La doble vida cinematográfica de Olivier Assayas
Entre la influencia de la nouvelle vague y su eterna fascinación con cultura pop oriental, el cineasta retoma en su último film, Doubles vies, su obsesión con los pares de opuestos
El título de la última película de Olivier Assayas, que se estrena hoy, puede pensarse como una metáfora de su propia trayectoria. Doubles vies, como las que su cine fue entretejiendo entre la cinefilia y el amor por la literatura, o entre sus años de crítico y su maduración como cineasta. O entre las influencias de la nouvelle vague y el destello pop de la cultura oriental. Todo se conjuga en pares, en recorridos dobles entre presente y pasado, entre la cuota autobiográfica que tienen sus historias y esa pujante inventiva que recoge la estela de sus artistas admirados. Todo parece regresar en esta nueva película de Assayas, y en esos caminos de ida y vuelta en los que se enredan sus personajes es posible rastrear las intensas marcas de un director que siempre es capaz de regresar y sorprendernos.
Doubles vies es una historia de amores y desencuentros, de mentiras y verdades, de creencias y desencantos. Alain (Guillaume Canet) es un editor estrella, ejecutivo de un sello editorial que enfrenta los desafíos de la era digital. Selena (Juliette Binoche) es su esposa, una actriz cuyo presente se adhiere al éxito de un policial televisivo. Leónard (Vincent Macaigne) es un escritor, bohemio y bastante autoindulgente, encerrado en la tiranía de su propia autobiografía. Entre ellos discurren amores y traiciones, la amenaza del libro electrónico, los cambios en los hábitos de lectura y las permanentes búsquedas del placer. París es el epicentro de la vida de escritores y editores, de actores e intelectuales, todos enfrascados en sus propios deseos y en las mentiras que se cuentan para encubrirlos. Esa tensión entre lo que nos regala la imagen y lo que los personajes aseveran recuerda los interrogantes que habían instalado sus películas de los 90, las herederas más declaradas de su etapa de guionista y crítico, de esa juventud peculiar formada tras las bambalinas de un estudio de cine.
Olivier Assayas nació en París en 1955, hijo de un guionista que había emigrado durante la ocupación nazi y volvió a Francia para escribir los policiales de Henri Decoin y Claude Autant-Lara, que le transmitió el amor por el cine y la pasión por los enredos rocambolescos. De joven estudió pintura y literatura, y en 1979 realizó su primer cortometraje, Copyright. Su entrada a la revista Cahiers du Cinéma lo convirtió en una de las firmas más importantes de la crítica francesa de comienzos de los 80, y sus trabajos como guionista lo acercaron a una industria en transformación, en la que él también gestaría su despegue como cineasta. Una de las colaboraciones más fructíferas de este período, y la que se reactualiza en Doubles vies, es la que lo unió a André Téchiné. Cineasta de las familias y los hijos perdidos, artífice de una notable y casi subterránea filmografía, Téchiné fue un maestro atípico para Assayas, el que modeló casi en silencio esos años de inquietudes, el que le dio indicios a sus personajes marcados por el desvelo y la indecisión, a esos que bucean en un tiempo de cambios y en un territorio de incertidumbres.
La primera película en la que colaboraron fue Rendez-vous (1985). En ella, una aspirante a actriz llega a París para verse envuelta en un turbulento triángulo amoroso fruto de pasiones ambiguas y heroísmos desesperados. Modelada sobre los ecos de Romeo y Julieta, esa película emblema de los 80, con sus colores fríos y sus travellings audaces, fue clave para la carrera de Téchiné -ganó el premio al mejor director en el Festival de Cannes-, pero también para la de Assayas. Allí se abriga el germen de varios de sus personajes femeninos -sobre todo los interpretados por Virginie Ledoyen en Agua fría (1994) y Fin de agosto, principios de septiembre (1998)- y abrió su universo a cierta remembranza autobiográfica. Además Rendez-vous fue la primera película importante de Juliette Binoche, antes de Léos Carax y el impacto internacional de La insoportable levedad del ser, actriz que Assayas utilizaría como algo más que musa, como la doble llave de su mundo de ficción.
El otro encuentro clave con Téchiné y Binoche fue en Alice y Martin (1998), escrita en plena época de su descubrimiento de Maggie Cheung y el homenaje a Feuillade que fue Irma Vep (1996). Mientras filmaba esa fábula de admiración y cinefilia, esa turbulenta reflexión sobre el estado del cine francés al borde el nuevo milenio, Assayas escribía para Téchiné otra historia de incierto aprendizaje. Alice y Martin tiene ese halo de viaje y redención que luego contagiaría a El otro lado del éxito (2014), ya como director, historias ambas de trayectorias erráticas, signadas por la orfandad y el duelo. Es que su cine está lleno de fantasmas: la desaparición misteriosa de Christine en Agua fría, la muerte de Adrien en Fin de agosto, principio de septiembre, la de la madre en Las horas del verano, el fantasma de Feuillade y Musidora en Irma Vep. Quienes ya no están dejan siempre sus huellas, sus objetos, su legado, su presencia deambula por los espacios, se filtra en la memoria de los que siguen vivos. Assayas, como antes François Truffaut, entiende el pasado como algo vivo y presente, como algo que el cine atesora y guarda para siempre.
Lo que marca Dobles vidas es también el regreso al amor por la escritura. Desde el recuerdo de su padre guionista hasta su propia personalidad como crítico y escritor de sus propias películas, el universo de Assayas ha recorrido el arte y la labor de escritores como una tarea ardua y conflictiva. Allí estaban los tabúes del cine qualité al que su padre se asoció y al que la Cahiers denostó, los dilemas de la fama y el reconocimiento del escritor diletante de Fin de agosto, principios de septiembre, el lugar del economista como escritor al que nadie lee (ni su madre) en Las horas del verano, las angustias de la adaptación en Irma Vep al tomar el material de Feuillade y transformarlo en otra cosa, y la presencia del texto de un colaboracionista como Jacques Chardonne, el autor de Los destinos sentimentales (2000). Y en Doubles vies sus personajes batallan con su propio amor por la palabra, con los dictámenes del negocio literario, con las contradicciones entre lo dicho y lo vivido.
Todo vuelve en este film. Ese foco intermitente entre personajes en permanente transición, que conversan y se mueven en el cuadro, que comen y se divierten, se mienten y se descubren. Regresa su cine coral, ese de muchos personajes que se encuentran en los bares o en casas de amigos, en espacios de reunión o de conflicto, donde ponen a prueba lo que los une o los separa. En el bar se encontraban los exnovios de Fin de agosto, principios de septiembre cuando todavía quedaban rastros de ese amor, los hermanos de Las horas del verano para hablar de la madre; hay fiestas adolescentes en Agua fría cuando Christine se escapa del internado y decide fugarse a la granja de unos amigos, y en Las horas del verano cuando la joven Sylvie recuerda los tiempos felices con la abuela. Y en Doubles vies la publicación de un libro se discute en un restaurante, las separaciones se definen en un bar, en las reuniones de amigos se habla de literatura y política, se celebran los éxitos y los fracasos. La cámara de Assayas sigue el pulso de las conversaciones, captura la vida que las rodea, el movimiento de la gente, los dobles juegos de las miradas y las declaraciones.
Historias dobles, de encuentros y desencuentros, de palabras y recuerdos. Doubles vies es el cine de Assayas en estado puro, ese escrito y dirigido con atención al pasado y ambición de futuro.
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