Juan José Camero: la premonición de Jeanne Moreau, el trabajo que lo avergüenza y por qué, a los 78 años, se siente privado de la libertad
El protagonista de Nazareno Cruz y el lobo conversó con LA NACION acerca de las alegrías y remordimientos que le dejó la actuación, un oficio al que llegó por casualidad
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“Yo quería ser piloto y no actor. No busqué nada, simplemente todo me pasó”, dice Juan José Camero en su casa de Pilar, en la que vive desde hace 18 años y de la que sale muy poco. “Estoy en prisión domiciliaria sin haber cometido ningún delito”, intenta bromear. Y se pone serio para hablar de la maculopatia bilateral que sufre desde hace 15 años y que lo dejó casi sin visión. El 5 de septiembre comenzará un nuevo tratamiento que le da alguna esperanza de recuperar algo de vista.
Camero conversó con LA NACION sobre su pasión por el automovilismo que lo llevó a debutar en cine de la mano de Sandro, habló de sus problemas de salud y de las muchas veces que se alejó del oficio. También reflexionó sobre el quiebre que le provocó la muerte de su madre, que lo llevó a hacer un viaje en el que recorrió parte de Argentina, Bolivia y Perú y que terminó en Paraguay, donde le ofrecieron ser agregado cultural de la embajada argentina , cargo que ejerció durante diez años.
-¿Qué pasó en estos últimos veinte años que estuviste alejado del medio?
-Estoy en prisión domiciliaria sin haber cometido ningún delito, luchando con mi visión. Y es un golpe muy serio. Esta maculopatia bilateral me privó de la libertad. Casi no veo nada. Perdí el ojo izquierdo en una semana. Un día estaba mirando una ramita en casa, cerré un ojo y desapareció. Así me di cuenta. De esto hace 15 años. Si hubiera habido algo en el mundo que me permitiera recuperar la vista, hubiera vendido todo y me iba adonde fuera, porque la perdida de la visión me quitó la imaginada libertad que yo tenía. Me gustaba armar un bolsito, subirme al auto e ir a cualquier pueblito. En estos años vi a cientos de oftalmólogos, pero no hay solución. Luego de hacer público lo que me pasaba, me llamaron un montón de profesionales, y el 5 de septiembre empiezo a hacer un tratamiento con luz para la maculopatia seca. Es un tratamiento nuevo y vamos a intentarlo.
-¿Te da esperanzas?
-Relativas. No dan ninguna seguridad, pero hay que intentarlo. En los últimos 15 años, mi mundo es mi casa. Pero ya dije todo lo que tenía que decir sobre el tema.
-¿No trabajás por esa razón?
-Después que terminé mi agregaduría cultural en Paraguay hice un personaje en Campeones de la vida, que duró poco tiempo. Le dije a Adrián Suar que estaba acostumbrado a ensayar, a trabajar mucho con el director, porque lo que más hice fueron espectaculares que ser perdieron en el incendio de Canal 13. Se perdió toda mi historia de 50 espectaculares de maravillosos autores como Joseph Conrad, Ernesto Sábato, Adolfo Bioy Casares, Jorge Luis Borges, cosas increíbles que hice con casi todos los actores y actrices de ese entonces. Sanatorium, el primero que hice con Andrea del Boca y que dirigió Alejandro Doria, está en YouTube, pero del otro que hice con ella, Jugar a morir, no sé nada y me interesaría tenerlo. Quizá lo rescataron o lo tiene Andrea...
-¿Y qué pasó con Campeones?
-Como decía, mi personaje en Campeones no prosperó a pesar de lo que habíamos conversado y de las advertencias que le hice a Suar, porque hacia diez años que no trabajaba y ya no era el mundo que conocía. Por otra parte, decidí hacer el viaje que había postergado cuatro o cinco veces. Era un viaje a Europa que me habían regalado en la cancillería, un reconocimiento inmerecido que acepté honrosamente. Cuando terminó el mandato de Carlos Menem yo renuncié porque me pareció lógico, para dejar abierta la posibilidad de cubrir el puesto a quien asumiera.
-¿Es verdad que tu sueño era ser piloto y no actor?
-Mi padre era frutero y me encantaba acompañarlo al Mercado de Abasto, porque me dejaba estacionar el camión. Mi principal pasión siempre fue el automovilismo. Yo quería ser piloto y no actor. Hice un curso de Fórmula 3 en Monpellier, Francia, el mismo que habían hecho Andrea Vianini, Juan Manuel Fangio, Juan Manuel Bordeu. Juntamos algunos ahorritos con mis padres, Carmen y Juan, e hipotecamos la casa familiar en Floresta y allá fui. Nunca se me cruzó por la cabeza ser actor… Si yo me daba vuelta en las fotos familiares. Siempre fui muy reacio.
-¿Y qué pasó?
-Un día conocí a Jeanne Moreau, que fue a comer al restaurancito en el que yo trabajaba en la cocina y también cantando folklore. Cuando terminé de cantar, me invitó a tomar una copa. Ya balbuceaba el francés, y me preguntó si nunca me había dedicado al cine. Le respondí que no, y que tampoco sabía quién era. Me dijo que yo tenía algo en mi expresión, y que iba a estar muy bien en cine. Hasta ese momento mi acercamiento al cine era ver películas en continuado en el cine de mi barrio, Flores. Pero jamás me imaginé estar en esa pantalla.
-Jeanne Moreau te descubrió entonces... ¿A partir de ese momento te interesó la actuación?
-Estaba pensando en terminar mi curso de piloto y poder competir. Un amigo estaba preparando un auto en una piecita, arriba de su casa. Lo gracioso es que para sacarlo había que romper la pared (ríe). Mis comienzos en el cine fueron a través del automovilismo, porque manejaba relativamente bien. Y me lo dijo Fangio. Estábamos con mis padres visitando el Hotel Llao Llao, en unas vacaciones, cuando vi a Fangio y escuché que necesitaba que remolcaran su auto. Me acerqué y le dije que sería un honor alcanzarlo, ya que nosotros volvíamos al centro de Bariloche, además. Le di las llaves de mi auto, para que manejara él, y me dijo que no. Y la verdad es que lo quise seducir, iba despacio porque estaban mis padres, pero mostré todo lo que sabía. Y cuando llegamos le conté que había hecho un curso, y me respondió que iba a ser un gran piloto, que me había observado y que lo intuía.
-Increíble...
-Yo no busqué nada, todo me pasó. Llegué a correr dos mundiales de Rally, en el ‘98 y ‘99. De alguna manera, fue como gratitud al pueblo paraguayo que ha tenido muchas penurias. Otra de las tantas vanidades que tuve fue comprar un barco pesquero, porque soy un enamorado del mar. Me acuerdo que cuando hacia temporada en Mar del Plata iba al puerto y me embarcaba, y a la noche hacía la función. Después pasó mucho tiempo, me quedé sin horizonte y el barco está abandonado, en un lugar en La Plata que es de Lito Cruz, un entrañable amigo. Gasté todo lo que gané en las temporadas y el barco nunca fue al agua y lamentablemente se pudrió. Me quedó la escritura que tiene matricula mercante. Nunca tuve un remo en la mano, pero siempre hice cosas absolutamente atípicas. Soy emocional e impulsivo.
-Decías que empezaste a actuar gracias a tu habilidad como piloto, ¿cómo fue?
-Empecé a actuar en la película Siempre te amaré, donde aportaba todos los autos. Y aparecí porque Sandro me lo pidió: en la ficción él era un corredor y no manejaba bien.
-Nazareno cruz y el lobo fue la película que te hizo popular…
-Toda la promoción de la película Juan Moreira se hizo sobre mi imagen y después Leonardo Favio sacó la única escena que yo había filmado. El día del estreno invité a mis padres, a mis amigos y no aparecí en la película. Me enojé mucho con Favio, le dije que me había hecho ir a Lobos, morirme de frío atado a un árbol como un matambre, y era una escena maravillosa con un hermoso texto. Pero no quedó. Me contestó que alguna vez íbamos a hacer algo importante juntos. Y fue Nazareno. También fui el mimado de los escritores, como Marco Denevi, Ernesto Sabato, Jorge Luis Borges. Durante tres años hice El romance de la muerte de Juan Lavalle por pedido de Sábato. El maestro me llamó y me dijo: “Usted no es un actor, usted es el texto”. Y fue un halago.
-Contaste que tuviste varios quiebres en tu vida, ¿Reality reality (2001) fue uno de ellos?
-Eso fue una ingenuidad mía. Le hice un juicio a la productora porque instalaron en el imaginario que soy un alcohólico, y yo no sé lo que es un mareo. Editaron todo con mala intención. No estoy de acuerdo con las agresiones gratuitas. Después de eso me encerré seis años porque tenía vergüenza. Sentí que se divirtieron conmigo. Tengo ciertas controversias con la justicia, y tuve muchas ingratitudes. Es más, no creo en la justicia del hombre.
-¿Viste El hotel de los famosos? De alguna manera se parece a aquel reality
-No lo vi nunca. No veo televisión. Ya no puedo.
-¿Por qué dejaste tu carrera como actor para ser agregado cultural en Paraguay?
-Vino a mí, no lo busqué. Cuando se enfermó mi madre y falleció, en el ‘87, tuve un gran quiebre, el más grande de mi vida. Me fui con una camioneta vieja hasta Perú, por Bolivia, y conviví con muchas etnias que jamás pensé que iba a conocer. Pero no tenía un plan, era una locura.
-Un viaje de sanación…
-Fue un intento de sobrevivir. Hijo único, muy apegado a mi madre; perderla fue durísimo. Llegué a Paraguay hecho una piltrafa, porque en todos esos meses vivía en la camioneta, me bañaba en los ríos, cocinaba en una ollita, dormía en un colchoncito. Era un ciruja, por eso mi acercamiento a los mundos marginales, porque también lo he sido. Se me rompió la camioneta y fui a un taller. Necesitaba llegar a Córdoba donde tenía una estructura absurda, como casi todo lo que hice en mi vida; había comprado dos teatros que nunca prosperaron porque yo pretendía hacer teatro de culto y en Carlos Paz se hacía teatro de otras características. En fin, la mujer del mecánico me reconoció y a los cuatro días salió una nota de cuatro páginas que tuvo mucha repercusión, por mi situación de desamparo. Me llamó el embajador argentino, me invitó a cenar a su casa y hasta me mandó ropa adecuada, porque yo no tenía nada para ponerme. Luego de una larga charla, me propuso ser agregado cultural. Todo fue así siempre en mi vida. Abandoné todo varias veces.
-¿Tenés apremios económicos?
-Vivo de mi jubilación, que es un poco más que la mínima. No me quejo. Cuando murió mi madre, tenía un patrimonio más o menos razonable: tres departamentitos, una chacrita en San Pedro. Pero fui perdiendo todo. Esta casa me quedó con la venta del teatro de Córdoba, y nada más. Tengo problemas del corazón desde hace años, tomo 16 pastillas a la mañana y 6 a la noche. Muchas veces pegué en el poste, tuve muchas operaciones serias, una salud vulnerable. Mi primer problema grave fue a los 30 años, cuando estaba trabajando con Susú Pecoraro en Necochea y no sé cómo salí. Hice una especie de arritmia generalizada. Cuando uno toma conciencia de la finitud, se te mete en los poros. Porque te das cuenta que con el paso del tiempo se alargó la vida, pero también la decrepitud. Por eso nunca festejé un cumpleaños. Porque, ¿qué festejas, un año más o uno menos? Mi madre decía: “Pobre hijo mío, busca lo que no hay”. Y tenía razón, absolutamente.
-¿Volverías a recorrer el mismo camino?
-No. En principio no me hubiera ido tanto tiempo lejos de mis afectos y de mi familia. A lo mejor hubiera sido albañil. He sido muy atípico
-¿Qué lugar ocupó el amor en tu vida?
-Me casé una vez, a los 68 años. Nos divorciamos tiempo después. Mis amigos me decían que era el último mohicano, porque estaba soltero. Creo que Tita (Merello) acertó cuando me dijo: “Hijo mío, tenes dos condiciones: podrías ponerte un par de sandalias y salir a caminar y nunca te vas a morir de hambre porque te metiste en el corazón y el afecto de la gente”. También me lo dijo Don Luis Sandrini. Y otra de las cosas que me dijo Tita es que tengo una ternura general y no particular. O le tengo miedo, no lo sé. Y tenía razón. Creo que me han amado mucho, no sé si yo he amado, pero supongo que me deben haber pasado afectos muy fuertes. No tuve muchas compañeras, al menos no la del imaginario popular.
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