Juego limpio: cómo es el inquietante thriller de Netflix, una de las sorpresas del streaming del año
El thriller, escrito y dirigido por Chloe Domont, pone la lupa sobre las dinámicas de poder en una pareja, personificada por Phoebe Dynevor y Alden Ehrenreich
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Juego limpio (Fair Play, Estados Unidos/2023). Guion y dirección: Chloe Domont. Fotografía: Menno Mans. Edición: Franklyn Peterson. Música: Brian McOmber. Elenco: Phoebe Dynevor, Alden Ehrenreich, Eddie Marsan, Rich Sommer. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: muy buena.
Si bien las experiencias ancladas en el abuso de poder, los micromachismos y la inequidad de género son intransferibles, la guionista y realizadora Chloe Domont quiso partir de una historia personal para la concepción de su ópera prima que busca, con el thriller como punta de lanza, generar un debate sobre los episodios que sobrelleva la protagonista de la historia, el álter ego de la cineasta, Emily (interpretada por la exBridgerton Phoebe Dynevor), en oposición a los que vive su pareja. Juego limpio, disponible en Netflix a partir de este viernes, es un largometraje que, inicialmente, enfoca su nudo narrativo de manera bipartita.
Por un lado, está la visión de Emily. Por el otro, la de su novio, Luke (Alden Ehrenreich, excelente). Sin embargo, luego el enfoque se va trastocando y la perspectiva es ciento por ciento femenina, con la protagonista en una posición extremadamente difícil de sortear, el resultado de meses de una guerra solapada que entabla con su pareja cuando las reglas de su vínculo cambian, reglas que solo son expuestas cuando estalla un conflicto de múltiples aristas, uno de los grandes logros del debut de Domont por la originalidad del escenario en el que se suscita ese enfrentamiento.
Emily y Luke son una pareja que se complementa en todo nivel. La primera vez que los vemos, en un casamiento, se muestran cómplices, con una vida sexual activa, y una intimidad en su pequeño departamento neoyorquino que nadie puede penetrar. Esa noche de celebración por la boda de su hermano, Luke le propone matrimonio a su novia, con quien convive desde hace dos años.
En esa realidad idílica irrumpe la primera alarma, surge el primer interrogante respecto a la estabilidad de esa pareja: la joven se quita su anillo de compromiso antes de ir a trabajar y, luego de salir con Luke del departamento que comparten, van a la misma compañía por caminos distintos. Emily se toma el subte y él opta por otro recorrido para converger en una empresa financiera en la que se desempeñan como analistas.
Domont registra el lugar con planos cerrados y un ascetismo inquietante, como si estuviera anticipando el destino de su relato y sus ingredientes de thriller psicológico que van asomando a medida que Emily y Luke atraviesan una metamorfosis en ese microclima en el que impera el machismo y en el que ella es la única mujer. En ese ámbito competitivo y feroz, la joven escucha que su prometido va camino a un ascenso y se lo cuenta sin que nadie lo advierta porque, justamente, no quieren que sus compañeros sepan que están juntos. No es difícil comprender el motivo detrás de esa decisión: cualquier señal de debilidad, de comunión, es percibida con recelo en una empresa que prioriza el individualismo, y que incluso fomenta la atomización de sus empleados.
El giro argumental se produce cuando es Emily la persona en recibir el ascenso, la figura que empieza a trabajar con el dueño de la compañía, Campbell (el gran Eddie Marsan), y a ser jefa de su pareja y del resto de los hombres que la miran con prejuicio. En este tramo del film es donde Domont más se luce, con un guion áspero y austero, en el que afloran las conductas nocivas de las figuras masculinas, siempre direccionadas a esa mujer “que debió haber hecho algo raro” para obtener ese codiciado ascenso.
Aunque creamos que Luke es la excepción a la regla, la realizadora nos deja en claro que su machismo no será tan evidente, pero que sí se manifestará tarde o temprano, cuando se sienta menos hombre por recibir directivas de su pareja o por despreciar que ella se muestre complaciente ante los requerimientos del “boys club” al que ella busca pertenecer.
La directora explora de manera asertiva la culpa que siente Emily por haber sido ascendida, y su deseo de “sobrecompensar” ese hecho que se ganó a fuerza de trabajo. Si bien para otros empleados el estar en esa empresa es un logro en sí mismo, para ella es un escollo que la conduce a querer demostrar que lo merece, especialmente a su pareja, quien va dejando de apoyarla con actitudes cuya severidad va in crescendo, con algunos guiños a una película de propuesta similar: Hermosa venganza de Emerald Fennell.
Juego limpio también se hace eco del contraste entre un amor que parece puro, pero que siempre estuvo viciado por una rutina que tiene al capitalismo como bandera. En ese punto, es muy interesante el trabajo de puesta en escena, con ese departamento impersonal que siempre está tenue, con sus habitantes como aves de paso, y con la empresa en la que trabajan como su verdadero hogar. Sobre el final, quizá un tanto extremo, Domont se juega todas sus fichas con la última estocada tanto de Emily como de Luke, el camino sin retorno al que llegan luego de un derrotero de una violencia subrepticia extenuante e intolerable, como el contexto en el que ambos se mueven.
Juego limpio, de Chloe Domont, se encuentra disponible en Netflix.
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