De muy chica estaba segura de que quería ser actriz, a pesar de que su papá le sugirió estudiar otra cosa; trabajó en televisión y en 2017 fundó Microteatro; cómo conoció a su gran amiga y el recuerdo de los últimos días del querido Chico Novarro
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Hija del recordado cantautor Chico Novarro, Julieta se enamoró del teatro desde muy chiquita, tal vez como una forma de honrarlo. Trabajó en muchas ficciones, como Las chicas de enfrente, Son amores, Montecristo, Culpable de este amor, Tumberos, Campeones, Sálvame María y El sodero de mi vida. En 2017 creó el espacio Microteatro, en el barrio de Palermo (Serrano 1139), una propuesta que fusiona las tablas con una oferta gastronómica. “Microteatro es como mi tercer hijo, soy la fundadora y directora y además lidero el equipo de curaduría”, detalla Julieta Novarro en diálogo con LA NACIÓN. Mientras toma unos mates de yerbas con yuyos preparados por ella, recuerda a su padre y confiesa que ese duelo la acompañará toda la vida. También habla de sus inicios como actriz y asegura que extraña tanto esos momentos que probablemente vuelva alguna vez. Por ahora está dedicada a la producción de teatro y planea dirigir y trabajar con su amiga Carolina “Pampita” Ardohain.
-Micreoteatro revolucionó la manera de ver y hacer teatro, ¿cómo surgió la propuesta?
-Pablo Bossi me trajo la idea y nos asociamos, pero hoy manejo todo con sus hijos, Pol y Cabe, que también son mis socios y toman decisiones más administrativas. Y hago la curaduría con Lorena Romanín y María Figueras. La relación que tenemos con el entretenimiento es cada vez más autónoma y a demanda. Es la relación que teníamos antes con los libros, que los abríamos y los cerrábamos cuando queríamos. Eso se trasladó al mundo audiovisual y ahora podés ver películas y series cuando tenés ganas, porque las plataformas te dan esa libertad. El mundo cambió, pedirle al público que esté tres horas mirando una película es muy difícil. Sin embargo, microteatro no son obras cortas sino una experiencia distinta que requiere de la atención del público, porque tenés que estar atento a los horarios, pero podés tomar algo o cenar en la planta baja y después subir a ver la obra con la bebida, si no la terminaste. Son dos mundos que conviven: el respeto por lo teatral y los actores que no se dejan ver, con la situación más vívida del restaurante. Y subimos la vara porque una obra de 13 minutos si es mala puede parecer de tres horas.
-¿Te despediste de la actriz?
-Nunca. Me considero, antes que nada, una actriz. Y todas las decisiones que tomo, las tomo como actriz. Todo lo decido como actriz, desde leer un guion hasta hacer una devolución, aunque ahí también entra la productora. Tuve que alejarme de la cosa más soñadora y de alguna manera utópica del actor, para conectarme con algo más terrenal. Entendí cómo ponerme del otro lado y es un gran desafío. La actriz, entonces, está y en algún momento va a volver. Yo creo que primero voy a dirigir microteatro con las chicas, en equipo. Me parece que lo último que hice fue Mujeres de nadie y después trabajé en Pampa Films con Pablo Bossi y me tiré para el lado del cine.
-¿Qué te llevó a elegir el camino del arte?
-Mamé el arte porque mi papá tuvo un gran poder de transmisión; le salía por los poros y era imposible que no irradie música, por ejemplo. Una de mis hermanas es productora de moda, otra trabaja con actrices, la mayor es arquitecta y también tiene un costado artístico y mi hermano Pablo Novak es todo: actor, director, coach. Y mi mamá (Cristina Alessandro) también produjo muchos espectáculos, como por ejemplo Arráncame la vida; en un momento compró el Teatro Piccadilly. Los primeros años de microteatro ella manejaba la boletería y estoy esperando que vuelva porque era otra cosa. Me enamoré del teatro desde muy chica y empecé a estudiar a los 6 años. Lo tenía claro. Cuando terminé la secundaria le dije a mi papá que quería trabajar como actriz y él trató de disuadirme.
-¿Por qué?
-Me dijo que era muy duro, que había que tener piel de lagarto, que iba a sufrir mucho. Me sugirió que entrara a la facultad, acepté y elegí la carrera de cine. En tercer año empecé a hacer tele y dejé de estudiar. Fue en el 98, con Las chicas de enfrente, en Canal 13. Pero seguí estudiando foto fija, iluminación, vestuario en el Colón, teatro. Y seguí en el mismo canal conduciendo La hora Warner. En ese momento había prejuicio entre los actores de teatro y tele, y entendí que si quería hacer varias cosas tenía que salir a buscarlas. Aprendí a hacer de todo y microteatro fue el fin y principio de una etapa en la que pude poner en juego todo lo que había estudiado. Una mirada global.
-¿Cómo era tu relación con tu papá?
-Siempre tuve una relación hermosa. Mi papá fue mi inspiración en todo lo que hice como madre, y artísticamente. Me enseñó el oficio y el esfuerzo. Tenía 80 años e iba a hacer un show a la una de la mañana. Lo hacía feliz. Mi papá nació y creció en una familia muy pobre: tocaba la batería por un sándwich de milanesa. Vino a Buenos Aires y se quedó maravillado. Era hijo de inmigrantes judíos que escaparon de la Primera Guerra Mundial. Mi abuelo fue zapatero ambulante que vino a la Argentina sin saber una palabra de español y se mudó a Córdoba porque mi papá era asmático y el clima era mejor allá. ¿Dónde me puedo parar con ese ejemplo? Tenés que honrar esas historias. No me puedo quedar quieta. Con mi papá hicimos un libro para chicos con sus canciones, grabamos un disco, lo dirigí en muchos aspectos. Siempre honré la figura de mi papá.
-No hace todavía un año de su muerte. ¿Cómo transitás el duelo?
-En agosto se cumple un año de su partida. Estoy con temas personales que no me dejan hacer el duelo y siento que este duelo me va a acompañar de por vida. Siempre hay una canción suya, una carta que encuentro y me emociona.
-¿Cómo está conformada tu familia?
-Mi hija Lola tiene 15 años y mi hijo Bruno, 12. Hace muchos años que estamos con Mariano Jinkis. Pasamos muchas crisis, tuvimos muchas idas y vueltas, siempre luchamos juntos y somos un buen equipo también en los momentos más difíciles. Mis papás se separaron y terminaron de la mano cuando él se iba. Mi mamá se volvió a la casa de mi papá y se perdonaron todo. Se reían juntos y hubo un cierre maravilloso de los dos.
-¿Con tu marido comparten la misma pasión por el arte?
-Mariano se encarga del Espacio Chauvin, en Mar del Plata. Pero está más dedicado al campo y a la producción de frutos: cerezas, peras y manzanas.
-Alguna vez contaste que sos muy amiga de Pampita, ¿qué cosas las unen?
-Nos conocimos cuando estaba embarazada de Lola, aunque ella dice que fue mucho antes, en una fiesta en la que bailamos toda la noche y nos recontra conectamos. Somos familia. En los momentos más difíciles de ella y míos estuvimos muy cerca. La admiro porque es una gran laburante, que se hizo sola de la nada. Sacando la frivolidad, que existe y con la que no conecto, Pampita tiene una profundidad que no todo el mundo sabe que tiene. Es una mujer muy inteligente, con grandes inquietudes, sabe mucho de muchos temas de arte, danza, música. Yo disfruto estar en pijama y ver películas y series en casa, y ella también tiene eso. Y tiene un gran caudal de trabajo y no para nunca. Es un gran ejemplo para mí.
-¿Tenés otros proyectos?
-Estoy en la producción de Escorpio, que es la primera obra nacida en microteatro que produzco fuera del espacio. Cuando vi Escorpio pensé en que tenía que hacerse una versión larga y se lo propuse a su autora y directora, Julieta Otero. Estamos todos los jueves a las 20.30 en Espacio Callejón. Además, estoy preproduciendo una comedia romántica que voy a dirigir y la protagonista es Pampita. Es algo que tengo hace años en la cabeza. Pampita es una fanática del género y hace tiempo que venimos buscando inspiraciones. Falta armar el equipo, y voy a producir otra obra que es un unipersonal y está basada en un libro de un autor español que me dio los derechos. La va a dirigir Daniel Veronese y es un honor porque lo admiro mucho. La idea es hacerla en España. También vamos a hacer gira con Escorpio, una obra que gusta mucho porque tiene profundidad y sobrevuela la comedia y todos nos sentimos identificados con lo que le sucede a la pareja protagónica.
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