Katharine Hepburn y Spencer Tracy: el gran amor prohibido de Hollywood
Se conocieron en el rodaje de La mujer del año y el flechazo fue inmediato. El jamás dejó a su mujer y juntos nunca se mostraron en reuniones sociales. Sin embargo, durante casi treinta años, conformaron una pareja indestructible, así en la vida como en el cine
No escribieron ni la primera ni la última historia de amor de Hollywood, pero marcaron una época dando vida a un idilio de casi tres décadas y el protagónico de nueve películas inolvidables. Acaso Tess y Sam, sus personajes en la película La mujer del año, los hayan fagocitado de modo tal de convertir lo ficcional en el mejor guión de la vida real.
¡Toma uno!
1941. Katharine Houghton Hepburn y Spencer Tracy eran estrellas consagradas de los estudios Metro-Goldwyn-Mayer, pero aún no habían compartido ningún trabajo. Es más, no se habían cruzado jamás en esa maraña de sets que conformaba el gran universo del emporio hollywoodense. Fue el productor Joseph L. Mankiewicz quien decidió, con vistas al inminente rodaje de La mujer del año, unirlos para encabezar el elenco de esa producción que se convertiría en una de las más taquilleras de la historia del séptimo arte. El olfato de Mankiewicz era indiscutido.
El director George Stevens también estaba de acuerdo con la dupla tanto por sus cualidades artísticas como por lo que podrían generar en torno a la convocatoria y la taquilla fértil que necesitaba una producción de esas características. Así que con los responsables de la MGM de acuerdo en todo, el siguiente paso era lograr convencer a los posibles protagonistas de la historia. No costó demasiado. Aunque, divismos de por medio, en la primera reunión, hubo algunos reparos de ambas partes. Medición de fuerzas. “Señor Tracy, no es usted tan alto como esperaba”, le espetó ella ni bien lo vio. El productor debió salir al rescate del actor y la enmudeció con un “no te preocupes, Kate. El, con su talento, te reducirá a su tamaño”. Touché. El premiado galán no se quedó atrás. “Usted tiene las uñas muy sucias”, le dijo sin filtro. Así comenzó un vínculo intenso, apasionado y químico. Una relación que nació en el set y trascendió rápidamente al ámbito personal para convertirse en uno de los amores más intensos, y prohibidos, que haya dado vida la industria del espectáculo.
Una chica indomable
Hepburn no fue jamás una mujer fácil. Se dijo siempre que era una de las actrices con mayor personalidad del medio, sin reparos en decir lo que pensaba y en pelearse con quien tuviese que pelearse. No era de esas divas que, con tal de ascender en su estelaridad, se acercaba al sol que más calentaba. Al contrario. Sin embargo, esa franqueza le permitió llegar a lo más alto y ser valorada por su sinceridad. Sin medias tintas. Auténtica, pero inmanejable.
“La arrogante”, el apodo con el que la habían bautizado en el medio había llegado a sus oídos. Pero ella era inmutable. “Así soy”, refutaba. Y será por eso que quedó sola, con muy pocos amigos, a la hora de morir el 29 de junio de 2003, a los 96 años.
Ese mismo engreimiento es el que espantó a Tracy ni bien la conoció. El estaba acostumbrado a tratar con mujeres más dóciles, actrices que lo reverenciaban y a los buenos modos de su esposa Louise, con quien estaba casado desde 1923.
A mediados del siglo XX, Kate se manejaba como una mujer de avanzada, con transgresiones y libertades que el género femenino conquistaría bastante tiempo después. Será por eso que su caracterización de Tess Harding fue tan precisa. "La mujer del año" era un personaje a su medida. Impune. Se dice que los ataques de furia eran comunes cuando no estaba de acuerdo con alguna marcación. Entre las leyendas de corrillos trascendió una fuerte discusión con Joseph Mankiewicz, a quien terminó escupiendo. Cuando le tocó rodar María Estuardo (Kate fue una gran intérprete de clásicos, además de personajes livianos y taquilleros), John Ford no la toleró más y salió corriendo del set obligándola a que continúe dirigiendo ella, cosa que, desde ya, no sucedió. Tal era su temple que, ya transitando la vejez, se animaba a nadar en las aguas del Long Island en pleno invierno o tomar whisky con soda, su infusión favorita.
Estas rebeldías de carácter estaban fomentadas desde su más tierna infancia por su padre urólogo y su madre sufragista. Sin embargo, y a pesar de su intolerancia, Kate tenía los pies sobre la tierra y confesó, más de una vez, que no iba tener hijos porque sería “insoportable como madre”.
Un señor casado
Spencer Tracy jamás se separó de su mujer legal. Curiosamente, la rebelde Kate aceptó esta irregular situación. Lo cual habla del enorme amor que sentía por él. Ella, que hacía y deshacía a su modo, no pudo imponer sus condiciones. Así eran las cosas y Kate no quería perderlo. Aceptó las reglas de juego como estaban dadas. No fue fácil llevar adelante una vida de pareja cuando él tenía compromisos formales. Ella sufrió estas circunstancias con mucho dolor y entrega. El jamás tuvo un doble mensaje y puso desde el primer día las cartas sobre la mesa.
Su vida no resultó fácil. El actor padecía una fuerte adicción al alcohol. Se dice que la discapacidad auditiva de su hijo era un dolor que no pudo superar jamás y lo condujo al olvido esporádico que solo da la bebida. Un problema para “superar” otro.
Para su mujer tampoco fue sencilla la relación, tuvo que aceptar los romances de su marido con chicas con ganas de ascender. Y, sobre todo, la relación formalizada, a las sombras, con una consagrada e inteligente Kate. Pero las aceptó para no perderlo o para no causarle un dolor mayor a los dos hijos del matrimonio.
Dos mujeres y un hombre. Dos relaciones con códigos propios. Sin interferencias una con la otra. Cada cual encontró su modo de llevar adelante su vida y de perder lo menos posible.
La convivencia que no fue
Katharine y Louise no se cruzaron jamás. Cada una sabía cuál era su espacio. Y, a pesar de que Spencer nunca se divorció de su mujer legal, quien lo contuvo en el día a día fue la actriz, su compañera de aventuras cinematográficas, y quien logró encender su cuerpo como nunca antes lo había hecho ninguna otra. La misma con la que intercambió duros epítetos ni bien la conoció y, sin embargo, conformó una pareja absolutamente carnal y espiritual.
Kate fue quien lo ayudó en su adicción al alcohol. Incluso se dice que debió soportar hechos de violencia cuando él, totalmente agobiado por la bebida, le levantaba la mano para luego pedirle perdón. También fue ella quien lo aconsejó en su carrera cuando los roles codiciados no le llegaban. Spencer sufría si, en el plano profesional, ella era más que él.
Jamás convivieron. Esta fue una de las cláusulas de este amor disfuncional. “Si lo hubiese dejado, los dos hubiésemos sido desgraciados”, dijo ella alguna vez. Así es el amor. Con reglas propias para cada pareja. "No hay fórmulas para amar, mi cielo", le decía él al oído para conformarla ante aquellos raptos en los que la diva buscaba formalizar un vínculo más natural.
Tal era la discreción que buscaban mantener que no asistían juntos a reuniones sociales o estrenos. Pero Kate celebraba cuando aparecía un nuevo proyecto para desarrollar juntos. Era la forma de estar más cerca que de costumbre. De sentarse sobre sus pies en los camarines y conversar. La inteligencia de él la fascinaba. Y el temperamento decisivo de ella lo cautivaba, acostumbrado a mujeres más dóciles. Un cóctel sabroso atravesado por la química de una piel que los contenía.
Cuestión de formas
Spencer agonizaba. A pesar de los dolores físicos, hacía pocos días que acababa de terminar, con Kate, el rodaje de Mira quién viene a cenar. A ambos los esperaban los ineludibles compromisos de difusión del film y las giras promocionales. Pero, la adicción al alcohol y los problemas coronarios, habían minado el cuerpo del actor de manera terminal. Ella lo internó. Lo cuidó en sus últimas horas. Y cuando el final estuvo demasiado cerca, llamó por teléfono a la familia del actor para anunciarle la triste noticia. Corría el 10 de junio de 1967 y moría, a los 67 años, uno de los grandes íconos del cine internacional.
Kate no asistió al funeral por respeto a la familia del actor. A pesar de haber sido parte fundamental de la vida de Tracy durante casi treinta años, pensó que ese no era el lugar para una “querida” , para la “sin papeles”, como alguna vez se autocalificó. Toda una dama, se retiró del nosocomio antes de que la familia llegara. Y creó en su propia casa un pequeño espacio para recordarlo. La tumba de su amor también era un sitio vedado para una amante.
Katharine Hepburn no fue la mujer de un solo año. Sino un amor de 27 inviernos que acompañó la vida del gran Spencer Tracy. Casi tres décadas de convertir en cotidiano lo prohibido. En legalizar de hecho lo que estaba vedado. Y buscar en esos mares duales la felicidad del amor encontrado. A pesar de todo.
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