Actualmente se luce en la exquisita pieza Al bárbaro le doy paz, en homenaje a María Elena Walsh y realiza la gira de Vivitos y coleando, el clásico de Hugo Midón y Carlos Gianni
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“Pasé meses sin poder levantarme de la cama y que me de el sol en la cara me parece un milagro”. Julián Pucheta conmueve con un mensaje publicado tiempo atrás en sus redes sociales, exponiendo ese perfil que lo aparta de un imaginario posible -y un tanto ingenuo- en torno a lo romántico e idílico de la vida del artista. En definitiva, la construcción de un actor también se moldea en torno a personajes, lecturas y todo aquello que lo atraviesa en su vida personal.
Con gran honestidad y exponiendo su experiencia personal, que bien puede espejar la épica de la vida de tanta gente, Pucheta conversó con LA NACIÓN sobre su arte, pero fundamentalmente, sobre todo aquello que lo atravesó con contundencia. Una pandemia, un duelo inesperado y trocar una vida luminosa por un tiempo de persianas cerradas, aunque con una revancha posible que también golpeó a su puerta.
Comenzó a estudiar teatro a los 14 años, lleva 25 de trayectoria en los escenarios y es uno de los intérpretes más convocados del teatro musical. Hoy se luce en Al bárbaro le doy paz (teatro Andamio 90), un exquisito recorrido por el universo de María Elena Walsh creado por el director Pablo Gorlero, y en Vivitos y coleando (en gira), el clásico para las infancias rubricado por los excelsos Hugo Midón y Carlos Gianni, en una versión que dirige Chacho Garabal.
“Arranqué en 1997 haciendo El lazarillo de Tormes y, un año después comencé a hacer teatro para colegios, con todo lo que eso implica, porque no es fácil trabajar para tantos adolescentes juntos. Podría decir que arranqué destrozando clásicos”. El actor celebra su humorada sabiendo del valor que aquellas experiencias tenían.
El cambio de milenio le deparó una bisagra en su incipiente carrera. La nueva era le abrió la puerta a la profesionalización en las grandes ligas. “Ese año ingresé a la compañía de Drácula para debutar en San Pablo, Brasil, en medio de una gira internacional que realizaba la obra; pero hacía de ´árbol 4´, no era protagónico para nada”.
-Un paso fundamental para la madurez artística.
-Claro, pero siempre sentía que todos los espectadores me iban a ver a mí. Si tenía que mover un carro en escena, lo hacía como sintiendo que era un protagónico donde la gente sólo me miraba a mí. Siempre hice todo con pasión.
-Si a los veinte años no existe esa pasión, no hay demasiada posibilidad de perdurar.
-De otra forma, no podés mantenerte muchos años haciendo lo mismo.
El castigo sin venganza, El patio de la morocha, Las mil y una noches, Benito de La Boca, El Dibuk son sólo algunos de los títulos en los que participó, en el marco de una trayectoria nutrida y de géneros diversos.
-¿Qué es lo más duro de la carrera artística?
-Cuando uno comienza siente que será el trabajo de toda su vida, que podrá crecer y que siempre tendrá trabajo. Es como cuando te enamorás por primera vez, sentís que será para siempre; son cuestiones inherentes a la juventud, pero que también se pueden trasladar a la carrera.
Como suele suceder en la azarosa vida del actor, no tardó en llegarle un impasse laboral. Cachetazo de realidad. “Me tocó carretear un par de veces, pero siempre conté con el apoyo incondicional de mi familia”.
-Esas pausas, ¿pusieron en tensión tu vocación?
-Sí, es una carrera de aprobación constante y donde no siempre el más talentoso es el que más trabajo va a tener. Hay que seguirse preparando, pero no todo depende del talento y la pasión, porque la vida no es justa, pero no hay que enojarse con eso ni amedrentarse ante los “no”. He recibido más “no” que “sí”; muchas veces ha quedado alguien más hegemónico y no hay que luchar contra eso, sino, no dejar de insistir ni perder tenacidad.
-Ante esas adversidades, ¿pensaste en abandonar la profesión?
-Alguna vez me planteé si había elegido el camino correcto, porque me quería ir a vivir solo y no podía alquilar un departamento y mantenerme. A los veintipico de años le planteé a mi mamá que, si mi vocación no terminaba de prender en mi trabajo, iba a dejar.
-¿Qué te respondió?
-Me dijo que debía seguir el camino elegido, el que tenía que ver con mi deseo más profundo. “Hacé lo que te gusta, por lo demás, no te preocupes”. Y no es que tenía la vaca atada, era una familia de laburantes, vengo de Villa Insuperable, en el Conurbano.
El dolor no experimentado
“Perdí a mi madre en pandemia y, al año y medio, a mi abuela materna. Mi vida, mi dolor, mi madurez y mis duelos son otros. Uno hace teatro con toda esa mochila a cuestas, pero nunca dejé de subirme a un escenario, el teatro fue lo que me mantuvo de pie, lo que me sostuvo”.
-¿Tu mamá murió por el Covid?
-Sí. En realidad tuvo una neumonía bilateral producto del Covid. El duelo de mi madre se dio en un contexto catastrófico como la pandemia. Digo que somos “los familiares del Covid”, porque no podíamos ver a nuestros enfermos, asistirlos ni comprobar qué se hacía con ellos. Fue lo más cruel que pudimos vivir mi familia y yo, todos quedamos muy afectados. Tenía 59 años, era brillante, bondadosa, solidaria y con muchas ganas de vivir. Si ya es dura la muerte, esta vez se había dado en un contexto tremendo, donde te arrancaban a tu familiar y lo volvías a ver para ir a reconocerlo. Esa pandemia fue una puñalada trapera.
-¿Te sucedió eso, literalmente?
-Sí, eso devastó la psiquis de mi familia y la mía. Fue muy duro, pero el trabajo me sacó. Al toque me llegó la propuesta de una película y el trabajo en televisión. La compañía Galaxias Creativas, de la que formo parte y es mi lugar de pertenencia, me contuvo mucho. Eso me llevó a sostenerme en pie. El teatro me ha mantenido vivo, me ha despegado de la cama.
Cuando el actor habla de “despegarse de la cama” no se trata de un simbolismo. “Dormí durante meses, me refugié en el sueño”.
-¿Cómo saliste de ese estado?
-Los trabajos que iban saliendo me llevaron a salir adelante. La televisión también fue muy importante, porque implicaba un trabajo diario de muchas horas.
Julián Pucheta se refiere a su labor en ATAV 2, una de las últimas tiras producidas por Polka. “Me tocó interpretar a un militante de la comunidad LGBT de los ochenta, dentro del movimiento que inició Carlos Jáuregui. Iba a entrar por pocos capítulos y me quedé toda la novela”.
Debido a un trabajo previo en teatro donde personificaba a una drag queen, junto a Omar Calicchio, los productores de la ficción televisiva se interesaron por él. “Lo pasé muy bien en Polka. Mi personaje comenzó llamándose José María y terminó siendo María José, ´Majo´”.
Ensayo y error
-¿Sos de golpear puertas?
-Jamás tuve problemas en hacerlo y hoy más que nunca, ya que somos muchos, cada vez más, hay gente con un talento enorme y no hay trabajo para todos. Hoy te enterás de los castings por las redes sociales, pero, cuando empecé, eso no existía, había que ir a golpear las puertas, ni siquiera había directores de casting a los cuales recurrir. Ahora existen las agencias, sitios digitales para subir el material. Cuando tenía 20 no contaba con plata para armarme un book de fotos, así que le sacaba fotocopias color a la foto que ya tenía. Otro tema era viajar un montón de tiempo desde Villa Insuperable para llegar a los canales. Llegaba y había dos cuadras de cola para una audición. También iba a la Asociación Argentina de Actores, donde había una pequeña cartelera, y me enteraba dónde se necesitaba gente; me da ternura recordar eso.
-¿Qué puerta que se abrió recordás especialmente y cuál fue ese “no” que te marcó?
-Arranco por lo negativo. En 2002, en Telefe, hice una fila muy larga y quien te recibía el material era una productora que hoy es una representante de actores muy importante. En aquel momento, tenía mucho poder. Desde que entré a su oficina, le entregué el material y me paré para irme, porque entendía que debía hacerlo, no me dirigió la palabra. Lo peor es que, en ese momento, lo naturalicé, pensaba que debía ser así.
-No habló, ¿te observó?
-Cuando le dejé el material sobre la mesa, se bajó los anteojos un poco y me miró, por encima del marco, de arriba a abajo.
-Sumamente despectiva.
-Como no hablaba ni una palabra, asumí que me tenía que levantar e irme. Por suerte todo cambió y hoy hay directores de casting que son muy amorosos y amorosas. No todo el mundo es igual. A ATAV 2 me llevó Flor Limonoff, un ser encantador.
Su presente
“Estamos haciendo Al bárbaro le doy paz, que es un homenaje a María Elena Walsh, pero abordando su obra no dirigida a las infancias”, explica Pucheta. Así como la autora nacida en Ramos Mejía se convirtió en un referente ineludible del acervo cultural vinculado a la niñez, también su obra poética cuenta con un bagaje dirigido a los adultos.
-¿Qué tema de los que hacés en Al bárbaro le doy paz te interpela especialmente?
-Con esta obra entendí la mordacidad de María Elena. “The cana” es un tema que le canta a la policía, donde es impresionante cómo maneja su ironía ante el aparato represivo. Y me atraviesa mucho el tango “Magoya”, dado que, en la obra, soy ese personaje.
-¿Cuál es el ADN del personaje Magoya?
-Es el nadie y el berretín que todo el mundo usa para despuntar sus frustraciones. Además, el tango me resulta un género muy cercano, me crie escuchando esa música ya que uno de mis abuelos tenía un restaurante de tango al que iban a cantar Roberto Rufino, Rubén Juárez y muchos otros artistas. Me crie ahí dentro, iba temprano y corría entre las mesas vacías escuchando vocalizar a Rufino su “ma, me, mi, mo, mu”. En el restaurante sin gente, su voz retumbaba. Será por eso que el tango “Magoya” me emociona tanto, me interpela. También en mi carrera me refugio en mi propio nadie que aún sigue trabajando.
Es muy grato escucharlo vocalizar aquello del recordado cantor. Un puente entre ese pasado de infancia tanguera y su presente en el género dentro del marco de la obra que protagoniza en Andamio 90 junto a Flavia Pereda, Mariano Magnífico y Déborah Turza.
“Estoy en un dilema con qué es para las infancias y que no. De hecho, la palabra ´infantil´ ya la descarté. Los materiales de María Elena incluyen a todos”, sostiene Pucheta, quien también protagonizó la última puesta de Vivitos y coleando en el teatro Regio, actualmente de gira. Los talentosos Osqui Guzmán y Flavia Pereda también encabezaron este clásico del teatro para la niñez donde se volvieron a calzar las narices de los queribles payasos dibujados hace años por Midón y Gianni y que perduran seduciendo por igual a adultos e infantes.
Además, Pucheta dicta clases a una nutrida y valiosa matricula de alumnos: “Se trata de chicos y chicas que ya han trabajado de manera profesional y que formaron parte de Matilda, School of Rock y Derechos torcidos; ya tienen un bagaje muy importante y se me ocurrió poder brindarles un espacio donde podían seguir encontrándose, investigando y creciendo”.
Además, continúa formando parte del Colectivo Galaxias Creativas junto a Flavia Pereda y Chacho Garabal, con quienes ha llevado varias propuestas al exterior, ocupando escenarios de México y España, entre otros sitios.
Es hora de la despedida. El artista, cuya primera maestra fue María Vaner, deja flotando un recuerdo que lo explica todo: “Mi familia era de mesas largas, donde se jugaba al tutti frutti y a la lotería; todos hablaban en voz alta, bien italianos. Mi madre y mis abuelas eran muy cómicas, jamás me reí tanto con alguien como con ellas. Esos almuerzos eran performances teatrales”. Siempre hay una semilla que germina. “De ahí viene mi payaso”.
Al bárbaro le doy paz. Sábados, a las 21.30, en Andamio 90, Paraná 660
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