Kristen Stewart: “sexo duro” y el film más desafiante de su carrera, bien lejos de los días de Crespúsculo
Distanciada de la fama sobrecogedora que provocó Crepúsculo y convertida en estrella indiscutible del Hollywood más audaz, la actriz estrena Sangre en los labios
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BERLÍN.- Sentada en la recepción del mugriento gimnasio que regentea en medio del desierto de Nuevo México, Kristen Stewart parece soñar con una vida lejos de tan penoso lugar. Peinada con un asimétrico corte mullet -corto por delante, largo por detrás- y vestida con estudiado desaliño, aparece en pantalla por primera vez para desatascar un inodoro. A su alrededor, cuerpos sudorosos se someten a la dictadura del fitness y se inyectan cócteles de anabolizantes para plegarse a su dogma: sin esfuerzo no hay recompensa; no se gana músculo sin sufrir. “El dolor es la fragilidad que abandona el cuerpo”, reza un cartel colgado en la pared. Sucede en los Estados Unidos de finales de los 80, los del reaganismo tardío, pero podría transcurrir en cualquier lugar del mundo en la actualidad.
Así son los primeros segundos de Sangre en los labios (Love Lies Bleeding), el sorprendente noir lésbico protagonizado por una Stewart que ya no se parece a la que solíamos conocer. Otras actrices se habrían asustado con este material, violento y excesivo, que incluye sexo duro y asesinatos en serie, dosis de pulp fiction y otras tantas de body horror. Ella no tuvo ningún miedo. “Me divirtió esta pesadilla sórdida, aunque no sea solo eso. Cuando leí el guion, me pareció que contenía multitudes”, respondía a finales de febrero en una suite de hotel de Berlín, de paso por el festival de cine de la capital alemana. “En cada entrevista me preguntan: ‘¿Qué quieres que se lleve la gente tras ver la película?’. Supongo que quieren que responda que mis proyectos aspiran a cambiar el mundo, a hacernos mejores personas. Pero no hacemos cine para eso, sino para hacernos preguntas sobre quiénes somos, para reconocernos en ellos. Me gustó que la película fuera moralmente ambigua. Como mujeres, siempre se nos pide hacer lo correcto. A los hombres no les pasa”.
Stewart interpreta a la hija de un mafioso local (Ed Harris, espeluznante), que intuye una vía de escape hacia un futuro mejor cuando conoce a Jackie, una bella culturista a la que interpreta Katy O’Brian, exluchadora de artes marciales con la cara de Maria Schneider y el cuerpo de Hulk. Su objetivo es llegar a Las Vegas (el mejor final de trayecto para las almas errantes, con permiso de Los Ángeles) y ganar una competición de bodybuilding que la haga rica y famosa. Lo que seguirá es un relato de venganza sangrienta, salpicado de violencia jocosa y realismo fantástico. Producido por A24, el estudio de moda, el proyecto es un extraño artefacto dentro del cine comercial, que bebe de la serie B, pero la nutre de mensajes sobre el culto al cuerpo, la masculinidad tóxica y el deseo indomable. Lo dirige la británica Rose Glass, que debutó en 2020 con Salvando almas, aplaudido cuento de terror religioso y criptolésbico. En este caso, la directora llena su película de referencias cinéfilas, de Thelma y Louise a Media hora más contigo –la obra de culto queer que dirigió Donna Deitch en los ochenta– pasando por Attack of the 50 Foot Woman, aunque Glass logre llevar el resultado a un terreno propio y profundamente original.
“No quiero hacer películas que solo sean entretenimiento”
“En el cine actual todo es una mezcla de cantidades conocidas a partir de películas que han tenido éxito. Si no hay una ecuación que garantice que va a funcionar, es muy difícil conseguir presupuesto. Trabajamos en una industria que quiere ganar dinero, lo que hace difícil introducir un poco de novedad, que es lo que a mí me atrae”, asegura Stewart. Sabe que no siempre está en sus manos. “Solo soy actriz, soy un pistolero a sueldo. Encontrar un poco de riesgo no es muy común. He hecho mucho cine comercial y no he disfrutado de parte de esa experiencia. No quiero hacer películas que solo sean entretenimiento. Hacer cine es muy divertido, pero tener que hacer la misma película una y otra vez es desmoralizador, deshumanizante y horrible”.
¿Ha escogido rodar solo lo que le daba miedo? “Antes era así, elegía solo lo que me imponía, pero lo estoy superando. Es divertido correr riesgos, pero también es agradable trabajar en una película y que luego te guste el resultado”, dice con su característica sonrisa esquinada. “En todo caso, me doy cuenta de que mi instinto ha funcionado hasta ahora, así que pienso seguir usándolo”.
Bella Swan ya es un lejano recuerdo. La adolescente de la saga Crepúsculo la convirtió en estrella internacional hace 15 años (y luego, en una apestada cuando se reveló su infidelidad; Donald Trump le llegó a dedicar ocho tuits y recomendó a su pareja, Robert Pattinson, que la dejara). Ahora parece el papel contra el que ha erigido toda su carrera, llena de elecciones que la han convertido en estrella indiscutible del cine estadounidense más audaz. Desde que la saga terminó en 2012, Stewart ha trabajado con David Cronenberg, Woody Allen, Kelly Reichardt y Ang Lee. Obtuvo una nominación al Oscar por interpretar a Lady Di a las órdenes de Pablo Larraín y ganó un César gracias a Olivier Assayas y Sils Maria, además de ser una de las pocas estrellas de Hollywood abiertamente homosexuales, como lo son algunos de sus papeles. ¿Aspira a hacer un cine queer? La actriz, sincera pero no cándida, esquiva la bala: “Es emocionante que a Rose le dejaran hacer esta película”. Ella toca todos los palos: encarna la fluidez del presente, el nuevo despertar feminista y la exigencia del cine de autor, pero también domina el lenguaje de las redes sociales y la importancia de las imágenes de impacto, como demuestran sus escotes de piernas en algunas fotos recientes.
En sus últimos papeles se diluye la diferencia entre actriz y personaje, como sucedía con las grandes estrellas del Hollywood del pasado. Katharine Hepburn siempre interpretaba un papel, pero también era siempre ella misma. Igual que Bette Davis en los cuarenta o Jane Fonda en los setenta. O, en su idolatrado cine francés, actrices como Isabelle Huppert o Juliette Binoche. “Es un cumplido gigante”, se ruboriza Stewart, que está de acuerdo. “Me gusta que haya una continuidad entre mis papeles. Es una filosofía particular que no creo que hoy sigan muchos actores. Interpretar solo a un personaje es una forma de autoprotección, de separar tu vida y tu trabajo, de tomártelo todo con gran profesionalismo”, añade Stewart, usando la palabra en su peor sentido, como sinónimo de actitud funcionarial. “Yo creo que no puedes ser nadie más que tú mismo. E incluso si hay historias que te iluminan sobre aspectos que están sepultados en ti y te permiten desenterrarlos, solo puedes escarbar en tu propio arenero. Siento que, cuando me alejo de mí misma, estoy fallando, como si el objetivo siempre fuera profundizar cada vez más hasta encontrar algo real. Sí, soy yo en todas las películas. Y todas ellas forman parte de mí”.
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