El actor, que se luce en la tercera temporada de El jardín de bronce, está feliz con su presente y ansioso además por el estreno de una obra de teatro, que adaptó para la gran pantalla; En una charla con LA NACION habló sobre sus proyectos, su familia y cómo logró con su mujer mantener viva la pareja durante 45 años
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Juan Leyrado se luce en la tercera temporada de El jardín de bronce (HBO Max) interpretando al inescrupuloso empresario Kreuzer. Para hacerlo se afeitó la cabeza y engordó un par de kilos. En diálogo con LA NACION, el actor confesó que ya no le da culpa que todas sus actividades estén relacionadas con su oficio y admitió que de haber continuado durante más tiempo interpretando a Panigassi en Gasoleros, “quizá podría haber sido rico”. Pero se permitió hacer lo que tenía ganas y por eso mismo ahora está abocado a una obra de teatro que escribió e interpreta, Extra virgen, y que también adaptó al cine.
-Lucís muy diferente en El jardín de bronce, ¿buscabas algo distinto para ser Kreuzer?
-Me afeité la cabeza, engordé un poco. No es que me lo pidieran, pero aproveché para comer como me gusta (risas). Fue a propósito porque me parecía que mi personaje, Kreuzer, me lo permitía. Me gustó hacerlo, tiene mucho éxito y durante unos días fue la serie más vista en el mundo, de todas las plataformas.
-Tuviste que engordar... ¿ahora bajaste esos kilitos o estás relajado?
-Se bajaron (risas). Tampoco fue mucho porque hay una actitud en la actuación con la que se puede jugar la gordura, por ejemplo, con una cadencia al hablar o moverse o caminar de determinada manera. La grabamos en la época de la pandemia, con protocolos y en ese tiempo me tocó hacer varias cosas como la miniserie Iosi, el espía arrepentido y una película que va a estrenarse en breve y que está basada en una obra de teatro que escribí con Lisandro Ficks y estrené en Mar del Plata y se llama Extra virgen. Mi hijo Luciano, que es director, me pidió un guion para una película. La filmamos en Uruguay hace un año y se estrena en cine en septiembre y luego en la plataforma de Disney. Se llama Oliva.
-Alguna vez contaste que sos muy fan del aceite de oliva, ¿por qué?
-Soy muy conocedor del aceite de oliva y del vino. Tengo amigos en Mendoza, de la bodega Zuccardi, que son como de la familia ya. Por eso escribí Extra virgen. Me fui a Mendoza durante unos meses, a vivir entre los olivares...
-¿Para inspirarte?
-Y para tomar aceite (risas). Es la historia de un hombre que ama el aceite, pero hay una mezcla con la mafia y es muy divertida. Hice la obra en Mendoza, también entre los olivares. Fue una experiencia mágica, maravillosa. Hicimos un casting con actores mendocinos y armamos la escenografía en los olivares; la hicimos en la cosecha de la oliva, en mayo pasado. Fue un sueño, con música en vivo, al atardecer. Y nos gustaría volver a hacerla.
-Sos un sibarita, ¿de dónde viene este amor por el aceite de oliva?
-De toda la vida. Me gusta cocinar, no soy un gran cocinero, pero lo hago bien. Me gustan los buenos productos y si puedo consumirlos mejor. Lo mismo sucede con el vino, aunque nunca me emborraché porque tengo un termómetro interno que me permite frenar cuando es necesario. Voy a comer siempre a los mismos lugares, donde sé que se come bien; jamás miro la carta porque sé qué quiero. Cuando vamos de gira con obras de teatro, salimos a cenar después, ya tengo puntos establecidos en cada ciudad. Si puedo, como y tomo rico, y por ahí es un plato de espaguetis con aceite de oliva, ajo y perejil, pero con un buen aceite de oliva y por eso me llevo el mío cada vez que viajo. Eso viene de una anécdota que me contó Luisina Brando cuando filmó en Uruguay con Marcello Mastroianni, la película De eso no se habla. Un día fueron a comer después del rodaje y él pidió pasta con oliva y queso, y le llevaron una bolsita de queso. El tipo dijo que no, que estaba bien, y al otro día cuando fueron a comer Marcello volvió a pedir su pasta con oliva, sin queso y cuando llegó el plato, sacó de su bolsito un rayador y un queso parmesano. Yo soy de hacer esas cosas porque un mal aceite te puede arruinar la comida. Ahora los aceites se catan y hay distintas cepas. Me gusta el extra virgen porque extra quiere decir la primera prensada en frío; yo coseché, y sé que se saca la aceituna del árbol, va a una máquina que la exprime y le saca el jugo, y no se le coloca nada. Es exquisito. Y otra cosa a tener en cuenta es que no hay que guardarlo mucho tiempo.
-¿Tenés proyectos?
-Sí, hay dos obras de teatro para el verano, pero eso no está definido. Y tengo mucha ansiedad por el estreno de Oliva. La producción nacional no es la misma de hace unos años. Hice muchas tiras cuando era habitual grabar de la mañana a la noche. Gasoleros duró dos años, con más de 500 capítulos.
-¿Siempre trabajaste de actor?
-Trabajé de cualquier cosa antes de empezar a actuar y después ya me dediqué a este oficio, con todos los altibajos que implica. No sé hacer otra cosa, en realidad, no me interesa tampoco porque soy feliz arriba de un escenario. Cuando me inicié no tenía pensado para nada ser actor, la primera vez que fui al teatro fue para trabajar y para encontrar un lugar de pertenencia. Una novia de mi hermano trabajaba en un club donde hacían una obra, me invitó y un día me dijeron: “Subí al escenario”. Me gustó, aunque no pensaba en ser actor. En ese entonces quería ser tantas cosas... Y después me di cuenta que siendo actor puedo ser todo: un día colectivero, otro médico, otro policía, mujer, hombre, niño. Estoy contento y muy agradecido. Me gusta autogestionarme, escribir, pensar y hacerlo en equipo. Todo lo que hago se relaciona a mi oficio y confieso que antes lo vivía con culpa, pero ya no (risas). Tengo la edad que tengo, hijos, nietos, una vida hermosa, qué más. No soy millonario, aunque quizá podría haberlo sido si hubiera seguido con el mismo personaje siempre.
-Hablás de Panigassi, en Gasoleros...
-Sí. Podría haber seguido siendo Panigassi toda la vida, pero sentí que había cumplido un ciclo. Inmediatamente después hice Cyrano de Bergerac en el Teatro Avenida y fue un fiasco. Las primeras semanas se llenó porque la gente creía que iban a ver a Panigassi y yo estaba con una peluca, una nariz postiza y haciendo otra cosa. Encima empezó un director que luego nos abandonó y vino Norma Aleandro para ver si se podía salvar. Todo a pulmón. Yo siento las cosas en el cuerpo y de alguna manera me eligen. Tengo suerte porque a todo le encontré un lugar que me hizo bien. Nunca sufrí un personaje, todo me enseñó algo y pude ver la parte llena del vaso. La profesión me enseña a conocerme un poco más.
-Decías que te gusta autogestionarte y durante muchos años formaste parte del grupo Errare human est, con Darío Grandibetti, Hugo Arana, Miguel Ángel Solá y Jorge Marrale. ¿Qué recuerdos tenés de ese momento?
-Empezamos haciendo Los mosqueteros, que ahora se estrena con otro elenco y tengo muchas ganas de verla. Me acuerdo que en televisión éramos actores de culto, hacíamos Los especiales de Alejandro Doria y Manuel González Gil nos convocó para hacer una obra infantil, durante vacaciones de invierno, en el Complejo La Plaza. No éramos un grupo en ese momento, pero nos juntamos con Hugo Arana, Darío Grandinetti, Miguel Ángel Sola, a quien después reemplazó Jorge Marrale. Éramos muy amigos todos y un día nuestras parejas, a quienes les contábamos lo maravilloso que estábamos haciendo, vinieron a ver un ensayo general. Luego fuimos a comer y nadie decía nada hasta que una preguntó: “Muchachos, ¿ustedes van a hacer esto?”. Nos quedamos helados y así estrenamos al día siguiente. Era una obra para chicos, pero venían a verla los grandes y debe haber sido la única que cambió el público. Y después hicimos una productora y trabajamos juntos en distintas obras durante más de seis años. En algunas oportunidades no sacábamos un peso, pero la pasábamos muy bien.
-A pesar de tu éxito pudiste resguardar tu intimidad, ¿ fue complicado?
-Para nada, a veces uno con determinadas acciones hace que el periodismo lo busque. Nunca me sentí acosado, para nada. Creo que tiene que ver con cómo se maneja cada actor. Hace 45 años que estamos juntos con mi mujer, María, que es psicoanalista, y tenemos tres hijos y cuatro nietos. Luciano es director, Manuel es artista plástico y vive en Berlín, y Victoria vive en Tucumán con su familia. Nos entendemos todos muy bien porque además María es hija de actores, su papá fue Mario Lozano y la madre vino de España con una compañía de teatro y se quedó en Buenos Aires. María tuvo mucho que ver con mi crecimiento en este oficio y me sugirió estudiar.
-¿Hay algún secreto para sostener una pareja durante 45 años?
-Sí, porque no es solamente el amor. Tuvimos nuestras crisis. Cada uno está enamorado también de lo que hace. A veces uno le pide todo a la pareja y cree que la felicidad tiene que salir de ahí, pero es un intercambio y más que pedir hay que dar. Es una tarea.
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