"El amor es materia prima de mi vida, no solo de mi trabajo. Pero sucede que descubrí de chico que lo podía expresar a través de la creatividad", dice Alejandro Lerner en medio de un ensayo del show Todo a pulmón que estrenará el sábado en el Gran Rex y que será el disparador para la gira que conmemorará los 35 años de la primera edición de aquel disco que lo catapultó a la primera plana del rock nacional y de América Latina. El ensayo tiene sabor a juego de amigos y aroma de familia. Es que junto a los músicos está Marcela García Ibáñez, la mujer de Lerner y la responsable de los coros del concierto. Se percibe el disfrute de todos en el amplio estudio del artista ubicado en Villa Urquiza. En medio de esa vorágine de reglas propias, Alejandro y Marcela se disponen a conversar con LA NACION, casi en un ejercicio de introspección. Así fue. Ahondar en lo profundo, buscar en el ayer, y confirmar el hoy.
Al hablar de amor, Alejandro se expresa como intentando que sus ideas no se esfumen en la banalidad, sino que logren desandar un profundo camino interior para poder comunicárselo al otro. Habla. Y dice. Y cuando los vínculos son el tema, lo dice mirándola a los ojos a ella, la madre de Luna y Thomas, sus dos hijos. Para Alejandro, Marcela es ese amor de la madurez que tiene sabor a eternidad, a un hallazgo definitivo luego de bucear en la búsqueda del ineludible columpio del ensayo y el error. Hoy, no solo conformaron una familia, esa familia soñada por ellos a lo largo de tantos años, sino que trajinan juntos el escenario. Ella, eximia cantante de jazz, cuando acompaña con los coros cumple el deseo de compartir la escena con su ídolo de toda la vida que, milagros causales del destino, hoy es su compañero en la música y, sobre todo, en la vida. Un juego de sostenes mutuos. Él a ella. Ella a él. Así es este vínculo que construyeron amparados en filosofía propia, zen, aunque mediado, intervenido, por lo intelectual. Saludablemente oriental en medio de un aquí y ahora occidental. "El universo tiene una inteligencia superior, somos nosotros los que nos confundimos, nos enojamos, nos distraemos. Cuando te das cuenta que es lo que tiene que ser, la peleás. Y así fue con Marcela. La peleamos los dos", cuenta el cantante con la convicción que ahondar en las esencialidades del alma siempre es un buen camino. El camino.
Volver a empezar
Marcela y Alejandro habían transcurrido buena parte de su vida encontrando y descartando. Simulando el enamoramiento definitivo y perdiéndolo. Cada uno por su lado. Cada cual con sus parejas. Albert Einstein decía que cada uno tenía el destino que se merecía y algo de eso sucedió en la conformación de esta pareja. Mucho de destino merecido. Anhelado. Marcela siempre admiró el trabajo de Lerner. Así que cuando se lo cruzó en el gimnasio de Palermo, no pudo más que mirarlo con cierta insistencia. Mirada que el músico no esquivó: "La vi y tomé coraje, sentí que tenía que hacer la movida. Y eso que no soy tan lanzado". Marcela estaba en pareja, y eso era algo que pesaba: "Al principio daba miedo, pero había una conexión".
Enamorarse cuando uno ha vivido es maravilloso. En Marcela encontré el amor con el que se puede proyectar, y eso es algo que no me había sucedido
Dicen que el universo complota a favor y así parece que sucedió con ellos. Alejandro aún se sorprende al recordar: "Había mucha historia anterior que nos relacionaba, su hermana era fan mía; su mamá es una pianista clásica que había estudiado con el mismo pianista que yo; y Marce cantaba jazz con el maestro con el que yo había cantado". Demasiadas coincidencias. Si bien el flechazo fue instantáneo, ella se hizo rogar: "Fue la figurita más difícil de mi vida. Yo insistía porque estaba soltero". En tren de rememorar coincidencias, Marcela no olvida aquel dato que, lejos de ser inconsistente, se convirtió en sustancial para plantar bandera y fijar las bases del nuevo amor: "Hacía poco que nos conocíamos y me contó que su papá le había regalado el libro La vida impersonal. Ahí descubrí toda esa veta metafísica y confirmé que era de mi mismo planeta. Me dije: «estoy jodida». Se movió el piso y cambió todo. Lógicamente, había miedos, nos medíamos mucho, costó. Pero fue inevitable. La mirada de Ale fue un terremoto total en mi vida".
La joven madurez los encontró a ambos en un nivel de experiencia saludablemente rico para poder construir: "Enamorarse cuando uno ha vivido es maravilloso. En Marcela encontré el amor con el que se puede proyectar, y eso es algo que no me había sucedido", explica Alejandro. Todo estaba dado. Universalmente conspirado para que pudiera ser. Y fue. Sucedió. Sucede desde hace quince años, cuando se produjo aquel primer cruce en el gimnasio al que Alejandro concurría "para darle batalla a la pancita", como él dice.
El 17 de julio de 2006 se casaron en secreto en Los Ángeles, ciudad en la que residen la mitad del año. En Buenos Aires, hoy disfrutan de su amplia casa rodeada de verde en Pilar. Y apuestan, día a día, a ese vínculo que ya excede a la pareja para conformar un inseparable núcleo familiar de cuatro. "Siempre soñé con ésto. Así que hay que tener mucho cuidado con lo que se piensa o se desea, porque se cumple, doy fe. El universo es perfecto. Lo único que uno tiene que hacer es fluir, porque las cosas suceden. Ni siquiera hay que hacer demasiado. Hay una inteligencia superior que hace que todo se conecte. Eso nos pasó.", asegura Marcela.
Conclusiones de mi vida
La pareja trata de escapar de la rutina y aplica toda una filosofía oriental, adquirida, en gran medida, en sus viajes por Hong Kong, Nepal y Tailandia, para atravesar lo cotidiano. El budismo, la lectura del Kabbalahy el mensaje de Esther Hicks se convirtieron en guías para alimentar el alma y adquirir una mirada superadora de la vida, más sabia. "Tratamos de focalizar en lo que nos pone bien, qué es lo importante y qué es secundario. Eso se descubre con la voz que uno lleva adentro y en estar conectado con eso. Le damos mucha importancia a lo energético, lo cuidamos", explica Marcela. Alejandro coincide y sostiene que "se trata de buscar esa intuición espiritual. Hay otras realidades que tienen que ver con la energía, con información que llega de otra manera que no es tan cerebral". Si bien respetan todas las religiones, Alejandro y Marcela confluyen en que se trata de construcciones culturales del hombre, por eso prefieren adentrarse en temas más ligados a lo filosófico. "Nosotros creemos que el contacto con Dios es directo, sin intermediarios. Pero esto no quiere decir que uno no goce conversando con un sacerdote o con un rabino. Es interesante conocer gente con un alto nivel de luminosidad. Y esto tiene que ver con la apertura del corazón, espacio donde no hay diferencias religiosas, sino universalidad. Este camino también te permite apartarte de la gente tóxica. De todos modos, hay que decir que la espiritual no es un curso, es algo que se siente dentro. Y no hay modo de no trasmitirlo a los hijos", dice Alejandro.
Hay una inteligencia superior que hace que todo se conecte
Con esa filosofía se crían Luna y Thomas. "Son niños contentos", se enorgullece la feliz mamá. Mientras los músicos ensayan, Alejandro se distiende en medio de una conversación que lo aparta de la vorágine del set: "Nunca pensé que me iba a gustar tanto ser papá y que iba a ser un padre tan bueno. Me pegó de una forma inesperada. Me parecía injusto el pasar por esta vida, no vivir esa experiencia y no dejar continuidad. Pero no se podía hacer a cualquier precio, de cualquier modo. No había aparecido ni la mujer ni el espacio. Cuando Marcela abrazó mi vida, comenzamos la búsqueda de la construcción de la familia. Y, gracias a eso tan hermoso, hoy la carrera no lo ocupa todo. Ahora tengo un hogar a donde volver y una familia que me contiene", se emociona el hijo de la Dra. Lía Lerner, quien fuera una de las mentes más lúcidas que haya dado la Psicología local. Siguiendo esa influencia materna, y en concordancia con la mirada oriental de la vida, la pareja educa a sus hijos bajo consignas amorosas muy precisas: "Te amo, lo siento, por favor, perdoname, gracias", explica el orgulloso padre sobre los parámetros que acompañan el crecimiento de Luna y Thomas.
Todo a pulmón
Pasaron 35 años, 25 discos editados más, y millones de copias vendidas en todo el mundo. 35 años en los que aquellas estrofas que se preguntaban "si es de ida o de vuelta, si el furgón es la primera, si volver es una forma de llegar" se convirtieron en un himno aclamado sin fronteras, símbolo del rock latino, y grabado hasta por voces ilustres como la de Mercedes Sosa. Ese "Todo a pulmón" proclamado por Alejandro Lerner se convirtió en una bandera. Un escudo que atravesó su vida. "Todo a pulmón resume mi historia", dice el multipremiado cantautor consagrado en buena parte del mundo y hasta mimado por el prestigioso premio Grammy. Esa historia de la que habla Lerner no es otra cosa que el tránsito de un artista que refleja con su arte lo que deviene en su vida. Arte como metáfora del ser. Como ejercicio mimético de la realidad. Una realidad que hoy lo encuentra atravesando uno de sus mejores momentos como artista, pero también, transitando un presente personal acaso no imaginado cuando arremetió con el "se hace dura la subida al caminar". Cuando el próximo 11 de agosto, en el Gran Rex porteño, inicie la gira internacional de Todo a pulmón, su subida a ese escenario que lo recibió hace ya más de tres décadas por primera vez, se convertirá en todo un símbolo. Y, sin dudas, será el momento para mirar para atrás y observar con lupa las columnas del debe y el haber que le devolverán un balance positivo en lo laboral, pero sobre todo en lo personal.
Alejandro, Marcela, Luna y Thomas disfrutan de ver una película de Disney porque "las de terror o con mucha violencia no construyen", o salir de paseo y conocer lugares. Lo pasan bien juntos. "Cumplimos el deseo de formar una familia, algo que no me había pasado. La carrera ocupaba un lugar muy grande en mi vida: sostenerla, defenderla, los viajes, las subidas y las bajadas. Pero con Marcela recuperé el poder reconocerme a mi mismo. El tener un reencuentro con ese que chico que fui, con el corazón intacto, a pesar de los cambios de décadas. Y, sobre todo, disfruto de los momentos libres, comiendo asados, pasándola bien con los míos. Ahora tengo un hogar", repite una y otra vez ese músico que le regaló al rock nacional versos que ya forman parte del acervo cultural de todo un continente. Ese poeta de familia judía que alguna vez describió a la "realidad tirana, que se ríe a carcajadas, porque espera que me canse de buscar". Contradijo a la realidad y no se cansó de buscar. La recompensa de esa indagación lleva el nombre de Marcela. Y también se llama Luna y Thomas.
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