Sube a escena con Closer y graba la segunda temporada de ATAV; lejos de los divismos y de los lugares comunes de la profesión, se entrega a la charla, repasa algunas decisiones profesionales, como su salida de Floricienta y habla de su vida personal
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Un gentleman Juan Gil Navarro. Educado, puntual, correcto. Un actor de los de antes, de los que aceptan sentarse a tomar un café y charlar sin apuro. Está con mucho trabajo, haciendo Closer en teatro y grabando la segunda parte de ATAV, la novela de eltrece donde interpreta a un inescrupuloso productor televisivo y teatral. Sin embargo, elige un lindo barcito de Núñez para hacer la entrevista. Y llega impecable, en colectivo. En la calle lo reconocen, saben quién es, quizás no recuerdan exactamente su nombre. A él no le preocupa. “Los actores que más admiro son anónimos. Lo digo como un mérito. Vos sabés quién es Gary Oldman o Jorge Marrale, pero no sabés mucho de sus vidas, porque son tipos que se destacan sólo por su trabajo”, explica.
-¿Por qué sos actor?
-Me fui respondiendo la pregunta de por qué quise ser actor a lo largo de muchos años y la que más me cuadra hoy es porque me permitía rajarme de una realidad que yo no quería. Terapia mediante, entendí que lo que buscaba era encontrar un vehículo de escape para poder ponerme una máscara.
-¿Querías escapar de una realidad familiar?
-Sí, mis viejos se estaban separando y había determinadas cosas que no me gustaban o padecía, no por una cuestión traumática, pero tuve la suerte de ir a un colegio de enseñanza Waldorf, la escuela Rudolf Steiner de Florida. Era un universo muy mitológico y me encantaba. Fui al jardín, a la primaria, a la secundaria y después trabajé como preceptor ahí durante dos años. Esa escuela fue mi casa. Y ese tipo de educación acentúa el descubrimiento de cada chico en particular, no uniformiza. Fue mérito de mi madre mandarme a esa escuela. Mi viejo pensaba que un colegio alemán era un colegio nazi y no hay nada más alejado del nazismo que una escuela Waldorf.
-¿Qué hacía tu mamá?
-Trabajaba como secretaria en un estudio. Ella había laburado en el Di Tella y tenía una inquietud creativa y artística que lamentablemente no siguió. Pero todos los días iba a tomarse el tren a la estación Florida, pasaba por ahí y veía a los chicos tocando la flauta o haciendo otras cosas y dijo: “El día que tenga hijos, los voy a mandar acá”. Y tuvimos la suerte de estar becados, con mi hermana, que es pintora y vive en Londres. Ese colegio nos imprimió una mirada singular.
-Quizás gracias a esa educación pudiste atravesar los prejuicios de estudiar teatro.
-Sí, el teatro era un mundo medio prohibido porque, ¿dónde caías? Con quién ibas a estudiar? ¿En qué horarios? ¡Había un miedo de que te pasara algo! Me acuerdo que me decían, al principio: “Che, son todos putos ahí, ¿no?” Y yo pensaba: “Está lleno de chicas, es la gloria”. Una vez hice una nota con Héctor Bidonde y nos preguntaron por qué éramos actores. Yo me hice el solemne. Y Héctor me miró y dijo: “Yo empecé a estudiar teatro porque estaba lleno de minas”. Cuando lo escuché, pensé: “Qué pavo, ¿por qué no contesté la verdad?” Sí, era eso también.
-Tenés pinta de solemne, aunque ahora siento que te estás soltando más.
-Mmm... Sí, tengo algo en mi fisonomía y en mis formas que le hace pensar a mucha gente eso. Pero cuando me relajo o entro en confianza, estoy más cerca de lo que soy de verdad.
-Sos muy dúctil como actor. En Cien días para enamorarse tenías un personaje buenísimo.
-A mí me costó divertirme ahí. Lo logré gracias a Luciano Castro. Porque cuando empezamos a grabar había algo que no me gustaba, pensaba que el personaje era un pelotudo total. Y un día charlando con Luciano, me dijo: “Vos sos el único que puede hacer cualquier cosa acá”. Y no lo había visto así. Todo era posible porque era absurdo. Ahí empecé a disfrutarlo.
-¿Te arrepentís de alguna decisión que hayas tomado en tu vida?
-Le doy vueltas a las decisiones, pero cuando defino qué es lo que necesito, lo hago y ya no hay marcha atrás. A veces considero demasiado las posibilidades, pero después no me arrepiento. Me arrepentí mucho más por tomar alguna decisión “conveniente”. Eso me llevó por el camino de lo especulativo y generalmente me jodí. Me empecé a dar cuenta que cuanto más me escuchara, más cómodo me iba a sentir, aunque me equivocara.
-¿Cómo viviste la decisión que más se te cuestionó que fue dejar Floricienta?
-Todas las cosas que me dijeron fueron clichés. “Nadie se baja de un éxito”, “Sos un desagradecido”. Esta es una sociedad tremendamente metida, que no respeta las decisiones, que se burla de la gente que busca un camino distinto. Pero yo en ese momento tenía 30 años y había cosas que no estaba dispuesto a negociar. Hubo muchos que pensaron que me había ido por el dinero y te aseguro que la gente que me conoce sabe que jamás he chantajeado a nadie.
-¿Y qué pasó?
-Había cosas que no tenía ganas de seguir soportando y me pareció que era una manera elegante de decir: “Muchas gracias, me voy”.
-Explicaste que era porque no querías quedar encasillado en el público infantil, ¿había algo más?
-Yo podría decir cuál era el problema, pero alguien me dijo alguna vez que los caballeros no tienen memoria. Y yo llevo la caballerosidad a una forma de encarar la vida. Sobre todo en el trabajo.
-O sea que sí hubo un problema.
-Cosas que no me gustaron, que no tenían que ver con lo que yo era. A mí me gustan los lugares de armonía y yo soy muy amable tratando a la gente.
-¿Te maltrataron?
-No, pero yo no estaba cómodo.
-¿Por qué nadie se anima a criticar a Cris Morena?
-No lo sé, pero ahí vuelvo a una frase que aprendí de Adolfo Castelo: “No perdamos la elegancia”. Entiendo que es muy tentador y este medio seduce mucho para meterse en el barro.
-¿Qué opinás de la gente que sí cuenta situaciones de maltrato en el trabajo?
-Siempre tiene que ver con las formas. Yo puedo decir esto: “Llegué a un momento en que me sentía más cómodo yendo por otro lado”. Y que cada uno haga el análisis que quiera. En aquel momento me pareció que era una evolución para mí tomar otro camino.
-¿Tuvo costos esa decisión?
-No. Después de eso hice Hombres de honor, en Polka.
-¿Siempre tuviste trabajo?
-Sí, siempre lo tuve y siempre me lo generé. La autogestión en estos tiempos es importante. No está bueno quedarse sentado esperando.
-¿Pensabas así de chico?
-No. Yo empecé a trabajar a los 24. Tuve suerte. No todo está apoyado en las decisiones. Hay cosas que salen bien, porque salen bien. O porque estabas en el momento justo, en el lugar indicado.
-¿Cuál fue tu primer golpe de suerte?
-Acompañar a un amigo a un casting y que me elijan a mí. Estudiábamos teatro juntos. Él era modelo, era divino. Y fui, lo acompañé, también audicioné y quedé. Era en Canal 13, el casting para Montaña rusa, la segunda parte. Me eligieron junto a Lautaro Delgado. Nos dieron dos personajes de bobos. En esa época estaban de moda los Beavis and Butt-head, que eran dos tarados, y querían que nos riéramos como ellos. Lautaro venía de estudiar con Alejandra Boero, en Andamio 90 y sufríamos los dos, éramos muy solemnes. Entonces cuando hacíamos entrevistas, nos poníamos muy serios porque creíamos que iban a pensar que éramos dos pelotudos. Creíamos que si la pifiábamos ahí, la pifiábamos para siempre.
-¿Cuando empezaste a relajarte?
-A partir de los 30 empecé a divertirme, a tomarme un poco más el pelo y a jugar.
-¿Te pasaba que siempre te llamaban para el mismo personaje?
-No, porque yo soy una fichita rara para encajar en esto. No soy chongo, no soy galán clásico. Siempre me sentí más cómodo con los villanos, porque encontré un lugar ahí para desarrollar más matices. Ahora, quizás, el galán se volvió más interesante, pero en aquel momento el galán era unidireccional. No tenía perspectiva. Era bueno, buenudo.
-Fuiste galán en Floricienta.
-Sí. ¡Nada más aburrido!
-Mucha gente te recuerda sólo por ese personaje.
-Es cierto. Creo que voy a morir y en la tumba van a poner eso.
-¿Te pesa?
-¡No! Una vuelta, Alfredo Alcón contó algo que le pasó. Estaba haciendo en teatro una obra de Abelardo Castillo. Estaba todo maquillado, era una escena muy dramática, sufrida y una señora de la primera fila dijo: “¡Ay, qué lindo!” El lo escuchó y la quería matar. Porque él hacía fotonovelas. Entonces, si Alcón no se hizo problema por las fotonovelas, hizo lo que se le cantó y siguió adelante, ¿me voy a hacer problema por haber hecho un príncipe? Me tocó ese personaje arquetípico, que hoy no funcionaría. En realidad, fue todo un hallazgo haberme ido. Porque yo creo que la gente se hace una idea de lo que somos a partir de los personajes que hacemos. La idea que nosotros tenemos de De Niro o de Al Pacino tiene que ver con la elección de determinadas cosas. Nosotros no tenemos esa industria, tenemos algo muy chiquitito. Y la posibilidad de que nos lleguen personajes que construyan un imaginario en la gente, son bastante reducidas. Porque por lo general, lo que tenés que hacer es meterle mucha mano al texto. Es raro que el texto venga de tal forma que casi no lo tengas que tocar.
-¿A los actores se les va notando, a través de sus personajes, como son en realidad?
-Está tan ligada la personalidad en lo que uno imprime sobre el personaje que sí, podés ver una hendija. Hay actores que se sienten cómodos trayendo los personajes hacia lo que son.
-¿Vos cómo te ves en ese sentido?
-A mí me resulta totalmente aburrido ser yo, me embola.
-¿Sos aburrido?
-No lo sé. Quizás sí, un poco. Por eso quiero rajarme de una cotidianidad que no me interesa y hacer otras cosas. A mí me divierte mucho alejarme de lo que soy y ser otro.
-¿Qué hiciste en la pandemia?
-Me angustié. Fue re difícil. Sobre todo porque los actores vivimos con la fantasía de que no vamos a trabajar nunca más. Te podés ganar un Oscar y pensarlo igual. Es así. Pero venía coqueteando con la escritura y aproveché para escribir. Me senté con un amigo y escribí una serie.
-La cuarentena te agarró soltero.
-Y menos mal. Cuesta mirar para adentro, es aterrador. Pero leí un montón y lo tomé como una especie de ritual iniciático, sin ayahuasca, sin peyote, tratando de decir: “Bueno, si me animo a ver toda la mugre que tengo adentro y enfrento mis miedos, quizás haya algo piola”. Y salieron estas cosas que tomaron forma.
-¿De qué se trata la serie?
-Son dos: una tiene que ver con el alter ego de un escritor, que aparece para pedirle una cantidad de cosas, y la otra es sobre un grupo de chicos que decide iniciar una pequeña revolución. Habla de un hartazgo social.
-¿El hartazgo social es algo que te preocupa?
-No, en realidad yo tenía ganas de contar la historia de René Favaloro y cuando empecé a investigar sobre eso y se la presenté a alguien, me dijeron que eso no se podía contar. Parece que hay dos personas públicas, políticas, a quienes habría que tocar y eso no era conveniente.
-Tenés un historial impecable, nunca tuviste un escándalo, un romance con una famosa...
-Es verdad, debo ser un embole para la prensa. Mi papá era periodista y me decía: “Sé generoso en las entrevistas, pero no te olvides que cualquier cosa que digas puede ser un título”. Esto no quita que mañana me enamore de una mina que es un escándalo y todo se vaya al carajo.
-Hace poco contaste que estabas enamorado de Araceli González.
-¡Sí! Cuando ella hacía La banda del Golden Rocket. Llegué a entrar a un local que vendía ropa interior para que me regalaran una foto de ella. Creo que tenía que ver con que me recordaba a una maestra jardinera que me encantaba cuando era chico.
-¿Sos enamoradizo?
-¡Tremendo! Soy Fellini. No sabés lo mucho que me enamoro.
-Te casaste y te separaste dos veces, ¿por qué?
-Porque hay un tiempo para todo. Pero la pasé muy bien. Los cuatro años de mi primer matrimonio aprendí a pedir, que era algo que yo no sabía hacer. Y en el segundo matrimonio aprendí a disfrutar, a vivir mejor. Naty me enseñó eso: la posibilidad de tener dinero y viajar y hacer cosas sin culpa. Me divertí mucho. Y crecí. Después empezamos a necesitar cosas distintas, nos separamos y cuando nos juntamos de nuevo nos dimos cuenta de que había algo que ya no estaba más. Y decidimos divorciarnos.
-¿Te volverías a casar?
-No. Ni siquiera volvería a convivir.
-¿Tampoco querés tener hijos?
-Ser padre en una relación es algo que tampoco haría. Tendría que ser algo muy arrasador. Y no sé si me volvería a pasar, hay que tener un nivel de ingenuidad para entregarse de esa forma. Un nivel que creo que yo ya perdí. Ni con Scarlett Johansson me pasaría. Habría algo que me reservaría, que antes no me reservaba. Antes me brindaba, no negociaba nada, daba todo. Y eso también tuvo decisiones en mi trabajo que hoy no concedería.
-¿Qué decisiones?
-Hubo momentos en que había cosas que no hacía o modificaba...
-¿Besos? ¿Escenas de sexo?
-Sí, sobre todo en el comienzo. Después Naty lo entendió. Se dio cuenta de que tenía que ver con cosas de ella, no con cosas mías. Yo nunca fui un barrilete en mi lugar de laburo. Pero se dio así. Miraba para abajo caminando por la calle, por ejemplo.
-¿Era muy celosa?
-Era muy insegura. Tenía que ver con la historia de su vida. Afortunadamente lo entendió. Por eso te digo que hoy no podría ceder todo lo que cedí. Lo primero que le diría a alguien si empiezo una relación es: “Che, no usemos WhatsApp, hablémonos y veámonos”. Necesito las ganas de querer ver a alguien, no de tener contacto virtual todo el tiempo. Por más que me vuelva loco de amor, ¿eh? No entiendo la modernidad. Necesito poder desear. Por eso no conviviría. Para mí, la convivencia produce un desgaste. No está bueno saber que el otro fue al baño, ¡por más que tengas dos baños! Y si un día tenés un incordio, decís: “Nos vemos mañana”. Eso me parece lo más sano.
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