A sus 22 años, la joven alemana fingió ser una millonaria heredera para codearse con la élite neoyorkina y estafó tanto a parejas y amigos como a hoteles y bancos; su historia llega a Netflix este viernes con Julia Garner en el papel protagónico de la miniserie de Shonda Rhimes
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Rachel Williams, periodista de Vanity Fair, recibió en 2017 una propuesta soñada: viajar a Marrakesh y permanecer en uno de los hoteles más lujosos de la ciudad. Su salario jamás le hubiese permitido solventar semejante aventura, y por eso no dudó cuando una de sus mejores amigas, Anna Delvey, le aseguró que no tenía nada de qué preocuparse. Ella pagaría por todo, desde los vuelos en primera clase hasta el hospedaje y las salidas turísticas. De repente, el cumpleaños número 30 de Williams realmente ameritaba un festejo y Anna, quien había visto a Kim Kardashian en el mismo hotel en el que se hospedarían -y en el que quería sacarse selfies para sus seguidores-, no iba a privar a su amiga de una celebración a puro lujo.
Así, Rachel se subió al avión con una sonrisa en el rostro rumbo a Marruecos, agradecida porque su millonaria amiga iba a cumplirle un gran sueño. De hecho, mientras el sol brillaba fuerte sobre ambas en el Kasbah Tambadot, Williams sentía que era la protagonista de una de las mejores experiencias de su vida. Días después, no era Anna quien pagaría la estadía en el lugar ni los pasajes de avión de regreso: era la misma Rachel, usando su tarjeta de crédito con poco límite y la del trabajo.
A la mujer no le quedó otra opción. Anna le dijo que un banco estaba demorándose con una transferencia, pero al manager del hotel no le interesaron las excusas. Alguien tenía que pagar. Y Rachel entregó sus tarjetas. Inmersa en su celular con sus enormes lentes negros de diseñador, Anna le agradeció y prometió devolverle el dinero cuando todo se solucionara. Una vez en Nueva York, su amiga esperó la transferencia con confianza. Finalmente, le llegó el resumen: debía 62 mil dólares en gastos. ¿Y Anna? Inventándose una nueva identidad en otro sitio.
Este viernes llega Netflix la segunda producción de Shonda Rhimes para la plataforma tras el éxito de Bridgerton. Se trata de Inventando a Anna, la miniserie sobre la vida y obra de Anna Sorokin (tal era su verdadero nombre) protagonizada por una brillante Julia Garner, y basada en el artículo “How Anna Delvey Tricked New York’s Party People” de la periodista Jessica Pressler, interpretada en la ficción por Anna Chlumsky bajo el nombre de Vivian Kent. No es un dato menor que Pressler, quien publicó su artículo en The Cut desenmascarando a Sorokin en 2018, tres años antes había sido nominada al National Magazine Award por otro artículo resonante: “The Hustlers at Scores”, la base del film Estafadoras de Wall Street.
Es decir, cuando Pressler escuchó hablar de la joven Anna, la heredera más demandada por la élite neoyorkina que con sospechosa velocidad había escalado en la pirámide social, se le encendieron las alarmas. Su olfato de periodista la llevó a realizar una exhaustiva investigación para responder, en esencia, una sola pero compleja pregunta: ¿Quién es Anna Delvey?
Finge hasta que lo consigas
Anna Sorokin nació en 1991 en Domodédovo, Rusia. Su padre era camionero y su madre era comerciante. Cuando se volvió famosa (o infame, dependiendo de la mirada), amigos de su familia la definieron como una gran estudiante, y una joven de mucho carácter que a veces se mostraba irritable. En 2007, su familia se mudó a Alemania, donde Anna terminó el colegio secundario. Luego de un fugaz paso por Londres, Sorokin empezó a cortar lazos con sus padres y se instaló en París, donde hizo una pasantía en la revista de moda Purple. En ese contexto, su apellido fue erradicado. Anna Sorokin se convertía en Anna Delvey, y la construcción de su nueva identidad empezaba a cobrar forma.
La joven estaba dispuesta a llevar el lema fake it ‘till you make it (finge hasta que lo consigas) hasta las últimas consecuencias, y el puntapié fue su llegada a Nueva York en 2013, ciudad en la que hasta su caída en desgracia en 2017, fue una de las figuras más importantes de la escena social. En su cuenta de Instagram, se dejaba ver con empresarios, diseñadores, inversionistas, todas las personas adecuadas que formaban una cadena indestructible. Al observar a Delvey en reuniones con figuras clave de círculos de élite, muchas otras figuras querían ser parte de esas salidas con Anna. En un mundo en el que la apariencia funciona como una llave, la joven la tomó en sus manos para abrir las puertas del reino.
De esta manera, comenzó a forjar relaciones compartiendo que su padre era un millonario alemán (Rusia no estaba en su vocabulario) y que ella heredaría, a sus 25 años, un fideicomiso de 67 millones de dólares. Mientras tanto, comenzaba a vestirse con ropa de diseñador para proyectar la imagen que deseaba, prendas que adquiría a través del uso de tarjetas de crédito que les eran confiadas por millonarios que jamás dudaban de que Delvey era, efectivamente, una mujer de dinero (y de contactos). De hecho, en una ocasión tomó un vuelo privado y jamás lo pagó al aprovecharse de un dato crucial: nadie estaba realmente observándola, todos veían la superficie, incluso respetados inversionistas quedaron deslumbrados por una idea ambiciosa que estuvo a unos pasos de concretarse.
La Fundación Anna Delvey
Una parte muy importante de la ficción de Shonda Rhimes se centra en el deseo de la joven de opacar a The Soho House con ADF, The Anna Delvey Foundation [La Fundación Anna Delvey], un nuevo club privado para los amantes del arte que quería centralizar en el Church Mission House, un histórico edificio de Manhattan. El proyecto costaba millones de dólares, y su factótum necesitaba de un préstamo bancario, porque para el dinero de su padre, le decía a sus “íntimos”, todavía tenía que esperar. En medio de ese trámite destinado al fracaso, la joven olvidaba frecuentemente pagar las cuentas en las salidas con amigos, vivía por meses en hoteles que no podía pagar (“no hay nada malo con mi tarjeta, pásela de nuevo”, debe ser la frase más repetida por Julia Garner en la miniserie, fidedigna a las excusas de Delvey), y creó cuentas bancarias falsas para que el cuento de la millonaria heredera tuviese sustento.
Muchos miembros de la élite que frecuentaba le costeaban cenas y viajes, y ella siempre les prometía devolverles el dinero. Su actitud la llevó muy lejos, específicamente hacia notorios mecenas, al magnate de bienes raíces Aby Rosen y al empresario Roo Rogers, quienes estaban fascinados ante la potencial creación de una fundación como la que ella proponía. La misma joven que, al terminar la noche, recibía reclamos de hoteles como el 11 Howard Hotel de SoHo, el Beekman, y el W New York Union Square, de los cuales fue desalojada cuando comprobaron que estaba entregando cheques sin fondo, entre otras maniobras fraudulentas. En esa misma época realizó el viaje a Marrakesh en el que estaba aguardando un solo llamado crucial: el del banco que le iba a prestar la suma necesaria para abrir su fundación. Cuando los papeles presentados no fueron suficientes para tamaña empresa, su fachada empezó a desmoronarse, y Delvey se echó atrás con el plan.
Caída y reinvención
En 2017, la Oficina del Fiscal del Distrito de Manhattan que estaba llevando a cabo una investigación por fraude bancario, hurto mayor y robo de servicios, arrestó a Delvey el 3 de octubre en California. Dos años más tarde, la joven fue sentenciada a entre 4 y 12 años en la prisión estatal Rikers Island, y se le ordenó pagar una multa de 24 mil dólares y una restitución de casi 200 mil a los damnificados.
En febrero del año pasado fue liberada para, créase o no, ser detenida nuevamente por quedarse más tiempo en los Estados Unidos de lo que su visa se lo permitía. En la actualidad, permanece en un centro de retención de inmigrantes de Nueva Jersey en espera a ser deportada a Alemania, y el dinero que Netflix abonó por el uso de su imagen no irá a sus manos sino a las de sus víctimas.
Inventando a Anna es lo mejor que a Delvey le sucedió en los últimos años: nada como volver a estar en el centro de las miradas, abrir una nueva cuenta de Instagram y escribir artículos para publicaciones como The Business Insider.
“La serie está basada en mi vida y contada desde la perspectiva de una periodista. Me da curiosidad ver cómo interpretaron todo el material que les fue dado (...), pero nada acerca de ver una versión ficticia de mí misma me resulta atractivo”, expresó Sorokin en su texto, publicado hace poco menos de dos semanas y difundido por ella misma en las redes, en cuya bio asegura ser una defensora profesional, la “Anna Delvey 2.0″ que deja su mail por consultas comerciales.
¿Un detalle más? En su cuenta de Instagram puede leerse: “Reinventing Anna”. Un paso de comedia ante el inevitable estreno en Netflix de su fascinante historia de engaños. Por lo tanto, nada está dicho cuando se trata de Anna. No cuando ella misma promete continuar reinventándose.
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