Fue celebrado como el ”próximo Tom Cruise” pero las demandas de la industria y sus ambiciones artísticas le terminaron cerrando las puertas de los estudios; tras mudarse a Inglaterra, donde rodó la serie Penny Dreadful, protagoniza Justicia implacable, su primera superproducción en 14 años
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“Estaba en las portadas de todas las revistas. No podía ir a ningún sitio. No podía confiar en nadie. Estaba solo”. Hace justo 20 años la prensa coronaba a Josh Hartnett como el nuevo Tom Cruise, el nuevo Gary Cooper, el nuevo Leonardo DiCaprio. Pero aquel título resultó ser prematuro. “Dije que no a la gente equivocada –lamentaría después el actor, de 42 años–. Me veían como alguien que había mordido la mano que le daba de comer. Intenté encontrar películas más pequeñas y, en el proceso, rompí lazos con los estudios”, añadía.
Hartnett regresa junto a Jason Statham en un thriller de Guy Ritchie, Justicia implacable, la primera película de Hollywood que Hartnett ha hecho en 14 años. El director británico lo llamó porque un actor de la película se había caído del reparto, necesitaba un reemplazo urgente y Hartnett vivía cerca del set. Juntos tuvieron que improvisar el personaje sobre la marcha. Hartnett dice que ha sido una de las mejores experiencias de su vida.
Entre tanto comentario sobre su “regreso” (el segundo en veinte años), Hartnett insiste en que nunca se fue. “Solo empecé a hacer películas más pequeñas y tuve hijos”, ha aclarado recientemente. Pero aunque él intente quitarle dramatismo, su desaparición sigue fascinando a los mitómanos: es uno de los relatos más transparentes para comprender exactamente cómo funciona Hollywood.
Josh Hartnett decidió ser actor mientras trabajaba en un videoclub gracias a Trainspotting, 12 monos o Los sospechosos de siempre. Empezó a estudiar interpretación en el prestigioso conservatorio de la Universidad del Estado de Nueva York, pero cuando le escribió una carta al decano indicándole que el sistema de evaluación asfixiaba la creatividad de los alumnos la institución lo expulsó.
Cuando aterrizó en Los Ángeles, su representante, Nancy Kremer, lo estaba esperando en el aeropuerto con 80 castings programados en un lapso de tres semanas (lo normal es ir a cuatro por semana). De ahí salieron Halloween H20, The Faculty y Las vírgenes suicidas, donde Sofia Coppola se propuso “convertirlo en un icono”: Trip Fontaine entraba en la película a cámara lenta, con “Magic Man”, de Heart, de fondo y con la cámara recorría su cuerpo desde las botas hasta su peinado. “Preparado para despegar”, titulaba People semanas antes del estreno de Pearl Harbor. “Este chico va a tener mujeres acampadas en su jardín durante meses”, vaticinaba su coprotagonista Ben Affleck. Hartnett había tenido muchas dudas respecto a aceptar aquella superproducción, porque temía que los directores de prestigio no se lo tomarían en serio, pero su padre lo convenció. Le dijo que la fama es temporal, pero el arrepentimiento es permanente.
En junio de 2001, Vanity Fair publicó un reportaje titulado “La fabricación de Josh Hartnett”. “Admítelo —añadía la portada—, hasta hace quince minutos tú tampoco sabías quién era”. La tesis del artículo era que Hartnett no buscaba la fama, porque era un rebelde enamorado de la Generación Beat, pero que brillaba tanto que su estrellato era sencillamente inevitable. “Cada vez que lo llevaba a un casting lo llamaban de nuevo, lo cual casi nunca ocurre –presumía su representante–. Los directores de casting se llamaban entre ellos recomendándolo”.
“Pearl Harbor convertirá a este desconocido en una estrella de cine internacional. Si todo sale según lo previsto, para el 4 de julio será un rompecorazones del calibre de Leonardo DiCaprio”, prometía Vanity Fair. “Yo le insisto en que cuando se estrene la película le va a cambiar la vida. Y él dice ‘ya lo sé...’, pero no lo sabe. No tiene ni idea de lo que le espera. Habrá chicas corriendo detrás de él. Lo va a lamentar”, aseguraba el productor Jerry Bruckheimer, quien definía a Hartnett como un cruce entre Gary Cooper y Montgomery Clift. Pearl Harbor aspiraba tanto a emular el fenómeno Titanic que su campaña promocional pasaba por convertir a Hartnett en un ídolo de masas del calibre de DiCaprio. Independientemente de lo que opinasen las masas.
Durante el rodaje, el director Michael Bay intentó, sin éxito, enseñarle a mostrar “una sonrisa de mil vatios que explotase en la pantalla”. “Nunca he entendido cómo las estrellas ponen en marcha su carisma, pero desde luego están intentando enseñarme”, admitía el actor, que ya se había agenciado un sueldo de dos millones por su siguiente película, La caída del halcón negro, y había fundado su propia productora para desarrollar proyectos. “Ocurre muy a menudo que alguien es proclamado como la próxima gran estrella y lo pierde –advertía Bay–. Lo pierde porque toma malas decisiones. Y este negocio no perdona”, añadía.
“Oh, aquel reportaje fue horroroso”, se lamentaba Josh Hartnett hace unos meses en The Guardian. “¿Había alguna declaración mía o era solo una lista de gente hablando sobre lo bueno que estaba? La gente sentía que le estaban tirando a Josh Hartnett a la cara, a partir de esa portada noté resentimiento hacia mí. Me comparaban con Tom Cruise y Julia Roberts, era demencial. Solo podía terminar en fracaso. También fue un ejemplo interesante de la naturaleza de la fama. Simplemente, ojalá no me hubiera pasado a mí”, afirmó.
Pearl Harbor fue la sexta película más taquillera de 2001, un éxito para cualquier película excepto para esta, que además recibió críticas demoledoras. Así que, tras cuatro años trabajando todos los días, Hartnett volvió a Minnesota y pasó 18 meses sin leer guiones. Deseaba tanto reconectar con su vida anterior que volvió a salir con su novia del secundario pero, eso sí, en vez de instalarse con sus padres en la capital (Saint Paul) se compró una mansión de un millón de euros en Lake of the Isles.
El tipo que no fue Superman ni Batman
“La modestia puede resultar atractiva en un joven atractivo, pero Hartnett necesita desarrollar una personalidad en pantalla si va a convertirse en una estrella”, escribió David Denby en The New Yorker. “¿Una estrella de cine? Más bien un actor con mal pelo que tuvo suerte”, criticaba Anna Day. Al tratarlo como un producto (con su propia etiqueta: “El nuevo Cruise/DiCaprio”), Hollywood especuló con Josh Hartnett hasta que su valor real, fuese cual fuese, dejó de importar. Su carrera fue percibida como un fracaso solo porque no cumplió las expectativas que la propia industria había impuesto sobre ella. La comedia sexual de 2002 40 días y 40 noches supuso por fin su primer éxito como protagonista. También sería el último.
Mientras promocionaba Hollywood: departamento de homicidios no se cortó a la hora de sugerir que Harrison Ford no llevaba bien la competencia. “Tuvimos nuestros más y nuestros menos, él me puso a prueba y yo le odié durante un tiempo. Se metía conmigo por mis decisiones, en plan ‘Eso no es un peinado de policía’. Aparte de Brad Pitt en Enemigo íntimo [con quien Ford también discutió constantemente], soy el segundo tipo joven con el que ha trabajado en toda su carrera. Así que cuando entré en su territorio empezó a dar codazos. Quizá sea el tipo más agradable con todos los demás, pero conmigo podía pasarse una hora sentado en el coche sin dirigirme la palabra”.
En 2003, su agente le llamó con noticias sensacionales: Josh había conseguido el papel de Superman. Pero el actor, que ni siquiera sabía que era una opción, lo rechazó. Tenía cosas mejores que hacer que pasarse diez años atado a una saga por contrato (o eso parecía entonces) por mucho que se rumorease que la oferta ascendió a 100 millones por tres películas. Temía perder oportunidades de trabajar con cineastas de prestigio. “En aquel momento me estaban ofreciendo películas los directores más importantes y Superman era un riesgo”, aclaró a principios de este año. Esta historia le sigue persiguiendo porque, al querer evitar encasillarse como “el tipo que hizo Superman”, acabó encasillándose como “el tipo que no fue Superman... ni Batman”.
“A la gente no le gusta que les digas que no. Aprendí la lección cuando me reuní con Christopher Nolan para Batman inicia. Decidí que no era para mí y luego no quiso contratarme para El gran truco. Y no solo eligió a Batman [Christian Bale] para el papel, sino que también fichó a mi novia de entonces [Scarlett Johansson]. Me di cuenta de que en el rodaje de Batman inicia se formaron una serie de relaciones de las que yo tendría que haber formado parte”, confesaría Hartnett, quien admite envidiar cómo Bale ha logrado no solo no encasillarse sino construir “una carrera increíble”. “¿Por qué no supe verlo?”, se lamenta.
Para cuando se estrenó La dalia negra en 2006, Hartnett todavía conservaba popularidad suficiente para salir en portadas, pero su relato de estrella fallida ya estaba incrustado en su imagen pública. Un reportaje de portada en la edición estadounidense GQ, que lo definía como un “ídolo adolescente en rehabilitación”, explicaba cómo al volverse una presencia inevitable Hartnett se había convertido en un tipo “fácil de odiar”. “Seamos honestos: a Josh Hartnett nos lo vendieron. Nos dijeron que era una estrella, su ubicuidad fue tan repentina que para cuando pudimos ponerle nombre a su cara ya estábamos hartos de verla. Le dieron el empujón de estrella mucho antes de tener algo remotamente parecido al currículum de una estrella”. Esto en su propio reportaje de portada. Para entonces, la productora de Hartnett había cerrado sin desarrollar ni un solo proyecto. El reportaje de GQ hablaba de La dalia negra como “el regreso” de Josh Hartnett. Tenía 28 años.
Y así pasaron diez años, entre cine indie y cortometrajes. En The First Monday of May, el documental de 2015 sobre la gala del MET, la organizadora Anna Wintour aparece mirando un tablón con varias fotografías de celebridades. De repente se detiene en una. “¿Quién es este?”, pregunta. “Josh Hartnett”, responde su asistente. “¿Y qué ha hecho últimamente?”, insiste Wintour. “Nada”. Wintour arranca la foto del tablón.
Justo aquel 2015 Hartnett regresó a la luz pública con la serie Penny Dreadful, con la que pretendía “ser tomado en serio más allá” de su aspecto. Despidió a su representante, se mudó a Surrey (Reino Unido) con su pareja, la modelo Tamsin Egerton, con quien tiene tres hijos, y empezó a hablar abiertamente sobre sus años en la cima. “En una ocasión se me ocurrió salir mascando chicle en una escena. La idea fue debatida entre varias personas durante varios días y, al final, decidieron que no. Tenían una idea de lo que querían vender conmigo o de la persona que querían que fuese. Y no involucraba mascar chicle”, recuerda. Uno de sus mayores arrepentimientos fue meterse en política a los 25 años: apoyó la campaña del demócrata John Kerry, dio mítines en Iowa sin saber nada sobre Iowa y visitó colegios en barrios republicanos donde los niños le desmontaban sus argumentos.
Hartnett asegura que en Hollywood la mayoría de las personas dejan atrás su vida anterior y solo socializan con “gente que le pueda dar trabajo”. Admite que ninguno de aquellos proyectos de directores de primera categoría, que le inundaban cuando rechazó Superman, acabó saliendo adelante. Y no ha olvidado a Harrison Ford: “Los tipos que están en la cima están aterrorizados de que venga alguien por detrás. Si esa es tu verdadera ambición, estar en la cima siempre, vas a pasarte la vida mirando para atrás. Yo jamás querría eso. Sé que si me hubiera dejado seducir por Hollywood hoy no tendría una vida feliz. Y, en aquel momento, decidí tener una vida”.
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