La conductora de Urbana Play habló con LA NACIÓN sobre sus inicios, su buen presente laboral, su familia y por qué el histórico locutor de radio es “un faro”
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Se llama Julieta Rosales, pero todos la conocen como Julieta Pink, un apodo que le pusieron en su primer trabajo como locutora y quedó. Hace más de veinte años que es la compañera radial de Sebastián Wainraich; hoy por hoy se la puede escuchar en Urbana Play de lunes a viernes, de 17 a 20, en Vuelta y media, y los sábados, de 10 a 13, en Punto caramelo, junto a su hermana Sol Rosales y Juli Schulkin. Es una apasionada de lo que hace y al hablar con LA NACIÓN bromea y asegura que teme que el destino la descubra porque ella haría su trabajo sin que le pagaran nada.
En la charla con este medio, un rato antes de salir al aire, la conductora y locutora se distiende en la terracita de la radio, lugar en el que se juntan todos antes del programa para terminar de cerrar lo que los oyentes van a escuchar. Hace un repaso de sus inicios, cuenta por qué no hay roces con sus colegas y dice que tuvieron que desistir de algunos sketchs porque les daban más angustia que risa. También habla de la responsabilidad de tener un micrófono a disposición y asegura que, si la pifian al aire, pueden recalcular y corregirse. Y lo han hecho alguna vez. “Tengo el domingo libre nada más, pero me alcanza con eso porque la paso muy bien. Era un desafío saber qué le iba a encontrar de lindo al sábado si me divierto tanto de lunes a viernes, pero se arma un clima distinto y el extracto de pavadas que digo en la semana están amplificadas... Me gusta la dinámica que tenemos y el espacio que se creó en Punto Caramelo”, dice.
-¿Cómo te llevás con tu hermana? Porque una cosa es la familia y otra el trabajo...
-Nunca habíamos hecho radio juntas. Cuando empecé a estudiar locución, en 2001, ella me esperaba despierta a que yo volviera del COSAL, casi a medianoche, y me hacía compañía mientras yo cenaba y le contaba lo buena que estaba la carrera y le decía que la hiciera, que era una experiencia hermosa y se aprendía un montón. La pasé genial. Y de chicas jugábamos a hacer radio, con otra amiga. Sol, al final, estudió en el ISER. Teníamos ganas de trabajar juntas, pero no era un pendiente. En las notas me preguntaban qué me faltaba hacer y para dar una respuesta yo decía: “trabajar con mi hermana”. No es que tenga pocas aspiraciones, sino que estoy siempre muy contenta con lo que hago y las cosas que aparecieron en la vida me sorprendieron sin desearlas y las agarré. En pandemia, cuando nació Urbana Play, surgió la posibilidad de hacer un programa los sábados a la mañana y se dio, por eso el nombre Punto caramelo también. Con Sol nos llevamos re bien. La relación está cada día mejor porque cada vez en el aire somos más como en la vida. Las dos somos profesionales, le tenemos mucho respeto al micrófono y es todo un desafío que el programa no se nos vaya por el lado formal. Nos divertimos mucho y a veces lloramos de risa al aire.
-¡Da la sensación que tenés el mejor trabajo del mundo!
-Sí y lo agradezco todos los días y pido que no se avive el destino. Vengo a trabajar en bicicleta, hago lo que me gusta y que eso sea ser adulta, es todo un privilegio.
-Hace poco contaste al aire que te mudabas, ¿fue un cambio de vida?
-No, me quedé cerca, siempre en Villa Crespo. Todavía estamos acomodando cosas en casa; falta un montón y lo vamos solucionando poco a poco. Hace muchos años que tratamos de terminarla, pero ya casi está. Todo me queda por acá y hago los mandados en bicicleta, les llevo la vianda a mis hijos, voy al gimnasio... Es un momento que necesito anímicamente.
-Tenés un marido locutor también, Luis Calderero, ¿en algún momento se deja de trabajar con un marido que se dedica a los mismo que vos?
-Sí, es locutor y nos conocimos estudiando en el COSAL, pero se dedica a hacer sonido en series y en pelis, edita. Y trabajamos mucho juntos en el estudio que tenemos y me graba o armamos cosas para redes, pero encontramos momentos. Es verdad que compartimos mucho, nos mostramos contenidos de otras personas, o estudios, o pensamos en renovar equipos. A los dos nos gusta mucho lo que hacemos. Y Sol también viene a grabar a casa así que somos como una productora familiar interesante.
-¿Hay un secreto para trabajar tantos años en el mismo programa y con la misma gente?
-Cumplimos 21 años trabajando con Sebastián al aire, pero en realidad trabajamos juntos desde 2001; yo estaba en producción primero. Pero desde el 17 de agosto de 2003 estamos de lunes a viernes ininterrumpidamente, con una pandemia en el medio, haciendo un año por Zoom, con cambios de radio. Arrancamos en Radio X4 y el programa se llamaba de otra manera, en inglés y con otra identidad, pero fue la base de Vuelta y media. Escucho grabaciones de esa época y me doy cuenta de que hablamos de las mismas cosas y nos causa gracia lo mismo también. En el medio crecimos, fuimos padres y a la vez, todavía hay mucho lúdico en el trabajo.
-¿Hay muchos desacuerdos?
-No. Somos muy amigos. Compartimos un código con Pablo (Fábregas) también y ninguno se enoja y no discutimos. Tenemos tanta confianza que podemos decirnos cualquier cosa, incluso al aire. Tenemos mucho humor. Nos ponemos de acuerdo muy fácilmente. Sebastián forma muy buenos equipo y elige buenas personas. Es algo que destaca Héctor Larrea, que para nosotros es un faro y nos opina cosas del programa; él siempre dice que hay que elegir buenas personas para compartir el trabajo porque evita conflictos mayores o cuchicheos que ensucian el clima. No hay rumores, ni conflictos, y no tuvimos ningún roce; no hay trasfondo. Podemos hacer el programa, ir a comer, irnos de viaje.
-Hace ya tres años que están en Urbana, ¿el público fue fiel?
-Sí, fue un desafío total porque no sabíamos cómo iban a reaccionar los oyentes ni las marcas, si iban a acompañarnos o no. Y la verdad es que fue automático y los oyentes se fueron armando su propia programación como un Spotify. Y hay mucha gente joven que nos conoció en Urbana Play.
-Decías que no es que no tenés aspiraciones, ¿cómo es eso?
-Estoy donde quiero estar y es una sensación que tengo desde que empecé a trabajar cuando entendí que me iban a pagar por lo que yo haría gratis. A veces no me lo creo y pido que no se termine... Siento eso desde los 19 años y digo: “¡qué bueno que se pueda sostener en el tiempo y que trabajar sea lo que más me gusta!” Mis hijos, Baltazar y Jazmín, siempre me preguntan: “a quién querés más, ¿a la radio o a nosotros?” (Risas). Entienden esa devoción y cuando me voy de vacaciones quiero volver para contar, o cuando fui mamá y me sentía bien quería venir a la radio como quien quiere irse a tomar un café con las amigas. Desde que mis hijos nacieron, yo no estoy a la tardecita ni tampoco ahora cuando vuelven de la escuela. Desayunamos juntos, les hago la comida y les llevo la vianda, que es mi manera de darles amor, y a la vuelta me esperan. Tengo un marido con el que nos repartimos y somos 50 y 50. Hacemos un buen equipo.
-Es una gran responsabilidad tener un micrófono y poder comunicar, ¿es tema de debate en el equipo?
-Charlamos mucho sobre qué deberíamos hacer en determinadas situaciones y es una mezcla de lo que tenemos ganas de decir y qué se espera que digamos. Somos bastante espontáneos y siempre estamos con la noticia y la coyuntura porque tenemos buenos especialistas que nos respaldan y no sentimos la obligación de opinar de todo. La Argentina es never boring (nunca aburre). Vuelta y media es un programa de regreso a casa, y la gente ya se cargó de muchas cosas en el día, y escuchó mucho y vio redes, entonces nuestro fuerte es el humor, que no es hacerse el boludo porque a veces con el humor bajás líneas y nuestra manera de comunicar es con ironía o sarcasmo.
-¿Alguna vez te arrepentiste de algo que dijiste al aire?
-No, porque como somos naturales podemos decir burradas y enseguida recalcular. Todo al aire. No hay formalidad. Y los oyentes nos conoce en estas idas y vueltas. Hacíamos muchos sketchs de humor que ya no causan gracia y es parte de la evolución de la sociedad y de nosotros mismos. No hay miedos de mandarse mocos porque tenemos permanentemente el derecho a réplica. Podemos equivocarnos y reconocerlo. La radio tiene complicidad con el oyente que no es un cholulismo fanático de la tele, sino como una especie de amistad cercana.
-¿Cómo vivís la actualidad de nuestro país?
-Con angustia. Está difícil la esperanza, pero nos dedicamos a que la gente pueda reírse un rato. A muchos de nosotros el humor nos salva en un montón de situaciones. Tratamos de aportar algo para que el día sea distinto porque si conectás ciento por ciento con lo que pasa, es desolador.
-¿Es más difícil hacer humor en momentos como estos?
-Estamos acostumbrados porque la Argentina siempre te está regalando una crisis nueva. Es cíclico. No nos cuesta adaptarnos a los tiempos que corren, pero sacamos sketchs porque ya no causa gracia que un jefe te despida y te diga que tiene una buena y una mala: que no te puede pagar el aguinaldo y que climatizó la pileta, por ejemplo. Esos chistes de realidad social y económica causan angustia y no gracia. En otro sketch, exagerábamos el lenguaje inclusivo y hablábamos con la e; era una parodia, pero hoy se te tiran todos de cabeza. Muchas cosas dejaron de ser graciosas y nos dan angustia en vez de risa, y eso nos obliga a buscar nuevos motores de distracción para nosotros mismos y para los oyentes. Una pincelada de la realidad a la Vuelta y media.
-¿Qué escuchabas en radio cuando eras chica?
-En el living, mi mamá limpiaba y escuchaba FM Hit y si caminaba por el pasillo e iba a la sala de estar donde estaba mi hermano, escuchaba la Z95. No se escuchaba a alguien religiosamente, sino que siempre había una radio encendida. Armábamos programas con mi hermana y mi amiga Majo, que también es locutora, y los hacíamos como creíamos que se hacían y después los poníamos en la casetera cuando íbamos a San Bernardo para que los adultos no se durmieran en la ruta; y hacíamos el jingle, el clima, una imitaba a Montaner y otra lo entrevistaba. Esos fueron los juegos de la infancia. Después alquilamos un espacio en FM Activa de Caseros y hacíamos un programa los viernes, Quién lo hubiera dicho. Y empecé a averiguar quiénes eran las voces que yo escuchaba, como por ejemplo Daisy May Queen, Bebe Sanzo. Cuando empecé a estudiar locución escuché todo; por ejemplo, no escuchaba Cuál es, pero conocía a Mario Pergolini por CQC. No tenía una cultura de radio. Después sí escuchaba a Alejandro Dolina a la noche y estudiando la carrera conocí a los verdaderos próceres de la radio. Por eso, es loquísimo haber conocido a Héctor Larrea y que seamos amigos.
-¿Cómo nació esa relación con Larrea?
-Lo conocí en un evento de una revista; fui con mi marido al Hotel Alvear y se me acercó Héctor y me preguntó quién era. Con mucha vergüenza le conté que estaba en radio Metro y me dijo: “Tenés cara de no conocer a nadie, vení que te voy a presentar a gente interesante”. Hablamos, después nos mandamos mensajes, me comentaba cosas específicas de algún sketch. Un día fuimos a tomar un café, otro día me invitó a radio Nacional y me hizo una nota. Es una persona muy generosa, un grande que no permite que lo elogies porque rápidamente te tira un comentario y se desmarca. Es un ser muy luminoso y es el faro que tenemos en Vuelta y media; no habla mal de nadie, no le da bronca que aparezca gente nueva. Es luz. Y es el día de hoy que me escribe por algo puntual del programa. Charlamos horas. Es mi amigo.
-Tuviste escasa experiencia en televisión, ¿te interesa?
-Siempre que tenga algo del espíritu de la radio me gusta, pero no me veo haciendo cosas serias porque no soy una persona seria. Yo convivo con el error y la diversión y, lo encorsetado no es para mí. Me gusta donde puedo divertirme y ser natural, y no lo que marca agenda. No sirvo para eso.
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