La dramática historia de Matilda Blanco: "Sufrí bastante por amor, pero también hice sufrir"
La asesora de modas dejó plantados a dos novios en el altar y aseguró a LA NACION que por eso padece un karma que le impidió volver a formar pareja; además, tras siete tratamientos fallidos, tiene a la maternidad como asignatura pendiente
Matilda Blanco se hizo conocida por su personaje de mala malísima como crítica de modas. Los famosos le temen a sus juicios y lo que menos desean es cruzarla en una alfombra roja. Es una suerte de Joan Rivers local: ella se especializa por criticar sin piedad el estilismo mal llevado de nuestras celebridades. Sus sentencias lapidarias hicieron lagrimear a más de uno. Infatigable, escribe, tiene su propio sitio y viaja dando cursos por todo el país y el exterior.
Vegetariana, conoció el mundo de la alta costura por tradición familiar. Su infancia transcurrió en Bahía Blanca y su juventud en La Plata. Allí, comenzó a estudiar danzas y vincularse con el arte, el inicio de un largo camino asociado al buen gusto. Pero, cuando se desmonta y se baja del taco aguja, esconde otro perfil. Ese lado B humano y sensible que se disimula detrás del personaje que creó. Vive sola. En realidad, rodeada de cinco perros y nueve gatos, su cotidianidad transcurre en su casona de los años ´20, en el apacible barrio porteño de Villa Pueyrredón. Allí se permite ser ella y archivar a esa criatura de ficción que le dio fama y trabajo, y es en ese refugio en el que bucea en su historia sin anestesia.
Matilda no tuvo una vida sencilla. Al menos en lo que a amores se refiere. Quizás es éste el punto débil de una mujer a la que se ve potente, exitosa y emprendedora. No todo es perfecto. Y, para ella, el tema de las relaciones afectivas es una mochila a la que busca restarle peso, pero que lleva consigo, como toda historia indisoluble. Somos nuestro presente, pero también somos nuestro pasado. “Sufrí bastante por amor. Fui una persona que quise mucho, pero también hice sufrir. Dejé a dos hombres plantados en el altar. Uno, a cuatro días de casarme. El otro, a un mes”, le confiesa a LA NACION sin miedo a ser juzgada.
-En ambos casos, ¿mucho tiempo de novios?
-Con el primero, ocho años de noviazgo, y con el segundo llevábamos dos años.
-Más allá de haber sido una decisión propia, te deben haber afectado ambas experiencias...
-Si creemos en el karma, creo que se paga en esta vida.
-¿Por qué lo decís?
-Porque luego de todo eso, la vida se encargó de hacerme sufrir con los hombres. Las parejas que siguieron me hicieron bastante daño; padecí unos desengaños importantes.
-¿Qué sucedió en el primer plantón? ¿Qué te llevó a tomar la decisión?
-Yo lo quería, pero coincidió con el momento en el que había venido de La Plata a trabajar y estudiar a Buenos Aires. El también viajaba bastante. Teníamos todo listo para la boda y un día me levanto llorando mal, sumamente angustiada. Lo llamo a mi papá y le explico que tenía una gran tristeza, que me sentía muy mal. Inmediatamente él me dijo: “Yo sé lo que te pasa: vos no te querés casar. Quedate tranquila, hablemos. Si lo que vos sentís es eso, yo te apoyo. No te cases. Serán infelices toda la vida”. ¡Tenía razón! ¡A los seis meses este pibe se casó con otra!
-¿Cómo se lo comunicaste?
-Lo agarré de la mano, lo miré a los ojos y le dije que no me podía casar. No dije “no quiero”. No es lo mismo no querer, que no poder; fue un momento doloroso para él y para mí.
-¿Sentiste alivio?
-No, para nada. Estuve bastante mal mucho tiempo, sentía un hueco, un vacío. Fueron muchos años de noviazgo. Me tomó mucho tiempo volver a estar bien.
-A cuatro días de la boda, comunicarle la anulación a los invitados debe haber sido todo un tema...
-Fue bastante pesado. Estaba todo listo, pero no me arrepiento.
-¿Qué sucedió en el segundo caso?
-Estuvimos dos años de novios. El era médico. Un mes antes, le avisé. Esa vez, creo que ni siquiera estaba enamorada. La pasaba bien, pero no al punto de casarme. Me imaginaba al cura diciendo que es para siempre y me estremecía. Nada es para siempre...
-¿El qué dijo?
-Casi lo adivinó. Cuando me senté a explicarle, me dijo que lo presentía, pero fue diferente al primer caso porque él venía de un divorcio. Era con menos pompa este casamiento. Le aliviané la vida. Además, había una diferencia de edad importante: yo tenía 32 y él, 45.
-¿Aún creés en el mandato social y en la institución del matrimonio?
-No soy aguafiestas. Soy muy feliz cuando la gente se casa. Creo en el casamiento. Creo en las personas que eligen casarse, pero en mi caso no eran los hombres con los que me tenía que casar. Además, soy muy miedosa. No pude con eso.
-¿Cómo fueron esos días posteriores a ambos plantones?
-La primera vez, sobre todo, lo viví con gran culpa. Me sentí la peor persona de la tierra durante mucho tiempo. Aunque con los años, apareció la liviandad porque entendí que no hubiese sido feliz y él tampoco. Con una mujer no feliz, no se puede ser feliz.
-¿Lo volviste a ver?
-Se cortó definitivamente. Jamás lo vi.
-Anteriormente, hablabas de karma, ¿considerás que tus decisiones te llevaron a padecer alguna suerte de “castigo” posterior?
-Sí, no tengo dudas. Luego de esas experiencias, tuve novios muy bravos. Bravísimos. Eran mujeriegos. No me enteraba que me engañaban, pero sabía que eran hombres de temer. Eran unas bombas, muy buenos mozos. Así que seguro que había engaño. Eran divinos... Siempre fui muy estética.
-¿No te enamorarías de un hombre que no cumpla con determinados parámetros físicos?
-Una amiga salió con un chico no muy agraciado y yo decía: “Qué genial esta mina, nadie le va a robar este novio”.
-¿Seguís pensando igual?
-Ya no. Además, si me fijara quién tiene buen look... ¡no saldría con nadie! El noventa por ciento de los hombres está mal vestido.
-¡Qué difícil ser tu novio!
-¡Para nada! Pero para encontrar un hombre bien vestido hay que ir a Londres o a Milán. Visten mejor que las mujeres. El hábito no hace al monje, pero la gente se cree el monje, hace al personaje. La imagen comunica es una manera de hablar. Nos define. Dice si somos pacatos, amarretes, ostentosos, cultos.
-Volviendo a lo que vos considerás tu “karma", ¿padeciste violencia de género?
-No, jamás. Al menos desde lo físico.
-La violencia puede ser psicológica...
-Tuve un novio un poco prepotente, pero en cuanto me agarró fuerte del brazo, le devolví un carterazo y se cortó. Me costó desengancharme. Esa persona tenía un dominio sobre mí muy importante. Como un encantamiento. Era manipulador. Yo no me analizaba, pero una amiga me hizo despertar. Cuando me di cuenta, me lo saqué de encima.
-¿Y hoy cómo estás en el plano de los afectos?
-Voy y vuelvo. No sé si estoy en pareja, estoy pasando un muy buen momento en mi trabajo, viajo a dar charlas, hago tele, escribo en mi web. No soy adicta al trabajo, pero...
-También hay que alimentar el corazón...
-¡Tal cual! No es fácil. Esto de ser un poquito más popular te hace más lejana, el otro tiene temor. ¡Y yo tengo temor! Me pregunto por qué se me acercan, aparecen esos fantasmas.
-El budismo es una de las filosofías que menciona el karma, ¿sos budista?
-Soy interesada en el tema, pero no soy budista.
-La maternidad es otra de tus asignaturas pendientes y has pasado por situaciones difíciles en busca de convertirte en mamá, ¿por qué sentís que no se te dio?
-No lo sé. Hice siete tratamientos. Es muy complicado. Hormonas, inyecciones, cambio de carácter. Es súper invasivo. No todos los tratamientos fueron con el mismo médico. Tuve muchas desilusiones con los profesionales. Algunos hasta me trataban mal. No todos son contenedores, buena onda. Algunos tenían un modo raro. Fue muy duro. Y cada vez que te encontrás con que el tratamiento no salió, no está bueno.
-Muy traumático desde lo físico y desde lo psicológico...
-No quedar embarazada de manera romántica le hace mal a la pareja, afecta a la relación. Tiene que haber mucho amor. En mi caso, nos desgastó. A tal punto que, finalmente, nos separamos. Los dos sabíamos que no era el camino estar juntos y el tratamiento ayudó a esa disolución. Tiene que ser una pareja muy consolidada, muy fuerte, para sobrevivir a eso.
-¿Pensás en la adopción?
-Me gusta estar con los hijos de mis amigas. No tengo una frustración. Está pendiente, pero no es algo por lo que lloro o me lamento. Cuando veo un bebé me imagino como mamá, pero la adopción no es lo más fácil. Hace tres años con una pareja lo pensamos, pero cuando me separé no quería seguir sola. No lo descarto. Tengo la esperanza.
-Y con tanta desilusión afectiva, ¿cómo se encara el presente y cómo se mira el futuro?
-Estoy muy bien, animada, con mucho trabajo. Desde ya, tengo ganas de armar algo con alguien. Pero me siento completa, no voy llorando por las calles. Ya aparecerá la persona que me contenga. Además, no soy histérica. Las argentinas, en general, son histéricas y el hombre está inmerso en eso. Pienso que la histeria te hace perder de momentos muy lindos. Yo estoy o no estoy. Y si estoy con alguien, el resto del juego lo planeamos juntos.
-Hablabas de la contención de tu padre. El también ha atravesado circunstancias difíciles.
-Sí. Tuvo que irse de nuestra casa en los tiempos de la dictadura por su militancia. No lo cuento mucho porque mi mamá cuando lo lee no lo pasa bien.
-¿Cómo atravesaron esos tiempos?
-Lo llevamos súper unidos. Mamá encarrilando la familia para que mi hermano y yo estudiáramos.
-¿Tenían contacto con él?
-Sí, estuvo un tiempo afuera y luego acá. Nosotros podemos contar el cuento, pero él hoy podría ser un desaparecido.
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