A los 69 años, la actriz se encuentra alejada de Hollywood y batallando contra una enfermedad que le trajo conflictos personales y profesionales sobre los que calló por mucho tiempo
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En 1984, a Kathleen Turner le llegó el guion de La joya del Nilo. Luego del éxito de la película de aventuras de Robert Zemeckis, En busca de la esmeralda perdida, había una demanda por ver nuevamente en pantalla a los personajes de Joan Wilder y de Jack Colton. Turner quería volver a trabajar con Michael Douglas y recuperar la magia de ese film en el que formaron una memorable dupla, pero había un problema: el guion de Mark Rosenthal y Lawrence Konner no convencía a la actriz, quien puso el proyecto en pausa, para sorpresa de los productores. “Hice malabares para no filmar esa película, pero empezaron a complicarme las cosas”, recordó. En ese momento, Turner ya había pasado por diferentes etapas de una carrera que recién comenzaba.
La actriz había sido catalogada como una femme fatale por su trabajo en Cuerpos ardientes, de Lawrence Kasdan. Había demostrado su versatilidad cuando fue convocada para el largometraje de John Huston, El honor de los Prizzi y también había dejado en claro que estaba dispuesta a explorar todo género cuando trabajó codo a codo con Zemeckis en su época de gloria. A pesar de ello, sentía una subestimación constante y estaba dispuesta a hacerse oír, incluso cuando la presión pudo más que sus intenciones. “El mensaje que me enviaron era que si no hacía La joya del Nilo, me iban a demandar por 25 millones de dólares”, explicó la actriz, quien debió ceder y presentarse a un rodaje atribulado, y luego de un extenuante ida y vuelta con Douglas, coprotagonista y productor de la película.
Esa negociación, en una época en la que las actrices apenas estaban arañando la posibilidad de cobrar el mismo salario que sus contrafiguras masculinas, fue todo un logro para Turner, y aunque nunca trascendieron los pormenores de aquella conversación que mantuvo con Douglas, sí se puede inferir que Rosenthal y Konner efectivamente reescribieron el material para que una de sus estrellas se sintiera compelida a comandar el film. Turner dejó entrever que logró ser escuchada cuando recordó otra experiencia similar que había vivido con el realizador Ken Russell en el rodaje de Crímenes de pasión, cuando se rehusó a rodar una osada secuencia para la que no había dado el consentimiento. “Aprendí desde temprano que tenía que aprobar los guiones”, manifestó la actriz en diálogo con The Guardian, demostrando que tenía una confianza ciega en su trabajo y en cómo este rendía en taquilla y en términos creativos.
“Me planté tantas veces, que en un determinado momento se dieron cuenta que no podían hacer cambios repentinos sin consultarme”, aseguró. La situación bisagra se produjo cuando viajó de su Misuri natal a Los Ángeles decidida a triunfar en Hollywood. El primer choque con la realidad, con el modus operandi de una industria implacable, se suscitó en un casting. Turner había memorizado a la perfección sus líneas de diálogo para un largometraje cuyo título nunca mencionó. Cuando llegó la hora de pasar por el casting, el guion era otro y las modificaciones realizadas apuntaban a la explotación del cuerpo femenino.
“De repente tenía que hacer una secuencia en la que mi personaje se ponía aceite en el cuerpo y empezaba a luchar en el piso con otras mujeres”, recordó. “Leí eso y pedí permiso para ir al baño, agarré papel higiénico, escribí ‘Miss Misuri’, me puse esa banda como si estuviera en un concurso de belleza y me fui”, relató. A Turner nunca le importaron los escalafones. Le resultaba indistinto si se encontraba en la primera etapa de su carrera o en su apogeo; ella jamás creyó que tenía que pagar derecho de piso. Por el contrario, su postura fue la de creer en sí misma, en cómo a largo plazo las fichas se iban a terminar acomodando. Como consecuencia, al terminar el rodaje de La joya del Nilo se impuso un nuevo desafío.
“Quería alejarme de esa percepción que se tenía de mí, no buscaba ser una sex symbol, buscaba proyectos que me impulsaran a demostrar mi rango como actriz”. Así fue cómo llegó la extraordinaria Peggy Sue se casó, de Francis Ford Coppola, que le valió una nominación al Oscar. Para Turner, el personaje apareció para darle una capa extra de seguridad en lo que estaba haciendo, en las decisiones profesionales que estaba tomando. “Venía de estar muy enojada”, afirmó. “Y los roles que estaba eligiendo eran el reflejo de esa bronca contenida, sentía mucha rabia por el privilegio que los hombres blancos tenían sobre las mujeres en Hollywood y la expulsaba través del trabajo y por fuera de este”.
Como su colega Jane Fonda, Turner fue una de las pocas actrices en no ser complacientes en las entrevistas, el espacio que elegía para alzar la voz respecto a la desigualdad salarial y otros puntos frágiles del sistema en el que estaba inmersa. “Sentía que las actrices no estábamos siendo protegidas de un montón de situaciones, sentía que nuestros derechos no eran respetados y que eso terminaba repercutiendo en nuestra salud, en nuestra integridad física”, explicó. Kathleen Turner nunca jugó el juego implícito de promocionar un film bajo ciertas reglas o de atravesar un casting bajo ciertas reglas. Ella se mostró contestataria y en un momento empezó a pagar el precio.
Una “mala” reputación y un vínculo prohibido
Mientras se hacía un café, la actriz agarró una copia del New York Times de finales de los 80, cuando su voz inconfundible había sido la estrella de ¿Quién engañó a Roger Rabbit? El titular la sorprendió: “Kathleen Turner es una diva”. Cuando leyó el artículo, el enfoque no era agradable. Su colega, Eileen Atkins, con quien había trabajado en Broadway, la calificaba de ser “una pesadilla increíble”. El golpe fue duro. “Tuve que admitir que estaba actuando de una manera poco agradable con mis compañeros, pero no venía de un lugar negativo. Yo me manejaba como los hombres, me mostraba decidida. La diferencia es que a ellos se los admiraba por esa actitud mientras que a mí me miraban como pensando: ‘Uh, ya empezó de nuevo’”.
Cuando percibió que el mote de “diva” estaba afectando su reputación, intentó aclarar su postura. “Considero que nunca fui una persona fácil, pero tampoco le hice la vida imposible a nadie. Yo quería demostrar que podía hacerme escuchar en un mundo predominantemente masculino”, aseveró. Desde el momento en que sus padres se habían opuesto a que estudiara actuación, Turner pensó que debía seguir sus convicciones y ese fue el origen de su personalidad intransigente. “Mi papá se murió un día antes de mi graduación”, contó y admitió que el impacto de esa pérdida la volvió más fuerte. Ese espíritu temerario se mantuvo a lo largo de su carrera, como también su candidez para hablar de tópicos que eran considerados tabú, como su relación con Michael Douglas, con quien trabajó en una tercera ocasión en otro film clave en la carrera de la actriz, La guerra de los Roses, de Danny DeVito.
“En realidad, nos enamoramos filmando En busca de la esmeralda perdida”, recordó. “Yo estaba soltera y él estaba mal con su esposa, Diandra, quien se presentó en el set y me dejó en claro que él no estaba disponible”, contó Turner. “Todo quedó en el plano platónico porque yo jamás me hubiese metido en medio de una relación, pero la atención que él me daba la voy a recordar siempre”, expresó la actriz que se casó en una sola ocasión, con el empresario Jay Weiss, con quien tuvo una hija, Rachel. Con el tiempo, la actriz supo conservar amistades en la industria y Douglas fue una de ellas. En 2021, se los pudo ver nuevamente juntos en pantalla en la comedia de Netflix, El método Kominsky. “Somos muy amigos con Michael, siempre tuvimos esa dinámica de marido y mujer, una química divertida, siempre fue fácil trabajar con él y generar eso”, manifestó.
La enfermedad que cambió su vida
“Me estaba divirtiendo tanto y de repente todo dio un vuelco”, expresó Turner en alusión a cómo, en el pleno pico de popularidad, su cuerpo le brindó indicios de que algo no estaba bien. “Un día volví a casa, me sentí enferma y de pronto los pies ya no me cabían en los zapatos”, le confió a la publicación Vanity Fair. La actriz empezó a experimentar parálisis en el brazo, luego en el cuello y después en las piernas. Un año después llegó el diagnóstico: artritis reumatoidea, una inflamación de los tejidos cuyo único tratamiento consistía en corticoides y quimioterapia. “Mi cuerpo solo respondía con un dolor insoportable cada vez que intentaba moverme. Las articulaciones de mis manos estaban tan hinchadas que no podía sujetar un bolígrafo. Algunos días no podía sostener un vaso de agua. No podía alzar a mi hija”, relató.
Mantuve mi enfermedad en secreto, pero el daño fue mayor porque tanto secretismo me llevó a tomar. Fui una estúpida porque me rehusaba a ingerir pastillas por mi enfermedad, pero después me preparaba un vodka
En ese momento, sintió que todas las puertas se le cerraban. “Hubo un sentimiento de pérdida”, confesó. “La enfermedad me llegó casi a los cuarenta, los últimos años en los que Hollywood me consideraría una protagonista sexualmente atractiva. Lo más difícil era que gran parte de mi confianza provenía de mi físico. Si no lo tenía, ¿quién era?”, se preguntó. Además de batallar contra la enfermedad, debía ver cómo era criticada por los cambios en su cuerpo, un combo que la hizo sucumbir al alcohol. “Mantuve mi enfermedad en secreto, pero el daño fue mayor porque tanto secretismo me llevó a tomar. Fui una estúpida porque me rehusaba a ingerir pastillas por mi enfermedad, pero después me preparaba un vodka, y perdía el eje”, relató. “Un día advertí que quizá estaba llevando todo demasiado lejos, el día que perdí el contacto con mi hija”, recordó. En 2002, se internó en una clínica de rehabilitación y se dedicó a trabajar en sus adicciones y en el tratamiento para la artritis. De a poco fue recuperando su cotidianidad familiar y su carrera.
Turner trabajó en Las vírgenes suicidas de Sofia Coppola, en la serie Californication y así, paulatinamente, regresó a la actuación. El año pasado formó parte de la sátira política protagonizada por Woody Harrelson, Plomeros de la Casa Blanca, y en la actualidad se dedica a dar clases de actuación. “No lo cuento mucho”, expresó respecto a su profesión “secreta”. “No recuperé la vitalidad al cien por ciento, pero intento seguir. No me imagino en mi casa sin hacer nada”, aseguró.
Por otro lado, se muestra muy reservada y brinda pocas entrevistas. En octubre del año pasado hizo una excepción con motivo de la muerte de Matthew Perry. La actriz interpretó en Friends a Helena Handbasket, la madre del personaje de Chandler Bing. “Lo quería mucho a Matthew, era una persona con un sentido del humor extraordinario, y tenía un corazón enorme. Él siempre me iba a ver al teatro y me apoyaba mucho. Su partida me generó una tristeza enorme”.
Con la contención de su hija y la enseñanza como motor para seguir activa, a Turner no se la verá tan seguido en pantalla, pero eso es porque está pasando la batuta. “Dar clases me hace bien. A veces me pregunto si es mejor no retirarme directamente pero después no puedo concebir una realidad en la que la actuación no sea parte de mi día a día. Soy muy cabeza dura y no voy a dejar que nada me limite”.
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