En Polistena, corazón de Calabria, visitó la casa de su abuelo paterno, donde Franco Macri pasó parte de su infancia, y conoció la panadería que su familia fundó en 1900 y hoy administran sus primos
Cuando Giorgio Macri decidió expandir en Africa la actividad de su empresa constructora, su mujer, Lea Lidia Garbini, rompió el matrimonio. Franco, el mayor de sus tres hijos, que tenía apenas 6 años, fue enviado a casa de sus abuelos paternos en el corazón de Calabria. Recién regresaría a Roma a los 13 años, un lustro antes de embarcarse rumbo a Argentina.
Mauricio Macri conocía esta parte de la historia de su padre, pero jamás había visitado el sur de Italia. Esta vez, sobre el final de una breve gira política por Europa, viajó a Polistena con su mujer, Juliana Awada . La ciudad (que da la bienvenida a sus visitantes con un cartel que advierte "comuna antimafia, comuna por la paz, ciudad del arte") tiene poco más de diez mil habitantes y apenas merece alguna recomendación en la guía digital TripAdvisor. Pero hay referencias a la familia Macri en cada esquina: el Monumento a los Caídos en Todas las Guerras, en Piazza del Popolo, lleva grabados los nombres de los soldados Francesco y Paolo Macri, parientes de Franco.
Lo primero que hizo el jefe de Gobierno porteño al llegar a la ciudad fue conocer la casa de su abuelo Giorgio. Se fotografió frente al arco de entrada, que se mantiene igual que a principios de siglo XX. Después visitó a Renata Iema, prima hermana de Franco, quien le enseñó las raíces más profundas del árbol genealógico de los Macri. Además, para sorpresa de Mauricio, le mostró los recortes de un diario local que reflejó cada uno de sus éxitos en Boca Juniors y lo trataba, con orgullo, como a un hijo de la ciudad.
A la tarde, Mauricio fue a conocer la panadería que fundó su familia en 1900 y hoy administran sus primos. Todos conocían la historia de Franco Macri, cómo había logrado sobreponerse al exilio para fundar uno de los conglomerados de empresas más importantes de Argentina.
Sobre el final del día, para asimilar tantas emociones, el líder del PRO fue a la peluquería de varones más antigua y se entregó, dócil, a la navaja de un barbero experto
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