Kathleen Turner: la larga y silenciosa lucha de la actriz por recuperarse y volver a brillar en Hollywood
La protagonista de La guerra de los Roses fue diagnosticada con una artritis reumatoidea que logró superar, no sin antes dar una dolorosa pelea
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“Doce años, doce operaciones”. Quizá esta llamativa comparación explique el por qué Kathleen Turner desapareció de Hollywood de un día para otro. Es que, en apenas una década, la protagonista de éxitos como Tras la esmeralda perdida o La guerra de los Roses pasó practicamente de ser una “femme fatal” a una estrella olvidada.
Su vida cambió dramáticamente al cumplir los 40 cuando fue diagnosticada con una dolorosa y severa artritis reumatoidea que fue deteriorando su salud, devolviéndole una imagen irreconocible para ella y para la industria. “Es difícil entender el nivel de dolor que conlleva esta enfermedad. Cada mes de octubre, durante doce años, tuve que someterme a una operación. Pero tengo una buena tolerancia”, confesó quien debió atravesar un proceso de recuperación largo y traumático.
Si bien hoy en día es posible citarla como una historia de resiliencia y superación, por aquel entonces Turner prefirió mantener su lucha en silencio. De hecho, hasta se hizo pasar por alcohólica antes de que los productores de Hollywood supieran que su único destino era una silla de ruedas. “Si yo decía: ‘tengo una enfermedad misteriosa incurable y no sé si seré capaz de caminar mañana’, nadie iba a contratarme. Así que cuando intentaba agarrar una taza y no lo conseguía todo el mundo asumía que estaba ebria”, admitió años después.
Hoy, y contra todos los pronósticos, esta actriz y directora de 67 años ha demostrado su fortaleza y su carácter rebelde una vez más. Mientras se refugia en películas de sobremesa y papeles secundarios en televisión, sigue dando pasos firmes; aunque no en la dirección que todos imaginaban.
Mujer de armas tomar
Nacida el 19 de junio de 1954 en Springfield, una ciudad al suroeste de Misuri, Mary Kathleen Turner vivió en distintas partes del mundo debido al trabajo de su padre: un diplomático de carrera. Tras pasar un tiempo en Canadá, la familia se instaló en La Habana (Cuba), donde ella aprendió a hablar español a la perfección. Ya desde pequeña, Turner demostró su carácter fuerte y sus convicciones, algo que se incrementó cuando Fidel Castro tomó el poder en 1959.
“Un día la maestra nos pidió: ‘Cierren los ojos y récenle a Dios para que les traiga un caramelo’. Lo hicimos, abrimos los ojos y no había nada. Entonces nos dijo: ‘Cierren los ojos y pídanselo a Fidel Castro,’ lo hicimos y al abrir los ojos teníamos un caramelo. La maestra nos preguntó: ‘Quién los quiere: ¿Dios o Fidel?’. Fue mi último día en la escuela cubana”. También fue su último día en la isla: los estadounidenses, entre ellos los Turner, pasaron de ser amigos a enemigos y la situación se volvió insostenible.
Su nuevo hogar fue el consulado de Caracas hasta que, al cumplir ella los 13 años, la familia se mudó a Londres. Kathleen, que de calladita no tenía nada, organizó un movimiento estudiantil para rechazar la imposición de usar uniformes en el colegio. En esa época, había dos cosas que la atraían mucho: viajar por Europa y dar clases de teatro. Para mejorar su dicción se colocaba una goma de borrar entre los dientes y así repasaba los libretos.
Su vuelta a Estados Unidos coincidió con la muerte de su padre. Con una situación económica más precaria, se anotó en la universidad estatal de Misuri y se recibió de licenciada en Bellas Artes. Sin embargo, esta carrera no era lo que Turner quería. Su sueño era ser actriz y decidió jugarse por eso. Con un título bajo el brazo y 100 dólares en el bolsillo, se mudó a Nueva York y mientras trabajaba como camarera se presentaba a decenas de pruebas, pero no quedaba. Pese a su magnetismo sexual y su cara perfecta, su voz ronca (algo que con el tiempo se volvió su sello) no convencía.
La gran oportunidad le llegó a los 27 años. El director Lawrence Kasdan pensó que esta diosa de 1,71 era ideal para encarnar a Matty Walker, una sexy embaucadora que enamora a William Hurt y lo convence para asesinar a su marido en Cuerpos ardientes. “Amé a Matty Walker desde el principio. No me molestaba la sexualidad explícita del papel porque me había criado en Europa y Sudamérica, y no me habían lavado el cerebro con la actitud hipócrita que tienen en Estados Unidos con el sexo”, repetía esta jovencita que no tenía tabúes con su cuerpo.
De la noche a la mañana, Turner se convirtió en un ícono sexual y acaparó la atención de los productores, que destacaban su versatilidad y atractivo ante las cámaras, al punto de llamarle “la nueva Lauren Bacall”. A la actriz le llovían propuestas con roles similares a los de Matty Walker, y si bien nada la ruborizaba, tenía algo muy en claro: no encasillarse en el género erótico. De ahora en más, todos los papeles que aceptaría serían de mujeres fuertes, determinadas y sexualmente emancipadas. Es decir, mujeres como ella. “Tengo una regla: si en el guion prescindes del papel de la mujer y nada cambia esencialmente, entonces es que es accesorio, así que no me interesa”, advertía sin miedo a que su actitud la devuelva al bar donde tomaba pedidos.
Así fue como esta intérprete se decantó por la comedia. Su primer gran rol fue cuando aceptó acompañar a Steve Martin en The Man with Two Brains (1983). Luego, se puso en la piel de una diseñadora de moda que por las noches ejercía de prostituta en Crímenes de pasión (1984), junto a Anthony Perkins. Ese mismo año, su ascenso continuó con su protagónico en la exitosa Tras la esmeralda perdida, papel por el que recibió un Globo de Oro a la mejor actriz de comedia. Luego, vinieron The Jewel of the Nile (1985), su interpretación de una mujer deprimida por su divorcio en Peggy Sue, su pasado la espera (1986) y el desafío de ponerle su voz ronca y sensual al personaje de Jessica Rabbitt en el film ¿Quién engañó a Roger Rabbitt? (1988). Sus pasos en la comedia negra continuaron con La guerra de los Roses (1989), inolvidable film donde volvió a repetir dupla con Michael Douglas y que quedó en el recuerdo de toda una generación.
Con Douglas la química era tan evidente que juntos eran dinamita. De hecho, ella reconoció que estuvo enamorada de él en secreto, aunque nunca pasó nada. Ni siquiera cuando el actor -junto a Warren Beatty y Jack Nicholson- jugó una apuesta para ver quién sería el primero en acostarse con ella. Por supuesto que ninguno lo logró.
Sus rotundos “no”, sus diferencias con compañeros y productores y su negativa a usar dobles en las escenas de riesgo la convirtieron en una mujer “complicada”. “La historia de ser difícil es pura mierda de género. Si un hombre llega al set y dice: ‘Así es como veo que se haga esto’, la gente dice: ‘Tiene decisión”. Si lo hace una mujer, entonces dice: ‘Oh, mierda, ahí va ella’”, expresaba quien fue una pionera en la lucha por los derechos de las mujeres en Hollywood.
Sus criterios para aceptar un papel eran bien claros: no interpretaba personajes cuya ausencia, si los eliminabas del guion, no afectaría a la trama. Ejemplo de esto fue cuando se negó a rodar la secuela, The Jewel of the Nile (1985) y Paramount la demandó por incumplimiento de contrato pidiéndole 25 millones de dólares. Su personaje, Joan Wilder, “era una endeble de repente”, desde su punto de vista. “Ni siquiera intentaba salvarse a sí misma y eso no encajaba. Además, había diálogos de dudoso gusto como: ‘Si nos dan a la mujer durante una hora los dejaremos vivir’. No me gustan las bromas de violaciones”, argumentaba mostrando su disconformidad. Hasta que Douglas, que también era productor, no accedió a traer de vuelta a la guionista de la primera parte, Turner no se comprometió a rodarla.
Algo parecido ocurrió en Dura y peligrosa (1991), una comedia de acción cuyo eslogan promocional era: “¡Es tan sexy como lista!”. En este film, Turner vetó la sugerencia de Disney de ponerle un novio que la salvase al final. “No me paso dos horas construyendo a esta heroína para que aparezca un hombre y diga ‘dejame a mí’”, explicó en plena promoción de la película.
En su vida privada, le fue difícil encontrar al hombre ideal. Para casarse, eligió al magnate inmobiliario neoyorquino Jay Weiss, con quien tuvo a su única hija Rachel. “Jamás me planteé casarme con un actor. Nunca he visto a un actor pasar por delante de un espejo sin mirarse a sí mismo. ¿Quién necesita dos personas así en una familia?”, bromeó aunque sin que se le escapase una sonrisa. Cuando su marido le exigió que no volviera a aceptar un papel de prostituta, su respuesta fue contundente: “La única que decide los papeles que voy a hacer soy yo”. Parece que Weiss lo entendió, porque el matrimonio duró 22 años.
La enfermedad que la alejó de los sets
El cambio de década comenzó a dar indicaciones de que algo andaba mal con su cuerpo. “Un día volví a casa, me sentí enferma y de pronto los pies ya no me cabían en los zapatos”, contó en la revista Vanity Fair. La parálisis llegó de a poco: primero el brazo, luego el cuello, después las piernas. Tras un año de incertidumbre, estudios y consultas médicas, llegó el diagnóstico: artritis reumatoidea, una inflamación de los tejidos cuyo único tratamiento era corticoides y quimioterapia. “Mi cuerpo solo respondía con un dolor insoportable cada vez que intentaba moverme. Las articulaciones de mis manos estaban tan hinchadas que no podía sujetar un bolígrafo. Algunos días no podía sostener un vaso para tomar un trago de agua. No podía alzar a mi hija”, contó en sus memorias, tiempo después.
Turner decidió transitar esta enfermedad bajo total hermetismo. “Hubo un sentimiento de pérdida. La artritis reumatoidea me llegó casi a los cuarenta, los últimos años en los que Hollywood me consideraría una protagonista sexualmente atractiva. Lo más difícil era que gran parte de mi confianza provenía de mi físico. Si no lo tenía, ¿quién era?”, advirtió angustiada.
No pasó mucho tiempo para que la actriz comenzara a tener algunas conductas extrañas para el afuera y se convierta en comidilla de toda la prensa. “Dijeron que había engordado y que estaba irreconocible porque era una diva enojada, arruinada y fuera de control, cuando los cambios en mi cuerpo fueron causados por los medicamentos y la quimioterapia y no estaban bajo mi control. Aun así, no revelé lo que me estaba pasando”, reconoció angustiada.
Sus kilos de más, la falta de memoria a la hora de repetir los libretos y algunas discusiones con sus compañeros hicieron pensar que su transformación se debía a su adicción al alcohol, algo que ella decidió no desmentir con tal de no asumir su verdadera enfermedad. “Los productores saben lo que son las adicciones y están acostumbrados a gestionarlas. Creía que era peor que la gente supiera que tenía esta terrible enfermedad. Me contratarían si pensaban que era una alcohólica porque podían entender el alcoholismo, pero no me contratarían si tenía una enfermedad misteriosa y terrorífica que no entendían. Mi marido Jay, mi agente y yo, pensamos que era imprescindible mantener mi artritis reumatoidea en secreto”, confesó justificando su silencio durante tantos años.
Aunque parezca increíble la estrategia funcionó y la artista continuó trabajando, aunque solo optó por papeles secundarios como el de madre en Las vírgenes suicidas (1999), ya que sabía que no estaba en condiciones de liderar una producción.
Con el tiempo, a los dolores y temblores se sumó una profunda depresión que sufrió no sólo por no poder moverse por sus propios medios (su hija Rachel, de 10 años, tenía que acercarle la cuchara a la boca para comer) sino también debido al fracaso de varias de las películas en las que participaba. Fue así que la artista decidió hacer realidad las especulaciones de la prensa y encontró en el alcohol un analgésico. “Según el dolor, descubrí que el vodka lo paliaba maravillosamente”, admitió mientras se despedía de los sets por un largo tiempo.
Una historia de superación y resiliencia
Tras desmayarse en un baño por efectos del alcohol, la artista decidió tomar las riendas de su vida y volver a ser esa que no se dejaba vencer así nomás. Se sometió a un tratamiento de desintoxicación en 2002, y fue por entonces que su enfermedad muscular también entró en remisión gracias a las constantes cirugías; así, Kathleen por fin comenzó a recuperar su vida.
“Ya no soy como hace 30 años. Supérenlo”, dijo por entonces, crítica de los cánones de belleza que recaen sobre las mujeres en Hollywood.
Sobre las tablas, sus trabajos más célebres han sido El graduado, que en Londres agotó las entradas tras anunciarse que la actriz aparecería desnuda, y Quién teme a Virginia Woolf, obra que le valió una nominación a los premios Tony. En televisión, la “nueva Turner” se destacó en series como Friends (donde interpretó al padre transformista de Chandler ), Ley y orden y Californication, en la que hacía el papel de una ninfómana sexagenaria que no aceptaba un no por respuesta. La vida le dio nuevamente revancha cuando, casi cuatro décadas después, volvió a reencontrarse en la pantalla con su gran compañero Michael Douglas, su ex marido en la segunda y tercera temporada de la serie de Netflix El método Kominsky.
En medio de esta vorágine, la actriz y directora se separó de su marido en 2005. “El estaba cansado de ser el señor Turner y deseaba una vida apacible, mientras que yo quería seguir siendo Kathleen Turner”, reveló dando cuenta de los motivos de la ruptura. “A veces pienso que me quedó mucho por explorar durante mis treinta y mis cuarenta, me encantaría volver a enamorarme y volver a tener sexo. Sexo del bueno”, bromeó en una entrevista con Vanity Fair, en 2016.
Hoy, a sus 67 años, y después de todo lo que ha pasado Turner podría tener una vida más tranquila y placentera: pasar largas temporadas en Europa, dar clases en la Universidad de Nueva York o seguir utilizando su fama para defender las causas políticas y sociales que tanto le apasionan. Sin embargo, ha decidido seguir contando historias no sólo como intérprete sino también como directora: “Una gran parte de mi trabajo en los últimos dos años ha sido crear teatro. Para mí es mucho más estimulante ser parte del proceso creativo que representar obras que ya están consagradas”, confiesa esta luchadora a la que nada la detiene y que parece estar muy lejos de jubilarse.
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