Karen Allen: la princesa que no fue, un diagnóstico de ceguera y los sinsabores de ser la eterna novia de Indiana Jones
La actriz que compone a Marion Ravenwood en la saga del aventurero del sombrero y el látigo llegó a asomar como una ascendente estrella, pero su camino se vio truncado por malas decisiones artísticas y la frialdad reinante en Hollywood
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Ser célebre o tristemente célebre, esa es la cuestión. Y no se trata de entrevistas, flashes, cámaras y avant premieres, tampoco del entusiasmo de los fans por una selfie en el momento menos oportuno. No, se trata de llegar a una edad en la que se mira para atrás, y se descubre que el camino ha sido demasiado largo para la recompensa que dejó a cambio. Una regla inversamente proporcional que algunos soportan mejor que otros. Karen Allen tiene 71 años, y aunque su sonrisa sigue intacta, no siempre en el día a día se la reconoce como “la novia de Indiana Jones”; aun cuando fue la primera, y también la última.
Pero no fue todo siempre así. El destino la engañó el tiempo necesario para no bajar los brazos. Por ejemplo en 1983, dos años después de volverse mundialmente conocida gracias a Los cazadores del arca perdida (Raiders of the Lost Ark, 1981), Allen fue elegida por los lectores de la revista Harper’s Bazaar como una de las mujeres más hermosas del mundo. La chica creía estar tocando un cielo que hasta el momento le había sido esquivo, ya que seis años antes había quedado en el camino de otro papel que habría significado su consagración absoluta; y apenas cinco, se sintió convencida de que su carrera había terminado antes de empezar, al quedarse completamente ciega.
Ni una cosa ni la otra. Ni estrella rutilante, ni la sombra de lo que pudo ser y no fue. Karen deambuló los últimos 40 años en un delicado equilibrio, en el que tuvo que reinventarse a sí misma una y otra vez.
Un diagnóstico de ceguera
Hija de una profesora y de un agente del FBI, Karen Jane Allen nació el 5 de octubre de 1951 en Illinois. Su infancia sin amigos, marcada por las múltiples mudanzas a raíz del trabajo de su padre, la llevó a fortalecer su personalidad, como también encerrarse en las fantasías que inventaba a modo de diversión. Imitaba voces, inventaba obras completas y le gustaba jugar a ser otras personas.
Con el correr de los años el juego se transformó en vocación, y de ahí en profesión. En 1974, la joven de 23 años se unió a la Shakespeare & Company de Massachusetts y tres años más tarde fue aceptada en la prestigiosa academia de teatro de Lee Strasberg.
Mientras aprendía lo necesario para convertirse en una actriz de carácter, debutó en el cine en Colegio de animales (National Lampoon’s Animal House, 1978), sumado a pequeños papeles en Manhattan (1979) y Cruising (1980).
El camino a la fama resultaba largo y azaroso, con más piedras de las esperadas. En 1978 quedó ciega a causa de una queratoconjuntivitis, de la que pudo recuperarse sin secuelas; un año antes había llegado a las instancias finales de casting para convertirse en la princesa Leia de la primera trilogía de Star Wars, quedando finalmente eclipsada por Carrie Fisher. Sin embargo, George Lucas no se olvidó de ella, y en uno de los descansos del rodaje de la piedra basal de su saga galáctica le dijo a su amigo Steven Spielberg, en relación al nuevo proyecto que estaban bocetando: “Tengo a la chica ideal para que sea la pareja de Indy”.
Un largo y sinuoso camino
Mujer de carácter y de armas tomar, costaba ver a Marion Ravenwood en la simpática, afable y tímida Karen. Pero los años de conservatorio alcanzaron para que cambiara por completo de un segundo para otro, y nadie de los presentes en aquel primer casting dudó en que habían encontrado a la mujer perfecta. Los cazadores del arca perdida fue el suceso mundial por todos conocidos. Sin embargo, cuando la luz del proyector se apagó, Allen descubrió que todo aquello había sido una burbuja, hermosa pero efímera.
El resto de la década fue una sucesión de proyectos fallidos o menores, muy alejados de la grandilocuencia, la calidad y el glamour propuesto por Spielberg. Starman (1984), Perversa obsesión (Backfire, 1987), Los fantasmas contraatacan (Scrooged, 1988) o Amor sin palabras (Animal Behavior, 1989) están entre los proyectos más olvidables de este período de su carrera. Al mismo tiempo que la intérprete aceptaba estos títulos, era rechazada de otros que le habrían significado sostener el prestigio ganado, como Terciopelo azul (Blue Velvet, 1986) de David Lynch o Scarface (1983), de Brian de Palma. Tal vez la excepción más destacada en esta década fue haber sido parte del elenco de El zoo de cristal, la versión que Paul Newman dirigió sobre el clásico de Tennessee Williams. Como el cine le era esquivo, si bien siguió intentando se refugió en el teatro, donde pudo continuar con su profesión con mucho éxito, pero sin tanta presión mediática.
Los 90′ continuaron siéndole cinematográficamente esquivos en cuanto a éxitos de taquilla, incluso participando en algunos proyectos interesantes como Malcom X (1992). La situación llegó a tal punto que Allen decidió abrir un centro de yoga en Massachusetts. Esta actividad había sido su cable a tierra durante todos esos años de incertidumbre, primero como estudiante y luego como profesora.
Otra de sus pasiones desde chica era el tejido. Tanto así que en 2004 inauguró la academia Karen Allen Fiber Arts, en la que se dedicó a contagiar su pasión a todos los que quisieran acercarse. En ambos proyectos autogestionados le fue muy bien, incluso mejor que en el cine. Por esos años contaba en una entrevista que mucha gente la reconocía en la calle como “profesora” antes de como “actriz”.
Hasta que luego de un período de cuatro años sin entrar a un set, recibió un llamado de Steven Spielberg. El director quería que volviera a interpretar a Marion Ravenwood en el que sería el último capítulo de la tetralogía aventurera del arqueólogo. Y aceptó enseguida ¿Sería la oportunidad que estaba esperando para hacer pie en el cine mainstream de allí en adelante? Ella creyó que sí, pero la respuesta fue no.
La edad de la inocencia
Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal (2008) consiguió el raro privilegio de ser unánimemente criticada, tanto por los fans acérrimos de la saga, como por aquellos que se acercaban al personaje por primera vez. De todos modos, Karen Allen tuvo sus momentos de lucimiento, en el rol que 28 años atrás le arrebató a Debra Winger y Sean Young, respectivamente.
Es cierto, no fue el trampolín esperado por Allen, pero a esa altura la desilusión fue mucho menos duradera que las anteriores porque el disfrute de volver al set y al personaje que la convirtió en parte de la historia del cine contemporáneo, fue suficiente. En cada nota que dio en ocasión del estreno de la película, Karen Allen agradeció por ser parte de las aventuras del hombre del látigo y el sombrero. Sin embargo, los astros todavía le tenían una última sorpresa, la frutilla del postre: un cameo en Indiana Jones y el dial del destino, ahora sí: la despedida del héroe de la pantalla grande.
Participar de la quinta y última entrega de la saga, tuvo para la actriz un sabor agridulce. Y así se lo contó a Entertainment Weekly semanas atrás: “Ojalá hubiera tenido una mayor presencia en la aventura de esta historia. Cuando la película la iba a dirigir Steven creo que los guiones estaban más centrados en una historia de Indy y Marion. Pero cuando Steven se hizo a un lado y entró James (Mangold) comenzó de cero, con nuevos escritores. Y simplemente fueron en otra dirección, a una historia diferente”.
Al mismo tiempo, el implacable revisionismo de gente con mucho tiempo ocioso la puso en el eje de la tormenta. Cuando comenzaron a hacer cuentas en base a los diálogos de la primera película, se descubrió que Marion habría comenzado su romance con Indy a los 16 años, con el agravante de que este era diez años mayor, y muy amigo del padre de Marion.
Consultada al respecto durante la gira de promoción del último film, Allen explicó intentando poner paños fríos: “Siempre imaginé que ella tenía 16, y él 26. Él era alumno del padre de ella. Pero se deja todo de forma muy misteriosa. Ni siquiera sabemos lo que es. Quizás se besaron un par de veces, pero puede que él no quisiera relacionarse con alguien tan joven. Y puede que mi padre estuviera furioso. Lo genial de todo es que no sabemos cuáles son las circunstancias. Obviamente, a ella le importaba mucho él. Quizá ella a él también. Pero al final decidió que era una situación peligrosa en la que no quería verse envuelto. Supongo que cuando algo es tan vago, puedes imaginarlo como quieras”.
A pesar de que el resultado en pantalla no tiene la nostalgia esperada, para Karen fue cerrar un ciclo que abarcó la mayor parte de su vida: “Tengo un sentimiento de gratitud por interpretarla de nuevo. Es un personaje tan vibrante y maravilloso, que me habría roto el corazón verla desaparecer”. Un broche de oro para un episodio que, a pesar de los sinsabores y altibajos, le cambió la vida para siempre.
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