Luego de su elogiado trabajo en Cris Miró (Ella), la actriz estrena esta semana el unipersonal Shambhala, la revolución de la felicidad
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“Ahora que estoy vieja la gente no se distrae tanto con mi belleza y pueden ver realmente mi trabajo”, dice entre risas Katja Alemann respecto de su trabajo en Cris Miró (Ella), la serie de Flow y TNT en la que interpreta a la severa madre de la protagonista. Ícono sexual de los ‘80 y ‘90, dice que jamás renegó de su erotismo y que lo cultivó. Actriz, cantante, bailarina, escritora, en estos días estrena Shambhala, la revolución de la felicidad, un unipersonal que escribió, dirige y la tiene como protagonista, y que nació de un juego de improvisación, hace un par de años. Estrena el jueves 1° de agosto en la sala Dumont 4040, CABA, y también lo presentará el 15 y el 29 de agosto, siempre a las 21.30.
En una charla con LA NACIÓN, Alemann habla de la emoción que siente porque va a ser abuela por primera vez, desmenuza este conjuro de la felicidad que hace en su espectáculo y cuenta que alguna vez, siendo ya muy famosa, necesitó dar un paso al costado para hacer un proceso personal.
-¿Por qué Shambhala?
-Shambhala es la felicidad a la que podemos acceder siempre porque está dentro nuestro. El tema es cómo llegar a ese estado de felicidad. El espectáculo habla de eso, de qué nos coarta la felicidad, la culpa judío cristiana de ser ricos y felices, y también hablo de la sombra colectiva de nuestro país que hoy en día nos gobierna. La sombra es irascible, no escucha argumentos, repite siempre lo mismo, insulta, ofende. Y hoy nos gobierna nuestra sombra. Creo que nuestro proceso nacional tiene que ver con la comprensión de que, si seguimos proyectando la sombra afuera, vamos a continuar gobernados por ella. Tenemos que empezar a comprender que es una parte nuestra, que estamos proyectando nuestro propio resentimiento por nuestra frustración de nunca llegar a ser la gran potencia que queremos ser y de la que tenemos la añoranza, visión y está en el imaginario de Argentina potencia.
-¿Eso aplica también a lo individual?
-Sí, eso en términos sociales, y en términos individuales está nuestra mente que nos patea en contra. Hay que empezar a dominar esa herramienta, y esa es la línea argumental del espectáculo que está contado desde el humor, es bastante payaso, tiene mis canciones que son “Shambhala” y “Noósfera” y dos más, una canción de amor alemana y “Cabeza de maní”, de mi activismo ambiental que también es parte del espectáculo. Me voy a despachar con todo (risas). Va a ser muy colorido, gracioso, festivo y a la vez confronta con determinadas visiones, como es el arte.
-¿Y vos encontraste Shambhala, tu camino hacia la felicidad?
-Post pandemia, hace dos años, estaba con varios proyectos audiovisuales, pero tenía una inquietud propia y no sabía qué hacer con mi arte. Yo toco el piano en mi casa y hago música de toda la vida, entonces estaba improvisando con un amigo, Mintcho Garrammone, empecé a cantar ‘shamba shamba’ y él ponía coros ‘shambalala’. Ni sabíamos qué la palabra existía y menos qué quería decir. Lo supimos después, y entonces se me armó la dramaturgia, de repente. Primero pensé en hacer un espectáculo que se iba a llamar Improloop, con textos y música de mis diversos loops. Pero después pensé que era demasiado errático, le di más estructura, escribí la letra de Shambhala y todo cerró perfectamente. Es un conjuro de la felicidad, como ya hice otros de la bondad, la conciencia. Todas mis canciones antes de los 50 hablaban de amor y después ya me empezó a interesar el futuro en términos sociales.
-¿Tenés una mirada esperanzadora de nuestro futuro?
-Sí, y tiene que ver con este proceso de la sombra. De verdad me parece muy importante que empecemos a reconocernos en esto que pasa. No vino de Marte, sino que emerge de nuestra sociedad y es el resentimiento que hemos ido cultivando durante décadas. Si no nos hacemos cargo de nuestro propio resentimiento nunca nos va a ir bien. Y esta oportunidad que tenemos ahora de ver la sombra en la luz, nos da la posibilidad de procesar y poner en foco lo que realmente queremos. Somos ricos, fuertes, capaces, inteligentes, poderosos, es cuestión de sintonizar eso en la cabeza y no sentirse culpable más.
-A los 50 dejaste de cantarle al amor, ¿qué otros cambios llegaron con esa edad?
-Soy ambientalista y vegetariana, aunque a veces como algún pescadito. Pero eso tuvo más que ver con la observación del sufrimiento animal, de la industrialización del consumo de carne animal. El punto de inflexión se dio en las giras de teatro con las que recorrí el país y veía a las vacas en los camiones camino al matadero. No quise ser cómplice de eso. No voy a poder combatirlo porque este es un país carnívoro, pero hay ya alguna conciencia de evitar el sufrimiento animal.
-¿Tuviste que aprender a cocinar diferente?
-Siempre me gustó cocinar, experimento recetas, invento. Claro que hay que tomarse el trabajo de hacer las cosas. Por ejemplo, mi hijo (Tadeo) hace un yogur griego riquísimo. Y cuando lo filtrás queda el suero que es muy proteico y con ese suero hago pan.
-Varias veces hiciste giros dramáticos en tu vida, ¿cuál fue el que más enseñanzas te dejó?
-Quizá cuando me fui a Costa Rica y estaba en la cresta de la ola. Ya tenía a mis hijos y necesité dar un paso al costado y darle un corte a todo lo que estaba viviendo profesionalmente. No me gusta la fama. Me siento invadida. Me pesaba que todos supieran de mi vida privada. Al principio no me di cuenta y daba notas y contaba. Ese corte fue muy bueno. Sin embargo, fue difícil hacer ese salto al vacío que tiene que ver con la pérdida de la identidad. En Costa Rica escribí un libro que nunca publiqué porque no correspondía a la época, era muy personal y es la documentación del proceso iniciático que hice contado desde la ficción. Y era difícil volver con algo así, en contraste con lo que representaba mi figura popularmente en ese momento. Tenía que hacer el trabajo de llegar hasta ese lugar para que la gente entendiera ese proceso. Quizá en algún momento agarro otra vez la novela, la trabajaría un poco más y la publicaría porque es interesante. Me sumergí y me sirvió escribir esa novela.
-Ser un símbolo sexual, ¿te pesó?
-No tanto. Siempre traté de resignificar el erotismo que me parecía muy mancillado y desprestigiado, y mientras encarné ese símbolo le di valor y lo honré. Realmente me parece muy importante el erotismo y encarnar un símbolo así es una gran responsabilidad. Escribía columnas en la revista Eroticón y publiqué mi primer libro que se llamó Eróticamente, una selección de los mejores artículos publicados, y me acuerdo que fue un escándalo porque si bien estábamos en los ‘90, todavía existía el margen del destape.
-Este año se habló mucho de tu trabajo en la serie Cris Miró (Ella), ¿sentís que ahora te valoran de una manera diferente?
-Ahora que estoy vieja la gente no se distrae tanto con mi belleza y pueden ver la actuación (risas); sino eso lo obnubilaba todo. Y ahora que la belleza en términos hegemónicos me abandonó (risas), ven el trabajo. No conocí a Cris aunque fuimos contemporáneas, pero estuve el día del estreno de Viva la revista en el Teatro Maipo. Yo era muy famosa en esa época y me invitaron, pero no la conocí. El personaje de la madre está construido desde la ficción y trabajé mucho con los directores y los autores. Una vez que entendí lo que a esa señora le pasaba, el personaje encarnó. La serie está muy buena, es muy linda y Mina Serrano está espectacular. Es muy simpática y muy copada, además. Fue divertido trabajar con todo el grupo y me gustó cómo se filmó, con todos planos secuencias con puestas de cámaras. También hice la película de Sacha Amaral que ganó el BAFICI, El placer es mío, en donde hago a otra madre tremenda, muy border. Es una muy linda película. E hice además otra madre en DT La misión, que ganó el Martín Fierro federal. Vengo de hacer madres premiadas (risas).
-Trabajaste de linda mucho tiempo, ¿te la creíste?
-La belleza fue algo que me abrió muchas puertas y yo la cultivé. Pero fue un problema en el sentido de que la gente no veía otra cosa y no importaba si cantaba, bailaba, escribía libros. En la serie de Cris Miró no estoy en el lugar de bella y aparezco con cara de perra y la gente se sorprendió. Es algo de lo que me doy cuenta ahora que lo observo, pero la verdad es que no me importaba. Sin embargo, nunca quise ser sex symbol.
-Pero empezaste haciendo un desnudo en La señorita de Tacna y eso dio que hablar en ese momento…
-Empecé a trabajar a los 21 años, estudié y trabajé en un grupo con el que armamos La velada de teatro mágico solo para locos, que era una versión libre de El lobo estepario de Herman Hesse. El director, Carlos Lorca, nos entrenó, fue muy riguroso y teníamos que estar concentrados en todo lo referente al personaje de cada uno y ocuparte de que todo lo que necesitabas estuviera en su lugar. Y unos años después, a los 24, hice La señorita de Tacna y ahí todos se fijaron en mí. Estudié música, danza, pedagogía y psicología en Alemania aunque no terminé la carrera. Vivimos tres años, durante la dictadura. Hice de todo, ese era mi desafío y me entrené. Siempre me gustó la música y la prioricé, pero no tuve mucha suerte y nunca hice comedias musicales. Bueno, hice un music hall con Porcel y Jorge Luz. Ahora quiero hacer lo que me gusta. Y me gusta Shambhala. Estoy pasando por una época plena.
-Tu mamá era artista y tu papá economista, ¿qué dijeron cuando elegiste ser artista?
-Mi madre (Marie Louise Alemann) era artista, fotógrafa, perteneció al grupo de cine experimental Super 8, hacia happenings, intervenciones urbanas, performances callejeras. Era super artista. A mi papá (Ernesto Alemann), que era mayor, le preocupaba que yo supiera resolver la vida por mí misma, que ganara dinero. Se murió tranquilo porque ya estaba en La señorita de Tacna y fue a verme. A pesar de que hacia un desnudo estaba chocho porque decía que los Alemann siempre somos noticia (risas).
-Tu hija Luna sigue la tradición artística familiar…
-Sí, Luna es artista visual y muy buena. Vive en México y ahora viajo porque voy a ser abuela de un varoncito en noviembre. Estoy feliz, emocionada y quiero estar en ese momento. Voy a pasar bastante tiempo en México a partir de ahora porque parte de mi vida va a empezar a transcurrir allí.
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