qué “pifie” recuerda?
-A Tía Vicenta, un programa de humor con Nelly Beltrán, le teníamos mucha fe, pero fue un fracaso.
También recuerda que compartió horas de aire con Hugo Moser, Juan Carlos Mesa y Jorge Basurto, paradigmas del humor. Y tampoco se privó de dirigir a Tato Bores, el hombre de monólogos que siguen vigentes en el Siglo XXl. “Dirigí a Tato Bores durante tres años. Era un genio, pero muy hichapelotas”, afirma sin eufemismos.
-¿Por qué?
-Era muy perfeccionista. Una vez, llevaba grabados casi veinte minutos de un monólogo y se confundió en el apellido de un político, entonces, para no repetir todo, le hicimos decir diez veces ese nombre y luego se lo pegó a mano en la cinta, reemplazando al original. Hay que tener en cuenta que todavía no había edición.
Reconoce que mira mucha televisión y que su secreto de longevidad es ser optimista y haber trabajado toda su vida, incluso ya siendo un adulto mayor. “No siento mi edad”, sostiene, mientras sigue dando órdenes en su propia casa. Tiene todo bajo control.
-Alguna vez, ¿se preocupó por el rating?
-El rating sólo sirve para mostrarles las cifras a las agencias de publicidad que avisan en los programas.
Augurio
-¿Cómo ve al medio?
-La televisión está como Argentina, con tropiezos, con muchos problemas económicos, va subsistiendo con pérdidas importantes, pero no es distinto a lo que le pasa a un señor que pone un negocio cualquiera y tiene que luchar en este país que es un embrollo.
-Actualmente la televisión abierta atraviesa una crisis de audiencia, una encerrona en gran medida impulsada por la competencia de plataformas, contenidos en redes, streaming, muy consumidos por los más jóvenes. ¿Se repite el miedo a extinguirse que tuvo la radio cuando apareció la televisión?
-Cuando apareció la televisión, nos hicieron una gran guerra, porque no nos querían ni los de la radio ni los empresarios teatrales, pero, lo que nadie cuenta es que, cuando Narciso Ibáñez Menta hizo El fantasma de la ópera, un gran éxito de televisión por la noche, los teatros tuvieron que cambiar el horario de sus funciones, porque les quitaba público. La televisión no va a morir jamás.
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