La dura historia de vida de Maju Lozano: "Mi viejo era bipolar, sé lo que es vivir en ese infierno"
La conductora abrió su corazón en una charla extensa con LA NACION y nos contó sobre su infancia en Paraná con su padre enfermo y, luego, su desarraigo en Buenos Aires y los llantos de cada noche ante la soledad
Cae el sol sobre Palermo. Maju Lozano acaba de terminar su programa Todas las tardes que sale por la pantalla de El Nueve. Producida para la cámara, de amarillo intenso y maquillaje impecable, resplandece al caminar por las calles de una ciudad que le va pidiendo permiso a la tranquilidad de la noche. La conversación con LA NACION posterga su habitual rutina de limpieza de cutis y ducha tibia que le baja los decibeles que le imprime el vivo de la televisión; la aleja del personaje público; y la vuelve a acercar a su rol más preciado: el de María Eugenia, mamá de Joaquín, su adorado hijo de seis años. Es gracias a esa transición donde vuelve a ser la chica de Paraná, la que disfrutaba caminando junto al río o perdiéndose en las barrancas.
Maju aspira las “eses” como si ayer mismo hubiese partido de su terruño. Es que, en realidad, jamás lo dejó. Y ese acento, que sin proponérselo pierde ante los micrófonos de la radio o las cámaras de los sets, se acentúa notablemente en la mesa del bar de Dorrego y Conde. “En la radio tengo más tonada. En la tele, hay algo que se me activa solo. ¡A veces pienso que no se me va entender!”, explica con una gracia que rápidamente la emparenta con la figura que todos conocemos. “Llegué hace 25 años. Y viví veinte en Paraná. Es decir que llevo más años acá que allá, pero la tonada está. Será porque me veo mucho con mi familia y mis amigos del interior. Creo que, inconscientemente, es agarrarse del lugar de donde uno es”.
-¿Una suerte de herramienta de defensa?
-Sí, es algo que uno no pierde. Es similar a lo que le sucedía a nuestros abuelos, que cuanto más grande se ponían, hablaban cada vez peor.
-La militancia del cocoliche.
-Es una resistencia, sin dudas.
Amores dolorosos
Maju sabe de resistencias. Y no solo por batallar una identidad con su tonada. Su infancia fue feliz, pero no fácil. Los problemas de salud de su padre ensombrecieron los tiempos en los que todo debía ser alegría, construcción de un mañana. Algunos sostienen, y quizás con alguna cuota de reduccionismo, que las enfermedades mentales son las únicas que existen. Un eufemismo. Pero también una manera de entender metafísicamente la vida. Sin ese equilibrio imprescindible de la razón, todo lo demás, no cuenta.
-¿Cómo transitaste los problemas de tu padre siendo tan chica?
-Mi viejo, que falleció hace cinco años, era enfermo psiquiátrico. La última década de su vida la pasó internado porque ya no podía estar solo.
-¿Hasta ese momento vivían juntos?
-Cuando yo tenía 13 años, mis viejos se separaron. Entonces, él se vuelve a Rosario. Con mi mamá y mi hermana mayor nos quedamos en Paraná.
-¿Cuál era la patología concreta de tu padre?
-Hoy se llamaría bipolaridad. Padecía una bipolaridad en el grado más alto. La definición más exacta es psicosis maníaca depresiva.
-¿Y ese cuadro cómo se manifestaba?
-Era depresivo agresivo. Al ser bipolar, tenía picos muy altos de uno y otro lado.
-De más está decir que para una nena era una situación sumamente dolorosa.
-Es muy duro cuando sos chico porque vivís con un papá que es una bomba de tiempo. Cuando te convertís en adulto, vas entendiendo. El, cuando estaba bien, era una persona hermosísima. Un tipo tremendamente culto, con un humor increíble, jamás se quejó de nada. Muy pro vida, a pesar de sus grandes recaídas para arriba y para abajo. Con los años, uno se da cuenta qué es lo que te toca vivir, comenzás terapia, y asimilás que no era tan sencillo.
-De chica habías naturalizado el dolor.
-Claro, pero cuando sos adulto, y hacés terapia, ves como internalizás algo que no era bueno. Y también lo ves reflejado en tu relación con otros hombres.
-En ese universo que describís, ¿sucedían episodios de violencia familiar?
-Y sí, hubo algunas situaciones.
-¿Violencia física o psicológica?
-Ambas. Tenían que ver con sus grandes crisis, pero para una nena era muy difícil entender que eso era parte de él. Una nena no puede separar al padre sano del padre enfermo. Fue complejo. No tanto en el momento, sino de grande, al darme cuenta cómo me había marcado.
-¿Él tenía dimensión de su situación?
-No. Luego de los grandes picos psicóticos caía en depresiones grandes con curas de sueño muy largas, así que no se acordaba lo que había sucedido.
-A pesar de su enfermedad, ¿era un papá con el que se podía compartir algún tipo de actividad cotidiana como un acto escolar o una salida familiar?
-Cuando podía, porque estaba bien, sí. Además, sus crisis fueron aumentando a medida que fue envejeciendo.
Desarraigo
Lo que no te mata te fortalece, esboza el dicho popular. Algo de eso hay. Maju, desde pequeña, se armó de coraje, valor para enfrentar la adversidad. Se robusteció desde el dolor. Quizás ese temple fue el que le permitió atravesar los sinsabores del desarraigo. Un desarraigo geográficamente cercano, pero muy lejano desde lo emocional.
-¿Cómo fue la llegada a Buenos Aires?
-¡Rarísima! Había venido a ver a una amiga y, como toda persona del interior, quería conocer un canal, así que nos fuimos a ATC. Ahí me entero que Gastón Portal estaba haciendo casting para un programa que se llamó Poliladrón. Me presenté y quedé. Me dije: “¡Qué fácil es ésto”! Fue muy bizarro, estuvimos solo un mes y medio en el aire.
-En Paraná, ¿habías cursado la carrera de periodismo?
-No. A mí me interesaba el teatro. Eso era lo que había estudiado desde los 16 años. Y la idea era venir a estudiar teatro a Buenos Aires, pero, económicamente, no se podía. Así que mi mamá me recomendó que estudie una carrera en Paraná y que después viéramos lo del teatro.
-¿Qué estudiaste?
-Me gradué de maestra jardinera porque fue lo primero que encontré corto para recibirme rápido y venirme a Buenos Aires.
-Luego de ese fugaz paso por ATC, ¿cómo sobreviviste?
-Trabajé mucho tiempo en un jardín de infantes por Plaza Miserere. Y, paralelamente, estudiaba teatro becada por Roxana Randón. Ella fue muy importante para mí porque yo no tenía un mango y vivía de prestado en la casa de otras chicas que habían venido de Paraná. Roxana fue una madre. La primera madre porteña que tuve. ¡Y ni la conocía! Creo que mis ganas la conmovieron.
Buenos Aires le hizo sentir a Maju el peso de la selva de cemento, el ritmo vertiginoso que no sabe de siestas y la despersonalización de una urbe descomunal. “Fue dura la llegada. Hace 25 años era peor que ahora porque no existía la facilidad de las comunicaciones de hoy. Antes, hacer una llamada de larga distancia era carísimo, así que hablabas con tu familia una o dos veces por semana. Durante el primer año no fui nunca a verlos porque no tenía plata para el micro, estando a solo 500 km”.
-¿Y cómo se canalizaba esa angustia?
-Todas las noches de mi vida lloraba a mares. ¡Todas! Pero tenía una ventaja: sabía qué quería hacer. Es un privilegio a los 20 años saber qué querés hacer.
-Cuando lográs canalizarla, la vocación no tiene límites. No hay horarios. Se deja todo.
-Hasta te cuesta cobrar por eso.
-Aparece el tramposo “cómo voy a cobrar si me gusta lo que hago”.
-Tal cual. No ponía límites con los horarios, no sabía pelear la guita.
-¿Cuándo regresaste a Paraná?
-Volví al año porque falleció mi abuela.
-Mucho tiempo.
-Sí. Pero, además, yo no quería volver. Durante años me dio pudor regresar porque, como no trabajaba de lo que quería, me sentía una frustrada. Una sensación mía. La gente me preguntaba: “¿Cuándo vas a laburar en la tele?” ¡Como si fuese fácil! No me gustaban esos cuestionamientos. Ahora me da mucha alegría regresar a mi lugar, estar con mis afectos.
-Y disfrutar de una mamá bailarina a los 77 años.
-Es una “capa” mi vieja. Ella bailaba de adolescente y, cuando la convocaron para actuar en el Teatro Colón, su familia no la dejó viajar. Entonces se frustró y no bailó más. Fue una decisión. Hace algunos años retomó. Ahora baila flamenco. ¡Es muy buena!
De egos y otras yerbas
El presente de Maju es sumamente activo. Una vez por mes escribe un artículo para la revista Susana. Y, cada día, amanece en su departamento cercano al jardín botánico cuando aún el sol no se vislumbra. A las seis en punto de la mañana acompaña a su “hermano de la vida” Santiago del Moro en El Club del Moro por La 100. Doce horas después, siesta mediante, se pone al frente de Todas las tardes por El Nueve. “Nadie quería ese horario y lo agarré yo, es un desafío”.
-¿Te importa el rating?
-Para nada. Ni pregunto. ¡Espero que el programa siga toda la vida!
-Llevan varias semanas en el aire y no se te levantó ningún invitado.
-¡Eso me lo van a recordar siempre!
-Son tus “dinosaurios vivos”. Quedó inmortalizado.
-¡Sí, es así!
Hace algunos años, Maju condujo un ciclo en América. En el debut, un chiste, sin mala intención, enojó a Carmen Barbieri, quien decidió abandonar la entrevista en vivo. La veterana vedette sabe direccionar a la opinión pública y logró su cometido: hasta hoy se sigue hablando del pequeño escándalo. “No lo supe manejar. No sé qué pasó. Pedí disculpas, pero algo falló”.
-Habitualmente se te ve muy activa y efervescente. ¿Siempre sos así?
-Soy re tranquila. No estoy tan arriba como en la tele. Lo que pasa es que, para mí, trabajar de lo me gusta es la alegría más grande. Levantarme para ir a la radio es lo que soñé toda mi vida. Y a la tarde disfruto el programa en El Nueve. Sería una locura estar de mal humor.
-¿Qué es lo peor del medio?
-Los egos, la competencia. Muchos creen que uno está para joderle la vida al otro o para sacarle el laburo. Entonces, hay mucha gente a la defensiva. Es muy difícil llegar y hay lugar para pocos. Lo peor es andar explicando que uno no quiere quedarse con el lugar del otro. Cada cual tiene su espacio. Cuando uno está seguro de lo que quiere, los demás están para sumar.
-¿Hubo subestimación a la “chica del interior”?
-¡Siiiii! En el primer año de RSM hubo un montón de gente que a mí no me saludaba, invitados que llegaban al estudio, saludaban a Mariana y a Humberto y a mí me ignoraban.
-Y seguramente ahora te abrazan cuando te cruzan.
-No solo eso, ya me saludaban cuando volvían a RSM dos años después.
-¿Nunca se lo recriminaste a ninguno?
-¡No! ¿Para qué? Me acuerdo y me río. Ahora me los cruzo en eventos, se me acercan a charlar y yo para adentro pienso: “Pensar que vos no me saludabas”. Con los años aprendí que el problema del otro, es del otro. Me costó muchísimo entenderlo. Uno no tiene por qué hacerse cargo ni del ego ni de lo que piensa el otro. Yo era muy de explicar sobre mis buenas intenciones. El que la quiere ver bien, la ve bien. Y el que te quiere ver mal, te verá mal. Es una cuestión de sensibilidad. Vos te das cuenta cuando alguien tiene buena o mala leche. Es de piel. Con los años aprendí el tipo de relación que quiero. Antes pensaba que todos tenían que ser mis amigos. Ahora no. Hay gente que atraviesa la barrera de trabajo y otras no. Si no me hablaba después del trabajo con alguien, lo vivía mal. Ahora no. Hay compañeros con los que no te ves más luego de terminar un proyecto y no está mal. A veces, se pierde el contacto, sucede y no porque te llevabas mal. Hay gente que es muy buena compañera de trabajo y que, en la vida personal, no atraviesa eso.
-¿Sos amiguera?
-Soy sociable, pero no amiguera. Soy reservada. Tengo un grupo chico de amigos.
-Hay que romper con el mito del millón de amigos.
-Hay gente que tiene muchos amigos. A mí me gusta estar en mi casa con mi hijo. Soy de planes tranquilos. Uno está muy expuesto en el trabajo, así que hay que contrarrestar.
-¿Ningún amigo en el medio?
-Santiago del Moro es el único amigo del medio. Nos decimos que somos hermanos. Empezamos juntos a la madrugada haciendo programas de llamados telefónicos.
-Valeria Mazza es otra amiga famosa.
-A ella no la asocio con el medio. Ella es mi amiga de toda la vida, de Paraná. Ella es “la rusa”.
-¿Cómo quedó la relación con Mariana Fabbiani luego de compartir el trabajo en RSM?
-Muy bien.
-Pero no tienen trato.
-Fuimos amigas.
-Lo decís en pasado.
-Se perdió la cotidianeidad. Mariana es la persona que me dio la gran posibilidad. Es imposible que no esté agradecida a ella. Es una mina que cuando no me conocía nadie, se la jugó por mí. Y se bancó todo, porque yo al principio tenía pánico y no hablaba. Mariana es muy talentosa, muy buena en lo que hace. Trabajar con ella te enseña a cómo trabajar bien. Es muy seria, muy responsable.
-¿Por qué no tejieron un vínculo de amistad?
-No sé, la vida nos fue llevando por otros caminos. Ahora nos vemos porque nuestros hijos van al mismo colegio y nos saludamos. ¡La quiero mucho! Tendré por ella un afecto de por vida.
-¿Cómo ves a la tele actual?
-Se le pide demasiado a la tele de aire, pero hay muchos canales para ver. Para qué criticar si podés ver otra cosa y ni hablar si contamos la oferta de las plataformas digitales. Detenerse a criticar a la tele de aire, con todas las opciones que existen, es una pérdida de tiempo. No me preocupa nada de la tele. O quizás me preocupan los nuevos famosos.
-¿Cómo describirías esa preocupación?
-La fama o el reconocimiento tiene que ser la consecuencia de algo y no el objetivo. Me parece que lo que se ve poco es gente que ame lo que hace y no solo ser famoso o conocido porque sí. La tele no está pudiendo mostrar la vocación. Tenemos actores maravillosos y no hay casi ficción.
-Más allá de cuestiones íntimas que desconocemos, el perfil de la recientemente fallecida ex participante de Gran hermano, Rocío Gancedo, muestra cómo puede afectar ese tipo de fama rápida y veloz disolución. El vacío que genera el no reconocimiento mediático.
-La tele es muy cruel. Más allá de los casos particulares, cuando no tenés una base, una vocación, un conocimiento, no tenés cómo defender tu lugar.
-¿Cómo manejaste la fama al comienzo de tu carrera?
-¡No soy famosa! Yo soy conocida por mi laburo. Famosos son Mirtha Legrand, Susana Giménez, Moria Casán, Marcelo Tinelli. Además, el término famoso es medio demodé. Uno es reconocido por algunas cosas, nada más.
-¿Mirtha y Susana son un faro en la conducción?
-Y sí. A mí me gustaría tener la edad de Mirtha y seguir laburando de lo que quiero. Me parece admirable. Uno puede estar de acuerdo o no con un montón de cosas, pero no se cuánta gente en el mundo, a los 90 años, trabaja de lo que quiere y con esa lucidez. Uno aspira vivir de lo que ama la mayor cantidad de tiempo posible y no sucumbir al miedo de todos los que trabajamos en el medio que es que un día todo se termine.
-¿Te acosa ese fantasma?
-¡Sí,sí, sí!
Amor, divino tesoro
Maju disfruta de su hijo de seis años, fruto de su vínculo con su ex marido Julián Vardé, con quien se lleva muy bien, al punto tal de haber compartido hace pocas semanas un viaje a Disney muy familiar. “Costó un montón el vínculo. Pero yo a Juli lo adoro. Es mi familia. Es el papá de mi hijo. Desde que nos separamos, siendo Joaquín muy chiquito, siempre tuvimos la intención de tener el foco puesto en él. Nuestro hijo se va a quejar, seguro, pero como ambos somos hijos de padres separados, sabemos que es lo que Joaquín necesita. Los egos cuando hay hijos no existen. Los problemas de los adultos, son de los adultos”, explica.
Su presente sentimental la encuentra sola, luego de una relación de un año con “un ser hermoso”, abogado de Lomas de Zamora.
-¿Es difícil estar en pareja con Maju?
-No, soy una mina con carácter, que no es lo mismo que mal carácter. Sé lo que quiero y qué cosas no. A veces, eso no es fácil de bancar. Ahí es donde no transo.
-¿Asusta una mujer independiente?
-Cada vez menos, pero asusta.
-¿La fama espanta a los candidatos?
-En el hombre, la fama es un atractivo. En la mujer, asusta, juega en contra, hay prejuicios. No sé cuál es la imagen que se proyecta.
-¿Sos encaradora?
-Sí, “encaradorísima”. Estoy aprendiendo a no encarar. A quedarme más en el molde porque me como palos innecesarios.
-¿Muchos rebotes?
-Me comí muchos palos, unos rebotes divinos.
-¿Ya siendo conocida?
-¡Sííí! Ahora aprendí a respetar los tiempos del hombre. Si me gusta y el otro sabe, ahora espero a ver qué le pasa. Es que soy muy de ir de frente, de decir: “che mirá, me pasa esto”.
-¡Eso es buenísimo!
-¡Pero el tipo se queda duro! Y ahí pido disculpas: “¡perdoname, perdoname, olvídate de lo que te dije!”.
Maju habla pausado. Piensa las respuestas. Pero, cada tanto, se enciende su versión más parecida a la que el público conoce. Chispeante, divertida, ocurrente. “La soledad nunca me pesó. Estar en pareja está buenísimo, pero ahora disfruto mucho de mi casa, de mi hijo. Suena a vejez, pero me gustaría conocer a alguien que sea buen compañero”.
-Y no estar con alguien solo para cumplir un mandato.
-Jamás fui una convencida que eso fuese así. Si no suma, que no reste. A mí no me gusta la rosca. Le huyo. Para mí las cosas son claras. Cuando del otro lado hay una especulación, salgo corriendo, me aburro, no me gusta.
-No a la histeria masculina, cada vez más frecuente.
-Lo más lindo del hombre era su simpleza. ¡Y se volvieron enroscados!
En uno de sus brazos se lee la palabra Fe. En el otro, se aplicó una imagen de la Virgen de Guadalupe. Esa a la que fue a conocer especialmente a México con un ex novio con el que se separó en mitad del viaje, pero allí quedó grabado el pedido de maternidad que la Virgen cumplió.
-¿Y hoy que le pedís a la Virgen de Guadalupe?
-Tengo una vida muy hermosa, solo quiero que continúe así. Eso le pido. Uno vive queriendo cosas enormes y lo más lindo que tiene la vida es la simplicidad. Quizás suena cursi, pero uno tiene que agradecer despertarse y tener salud, que es lo más preciado. Yo sé que es no tener salud al haber tenido a mi padre muy enfermo toda su vida. Sé lo que es vivir en ese infierno. Me la pasé sobreviviendo, le digo a mi terapeuta. Mientras tenga salud y tiempo, no hay nada más que pedir.
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