Juan Manuel Tenuta: el fenómeno Esperando la carroza, su amistad con Pablo Neruda y su último gran monólogo
A ocho años de su muerte, un repaso por el intéprete que supo hacerse tarjetas personales que decían “alumno de teatro”, su compromiso político en Uruguay y su amor eterno por Adela Gleijer
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“Es una profesión maravillosa la del actor y yo, a mi edad, la recomiendo porque es lo que hice toda mi vida y fui feliz”, dijo alguna vez Juan Manuel Tenuta. Se cumplen ocho años de la partida de este actor comprometido, solidario, apasionado y siempre con una palabra amorosa en los labios. Pareja durante muchos años de la también actriz Adela Gleijer, padres de Andrea Tenuta, Juan Manuel falleció el 5 de noviembre de 2013, a los 89 años, debido a complicaciones luego de sufrir un ACV.
Había nacido en Fray Bentos, Uruguay, el 23 de enero de 1924, y dio sus primeros pasos en el teatro cuando apenas era un niño. Pero tuvo muchos oficios y de los más variados, desde marinero hasta mecánico, y en todos contribuyó a formar un sindicato. Políticamente comprometido, era un comunista confeso y uno de los fundadores del Frente Amplio de Uruguay: “tuve el privilegio de ser uno de los fundadores del Frente Amplio, junto a mis amigos Eduardo Galeano y Mario Benedetti. En aquel entonces, en la diversidad, hemos unificado al pueblo”, les relataba a sus amigos. A comienzos de los 70 llegó a nuestro país y estrenó una versión de Cuánto cuesta el hierro, de Bertold Brecht. Amenazado por la Triple A, se exilió y años después participó en el primer Teatro Abierto durante la dictadura militar.
Su trayectoria fue muy rica tanto en teatro como en cine y televisión. La última vez que se subió a un escenario fue en 2010 para protagonizar Agosto, de Tracy Letts, con dirección de Claudio Tolcachir. Andrea Pietra, quien fue una de sus compañeras de elenco, lo recuerda con mucha emoción: “Tengo muy buenos recuerdos de Nino porque trabajé muchas veces con él: en Dos al toque, en Telefe, y en teatro. Siempre me decía ‘mi Andreita de acá’ porque ‘su Andreita’ vive en España. Era muy cariñoso, un tipo que gustaba mucho de la charla. Tuvimos la honra de tenerlo durante dos años en Agosto, donde empezaba con un monólogo de veinte minutos y después no aparecía nunca más y la obra duraba tres horas y él se quería quedar hasta el final. De hecho Daniel (Grinbank), que era el productor, le decía que se fuera, que no se quedara para el saludo, y él respondía ‘¿cómo no me voy a quedar para el saludo?’ Y lo hacía como un payaso, como lo había sido en sus comienzos en Uruguay. Era espectacular, se caía el teatro, porque tenía un saludo muy abrazador al público. Me acuerdo que entonces le decíamos que saliera del teatro, que no se quedara esas tres horas en el Lola Membrives. Una vez se animó a ir a la pizzería de la esquina, porque como estábamos en función tenía miedo que la gente lo encontrara por la calle. Pero siempre se quedaba y, como era un gran lector, yo le llevaba mi colección de revistas del diario El País de España, que tenía muy buenos artículos y leía durante toda la función. Habrá leído las cien revistas que se llevó: sabía de todo. Tengo el mejor recuerdo de él y lamenté mucho cuando falleció porque era un tipo tan hermoso, tan agradable, y un actor tan increíble: íbamos todos a mirarlo en las patas del escenario cuando él hacía su monólogo en Agosto y lo esperábamos para decirle ‘bravo, Nino’”, relata Pietra, emocionada, a LA NACION.
Tenuta también hizo comedias, dramas y clásicos en teatro como Gris de ausencia, El alma de papá, La señora Warren, Zorba el griego, Mi bella dama, Las alegres mujeres de Shakespeare, La pulga en la oreja, Barranca abajo, Fuenteovejuna, La jaula de las locas, La ópera de los dos centavos y tantas más. Se despidió del cine también en 2010 con Rita y Lee, aunque su momento de más popularidad en la pantalla grande llegó de la mano de Esperando la carroza, en 1985. Hizo decenas de películas, entre ellas Solas, El cine de Maite, Cara de queso, Un buda, Apariencias, De eso no se habla, Siempre es difícil volver a casa, Dónde estas amor de mi vida que no te pudo encontrar, La clínica del doctor Cureta, La noche de los lápices, Camila, Asesinato en el Senado de la Nación, No toquen a la nena, entre otras. En televisión, fue parte de telenovelas, unitarios y tiras diarias: Mujeres de nadie, Los Roldán, Amor mío, Un cortado, Quién es el jefe, Los machos, Los simuladores, Máximo corazón, Tiempo final, Los buscas, Primicias, Naranja y media, Como pan caliente, Alta comedia, Pobre diabla, De carne somos, Amo y señor, Juan sin nombre, Los cien días de Ana.
Claribel Medina compartió varios ciclos con Tenuta y lo recuerda con cariño: “Tuve el honor y la enorme felicidad de compartir dos novelas, Naranja y media y Mujeres de nadie y en las dos hizo de mi papá. El hombre más divertido, amoroso, noble que conocí, un señor con todas las letras. Te daba consejos a la hora de actuar, se reía y se divertía con vos, miraba atentamente lo que pasaba a su alrededor y siempre estaba para compartir una escena con alegría y darte lo mejor. Tenía una mirada tan noble y tan única. También lo recuerdo de la mano de su esposa, paseando como una pareja que recién iniciaba su relación. Compartían todo cada segundo, un ejemplo tan bello de la vida, un hombre con luz, que hablaba con tanto amor de su hija, con una enorme bondad, y que te recibía con los brazos abiertos todos los días, con una palabra de aliento y gustaba de conversar, de filosofar. Inolvidable, lo llevo en mi corazón”, le contó a LA NACION.
El amor y el teatro, siempre de la mano
Adela y Juan Manuel se enamoraron en 1956, haciendo El centrofoward murió al amanecer, en Uruguay. Dos años después nació Andrea y la pareja, que estuvo unida por más de 50 años, volvió a compartir escenario en varias oportunidades.
Formado en el teatro independiente uruguayo, fue uno de los fundadores de la Institución Teatral El Galpón, en 1949, y siempre se sorprendía al pensar que su imagen recorría el mundo: “Es impresionante como la televisión exporta esos productos a muchísimos países y tienen un gran éxito. A veces viajamos también a presentar esas obras y la gente nos reconoce. Este fenómeno me sorprende y me hace muy feliz, también. Soy un paisano de Fray Bentos y de repente estoy caminando por alguna ciudad del mundo y me piden fotografiarse conmigo”, contaba en una de sus entrevistas, asombrado.
Antes de poder ganarse la vida como actor, y mientras hacía teatro independiente, Tenuta trabajó en el Automóvil Club del Uruguay como mecánico y ayudó a crear el sindicato de mecánicos. “El teatro uruguayo era austero: siempre fue un teatro de ideologías y de arte. Será porque los actores vivíamos para el teatro, pero no vivíamos del teatro y expresábamos allí nuestras ideas que reteníamos de toda esa cultura uruguaya que nos empapaba y que nos había formado y que nosotros tratábamos de mantenerla al día”, solía explicar. Aseguraba orgulloso: “Soy un hombre que me mantengo con mis ideales, con mis sueños, con mis utopías, desde los 15 años. No solamente las cosas que aprendí de mi madre, a quien admiro, respeto, amo profundamente y para mí sigue viviendo conmigo, sino todo lo que rescaté, lo que aprendí de la gente, de la clase obrera uruguaya, de la intelectualidad uruguaya, de esa fuente inagotable que fue el Uruguay, de sus grandes poetas, de sus pintores, de sus creadores, de los arquitectos. Viví una vida maravillosa, de lucha”.
Juan Manuel, el juglar
Apasionado del fútbol y siendo apenas un niño, se lanzó a anunciar los goles uruguayos cuando ganaron el Campeonato Sudamericano en Lima, en 1935: “Contaba esa victoria un domingo maravilloso en Fray Bentos, de a caballo, porque la intendencia había puesto parlantes en la plaza. Entonces me iba al galope a los barrios a decir los goles que hicieron ese día, como un juglar”. Quizá ese fue el inicio de su pasión por la actuación. Y alguna vez relató una anécdota graciosa cuando reveló que muchos lo saludaban diciéndole ‘maestro’: “No soy maestro de nada, si ni siquiera soy actor. Una vez me hice una tarjeta que decía ‘Juan Manuel Tenuta, alumno de teatro’. Es decir, alumno de la vida. Oler la vida, quererla, amarla, charlarla, ver qué pasa con el vecino, qué pasa con la gente, tratar de alegrarme, de divertirme y llorar mucho. Soy muy llorón, me emociono profundamente con las injusticias”.
Su padre fue sastre del Teatro Colón en nuestro país, y de pequeño no le cantaba canciones de cuna sino versiones de clásicos como Rigoletto o La Traviata. Alguna vez reconoció que de chico “era el payasito del pueblo y debuté en teatro a los 7 años y me fue tan bien, que el director de la escuela me llevó en sus hombros hasta mi casa. Fueron tres o cuatro cuadras en los que los amigos de mi papá me aplaudían y yo dije aquel día: ‘De estos hombros no me bajo más’. En ese momento supe que mi vida iba a estar signada por el teatro”.
A los 11 años dejó Fray Bentos para mudarse con su familia a Buenos Aires, donde estuvo algunos años hasta regresar otra vez a Uruguay, esta vez a Montevideo. A los 14 recaló nuevamente en Buenos Aires y entonces se metió en el teatro, primero como claque (conocidos también como “aplaudidores” y “reidores”). “Durante aquellos años vi a los grandes actores de la época y eso fue lo que me formó, porque he creado en mi larga carrera escuelas de teatro, he sido docente, pero nunca asistí a una academia dramática. Sin embargo creo que tuve la mejor formación. En la secundaria me hice titiritero y estrenaba las obras de Javier Villafañe, de Mané Bernardo, de los grandes titiriteros de la época y recorrí toda Latinoamérica con los títeres”.
Su amigo Pablo Neruda
Como titiritero conoció al poeta Pablo Neruda, con quien trabajó algún tiempo y de quien fue gran amigo por el resto de su vida. “Estuvimos un año entero recorriendo todo Chile, Neruda recitaba y yo era una especie de telonero. Recuerdo los teatros llenos, porque Neruda ya era un grande, un ser maravilloso. Después él me recomendó en la marina mercante de su país y trabajé como marinero durante un buen tiempo; lo hice de puro aventurero y recorrí todo el océano Pacifico y el Atlántico en un buque se llamaba Arica. Toda esa gran hazaña, porque había que estar ahí arriba, se la debo a Pablo Neruda”.
Llegó a nuestro país con la idea de pasar un tiempo, pero terminó quedándose aunque vivía pendiente de Uruguay, su cultura, su problemática y sus conflictos sociales. “Mi familia y yo hemos sido muy bien recibidos en la Argentina, con los brazos abiertos y en momentos muy difíciles, escapando de muchas cosas terribles de la dictadura uruguaya. No tengo nada más que palabras de agradecimiento”.
Su recuerdo del clásico Esperando la carroza
Tenuta siempre tuvo un especial afecto por Esperando la carroza. “Estoy ligado a China Zorrilla desde hace muchos años, fui su galán cuando ambos éramos jovencitos. Y todos los compañeros de ese elenco siguen siendo mis amigos, también Alejandro Doria, el director de la película y Jacobo Langsner, el autor. Esperando la carroza nació como pieza dramática que estrenamos en 1974, junto con mi mujer Adela Gleijer y fue un éxito extraordinario. Era para morirse de la risa pero con la particularidad de que Mamá Cora, esa gran creación de Gasalla, no tenía una participación tan importante. Aparecía al comienzo y al final de la obra, y el espectador creía como los hijos, que Mamá Cora se había suicidado o se había muerto. Entonces, cuando aparecía al final se generaba un alivio muy grande en el público, y eso le quitaba un poco de comicidad a la obra, que en teatro era un poco más dramática. Y este retoque en la película fue un acierto de Jacobo Langsner y de Doria. En la película hice el mismo personaje”, contó alguna vez.
“Con Luis Brandoni y el entrañable Julio de Grazia, tengo una anécdota graciosa: dos meses después de rodar la película tuvimos que repetir algunas escenas y los tres habíamos engordado, lo cual se notaba con una mirada detallada. Lo que pasa es que nos habíamos aficionados a almorzar juntos y tomábamos nuestros vinitos. En esta película extraordinaria hubo un encuentro de estilos y a Alejandro Doria le costó mucho aunarlos. Por ejemplo Julio de Grazia, Brandoni y yo estábamos un poco en desacuerdo con Doria, que quería el grotesco y nosotros le temíamos a la sobreactuación. Sin embargo él tuvo razón, porque la sobreactuación es lo que le dio la calidez que tiene la película. China Zorrilla está allá arriba de todos, y mi hija Andreíta Tenuta está muy bien. Ella también se resistía al grotesco, porque fue alumna de teatro muchos años y queríamos respetar el texto, porque somos muy stanislavskianos. Pero hay que remarcar que fue un gran acierto de Alejandro Doria”.
Tenuta siempre ponía pasión en lo que hacía, y solía decir que “el actor tiene que estar aprendiendo todo el día, comprometido con su comunidad, con su pueblo, con su ciudad, con su entorno y saber de todo. Recomiendo la profesión del acto porque es muy bella y una de las más entretenidas, porque uno hasta el final sigue aprendiendo, y los jóvenes nos aportan muchísimas enseñanzas”.
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