Kristen Stewart, la actriz que nunca quiso ser famosa y asumió enormes riesgos por su incurable “adicción”
La californiana, de 31 años, es la protagonista de Spencer, film de Pablo Larraín que llega hoy a las salas locales
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Kristen Stewart no es la primera, la segunda ni la quinta actriz en interpretar a Lady Di, Ni siquiera es la única intérprete que aparecerá este año en pantalla encarnando a la princesa de Gales. Pero no hay duda de que esta californiana era la menos imaginada para ponerse en la piel de la amada princesa del pueblo. Un papel que le valió su primera nominación al Oscar.
Trece años después del fenómeno de Crepúsculo, que la transformó en la joven intérprete más popular del mundo, el blanco móvil de los paparazzi y el chiste fácil de todo comediante con poco imaginación, Stewart se convirtió en “la estrella de cine más interesante de su generación”, según la calificó la revista New Yorker en una entrevista reciente en la que ella misma puso en duda sus posibilidades de ganar el Oscar por su trabajo en Spencer, el film del chileno Pablo Larraín (Jackie), que se estrena hoy en la Argentina. “No quiero ser mala onda, pero todo el asunto me da un poco de vergüenza y es cansador. Es muy político. Tenés que salir a hablar con la gente que vota. Te sentís como un diplomático”, decía en la nota, y si algo sabe todo el que la conoce -o cree conocer- es que Stewart es lo contrario de diplomática.
De los tiempos de la fiebre Crepúsculo, la saga romántica juvenil en la que interpretó a Bella Swan, la adolescente enamorada del vampiro a cargo de Robert Pattison, muchos recuerdan a la tímida actriz que hacía evidentes esfuerzos por desfilar por las alfombras rojas y por sonreír tan esporádicamente que los títulos de los diarios y revistas solían hacer referencia a su gesto adusto y su aparente mal humor. Claro que cuanto más se resistía ella, más insistían los demás, fascinados con su reluctancia, con su incomodidad frente a las cámaras, algo que casi no se percibe ya por estos días. A los 31 años y dueña absoluta del timón de su carrera, Stewart recuerda esos días con continuo asombro. Lo que para otros eran desplantes de una estrella caprichosa para ella eran signos de una ansiedad debilitante que sentía desde la infancia y que solo la dejaba -relativamente-, en paz cuando entraba a un set de grabación.
A los 9 años, acostumbrada al detrás de escena de los rodajes gracias al trabajo de sus padres, encargados de la supervisión de la escenografía y la continuidad de los guiones en muchas producciones de Hollywood, la tímida Kristen descubrió que una buena manera de poder acompañarlos era pararse frente a las cámaras: los chicos no tienen nada que hacer en una filmación a menos que formen parte del elenco y ahí, se dio cuenta, eran tratados con la atención que y el cuidado que en la escuela no le daba nadie. Al menos a ella, siempre incómoda en situaciones sociales con sus pares.
“Cuando a los 10 años hice mi primera película, La seguridad de los objetos, pensé: ‘Es esto, este es el sentimiento que quiero tener. La sensación de estar creando algo con otras personas’. Además era emocionante ver cuántas versiones de mí misma podía encontrar. Es lo que busco y persigo desde entonces”, explicaba la actriz hace pocos meses en una entrevista con la revista de moda W. Es que además de una actriz que trabaja con algunos de los autores más estimulantes del cine actual -de Larraín a Oliver Assayas, y de Kelly Reichardt hasta David Cronenberg, realizador de su próxima película, Crimes of the Future-, Stewart es un ícono de la moda. Representante de Chanel en la vida pública y dueña de un estilo propio cuando circula por las calles de Los Ángeles con su futura esposa, la guionista Dylan Meyer, la actriz marca tendencia aunque no se lo proponga y se resista a participar del juego de las redes sociales que tanto tienta a sus colegas.
Claro que nada de todo eso, el asedio de los fotógrafos, los contratos con las marcas de alta costura y ni siquiera los potenciales premios estaba en los planes de Stewart cuando antes de cumplir los diez años le pidió a sus padres que la anotaran en un curso de actuación para chicos, básicamente un entrenamiento para presentarse en audiciones para comerciales. Aunque sorprendidos y desconcertados por el deseo de su hija, los Stewart le dieron el gusto pensando que sería una cuestión pasajera. Pero no.
Más allá de que sus intentos de ser contratada en avisos publicitarios fueron infructuosos- su timidez y el hecho de que no fuera la típica actriz infantil de trenzas y sonrisa fácil le dificultaron ese camino-, esa práctica le dio el suficiente coraje para participar en una obra escolar y claro, como en Los Ángeles casi todo el mundo está relacionado de alguna manera u otra con la industria del cine, uno de los adultos presentes en la presentación era un director de casting que la recomendó para su mencionada primera película. Una producción independiente pero con la suficiente difusión como para conseguirle su próximo papel y un lugar en los estratos más elevados de Hollywood, la nueva película de David Fincher: La habitación del pánico. Allí, Stewart interpretaba a la hija de Jodie Foster, la más reconocida actriz infantil transformada en estrella adulta de la historia de Hollywood.
Así, la chica nacida y criada en los suburbios de Los Ángeles, ciudad que lleva hasta en la piel gracias a un tatuaje en su muñeca en el que se lee L.A., empezó un recorrido tan exitoso como complicado, especialmente por motivos extra cinematográficos. A diferencia de muchos de sus pares, Stewart logró atravesar su adolescencia sin salir de la pantalla, haciendo entre dos y tres películas por año, tallando sus habilidades en películas como Zathura-Una aventura fuera de este mundo, de Jon Favreau, Hacia rutas salvajes, dirigida por Sean Penn, y Entre mujeres (Jonathan Kasdan), entre otras, hasta que llegó la gran oportunidad de encarnar a Bella, la protagonista de la adaptación cinematográfica del fenómeno de ventas literario conocido como Crepúsculo.
Lo que sucedió después es materia conocida: rotundo éxito de taquilla para la primera parte del film juvenil, críticas de moderadas a despiadadas y un romance con su compañero de elenco que se transformó en la obsesión de medio mundo, inclusive del entonces futuro presidente Trump, que se burló públicamente de Stewart cuando los paparazzi captaron un encuentro íntimo con el director Rupert Sanders, realizador de Blanca Nieves y el cazador, una superproducción que podría haber sido la confirmación de la actriz como estrella taquillera pero que debido al escándalo la dejó -momentáneamente- fuera de carrera.
Lo cierto es que los efectos de esa situación amplificada por los medios que la trataban como una desvergonzada villana rompehogares y situaban a Pattinson como la víctima de la jezabel de Hollywood no lograron aplacar su obsesión -“adicción” lo llama ella en un reportaje con The New York Times- por la actuación.
Mientras la industria del cine en los Estados Unidos no sabía qué hacer con ella, que para ese momento era su actriz mejor pagada y al mismo tiempo la más vilipendiada, Stewart aceptó trabajar en El otro lado del éxito, del realizador francés Oliver Assayas, que le ofreció el papel de la mimada e incomprendida estrella joven, contraparte de la actriz madura a cargo de Juliette Binoche. Claro que ya con más de una década de experiencia e incómoda con los paralelismos entre el personaje y su propia vida Stewart le hizo una contraoferta al director: prefería interpretar a la asistente del personaje de Binoche. Una decisión que le consiguió un premio César a la mejor intérprete de reparto (es la primera actriz norteamericana y hasta ahora la única en ganar el galardón de la Academia de cine francesa) y que cambió el rumbo de su carrera desde entonces.
“No soy la actriz más entretenida pero al mismo tiempo busco desesperadamente exponerme. Quiero ser comprendida y quiero ser vista, y que suceda de la manera más cruda, pura y despojada posible”, decía la intérprete hace unos años en The New York Times al tiempo que promocionaba Personal Shopper, su segunda película con el director francés y la que lograría cumplirle aquel anhelo. Es que ese evocativo y fascinante film en el que su personaje recorría París cargando con el duelo por la muerte de su hermano gemelo, fue el que inspiró a Larraín para pensar que ella podía ser su Diana. Una idea tan inesperada como justificada una vez que Stewart aparece en pantalla como la princesa más querida y fotografiada del mundo en un momento bisagra de su vida: los últimos tiempos de su matrimonio con el príncipe Carlos.
Stewart sabía en lo que se metía al aceptar el papel. Para empezar, que una norteamericana -de California, nada menos-, encarnara a la venerada rosa británica iba a molestar a muchos. Y aunque una semana antes de empezar la filmación en el precioso castillo alemán que hace las veces de la residencia de invierno de la reina en Sandringham, se le trabó la mandíbula de tanto que practicó el acento y la voz que le asignó a su Diana, los prejuicios de los demás no lo importaron. Lo que sí le costó más fue sobrellevar los constantes intentos de los medios por comparar la fama de Lady Di y la persecución que sufrió y terminó con su muerte con la de ella.
“Me parece que son situaciones muy diferentes. Yo me hice famosa por trabajar en el cine. Diana creía en un ideal que probó ser falso. Me molesta cuando la gente dice que sabía en lo que se metía. En mi caso, lo digo directamente: yo no quería ser famosa. Yo quería ser actriz. Y acepto completamente que la gente puede pensar: ‘¿De qué estás hablando? No podés tener una cosa sin la otra’. Al mismo tiempo parece un castigo demasiado cruel estar haciendo algo que amas y darte cuenta de repente de que te acaban de empujar para que se te levante la remera y así sacarme la peor foto posible. Eso no fue lo que yo elegí”, explicaba Stewart en una reciente charla con The New York Times en la que su autor pronosticaba, con razón, que el papel en el film de Larraín le conseguiría su primera nominación al Oscar, un honor que agradeció apenas se dio a conocer la lista de nominados con un comunicado que le dice todo. Y a su modo: “Pagaría por hacer películas. Las haría aunque fueran ilegales. Estoy muy conmovida y agradecida por el trabajo en todos los films nominados, me siento orgullosa de formar parte de la comunidad del cine. Estoy muy feliz. Es un buen día”.
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