La conmovedora lucha de Luisa Albinoni por ser mamá adoptiva
En una charla a solas, la actriz habla de la pérdida de un hijo recién nacido y de sus embarazos truncos, en el largo camino que emprendió para ser madre; hoy, disfruta de la vida junto a su hija Verónica, de doce años
“Yo era muy feliz. Había logrado consolidarme en mi trabajo y tenía, tengo, una familia maravillosa, pero me faltaba ser mamá”. La confesión en primera persona define el sentir de Luisa Albinoni durante décadas. Años en los que su anhelo más profundo no lograba concretarse. En lo laboral, desde muy joven había conseguido todo: popularidad, buen pasar económico y personajes que se instalaron rápidamente en el inconsciente colectivo. Un privilegio de pocos.
Luisa se ubicó vertiginosamente en el corazón de la gente gracias a su simpatía y a ser protagonista de sucesos televisivos y teatrales de la mano del autor y director Gerardo Sofovich. Su famoso “Hola, mami”, la repetida frase de su personaje en el programa “Operación ja ja”, la catapultó a ese sitial de masividad extrema. Corrían los años 80 y "la Albinoni" era una estrella popular.
Sin embargo, algunos dolores oscurecían el día a día íntimo, ese que se aleja de las alegrías impuestas del espectáculo. "Tuve un bebé a los 19 años, un varoncito, que murió ni bien nació. Luego perdí algunos embarazos más, pero no habían llegado a la instancia del parto como en aquella oportunidad. Fue muy doloroso. Pero, a pesar de todo, siempre tuve la ilusión de ser mamá".
La actriz jamás claudicó en su deseo más profundo. Lo intentó una y otra vez durante años. Así se sucedieron embarazos naturales y tratamientos invasivos. Pero los resultados no eran los esperados. Décadas de esperanzas y nuevas frustraciones. Un sube y baja constante. "Tengo sangre del grupo B negativo, y ese fue uno de los inconvenientes con respecto a la pérdida de mis embarazos", explica.
-A pesar de todo, el deseo siguió intacto a lo largo de los años.
-Siempre. Aunque también me gustaba mucho actuar. Lo hacía desde la época en la que participaba en los actos escolares. Cuando comencé a trabajar profesionalmente, enseguida me fue muy bien y eso hizo que postergara un poco ese deseo de ser madre.
-¿Cómo nace la idea de la adopción?
-Cuando a los 52 años pierdo mi último embarazo, le propongo el tema a quien era mi pareja en ese entonces, y que lo fue por una década, pero no fue bien recibida la idea y eso devino en que nos vayamos separando de a poco.
-¿Habías abandonado la idea de quedar embarazada?
-Sí. Ya no podía someterme a un embarazo natural por un tema de fibromas y los tratamientos, por otra parte, eran muy invasivos. Los bombazos de hormonas no eran aconsejables para mí. Y el tiempo ya me jugaba en contra.
-La posibilidad de adoptar sin una pareja, suele ser un elemento que retarda las decisiones de parte de los organismos que actúan sobre el tema.
-Absolutamente, es más complicado tanto para un hombre como para una mujer. Las adopciones monoparentales toman más tiempo. Ahora se aceleró un poco y hay más casos de gente sola que busca adoptar, pero cuando yo lo hice era más excepcional y dificultoso. Todo mi proceso llevó casi nueve años.
-Un largo tiempo de trámites y burocracia en pos de concretar el deseo.
-Incluso no existía el Ruaga (Registro Único de Aspirantes a Guardas con fines Adoptivos). Además, viajaba por todo el país con carpetas diferenciadas, porque no todas las provincias tienen los mismos requisitos. Pero, cuando se quiere ser mamá, no hay trabas. Me tenía que presentar todos los años para renovar mi deseo, mis intenciones, y demostrar que no estaba arrepentida de mi decisión.
-¿Cada año a cada provincia para renovar el pedido?
-Así es. Por eso también me alejé de mi trabajo, viajaba mucho. Pero tampoco me ofrecían nada que me entusiasmase. Luego de haber hecho ciclos tan populares, no llegaba el proyecto que yo quería. Lo económico no era un problema porque me podía mantener con mi empresa de refacciones.
-Años de viajes ininterrumpidos.
-Recorría el país y hoy puedo decir que soy madrina de muchos hogares. En todo ese tiempo he visto de todo.
-¿Qué significa ese “he visto de todo”?
-Ahora se habla, pero en aquella época no. He visto cómo se comercializaban chicos, cómo se les ponía precio por el color de la piel. Me ofrecían criaturas por el color de ojos. Terrible.
-Una suerte de catálogo.
-¡Horrible!
-Puntualmente, ¿te han ofrecido venderte un bebé?
-¡Muchísimas veces! Primero, se acercaba la mamá que no lo podía tener, lo ofrecía, se generaba el contacto y luego aparecía el tema económico. Por eso me anoté en los organismos oficiales para que todo sea claro y sin lucro de por medio.
-¿Quiénes te ofrecían venderte una criatura?
-Personas que se acercaban sabiendo que yo estaba buscando adoptar.
-En estas acciones ilegales, ¿había vínculo con el accionar de los organismos oficiales?
-No, para nada. Por eso me inscribí en los lugares correspondientes y recorría hogares donde veía a los niños con carencias. A esos chicos quería adoptar. No me interesaba otra cosa. Tampoco buscaba un bebé porque ya era grande, tenía más de 52 años, y había que pensar en los años futuros. Además, con mis sobrinos ya había experimentado el contacto con bebés y su crianza.
-Ahora bien, te ofrecen bebes, pero también debe existir el artilugio legal para poder inscribirlo posteriormente.
-Así es. Cuando te ofrecen un chico te dicen que existe todo para legalizarlo, aunque no lo creas.
-Un mecanismo a todas luces corrupto.
-Sí. No es algo nuevo, pero ahora se puede hablar, denunciar. De todos modos, son llamados, gente que se te cruza por la calle. Personas que se manejan en el anonimato y en la clandestinidad de lo ilegal.
-¿Ser famosa te ayudó en todo el proceso?
-Para nada. Muchos me aconsejaban ver si podía apelar a mi fama y tocar algún contacto político, si es que lo tenía, pero elegí no hacerlo. Siempre quise que mi hija supiese que fue adoptada con total legalidad y poder caminar con la frente alta por la calle. Ella siempre conoció su historia y la transparencia con la que sucedió todo.
-¿En qué te jugó en contra ser una figura pública?
-He tenido que modificar costumbres, rasgos. Maquillarme menos, no pintarme las uñas de rojo, cortarme el pelo.
-¿Sentís que había prejuicios hacia vos por tu actividad?
-Hice todo para agradar, para que no piensen cosas raras. Uno está dentro de un ambiente donde hay de todo, como en todos los ambientes, pero no somos todos iguales. Es duro. Te hacen una carpeta donde te investigan a fondo, atravesás estudios psicológicos intensos, analizan cómo es tu familia, cómo es tu casa. Te sentís como invadido, como si fueras un delincuente, Pero, con el tiempo, te das cuenta que eso está bien. Ahora también creo que se debe investigar a los padres biológicos cuando se observan casos de abusos, o de chicos que mendigan en las calles. Desgraciadamente, la Justicia, a veces, mira con un solo ojo.
-Imagino que en esos años de búsqueda, de trámites, de completar formularios, hubo mucha angustia, mucho llanto.
-Todo eso y más. Castillos en el aire que se derrumbaban una y otra vez. En fin, si todo eso uno hubiese sucedido, no hubiese llegado mi Verónica. Pero debo reconocer que en los entes oficiales también te brindan mucha contención. Te aconsejan, te acompañan, te apoyan desde lo psicológico. Es que tiene que haber una preparación previa muy fuerte. Hay que asumir muchas cosas, hay que estar preparado para el futuro, y hasta para ser rechazado.
-¿Cómo puede manifestarse el rechazo?
-Puede suceder de parte del chico y o del padre adoptivo. Con el tiempo uno se da cuenta si la cosa funciona o no.
-¿Cómo llegó Verónica a tu vida?
-Era madrina del hogar en el que ella estaba. El juez decretó el abandono y me llama. Me explica que hay una nena en situación de abandono y me acerca el legajo. Ese es el primer paso para que uno conozca la historia del chico. Y te consulta si estás dispuesto a asumir todos los compromisos para entrar en guarda.
-Ese llamado habrá sido tomado como una bendición.
-Me agarró una desesperación tremenda. Armé un bolso con lo primero que encontré, me tomé un avión y me fui.
-¿De dónde es Verónica?
-Es de una provincia argentina, pero prefiero no decirlo. Cuando ella sea mayor de edad, si lo quiere decir, lo podrá decir. En realidad, la conocí cuando tenía dos añitos. Hacía siete que iba a ese hogar a colaborar, pero no sabía que iba a ser mi hija. Ella estaba allí con sus hermanitos.
-¿Cómo fue el primer encuentro cuando fuiste ya en carácter de potencial mamá adoptiva?
-Cuando llegué, le habían contado quién era, qué hacía, así que me dijo “¡Hola mami!”. En esa granja tratan de preservar a los chicos y no tienen televisión ni contacto directo con la farándula. Vero estaba en un lugar hermoso a cargo de un matrimonio genial: Corina y Germán.
-El visitar regularmente esa granja, te había posibilitado conocer de antemano a Verónica. No es poco.
-A ella y a sus hermanitos, tres de los cuales también fueron adoptados. En el viaje pensaba cuál de todos los chicos sería. Cuando llegué me hicieron, como siempre, un espectáculo. Yo, en cada viaje, les llevaba cosas porque siempre falta algo. Y lo curioso es que quedaba un hermanito más, así que lo hablé con mi familia y decidí pedirle a Su Señoría que también me lo diera, pero el nene no se adaptó.
-¿Cómo es eso?
-El no me quería como mamá, me quería como Luisa, su madrina. Así que volvimos a la granja. Vero tenía pánico de quedarse nuevamente allí. Fijate la diferencia entre uno y otro. Su Señoría habló con los dos para ver qué había sucedido. Yo creo que el nene, en el fondo, lo que quiso era ver dónde iba a vivir su hermana. Pero esta situación llevó a que nuevamente la Justicia tuviera que investigarme, armar nuevas carpetas. Pasaron tres años más hasta darme la guarda.
-¿Por qué?
-Es que si el nene no se quiso quedar, había que investigar por qué. Vero estaba chocha, pero podría ser que ella no hablara ante algo feo. Así que, nuevamente, hubo que hacer los trámites para que el nene se quedase en el hogar y Vero pudiese estar conmigo.
-La tuya es una historia de amor, pero también de constancia.
-Por suerte hoy Vero se comunica con su hermano por Facebook. Y como conocí a los otros hermanos que están con una familia, le dije que, seguramente, cuando sean mayores se van a ver. Mi hija tiene derecho a estar con sus hermanos y eso sucederá cuando sea mayor.
-Es decir que en la granja conociste a todos los hermanos de Verónica.
-Conozco a sus hermanos, pero ya estaban en proceso de adopción. Si no me los hubiera traído a todos. Soy como las gallinas con sus pollitos.
-¿Verónica está enterada de toda su situación?
-Por supuesto. Ella está muy bien. Pero, desde ya, hace terapia porque son situaciones fuertes. Mi hija no crece en el rencor ni el odio. Le digo que los papás no siempre pueden hacer todo bien. Y que los suyos no fueron malos. Que gracias a ellos, que le dieron la vida, nosotras nos pudimos encontrar. Siempre pedimos por sus hermanos y le agradecemos a Dios que nos haya unido. Cuando llegó a mi casa tenía cinco años, pero la tuve en brazos desde muy pequeña. Sucedió lo que Dios quiso y lo que la Justicia decidió.
-¿Cómo sos como madre?
- Muy pesada. Vivo dándole consejos a mi Verónica. A los chicos hay que cuidarlos. Ella accede a las redes, pero yo soy madre atenta. Es mi motor. Es muy dulce, me ayuda con mis cosas, me aconseja con la ropa. ¡Y le encanta el escenario!
-Lo que se hereda no se roba.
-En las vacaciones de invierno me acompañó a las funciones de la Gran Revista Norteña que hacemos con Carmen Barbieri en Termas de Río Hondo y yo la hacía subir a escena. A la tarde, preparaba su ropa como una estrella.
-Será famosa como la madre.
-No me siento famosa sino una trabajadora. La fama es puro cuento y siempre estoy en proceso de aprender. Cuando uno cree que llegó es cuando empieza a caer.
Luisa Albinoni destella luz cuando habla. Vive feliz en Tortuguitas junto a su hija que ya cursa el primer año del secundario. Simpática a más no poder, refleja esa paz que solo irradian los que cumplen una misión en sus vidas, los que concretan sus sueños. El suyo, el de ser madre. Un sueño trascendental.
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